Una arrocera con la horma de Fidel (+fotos)
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Lo mismo con un mapa desplegado sobre el capó de un yipe soviético que contando los granos de espiga, Fidel concibió y dirigió el proyecto arrocero del Sur del Jíbaro
Todavía Miguel Socorro Quesada, uno de los pioneros en las investigaciones del arroz en la geografía espirituana, se asombra cuando recuerda aquella orientación que a inicios de 1969 le dio Fidel a Arnaldo Milián, a la sazón primer secretario del Partido en la antigua provincia de Las Villas, ante la urgencia de desarrollar una nueva semilla: “Movilizar a 10 000 personas para multiplicar de inmediato en Sur del Jíbaro, en la zona de El Cedro, la variedad de arroz Sinaloa A68, que desde antes estudiábamos en áreas de la costa norte del territorio central”.
Corrían los años finales de la década del 60 del siglo pasado y el sur de la entonces región de Sancti Spíritus atrajo la mirada de Fidel, que identificó tempranamente las potencialidades agropecuarias e hidráulicas de la extensa llanura, tanto que en la zona surgió una de las infraestructuras arroceras más integrales del país, a la que personalmente dedicó tiempo en aquella vorágine laboral y constructiva de inicios de la Revolución.
Desde que en mayo de 1967 Fidel trazó las pautas para organizar la producción del cereal en la isla —se inició en las márgenes del río Cauto, en Oriente—, tal vez pocos avizoraron la magnitud de aquel desafío y la trascendencia de un programa que no reparaba solo en la cosecha, sino que partía de la concepción de integrar agricultura, tecnología, sistemas de riego, investigación y comunidades, describe Miguel Rodríguez Mayea, jefe de la actividad arrocera en el antiguo Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA).
“Fidel le dedicó mucho tiempo a esta actividad, apoyada también por Arnaldo Milián y Faustino Pérez, desarrolló la concepción completa del programa, visitaba los lugares, chequeaba los proyectos dos o tres veces por semana; te decía: ‘Nos vemos en tal zona para revisar tal idea’, era muy operativo; insistía mucho en la preparación técnica del personal, en lograr variedades cubanas, abrió el camino de la investigación, nos enseñó a ser científicos”, subraya Rodríguez Mayea, quien dirigió el programa a nivel nacional desde su fundación.
La dimensión del proyecto la esbozó el líder cubano en un discurso con motivo de la fusión del Instituto de Recursos Hidráulicos y Desarrollo Agropecuario del País (DAP), en el hotel Habana Libre, el 26 de mayo de 1969. “Casi nadie se ha dado cuenta de que al lado del plan cañero, que ha sido grande, ha habido otro plan que ha crecido todavía mucho más que la caña, que es el de arroz (…).
“El que quiera saber lo que es trabajo que se interese por un plan de arroz; porque el arroz hay que sembrarlo en lugares muy bajos, en lugares donde hay que hacer millones de metros cúbicos de drenaje, miles de obras de fábrica (…), los trabajos que hay que hacer de diques. Y algún día, desde luego, vamos a sembrar todo ese arroz ya con terrazas planas (…)”.
EL PLAN SANCTI SPÍRITUS
El interés de producir el cereal en el sur espirituano ocupó un espacio particular en las proyecciones del estadista, al punto que en esa propia intervención dibujó sus coordenadas y anunció a quien encomendaría tal responsabilidad.
“En la región de Sancti Spíritus se va a desarrollar una arrocera de 2 500 caballerías. Y esperamos tener el año que viene las 2 500 caballerías allí. La región de Sancti Spíritus es una de las de más grande potencial de agua. El agua potencial de la región de Sancti Spíritus, con el Zaza, el Agabama y todos esos ríos, es de 3 000 millones de metros cúbicos. Casi la séptima parte del agua del país. Hay que hacer grandes presas allí (…).
“Y como allí en Sancti Spíritus hay que hacer un trabajo muy serio, es por eso que hemos querido aprovechar la experiencia del compañero Faustino (Pérez), al cual hemos hecho responsable del plan de Sancti Spíritus. Aprovechar toda su experiencia, porque creo que allí podemos desarrollar técnicas muy modernas. Aquella región va a tener arroz, ganado, caña, tabaco; es decir, casi todos los renglones (…)”.
