Hace 55 años: La entrada de Fidel en La Habana
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Las puertas de las bodegas, restaurantes, cafés, tiendas, bancos, instituciones económicas, ministerios y otras muchas dependencias amanecieron cerradas en La Habana el jueves 8 de enero de 1959. La venta de bebidas alcohólicas quedó prohibida. Las principales calles se engalanaron colocando banderas cubanas y del 26 de Julio en dependencias estatales, en comercios y viviendas. Así se dispuso para que todo el pueblo pudiese dar una calurosa y hermosa bienvenida a Fidel Castro y los barbudos de la Sierra Maestra.
Siete días tardó Fidel Castro, luego del Primero de Enero, en llegar a La Habana. Salió de Santiago de Cuba el 2 y entró en la capital del país el 8. Encima de tanques y otros equipos blindados del Ejército de Batista, acompañado por mil combatientes rebeldes, incluidos los integrantes de la Columna Uno José Martí de la Sierra Maestra y también por alrededor de unos dos mil soldados del ejército vencido, Fidel encabezó la Marcha de la Libertad, la Caravana de la Victoria o la Caravana de la Libertad como la llamaron indistintamente en aquellos días los periódicos. En definitiva, Caravana de la Libertad es el nombre que ha quedado registrado para identificar ese acontecimiento.
En esos días, en cada ciudad y en cada pueblo por donde avanzaba la caravana, multitudes gigantescas dieron su saludo a Fidel, que calificó aquello de “un baño de multitudes, un baño de pueblo”. Todo el pueblo quería ver a Fidel y a los combatientes que habían dado la libertad a Cuba. Lo recibían enarbolando banderas cubanas y del 26 de Julio, lanzando flores sobre los tanques, jeeps y camiones, y gritando sin cesar ¡Fidel! ¡Fidel! ¡Fidel! En cada lugar la caravana hacía un alto y Fidel aprovechaba la oportunidad para decir al pueblo que únicamente habíamos conquistado el derecho a comenzar y les hablaba del futuro y de los sueños de la Revolución para mejorar la vida del pueblo y llevarle bienestar y felicidad en una nueva Cuba.
Recuerdo que el capitán Jorge Enrique Mendoza contaba que cuando llegó a El Cotorro, Fidel se reunió con los que trabajaron en la Radio Rebelde, entre ellos el propio Mendoza, Orestes Valera y Ricardo Martínez, y les encomendó una misión que para ellos resultó sorprendente pues no tenía que ver con la función que habían tenido en la Sierra Maestra. Dirigirse al campamento militar de Columbia, donde se efectuaría la concentración popular del pueblo habanero, y cuidar que a los micrófonos no se acercase nadie que el Movimiento 26 de Julio había decidido que fueran los oradores. Había noticias de que viejas figuras de la politiquería criolla estaban planeando hablar en ese acto. Y, efectivamente, ese día llegaron al campamento de Columbia el ex presidente Carlos Prío Socarrás y Tony Varona, ambos del Partido Auténtico, a quienes por supuesto se les permitió asistir a la concentración y ocupar un lugar en la presidencia, pero no estar entre los oradores. Ya el politiquero Tony Varona había enseñado de lo que era capaz cuando, en pose de libertador, intentó asumir la guarnición militar de Camagüey, lo que se lo impidieron las fuerzas del 26 de Julio.
Sobre su entrada en La Habana, el periódico El Crisol escribió: “Todos los sonidos de la ciudad se unieron al vocerío de las muchedumbres: las sirenas de los barcos, las campanas de las iglesias, las bocinas de los autos, los silbatos de las fábricas. Se escucharon las salvas de 21 cañonazos disparados por dos fragatas de la Marina de Guerra…La garganta del pueblo enroquecía en un grito: ¡Viva Fidel! ¡Viva Cuba Libre! ¡Viva la Revolución!”
Antes de enfilar rumbo a Columbia, la caravana se detuvo primero en el edificio de la Marina de Guerra y, luego de saludar a su oficialidad, se dirigió hacia el muelle cercano y subió nuevamente al histórico yate Granma, 767 días después de su desembarco en Las Coloradas.
“Me siento orgulloso de poder estar con ustedes en estos momentos y junto a los marinos –les dijo Fidel--, pues con el desembarco del Granma comenzó, para suerte de Cuba, la insurrección que acaba de obtener la victoria y abrir el camino a la Revolución…”
En Palacio, a donde llegó a las 3 y 50 de la tarde, saludó al presidente provisional Manuel Urrutia. Cuando iba a salir, una gigantesca multitud en la Avenida de las Misiones hacía casi infranqueable el retorno de Fidel a los vehículos de la caravana que esperaban para la continuación de la marcha. Alguien comentó a Fidel que iban a necesitar miles de soldados rebeldes armados para abrir el paso. Y Fidel dijo: No hace falta ningún soldado ni ninguna arma, yo pediré al pueblo que abra una larga fila y voy a atravesar solo por esa senda…Y así ocurrió. Quien esto les cuenta vio en una transmisión de la televisión a esa multitud abrir paso para que Fidel pasase y pudiese llegar hasta el jeep que lo aguardaba en la avenida… Esa imagen jamás se me ha borrado de la mente.
