Fidel, el vigía del pueblo
El trabajo del periodista es, ciertamente, interesante; te acerca al pueblo y su gente, y así se conocen nuevas historias todos los días, y de cada una de ellas se aprende algo nuevo.
Un día, tras un ciclón devastador, conocí a una mujer que lloraba agradecida porque donde estaba la casa que perdió, otra emergió prontamente, nueva y bonita, erigida por un ejército de personas dispuestas a ayudar.
Otra vez me sorprendió una niña, y luego todos sus amigos se acercaron corriendo, queriendo contarme cada uno su historia.
La niña me contó que su hermanita estaba ingresada en el hospital, y que prácticamente vivía allí. Pero la atienden muy bien, insistió.
En otra ocasión conocí a dos hombres. Uno, un guajiro fornido, cuyas manos habían cortado campos enteros de caña. El otro, un rústico constructor de manos callosas acostumbradas a levantar paredes; un hombre de voz de trueno y palabras escasas.
A ambos los conocí en una donación voluntaria de sangre.
Tanta gente y miles de historias que se unen en una misma idea: todos me hablaron de Fidel.
Y es que Fidel, despierto en su atalaya, sigue siendo para siempre el vigía de su pueblo.