Una estrategia cierta
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Compañeros de la Presidencia;
Queridas compañeras y queridos compañeros:
A fuer de honesto, debo comenzar por repetir aquí lo que les expresé a los compañeros Laureano y Elena, cuando me pidieron que hiciera la intervención de clausura en este Seminario Científico; y lo que les dije fue que no me consideraba economista, ni creía ser tampoco la persona más calificada para hablar sobre el libro del compañero Fidel. La crisis económica y social del mundo, que ha sido precisamente el eje de los debates sostenidos por ustedes desde 9 el pasado lunes.
Ellos en definitiva, como buenos diplomáticos, insistieron en su petición, y es por eso que yo comparezco en la tarde de hoy ante este grupo tan destacado de profesores, investigadores y estudiosos en general de los problemas económicos del mundo de hoy. Lo considero, huelga decirlo, como un gran honor y como un motivo de sincera satisfacción revolucionaria.
Trataré, pues, de cumplir mi deber del mejor modo posible, no a título de economista, sino más bien a título de moncadista, y si ustedes me lo permiten como aprendiz de comunista, tomando en cuenta que ustedes han querido dedicar este evento al trigésimo aniversario del 26 de Julio, y también a los treinta años, que se cumplirán el próximo mes de octubre, del trascendental alegato de Fidel, La Historia me absolverá; y teniendo en consideración, además, que han escogido con acierto a esta gloriosa ciudad de Santiago de Cuba, baluarte de nuestras luchas revolucionarias en todas las épocas, para realizar este importante Seminario.
No es fácil, desde luego, hablarles a ustedes, cuando no hemos tenido la posibilidad de participar directamente en las diferentes sesiones de trabajo, comisiones y mesas redondas de que ha constado el evento.
A cambio de esto, hemos tratado de informarnos, hemos recibido noticias del desarrollo del encuentro, de la calidad de las ponencias presentadas y de las intervenciones realizadas por muchos compañeros, de la utilidad de las discusiones efectuadas, y creemos estar en condiciones de poder afirmar, como lo hacemos, que el evento que hoy aquí concluye ha sido un verdadero éxito y ha alcanzado a plenitud los objetivos que justificaron su convocatoria.
Merecen, por tanto, una calurosa felicitación los organizadores del Seminario, los compañeros de la Asociación Nacional de Economistas de Cuba, los compañeros del Centro de Investigaciones de Economía Internacional de la Universidad de La Habana, los compañeros del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial, los compañeros de la Facultad de Economía de la Universidad de Oriente, todos los que han tomado parte en la preparación y desarrollo de este evento.
Nos parece necesario destacar, igualmente, el hecho de que la conmemoración de nuestro gran día nacional comprenda ya no sólo el aspecto histórico, no sólo el aspecto productivo, no sólo las importantísimas tareas de la defensa, sino que también, como corresponde a esta época, como corresponde a nuestros crecientes niveles de desarrollo, tenga una vertiente científica, y se lleven a cabo actividades como ésta, y como otras realizadas por diferentes instituciones del país, que sirvan para profundizar nuestro pensamiento político y económico, que impulsen la investigación, y que ayuden además, como en este caso, a que nuestros centros superiores de toda la República se beneficien periódicamente con la experiencia que les da, sin duda, el recibir la visita de especialistas de otras universidades y centros de estudios, y servir como sede de una reunión de esta naturaleza. Creemos que los compañeros de la Universidad de Oriente deben sentirse muy satisfechos, muy estimulados y muy felices, por haberlos reunido a ustedes aquí y por haber contribuido de una manera tan brillante a dar el relieve que merecen a las actividades por el trigésimo aniversario del 26 de Julio.
Este Seminario se propuso, entre sus objetivos, el de indagar el paralelismo entre dos documentos de innegable valor, arraigados, el uno y el otro , en los dos extremos de esta etapa de treinta años que ahora se cierra, y que ha sido, sin duda de ninguna clase, la más fecunda, la más decisiva, la más dinámica y la más trascendental en la secular historia de nuestra Patria.
El primero: la autodefensa de Fidel ante el tribunal que lo juzgó por los sucesos de Santiago de Cuba y Bayamo, el 16 de octubre de 1953; es decir, La Historia me absolverá.
