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Fidel Castro: Aquel teniente, nos salvó la vida

En los primeros meses del triunfo revolucionario en 1959 el capitán Sarría junto a Fidel Castro en el Palacio Presidencial. Foto: Sitio Fidel Soldado de las Ideas.
En los primeros meses del triunfo revolucionario en 1959 el capitán Sarría junto a Fidel Castro en el Palacio Presidencial. Foto: Sitio Fidel Soldado de las Ideas.

Date: 

01/08/2023

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Cubadebate

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Al fracasar el asalto al cuartel Moncada en julio de 1953, Fidel Castro dio la orden de retirada dirigiéndose hacia las montañas. Posteriormente, él y sus compañeros son sorprendidos por el teniente Pedro Sarría Tartabull en un bohío.
 
Aquel 1ro de agosto de 1953, la increíble casualidad permitió que al frente de aquella tropa estuviera un honrado oficial. La digna actitud de Sarría hace 70 años al decir: “Las ideas no se matan”, salvó la vida de Fidel Castro en el momento de la captura, posteriormente en su traslado hacia el vivac de Santiago de Cuba.
 
Para recordar el suceso Cubadebate y el sitio Fidel Soldados de las Ideas traen los recuerdos del Comandante en Jefe recogidos en el Libro: Fidel Castro y la Religión, conversaciones con Frei Betto.
 
Fidel Castro: Sistemáticamente asesinaban a los prisioneros. A algunos los llevaban, les hacían algún interrogatorio, los torturaban atrozmente y después los mataban.
 
En esas circunstancias, habiéndose producido una gran reacción de la opinión pública, como te decía, el Arzobispo de Santiago de Cuba, como autoridad eclesiástica, se interesa y empieza a actuar junto con otras personalidades de esa ciudad, de las cuales la más destacada era él, para salvar la vida de los sobrevivientes. Y, efectivamente, algunos sobrevivientes fueron salvados por las gestiones que hicieron el Arzobispo y ese grupo de personalidades, ayudados por el hecho de una atmósfera de enorme indignación en la población de Santiago de Cuba. Ante la nueva situación se decide que un grupo de compañeros de los que estaban conmigo, que estaban en las peores condiciones físicas, se presenten a las autoridades a través del Arzobispo. Era un grupo de seis o siete compañeros. habría que precisar.
 
Yo me quedo con dos jefes más. Es el pequeño grupo con el que nos proponemos atravesar la bahía para llegar la Sierra Maestra y organizar de nuevo la lucha. El resto estaba sumamente agotado y había que buscar la forma de preservarles la vida.
 
Nosotros discutimos con un civil, que fue el que tramitó un encuentro entre ese grupo y el Arzobispo: nos aproximamos a una casa y hablamos con los de esa casa. Entonces nos separamos del grupo de los seis o siete compañeros, a los cuales iba a recoger el Arzobispo al amanecer, y nosotros nos retiramos como a dos kilómetros más o menos del lugar, los dos compañeros y yo, pensamos cruzar de noche la carretera hacia la bahía de Santiago de Cuba.
 
Es indiscutible que el ejército se da cuenta, tal vez interceptando las comunicaciones. Al parecer intercepta una comunicación telefónica de aquella familia con el Arzobispo, y muy temprano, antes del amanecer, envía patrullas por toda aquella zona, en las proximidades de la carretera.
 
Nosotros, que estamos a dos kilómetros, cometimos un error que no habíamos cometido en todos esos días que llevábamos ahí. Como estábamos también un poco cansados, pues teníamos que dormir en las laderas de las montañas en las peores condiciones, no teníamos frazadas, no teníamos nada y nos encontramos allí aquella noche un pequeño bohío, pequeñito, tendría cuatro metros de largo por tres de ancho, lo que aquí llamaban una vara en tierra, más bien algo donde se guardan cosas, para protegernos un poco de la neblina, de la humedad y del frio, decidimos quedarnos hasta el amanecer, y antes de que despertáramos, llegó una patrulla de soldados, penetra en el bohío y nos despierta con los fusiles sobre el pecho: lógicamente, lo más desagradable que se pueda concebir, que el enemigo te despierte con los fusiles así, resultado de un error que no debimos haber  cometido nunca.
 
Frei Betto: ¿No había ninguno de vigilancia allí?
 
Fidel Castro: No, nadie de vigilancia, los tres durmiendo. ¿Comprendes? Un poco confiados, ya llevábamos una semana y los individuos no daban con nosotros. no podían: por mucho que rastreaban y buscaban, nosotros los habíamos burlado. Subestimamos al enemigo, cometimos un error y caímos en sus manos.
 