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EXISTÍAN ARROCERITAS
El progreso agrícola experimentado a partir de 1959 abrió el camino al desarrollo arrocero de la región, inicialmente con el uso del riego por turbinas —llegaron a funcionar más de 930 —, luego, con la construcción de la presa Zaza y de los sistemas de canales, sobrevino su consolidación.
“Antes aquí lo que existían eran las arroceritas de fulano y de mengano, nada que ver con la expansión que tomó el cultivo cuando Fidel identificó el potencial de la zona, entonces todo el que vivía por estos alrededores se volvió arrocero”, rememora Eliodoro García Fonseca, fundador de la granja Peralejo.
“Fíjate con qué sacrificio se creó este plan —añade— que una noche en el fangueo se rompió un dique, y me acosté en el agua como media hora para aguantar con mi cuerpo las palas de tierra que el otro compañero echaba para tapar el hueco”.
Sergio Granados Portiel, otro de los precursores, tampoco olvida aquellas jornadas en las que nadie podía darse el lujo de tener un oficio fijo. “Si algo no alcanzaba era el tiempo; soltabas el tractor por la tarde y por la noche íbamos a fanguear, a espantar pájaros, hacíamos el trabajo de tres o cuatro hombres porque escaseaba el personal; construir la arrocera fue una obra de gigantes”.
Incontables páginas de proezas llenan el paisaje laboral que comenzó a gestarse en Mapos, Peralejo, El Cedro, Romero, El Jíbaro… Historias que perduran también en las vivencias de hombres como Roger Reyes García, Delfín de la Cruz Uría, Carlos Román Madrigal, Tomás Valdés Meneses, Amado Reyes Padrón, Adalberto Rodríguez Monteagudo, Fernando Rodríguez Gómez, Rafael Pérez Ramírez, Dámaso Román Madrigal, Jorge Luis Venegas Zubiaurre, Braulio y Cástulo García Román.
“Te decían a las nueve de la noche: cámbiate de ropa y busca el equipo, que hay que preparar un campo para sembrarlo al amanecer”; “Aquí apearon gente de la yegüita para que se trepara en un tractor”; “Hubo operadores de maquinaria que trabajaron la noche entera sin el implemento atrás, porque se zafaba, y se enteraban al amanecer”; “Eran años en que se dormía poco, vivíamos para trabajar”.
ENSEÑANZAS DE FIDEL
A inicios de la década del 60 comenzaron a sentarse las bases del futuro proyecto cuando varias comisiones de topógrafos se ocuparon de ubicar los terrenos donde empezarían después las grandes faenas de desbroce para fomentar el cultivo, construir los canales y caminos.
Aquel 26 de mayo de 1969 Fidel señaló la prioridad que se le concedía a la arrocera de Sancti Spíritus: “(…) casi todos los buldóceres de Las Villas están en este momento en la región de Sancti Spíritus, en las áreas altas buldoceando para pasto. Y cuando comience el período seco estarán todos buldoceando para arroz”.
Aunque Escambray apenas encontró trazos periodísticos del parto arrocero protagonizado en el sur del territorio, ni de las frecuentes visitas de Fidel a la zona, sí conoció a través de los testimonios de varios fundadores sobre el seguimiento que mantuvo el mandatario cubano al programa, de su desvelo por la preparación del personal, por la asignación de maquinaria, de su interés por las variedades de arroz y los rendimientos agrícolas.
En una de las visitas Fidel estuvo en el batey de El Cedro y dijo que había que sacar de allí el caserío porque los líquidos y las plagas eran un riesgo para las personas, según refiere Tomás Valdés Meneses. “Cuando se hizo La Sierpe, todos se fueron para allá”, precisa.
En la memoria de Roger Reyes García perdura aquella anécdota del lote que marcó Fidel en Mapos. “Fue el ocho, pidió que lo sembraran a su nombre. A partir de ahí todos lo llamaron el lote de Fidel; fíjate cómo fue aquello que, para fanguearlo, los tractoristas nos relevábamos a pie para no romper los diques”.
Delfín de la Cruz Uría, relata otra de aquellas enseñanzas que emanaron del paso del Comandante por cada lugar. “En Recursos se parqueaban unos camiones que les decían palanganitas, por la forma de la cama. Allí llegó un día Fidel y, estando parado frente a uno de esos camiones, que estaba muy bonito, con sus espejos y todo, preguntó de quién era ese y, le dijeron: ‘Comandante, de aquel muchacho que está parado ahí’, entonces le dio la mano a Maximino Delgado Carmona (El Nene) y lo felicitó por lo bien cuidado que estaba el equipo”.