El segundo: el libro que ha dado título y tesis a este Seminario, presentado por el Comandante en Jefe en marzo de este año, ante los Jefes de Estado o de Gobierno del Movimiento de Países No Alineados, al celebrarse en Nueva Delhi la VII Conferencia Cumbre de esta amplia e influyente comunidad de naciones.
El paralelo, a nuestro juicio, es válido, en tanto que permite reflejar el desarrollo, la continuidad y la proyección del pensamiento de Fidel, entregado a la búsqueda de fórmulas viables, audaces y creadoras con las cuales enfrentar problemas sumamente difíciles y complejos, a veces en apariencia irresolubles, que fueron, primero, los de Cuba y su pueblo, y hoy han acabado por ser los de todos los países pobres y oprimidos del mundo, y en términos muy exactos los de toda la humanidad.
Es preciso tomar en cuenta, claro está, la variedad de circunstancias históricas en que aparecen engarzados estos dos documentos, y los diferentes objetivos concretos que los inspiraron.
La Historia me absolverá es el programa avanzado de la liberación nacional de nuestra Patria, y el fundamento de la insurrección armada popular frente a la tiranía.
El libro La crisis económica y social del mundo es un alegato ante los líderes políticos y estadistas en general, muy especialmente los del llamado Tercer Mundo, a fin de alcanzar una conciencia superior sobre la trágica situación a que se enfrenta la humanidad en su conjunto, y en particular los pueblos de los países subdesarrollados, y sentar las bases para el gigantesco esfuerzo de cooperación y de lucha unida, sin el cual no sería posible enfrentar el reto que nos plantean los años futuros.
La Historia me absolverá es un llamado a la revolución, y la proclamación de objetivos, que, si bien no eran todavía socialistas, se apartaban ya por completo de las concepciones del desarrollo capitalista, y cuyo cumplimiento nos llevaría a profundas transformaciones de la sociedad neo colonial, a la lucha abierta frente a las agresiones del imperialismo, y abriría en definitiva nuestro avance ulterior hacia la revolución socialista.
El libro La crisis económica y social del mundo no es, obviamente, un llamado a la revolución y al socialismo. Claro está que la necesidad de cambios urgentes y decisivos se halla latente en el propio contenido de la obra, en las propias realidades que ella describe y denuncia con extraordinaria elocuencia. Pero de lo que se trata aquí es de una estrategia muy amplia, concebida en los términos del Movimiento de Países No Alineados, y que responde por entero a aquellas afirmaciones formuladas por Fidel en su discurso ante la 34a. Asamblea General de las Naciones Unidas, cuando dijo que no había ido allí como profeta de la revolución, ni a pedir o desear que el mundo se convulsionara violentamente, sino a hablar de paz y colaboración entre los pueblos, y a advertir que si no se resolvían en forma pacífica y sabia las injusticias y desigualdades actuales, el futuro sería apocalíptico.
Nosotros, como marxistas, comprendemos que la solución definitiva a los problemas económicos, políticos y sociales que hoy agobian al mundo, sólo será posible, a fin de cuentas, con el triunfo de la revolución y la transformación socialista de la sociedad.
Nosotros, desde luego, recibimos con alegría las noticias sobre los avances del movimiento revolucionario en distintas regiones de la tierra, y nos solidarizamos profundamente con todos los pueblos que luchan por la plena liberación nacional y social.
Pero, al mismo tiempo, entendemos que éste es un proceso necesariamente largo, y que existen, en el momento presente, circunstancias que se ciernen como una amenaza para la propia supervivencia del hombre. Ellas nos exigen una respuesta urgente y la movilización del más vasto conjunto de fuerzas a nivel mundial en favor de la paz, la seguridad internacional, el desarrollo y la colaboración con los países más pobres y atrasados.
Nos amenaza, en primer lugar, el peligro de una guerra nuclear devastadora, que podría significar incluso el fin de la civilización.
Nos golpean agobiantes problemas surgidos del injusto sistema impuesto al Tercer Mundo por las naciones capitalistas industrializadas, que se traducen en un insoportable intercambio desigual, deudas virtualmente impagables, saqueo despiadado, hambre, miseria y atraso crecientes.
Nos conmocionan las consecuencias de la crisis mundial del capitalismo, que descarga su peso más brutal sobre los pueblos que forman la inmensa mayoría de la humanidad.
Nos alarma la fabulosa carrera de armamentos desatada por el imperialismo norteamericano en su afán de conquistar a cualquier precio la supremacía estratégica.