No quiero pensar de ninguna manera que las personas con las que hicimos contacto nos hubieran delatado. No lo creo, sino lo que al parecer ocurre, indiscutiblemente, es que cometieron algunas indiscreciones como fue hablar por teléfono, lo que alertó al ejército y envió patrullas allí, gracias a lo cual nos capturan a nosotros.
 
De manera que caemos prisioneros del ejército. Estaban también aquellos individuos sedientos de sangre: sin duda nos habrían asesinado en el acto.
 
Ocurre entonces una casualidad increíble. Había un teniente negro, llamado Sarría. Se ve un hombre que tiene cierta energía, y que no es un asesino. Los soldados querían matarnos, estaban excitados, buscando el menor pretexto, tenían los fusiles montados con balas en el directo. Nos amarraron. Inicialmente nos preguntan la identificación; no nos identificamos, dimos otro nombre; indiscutiblemente los soldados no me conocen en el acto, no me conocieron.
 
Frei Betto: ¿Usted era muy conocido ya en Cuba?
 
Fidel Castro: Relativamente conocido, pero esos soldados, por alguna razón, no me conocen. No obstante, nos quieren matar de todas formas: si nos hubiésemos identificado los disparos habrían sido simultáneos con la identificación. Entablamos una polémica con ellos, porque nos dicen asesinos, dicen que habíamos ido allí a matar soldados, que ellos eran los continuadores del Ejército Libertador, y entramos nosotros en polémica; yo pierdo un poco la paciencia y entro en polémica con ellos, les digo que ellos son los continuadores del ejército español, que los verdaderos continuadores del Ejercito Libertador éramos nosotros, y entonces ellos se ponen más furiosos todavía.
 
Nosotros nos dábamos realmente ya por muertos, desde luego, yo no consideraba la más remota posibilidad de sobrevivir. Entablo la polémica con ellos. Entonces, el teniente interviene y dice: “No disparen, no disparen”, presiona a los soldados, y mientras decía esto, en voz más baja repetía: “No disparen, las ideas no se matan, las ideas no se matan”. Fíjate que cosas dice aquel hombre. Como tres veces dice: “Las ideas no se matan”.
 
Hay uno celos dos compañeros que da la casualidad que era masón —se trata de Oscar Alcalde, está vivo, es Presidente del Banco de Ahorro, porque él era financista, el que manejaba los fondos del Movimiento— y se le ocurre por su cuenta decirle al teniente que era masón. Eso aumenta la posibilidad o le da mayor aliento al teniente, porque parecía que había muchos militares de estos que también eran masones; pero de todas maneras, muy amarrados, nos levantan y nos van llevando. Cuando hemos caminado unos pasos, yo, que he visto la actitud de aquel hombre, del teniente, lo llamo y le digo: “He visto el comportamiento suyo y no lo quiero engañar, yo soy Fidel Castro”. Me dice él: “No se lo diga a nadie, no lo diga a nadie”.
 
Avanzamos unos metros más, se producen unos disparos a 700 u 800 metros de allí, y se despliegan los soldados, estaban muy nerviosos, se tienden sobre el campo.
 
Frei Betto: ¿Cuántos soldados eran más o menos?
 
Fidel Castro: La patrulla tendría como doce soldados.
 
Frei Betto: ¿El teniente tenía más o menos qué edad?
 
Fidel Castro: Tendría 40 años, 42 años más o menos.
 
Cuando yo veo que ellos se despliegan, creo que todo es un pretexto de los soldados para dispararnos y me quedo de pie: todo el mundo se desplegó y yo me quedo parado. Se acerca otra vez el teniente a mí y le digo: “No me acuesto, si quieren disparar tienen que matarnos aquí de pie”. Entonces dice el teniente: "Ustedes son muy valientes, muchachos, ustedes son muy valientes”. Fíjate que cosa, observa tú: yo pienso que eso debe haber sido una posibilidad en mil. Pero no por eso estábamos salvados no; no por eso teníamos garantía alguna de sobrevivir. Todavía nos salvó una vez más el teniente.
 
Frei Betto: ¿Una vez más?
 
Fidel Castro: Si, una vez más nos salvó porque antes de que llegara el Arzobispo, al otro grupo que estaba cerca de la carretera lo localizan y lo hacen prisionero. Eso era lo que había originado el tiroteo anterior a que hice referencia. Entonces ellos nos juntan allí; el teniente busca un camión y sube a los demás prisioneros arriba, y a mí me pone en el medio, entre el chofer y él, en la cabina.
 