Entre los años 1969 y 1970 llegaron a la zona más de 500 tractores SAMEX, de procedencia italiana, una inyección de maquinaria que fue un éxito, a pesar de que no había todo el conocimiento para la explotación, pero propició el desarrollo, rememora Amado Reyes Padrón, uno de esos espirituanos que arrimaron la vida al cultivo.
“En estos lugares había poco personal, por eso fue determinante el papel de Arnaldo Milián, que movilizó operadores de las seis regiones de Las Villas para echar a andar aquel lote de equipos.
“Estaban las proyecciones de Fidel, los tractores, la tierra, los recursos, pero faltaban los operadores. La necesidad obligó a traer gente que vino a aprender a la arrocera —aclara Amado Reyes—, porque cualquier operador no fanguea. Después, a raíz de que surge el poblado de La Sierpe y llega una importante migración de la zona oriental, es que la fuerza de trabajo de la arrocera coge un equilibrio y se acaban las grandes movilizaciones”.
VERDADEROS ARROCEROS
El reto que planteó Fidel a los iniciadores del programa fue bien preciso, revela Miguel Rodríguez Mayea: “Tenemos que llegar a dominar el cultivo en las condiciones de nuestro clima y que un día podamos llamarnos, a partir de los resultados y la eficiencia, verdaderos arroceros”.
Bajo tales premisas caminó también el programa en el sur espirituano, a donde llegó Fidel varias veces y, dicen que lo mismo desplegaba un mapa en el capó del yipe, que entraba a un campo a contar los granos de una espiga para calcular el rendimiento.
Miguel Socorro Quesada, uno de los estudiantes de la carrera de Agronomía de la Universidad Central Las Villas, que entre 1967 y 1968 comenzó las investigaciones del cultivo en la zona norte de la antigua provincia, recuerda las vivencias.
”Fidel se interesaba mucho por las nuevas variedades que estudiábamos y, cuando aquella orientación de multiplicar la semilla en El Cedro, en una gran movilización de un día se sembraron 10 caballerías, granito a granito, separados 10 centímetros, con la semilla restante se sembraron en el mismo lugar otras 20 utilizando la aviación”.
Entre febrero y marzo de 1969 recibimos tres visitas de Fidel en esa área experimental de la costa norte, añade Socorro Quesada. “Un día cuestionó que por qué estábamos sembrando arroz allí y nos comentó que hablaría con el Comandante Faustino Pérez para que fuéramos a trabajar a Sur del Jíbaro de forma permanente.
“En octubre del 1969 comenzamos en la arrocera, en El Cedro; allí el grupo se incrementó con varios ingenieros y técnicos de nivel medio, lo que permitió ampliar el espectro de trabajo en otras investigaciones de este cultivo. A partir de 1973 se empezaron las instalaciones de la Estación Experimental del Arroz que existe en La Sierpe”.
Con el paso de los años el inicialmente llamado plan Sancti Spíritus se transformó —según Rodríguez Mayea— en una de las mayores plazas arroceras creadas en la isla y fue donde se logró un mejor nivel de terminación de la concepción del programa creado por Fidel; pese al impacto que deparó el período especial al cultivo, la infraestructura existe y ya una parte se ha recuperado, subraya.
En la llanura de La Sierpe surgieron verdaderos arroceros, aquellos que ataron su juventud a las terrazas; mecánicos con el calibre de Dámaso Román Madrigal, que gastó las uñas “quitando el fango a los tractores”; operadores de la estatura de Jorge Luis Venegas Subiaurre, capaz de rechazar un curso para la antigua Unión Soviética “porque en mi cabeza no cabía separarme del arroz”.
“Esto empezó prácticamente de la nada —manifiesta Amado Reyes—, pero se vio con perspectivas porque Fidel trazó la línea y hasta La Sierpe es un fruto de aquel proyecto, por eso la empresa se consolidó cuando nació este pueblo, se estableció la fuerza de trabajo, entró mucha gente calificada y se le puso ciencia al arroz. Tuvo razón Fidel, había un área para desarrollar el cultivo, eso explica por qué la arrocera ha sido nuestra casa”.
Nota: Este material forma parte del libro El candil que nos acompaña, actualmente en fase de edición.