Seríamos irresponsables si, a la vista de semejante panorama, nos limitáramos exclusivamente a impulsar las tareas del movimiento revolucionario y socialista. Seríamos una especie de sectarios sí concibiéramos que en esta lucha que se nos plantea sólo tienen cabida las fuerzas del movimiento comunista, obrero y de liberación nacional. Por el contrario, pensamos que estamos viviendo una hora muy crítica del mundo, en la que se hace indispensable la unidad antimperialista y contra la guerra; concebida en los términos más amplios posibles, y en la que tengan un lugar iodos los gobiernos, fuerzas políticas, sociales y religiosas, las instituciones de la comunidad internacional, todos los demás factores que sean capaces de participar en el esfuerzo por detener la creciente amenaza de un holocausto nuclear y abogar por las justas demandas de los países más pobres y atrasados del planeta. Esta lucha es factor clave de nuestra época, y de su éxito dependerá, sin duda alguna, el avance futuro de muchos pueblos hacia las transformaciones profundas a que ellos aspiran.
Nos parece que es a partir de estas necesarias distinciones que se puede hablar de un paralelo entre los dos documentos estudiados por ustedes.
¿En qué consisten, a nuestro juicio, las similitudes que enlazan a ambos textos?
En primer lugar, como ya apuntábamos, los identifica el espíritu abierto y unitario con que se plantean el esfuerzo por alcanzar los objetivos trazados en una y otra época. El programa del Moncada no excluyó ni discriminó a ninguna fuerza honesta en la tarea de derrocar la tiranía y traer la libertad y la justicia a nuestra patria. Sembró las premisas para la hermandad que hoy existe entre todos los revolucionarios cubanos, representada en nuestro Partido de vanguardia y en ía dirección de Fidel. De la misma forma, el informe de nuestro Comandante en Jefe a la VII Cumbre de los No Alineados, no excluye a ninguna fuerza en la batalla por la paz y por el desarrollo, ofreciéndoles un programa que pueden suscribir los más diversos factores comprendidos en ella o susceptibles de ser incorporados a este inaplazable empeño.
En segundo lugar, tanto uno como otro documento tienen la virtud de analizar con profundidad y rigor las realidades económicas y sociales de países subdesarrollados, cumpliendo los requisitos exigidos por Lenin para el pensamiento dialéctico, al reclamar que todo hecho fuera analizado en sus condiciones históricas concretas, en su interrelación múltiple y como parte de un proceso de cambio.
En tercer lugar, tanto La Historia me absolverá como la obra La crisis económica y social del mundo colocan en el centro de su atención a los pueblos, considerándolos como protagonistas y artífices de su propia historia.
En cuarto lugar, y esto es quizás lo más importante, ambos documentos conducen por lógica a una misma conclusión: no podemos cruzarnos de brazos, no podemos abandonarnos a la espontaneidad, no podemos permanecer pasivos. Lo mismo en la Cuba de hace 30 años, frente a la tiranía sangrienta, que en el mundo de hoy, frente a los desmanes del imperialismo, sólo hay una salida a la altura de la talla moral e intelectual del hombre: luchar.
Claro está que los hombres no pueden modelar la historia por su simple y única voluntad. La historia, como todos sabemos, transcurre bajo la acción de leyes objetivas que no podemos desconocer y a las cuales debemos ajustar nuestra acción. Pero el curso de los acontecimientos históricos no es tampoco ajeno a la acción de los hombres, se retrasa o se acelera en la medida en que los pueblos y sus dirigentes resultan capaces de interpretar la realidad, asimilar los problemas que se le plantean y guiar su actividad por las concepciones estratégicas y tácticas más acertadas. La importancia de este factor consciente se incrementa día a día en nuestra época. Una vez dadas las condiciones objetivas esenciales, se tornan decisivas la voluntad de lucha, la decisión y la valentía de los hombres. Como dijo Fidel: sin lucha no hay revolución; sin la lucha tenaz y consecuente de los pueblos y su vanguardia revolucionaria, no hay cambios sociales posibles. El marxismo leninismo nos da la teoría; la lucha nos da la victoria.
Este es precisamente el mensaje clave del libro presentado por Fidel al concluir su mandato como Presidente del Movimiento de Países No Alineados.
Se llega a esta conclusión como resultado de un análisis multilateral y profundo sobre la situación de crisis que vive actualmente el mundo.