Más adelante aparece un comandante, que se llamaba Pérez Chaumont, era uno de los más asesinos y de los que más gentes había matado. Se topa con el carro, lo para y le da orden al teniente de llevarnos para el cuartel. El teniente discute con él y no nos lleva para el cuartel, sino que nos lleva al Vivac de Santiago de Cuba, a disposición de la justicia civil; desobedece la orden del comandante. Claro que si llegamos al cuartel, habrían hecho picadillo de todos nosotros.
 

 Fidel en el Vivac de Santiago de Cuba, 1ro de agosto de 1953.
Foto: Oficina de Asuntos Históricos/Sitio Fidel Soldado de las Ideas.

Entonces, ya la población de la ciudad de Santiago de Cuba se entera de que hemos sido hechos prisioneros y de que estamos allí. Ya lo sabe toda la ciudad y lo que se produce es una gran presión para salvarnos la vida. Desde luego, va allí el jefe del regimiento para hacer un interrogatorio. Pero es muy importante ese momento, porque los propios soldados, los propios militares estaban impresionados de la acción, digamos que en ocasiones expresaban un cierto respeto, una cierta admiración, a lo que se sumaba la satisfacción de que el invencible ejercito había rechazado el ataque y había capturado a los asaltantes.
 
A esto se añadía otro elemento psicológico: la conciencia les estaba remordiendo ya, porque en esos momentos han matado de 70 a 80 prisioneros y la población lo sabía.
 
Frei Betto: ¿Compañeros suyos?
 
Fidel Castro: Si, de los anteriores, de los otros que fueron capturando en distintos momentos, han asesinado de 70 a 80; unos pocos han podido escapar y unos pocos han quedado prisioneros, entre ellos, el grupo de los que estaban conmigo y algunos que fueron capturando por distintos lugares, que solo por azar no mataron y por la protesta de la opinión pública, y desde luego, por la acción ya de las personalidades y del Arzobispo, que ha estado interviniendo y haciéndose eco de aquella opinión pública.
 
Han logrado salvar a algunos, algunos se han presentado o los han presentado, a través del Arzobispo. Pero, realmente, para el grupito nuestro, cuando nos capturan a nosotros, el elemento determinante fue aquel teniente del ejército.
 
Frei Berto: ¿Y qué pasó con ese teniente después de la victoria de la Revolución?
 
Fidel Castro: Bueno, a ese teniente después, años antes del triunfo, le echaban en cara la responsabilidad de que no nos hubieran matado. La culpa de que no nos hubieran asesinado se la echaban a él.
 
Ellos hicieron algunos intentos ulteriores de matarme que fracasaron. Más tarde viene la prisión, y cuando salimos de prisión, el exilio, la expedición del “Granma”, la lucha en las montañas. Se organiza nuestro ejército guerrillero. Otra vez, al principio, nuevos reveses, también creyeron que habían liquidado al ejército guerrillero; pero renace de las cenizas nuestro ejército, se convierte en una fuerza real y lucha ya con perspectivas de victoria.
 
En aquel periodo al teniente lo licenciaron del ejército y cuando triunfa la Revolución, nosotros lo ingresamos en el nuevo ejército, lo ascendemos a capitán y fue jefe de la escolta del Primer Presidente que designó la Revolución. Así que estuvo en el Palacio y era jefe de la escolta presidencial. Desgraciadamente —y por eso pienso que él podía tener un poco más de 40 años—, como a los ocho o nueve años del triunfo de la Revolución este hombre enferma de cáncer y muere después, el 29 de septiembre de 1972, siendo oficial del Ejército. Todos le guardaban mucho respeto y consideración. No se le pudo salvar la vida. Pedro Sarría se llamaba.
 
Este hombre parece que había estado por la universidad; era un autodidacta, quería estudiar por su propia cuenta, y seguramente que había tenido algún contacto o me había visto alguna vez en la universidad. Tenía, indiscutiblemente, una predisposición por la justicia: vaya, era un hombre honorable. Pero lo curioso, lo que refleja su pensamiento es que en los momentos más críticos él está repitiendo, así en voz más baja, yo lo oigo cuando les está dando instrucciones a los soldados que no disparen, que las ideas no se matan. ¿De dónde sacó aquella frase?, tal vez algunos de los periodistas que lo entrevistaron después sepan, nunca tuve la curiosidad de preguntárselo.
 