La caravana continuó su recorrido triunfal por el Malecón habanero, la calle 23 y la Avenida de Columbia (hoy calle 31) con rumbo al campamento militar. Las crónicas de los periódicos señalan que también debió hacer numerosas paradas, pues la multitud se le encimaba para saludarlo y rendirle sincero homenaje.
COLUMBIA ES DEL PUEBLO
Cumpliendo una orden de Fidel, el comandante Camilo Cienfuegos entró en el campamento militar de Columbia apenas llegó a La Habana. Fue el primer jefe del Ejército Rebelde que lo hizo. Y ocupó ese bastión militar sin disparar un tiro. Un periodista del periódico La Tarde, que tuvo corta vida, contó que Camilo dio un paseo por los jardines de la residencia que fuera de Batista y se dirigió a una jaula donde había varios pájaros, abrió de par en par sus puertas, y dijo: “Desde este momento hasta los pájaros tienen libertad en Cuba”.
El 8 de enero Camilo fue al Cotorro a recibir a Fidel, y se incorporó a la caravana de la libertad. A partir de ahí todo el tiempo permaneció junto al líder de la Revolución. Testimonio de ello son las históricas fotos y películas de aquel día. Y la más significativa: a su lado en la tribuna de Columbia, mientras Fidel hablaba al pueblo, y tres palomas blancas, una de ellas sobre el hombro de Fidel, y dos en el pasamano de la glorieta. ¿Quién no recuerda aquel momento en que Fidel se inclina hacia Camilo, y le susurra: “Voy bien, Camilo”?
De todos los preparativos para la concentración en ese campamento militar se encargó Camilo. Dispuso que el pueblo entrase por la posta 3, situada frente al obelisco en memoria de Carlos J. Finlay, y que lo hicieran ordenadamente, de cinco en cinco. Que no entrase al polígono ningún vehículo, a excepción de los de los medios de comunicación. Que se colocase una mesa frente a la tribuna para que la prensa pudiese reportar el acontecimiento. Y en esta mesa también tomó asiento un equipo de taquígrafos que había estado al servicio del Estado Mayor del Ejército de Batista, encabezado por el primer teniente Rafael Usatorres. Que al fondo de la tribuna presidencial se colocasen las banderas de las 21 repúblicas americanas y la del 26 de Julio.
Fidel llegó a Columbia pasadas las 8 de la noche. Casi tres cuartos de hora le llevó trasladarse hasta la tribuna, pues el pueblo se le encimaba, lo abrazaba y lo vitoreaba y no lo dejaba avanzar. Al llegar a la tribuna, saludó al presidente Urrutia y a los miembros de su gabinete, así como al cuerpo diplomático.
El acto se inició con las notas del Himno Nacional cantado por la multitud. Antes de que Fidel hablase, hubo dos oradores: Juan Nuiry, recientemente fallecido, y Luis Orlando Rodríguez. Ambos estuvieron en la Sierra Maestra.
Juan Nuiry, destacado dirigente de la FEU, comenzó diciendo: “Cuba es territorio libre, por la voluntad de sus hombres, de sus mujeres, de los niños, que prefirieron vivir de pie y morir por la libertad”. Recordó la figura de José Antonio Echeverría y las luchas de los estudiantes de la Universidad de La Habana para combatir la dictadura de Batista, y al final de su breve discurso hizo referencia a una respuesta que dio en cierta ocasión a un periodista que le preguntó ¿con quién piensan ustedes ganarle la guerra a Batista?, y le dije: con la vergüenza de los cubanos, y vamos a ganar la paz con esa misma vergüenza.
El comandante Luis Orlando Rodríguez, uno de los fundadores de la Radio Rebelde, con un largo historial revolucionario de luchas contra Machado y Batista, quien había dirigido el periódico La Calle, clausurado por Batista tras los sucesos del Moncada, también escaló la tribuna, y ante el micrófono dijo:
“Abogaremos por la creación de tribunales que juzguen y condenen a todos los que asesinaron y a todos los que malversaron el Tesoro Nacional…” Llamó a todo el que haya luchado contra la tiranía a trabajar ahora por la paz y por el porvenir de la patria. Y, finalmente, dijo que tenía fe “en el insigne líder, doctor Fidel Castro, que será el hombre con capacidad y prestigio para encauzar los destinos de la patria”.
El último orador fue Fidel Castro. Y, en la parte inicial de su discurso, dijo algo en que la historia de los últimos 50 años le ha dado toda la razón. “…este es un momento decisivo de nuestra historia. La tiranía ha sido derrocada. La alegría es inmensa. Sin embargo, queda mucho por hacer todavía. No nos engañemos creyendo que en lo adelante todo será fácil, quizás en lo adelante todo será más difícil. Decir la verdad es el primer deber de todo revolucionario, engañar al pueblo despertándole engañosas ilusiones, siempre traería las peores consecuencias y estimo que hay que alertarlo contra el exceso de optimismo”.
A la medianoche, concluido el acto, Fidel rehusó quedarse a dormir en Columbia. Se fue para la Habana Vieja, y en un viejo hotel de la calle Monserrate, donde acudía en sus días de estudiantes, pernoctó. Al menos, así lo publicó la prensa de la época.