Esta crisis, que es expresión por una parte de! inexorable carácter cíclico de las economías capitalistas desarrolladas, se nos presenta, como todos hemos estudiado, con rasgos de complejidad, hondura y alcances que la convierten en un fenómeno mucho más serio e impactante que una simple crisis coyuntural.
Ella ha golpeado no sólo a los países capitalistas industrializados, donde se originó y en los cuales ha persistido hasta ahora, cuando apenas comienzan a percibirse los signos de una débil, inestable y aún convincente reanimación, sino también y sobre todo, como analiza Fidel de manera exhaustiva en su libro, a los países subdesarrollados, cuya vulnerabilidad económica, estructuras deformadas y papel que ocupan en el actual sistema de relaciones económicas internacionales, implantadas como consecuencia de siglos de explotación colonial e imperialista, los convierte en víctimas propicias de su más destructivos efectos.
Ni siquiera los países socialistas, a pesar de que su sistema no genera la crisis, pueden verse libres del negativo influjo que ésta les ocasiona por la vía del comercio, las finanzas y demás nexos económicos internacionales.
Como resultado de esta situación los precios de la mayoría de los productos básicos han descendido a niveles inferiores, a los más bajos de todo el período de la postguerra. El deterioro de los términos de intercambio se ha recrudecido con extraordinaria fuerza. Las balanzas de pago en cuenta corriente acusan déficit imponentes de decenas y decenas de miles de millones. El monto de la deuda externa ha crecido hasta cifras estadísticas verdaderamente irreales, y el costo de su servicio se ha tornado absolutamente insostenible. Bajo tales condiciones, las tasas de crecimiento de las economías de los países subdesarrollados, que nunca fueron suficientes, han descendido todavía más y han llegado incluso a cifras negativas. No ha sido pues extraño, que males crónicos del Tercer Mundo tales como los bajos niveles de ingresos y los altos índices de desempleo y subempleo, en una palabra, el ya misérrimo nivel de vida de miles de millones de seres humanos, haya experimentado en estos últimos tiempos lo que ya casi parecía inconcebible, es decir, un empeoramiento aun mayor.
Et proteccionismo de los países capitalistas desarrollados, cuyo incremento ha sido señalado como uno de los principales factores que agravan la desventajosa situación comercial de los países subdesarrollados, ha continuado elevándose día tras día, a despecho de los justos reclamos de los pueblos. El gobierno de Estados Unidos da la tónica directriz de esta actitud egoísta, intransigente y miope de los países imperialistas. Lo puso de relieve con mucha claridad la reciente reunión cumbre de los siete países capitalistas más industrializados, en Williamsburg, Estados Unidos, la que tuvo además el saldo político de que el gobierno imperialista yanqui logró imponer a sus aliados la cohesión en torno al programa de renovación y multiplicación de los armamentos estratégicos en Europa, obteniendo pleno respaldo para su política agresiva y arrastrando en este rumbo también a Japón.
Como otra confirmación más de lo planteado en su libro por Fidel, acabamos de presenciar ahora, tras un mes de inútiles debates, el fracaso de la VI Conferencia de Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), en la que los países subdesarrollados habían depositado las esperanzas de buscar alivio a algunos de sus más angustiosos problemas en las esferas del comercio, los productos básicos, los aspectos monetarios y financieros, y otros. Allí, en Belgrado, las demandas y aspiraciones del conjunto de los países subdesarrollados tropezaron una vez más con la posición inflexible y prepotente de Estados Unidos, que canceló toda posibilidad de un diálogo constructivo.
En su obra, el compañero Fidel nos presenta la situación que vive la economía capitalista mundial, y particularmente la de los países del Tercer Mundo, en los términos reales de una crisis generalizada que se extiende y penetra en todos los campos de la actividad humana, tales como la alimentación, la vivienda, la salud y la educación, los problemas de la energía, e incluso las relaciones del hombre con la naturaleza, que, como bien sabemos, no sólo se ha tornado crítica en los países altamente industrializados, como producto típico del desarrollo capitalista, sino que también ha dado origen a alarmantes fenómenos de destrucción y empobrecimiento del medio natural en los países más atrasados, como consecuencia esta vez de la agricultura primitiva y la lucha por la supervivencia de enormes masas de seres humanos, es decir, como resultado del subdesarrollo.