Pensaba que viviría mucho tiempo. En aquellos primeros años de la Revolución, siempre se piensa que hay mucho tiempo por delante para hacer cosas y aclarar cosas. Pero, ¿de dónde sacó aquella frase?: “¡No disparen, que las ideas no se matan!” Esa es la frase que aquel oficial honorable repitió varias veces.
 
Además, el otro gesto. Le digo quien soy y dice: “No se lo diga a nadie, no lo diga a nadie”. Y después la otra frase. cuando se tiran todos. que suenan unos disparos por allá y dice: “Ustedes son muy valientes, muchachos, ustedes son muy valientes”, como dos veces la repitió. Ese hombre, uno entre mil, incuestionablemente simpatizaba de alguna manera o tenía cierta afinidad moral con nuestra causa, y fue realmente el hombre que determinó la supervivencia de nosotros en aquel momento.
 
Pero, qué motivó al teniente a decir la frase: “¡No disparen, que las ideas no se matan!”.  El periodista Lázaro Barredo Medina en el año 1972 le realiza una entrevista a Sarría, que sería publicada en el libro: Mi prisionero Fidel, recuerdos del teniente Pedro Sarría. A continuación, fragmentos de la misma:
 
Pedro Sarría: Amanece y ya tenemos tres o cuatro kilómetros de camino; hay claridad y ordeno pasar. Saco mis prismáticos.  A lo lejos veo una casita y le pregunto a Camagüey: ¿Qué cosa es aquello? Me dice: teniente, eso es para cuando se extravían los animales o estamos montando cercas y Ilueve mucho, guarecernos ahí. Le pregunto si allí hay alguien viviendo y me responde que no. Me da un presentimiento y le grito a la tropa: ¡Hacia la casita, adelante!
 
El cabo Suárez se acerca sigilosamente a la casita y me grita: ¡Teniente, hay hombres armados! Me apresuro, porque veía gesto de ambas partes. como si estuvieran discutiendo y desde la distancia empiezo a decir que no tiraran, que las ideas no se matan.
 
En la casita hay tres muchachos muy fatigados y ocho fusiles. Mando a tomarles las generales y el primero responde:
 
Nombre: Francisco González Calderín
 
Edad: 26 años
 
Profesión: Estudiante
 
Vecino: Marianao, La Habana
 
Los otros dos se identifican como Oscar AlcaIde y José Suárez. Sobre el primero de ellos yo no estaba muy conforme con sus declaraciones. Lo miraba y lo volvía a mirar.
 
Algunos soldados están muy excitados, uno de ellos hace ademán de disparar y entonces es cuando insisto con mucha energía en que ellos son prisioneros, que no vayan a disparar y que las ideas no se matan. Eso contuvo los ánimos caldeados.
 
(..) Todos vamos en misión de avanzada para buscar al otro grupo de cinco. Cuando caminamos como cuatro kilómetros. ya cerca de la carretera. se escuchan unos disparos y le digo a los tres que se tiendan por si acaso disparan en nuestra dirección; pues, aunque el grupo no está armado con fusiles. pueden portar armas cortas.
 
Les ordeno tenderse nuevamente y Francisco se niega a hacerlo; y me dice que si vamos a disparar que los matemos allí puestos de pie.
 
Le respondo tajante: ¿Quién habla aquí de matar? y algo acalorado ordeno: ¡Tenderse! ¡Están bajo mis órdenes ahora!
 
Cuando nos tendemos, Francisco me confiesa que no me quiere engañar, y me dice: ¡Yo soy Fidel Castro! Miré con preocupación a uno y otro lado, a ver si algún soldado lo había escuchado y después de comprobar que no, le pedí insistentemente que no le dijera a nadie más su identidad.
 
Efectivamente, yo tenía el presentimiento de que fuera él. pero después de tomar los nombres, se me quitó la idea. primero porque desde hacía tres días se le daba por muerto. y porque al ponerle las manos en la cabeza encontré su pelo muy duro y la piel se le veía algo carbonizada por el sol.
 
(…) En realidad me sentí emocionado por aquel gesto viril de Fidel y recuerdo que no pude otra cosa que admirar la valentía de él y sus compañeros, y le dí mi palabra de que garantizaría sus vidas a cualquier precio.
 
Referencias:  
 
Libro: Fidel Castro y la Religión, conversaciones con Frei Betto
Libro: Mi prisionero Fidel, recuerdos del teniente Sarría