Pero lo que hace aun más explosiva y preocupante la actual situación, es que no se trata únicamente de una gravísima crisis económica, no se trata tan sólo de una crisis de las estructuras neocoloniales impuestas por el imperialismo a partir de la Segunda Guerra Mundial, sino además, que estos factores aparecen íntimamente entrelazados con la aparición en Estados Unidos y algunos de sus principales aliados de plataformas políticas de signo ultrarreaccionario, caracterizadas por su brutal arrogancia, su manifiesta belicosidad y su agresivo intervencionismo.
Nos hallamos, en fin, en medio de una crisis económica que se desenvuelve a la par con una peligrosa situación de tensiones políticas internacionales, que han hecho aproximarse como nunca antes en las últimas décadas el peligro cierto de una catástrofe nuclear.
El gobierno de Estados Unidos, actuando como líder del mundo capitalista, se ha planteado el objetivo de imponer la hegemonía norteamericana en todos los terrenos, comenzando, como es lógico, por el militar.
La puesta en práctica de esa política ha provocado una agudización extrema en la situación internacional. Ello se refleja en la paralización del proceso de distensión; la confrontación descarnada del imperialismo con el socialismo y las fuerzas revolucionarias; un peligroso incremento de la carrera armamentista y el bloqueo de todas las negociaciones de desarme; la agudización de focos de conflicto regionales y la manifiesta poca disposición de los gobernantes norteamericanos para negociar y buscar alivio a las tensiones.
La conjunción de esta verdadera cruzada contrarrevolucionaria del imperialismo y los efectos de la crisis económica mundial, plantea objetivamente un reto a las fuerzas revolucionarias —que necesariamente deben tomar en cuenta esta peligrosa coyuntura— y dificulta el desarrollo de los procesos revolucionarios y progresistas ya en el poder. Los países socialistas, primer, objetivo de esta contraofensiva, se han visto forzados a poner en práctica un conjunto de medidas políticas y económicas y sobre todo incrementar su poderío militar, con vistas a impedir un cambio estratégico en la actual correlación mundial de fuerzas. La instalación de los cohetes de alcance medio en Europa caldeará aun más la ya explosiva situación y —como han declarado los dirigentes soviéticos— obligará al socialismo a adoptar las contramedidas oportunas.
En lo que respecta a América Latina y el Caribe, todos somos testigos del propósito de Estados Unidos de destruir a la revolución sandinista en Nicaragua, imponer una solución militar al conflicto de El Salvador, ahogar en sangre la lucha patriótica de Guatemala, desestabilizar a Granada y ejercer una recrudecida política de bloqueo económico, presiones y amenazas de todo tipo contra Cuba.
El gobierno de Reagan mantiene una línea de apoyo desembozado a todos los regímenes tiránicos, fascistas y represivos del continente, y no ha vacilado en aplicar medidas proteccionistas y lesivas a los intereses económicos de los países latinoamericanos, siguiendo un rumbo prepotente y de mano dura, trazado ya desde los días de la campaña electoral de la actual administración, que apenas ha intentado matizar con el ridículo proyecto del llamado "mini-plan Marshall” para algunos países de la cuenca del Caribe.
A la luz de estas realidades políticas y económicas, se destaca en toda su significación el análisis elaborado por Fidel en su libro La crisis económica y social del mundo.
Se destaca en este panorama la situación de América Latina, a la que ustedes han dedicado especial atención en este Seminario.
Nada puede ser más elocuente que el contraste que surge al comparar, al cabo de 30 años del Moncada , las realidades de nuestra Cuba revolucionaria y socialista, a la de aquellos países de América Latina que aún permanecen sometidos a la dominación neocolonial yanqui.
Bajo el imperialismo y las oligarquías, las reformas, los cambios sectoriales operados a través del proceso transnacionalizado del redespliegue industrial y la sustitución subsidiaria de importaciones, sólo han logrado que la economía latinoamericana muestre, en el momento actual, un mayor atraso relativo, dependencia y estancamiento que hace treinta años.
Si entonces había algunos que abrigaban esperanzas de lograr un desarrollo capitalista, son pocos hoy los que mantienen honestamente tales ilusiones. La frustración y la desesperación han sustituido a las falaces fórmulas engendradas por las oligarquías nacionales y el capital monopolista extranjero. Los problemas de ayer se han multiplicado.
En los inicios de la década del sesenta, al evaluar la economía de América Latina en la postguerra, la CEPAL diagnosticaba lo siguiente:
En el orden interno se presentan como escollos fundamentales para el desarrollo, determinados aspectos de la estructura económico-social que se relacionan en particular con la distribución de la propiedad y del ingreso, el régimen de tenencia de la tierra, la existencia de prácticas restrictivas y monopólicas en la producción y el nivel de educación o instrucción de la población y de la fuerza de trabajo en particular. A ello debe agregarse, en materia más estrictamente económica, el bajo nivel de ahorro, la insuficiencia de los recursos del sector público y el proceso inflacionario. En el orden externo debieran mencionarse en forma específica el insuficiente crecimiento de las exportaciones y el deterioro persistente de la relación de precios de intercambio.
El diagnóstico contemporáneo, expresado recientemente por los Secretarios del SELA y la CEPAL, en evaluación solicitada por el presidente Hurtado del Ecuador, establece un deprimente paralelo con aquel análisis de hace 20 años. Según ellos:
A partir de 1981 cayó fuertemente la actividad económica y en 1982 ella se redujo incluso en términos absolutos, fenómeno que no había ocurrido nunca en los 40 años anteriores. Esta marcada pérdida de dinamismo fue acompañada por una fuerte elevación de las tasas de desocupación abierta y por la ampliación de diversas formas de subempleo. Al mismo tiempo, tendieron a generalizarse los procesos inflacionarios, los cuales alcanzaron una persistencia que habría sido difícil concebir hace apenas unos pocos años. Estos cambios desfavorables en el frente interno estuvieron estrechamente vinculados con otros no menos graves en el sector externo y cuyas manifestaciones más evidentes han sido las severas crisis de balance de pagos, las frecuentes y, en algunos casos, enormes alzas de los tipos de cambio y el drenaje de las reservas internacionales.
A la América Latina actual se ajustan los problemas socioeconómicos fundamentales señalados por Fidel en relación con Cuba en La Historia me absolverá: “El problema de la tierra, el problema de la vivienda, el problema del desempleo, el problema de la educación y el problema de la salud del pueblo."
Treinta años de sometimiento al dominio comercial, productivo y financiero del imperialismo, treinta años esperando los supuestos efectos dinámicos de las empresas transnacionales, del financiamiento del BIRF y del Fondo Monetario Internacional han llevado a este decepcionante presente, donde a los males y penurias anteriores se ha añadido un endeudamiento externo agobiante que ha provocado que las nuevas generaciones de latinoamericanos surjan con un futuro hipotecado a largo plazo.
A mediados de la década de los cincuenta, el endeudamiento por habitante en América Latina era de 20 dólares como promedio. En 1982, a cada persona en la región le correspondía una deuda al exterior, en gran parte a bancos privados, de más de mil dólares, sin que por otra parte se hayan creado las bases que les aseguren a los latinoamericanos la educación, el empleo, la salud y, sobre todo, la dignidad de hombre libres de la explotación personal y nacional.
Quienquiera que analice estas dramáticas circunstancias de hoy en nuestro continente, y vislumbre las perspectivas de las próximas décadas, cuando la población latinoamericana se elevará, de 325 millones de personas en 1975, a 637 millones en el año 2 000, sin respuestas previsibles a lo que esto significará en materias de alimentación, empleo, vivienda, educación, salud y demás renglones, llegará a la conclusión de que no hay alternativa a los cambios revolucionarios a que aspiran los pueblos de esta región.
Reagan, en su ignorancia atroz, en su ideología retrógrada, podrá decir que los movimientos de liberación de los pueblos latinoamericanos son producto de la llamada confrontación este-oeste, podrá afirmar que ellos obedecen a una supuesta intervención soviética y cubana.
La cierto es que en América Latina y el Caribe hay revolución, y habrá revolución, porque existe injusticia y porque ¡os pueblos no están dispuestos a soportar por más tiempo la miseria creciente, la opresión y el terror.
Frente a estas realidades y, a pesar de que en parte algunos de los efectos externos derivados de la crisis le afectan, y se encuentra adicionalmente sometida al bloqueo criminal y a las agresiones del imperialismo norteamericano, la economía cubana ha logrado no sólo sobrevivir sino superar aquellos problemas básicos, enrumbarse definidamente en el camino del desarrollo económico y aun constituirse en fuente de una cooperación económica y técnica hacia otros países subdesarrollados en la medida de sus posibilidades.
Tal como señalara Fidel en su intervención en la VII Cumbre del Movimiento de Países No Alineados, nuestro país, con recursos modestos pero con profundo sentido de justicia social, ha dignificado como nunca antes al hombre y atendido sus necesidades de educación, salud, cultura, empleo y bienestar, al tiempo que se mantiene invariablemente fiel al movimiento revolucionario, al principio de la solidaridad entre los pueblos, a la lucha decidida y firme contra el colonialismo, el neocolonialismo, el fascismo y el racismo y ha sabido ejercitar una inconmovible política de cooperación con los países del Tercer Mundo, llegando incluso hasta derramar su sangre por las justas causas de otros pueblos.
Cuba, con abnegación, con la consciente laboriosidad de su pueblo, asentada en una sociedad sin explotadores ni explotados, liberada del dominio imperialista y con una firme y solidaria postura frente a las agresiones externas, puede mostrar hoy el digno contraste surgido de la lucha que se inició junto a los muros del Cuartel Moncada , hace tres décadas.
Queridos compañeros:
Hace 30 años, en su autodefensa, el compañero Fidel pronunció aquellas históricas palabras: "Condenadme, no importa, ¡la historia me absolverá!"
Ahora, en su libro La crisis económica y social del mundo, Fidel ha dado al Tercer Mundo y a toda la humanidad progresista, una estrategia cierta para enfrentar el más formidable desafío que alguna vez haya tenido que aceptar el hombre.
Luchar sin descanso por la paz, por el mejoramiento de las relaciones internacionales, por detener la carrera armamentista y exigir que una parte considerable de esos fondos, sean dedicados al desarrollo.
Luchar por la solución de los agobiantes problemas económicos y sociales que hoy abaten a los países subdesarrollados.
Luchar por el desarrollo, con una verdadera colaboración internacional, para vencer el hambre, el desempleo, la insalubridad y la incultura.
Luchar por una industrialización que responda efectivamente a los intereses de los pueblos, y no al afán de ganancia y explotación de las empresas transnacionales.
Luchar resueltamente por una solución estable y definitiva de las necesidades energéticas del Tercer Mundo.
Luchar por un sólido y coherente movimiento de cooperación entre los propios países subdesarrollados, es decir, la llamada cooperación sur-sur.
Luchar por el rescate y aplicación de los aspectos más positivos del programa del Nuevo Orden Económico Internacional.
Luchar por llevar a la conciencia de todos los Estados del Tercer Mundo la necesidad de promover cambios estructurales internos, indispensables para superar el atraso y atender las necesidades vitales de la población.
Luchar por elevar el prestigio, la autoridad y el papel de la Organización de Naciones Unidas.
Luchar tesoneramente por la unidad más estrecha del Movimiento de Países No Alineados, sin permitir que nada ni nadie pueda dividir y frenar la influyente acción de esta poderosa comunidad de naciones.
Ahora, al cumplirse el trigésimo aniversario del 26 de Julio, este programa aparece ante nuestra vista como una continuación de la lucha emprendida en el Moncada. Ayer era la batalla contra la tiranía; hoy es la batalla por la paz y contra el subdesarrollo y el imperialismo que lo genera. Ayer era la lucha por el derecho a la libertad, el bienestar y la felicidad de nuestro pueblo; hoy es la lucha por la libertad, el bienestar y la felicidad de todos los pueblos del mundo. Ayer queríamos llevar la paz a nuestra Patria enlutada; hoy queremos contribuir a la consecusión de llevar una paz justa y digna a todos los confines de la tierra. Ayer éramos un pequeño grupo de hombres pugnando por levantar la conciencia y el patriotismo del pueblo cubano; hoy somos una nación en pie de lucha que irradia su modesto ejemplo y su mensaje a todos los pueblos hermanos. Esos son los frutos de estos treinta años de lucha y de victoria. Ya no se trata de confiar en la absolución de la Historia; la Historia le ha dado la razón a Fidel. Y los años venideros, estamos seguros, por más difíciles y peligrosos que ellos puedan ser, confirmarán sin duda que sólo por este camino, sólo con nuestra lucha serena, decidida y valiente, sólo con nuestra disposición de morir antes que claudicar en los principios, podremos legar a las futuras generaciones de cubanos un mañana de paz, independencia, seguridad y justicia.
Muchas gracias.