AMPLITUD ECUMÉNICA
El sentido antimperialista de toda la gesta de Fidel lo sitúa en el centro de la historia contemporánea, en la que han venido a acumularse y definirse, como única batalla decisiva, los milenarios movimientos de opresión, frente a los imperativos de una eticidad social de la que cada vez depende más, material y espiritualmente, la supervivencia de la especie humana.
Los principios marxistas que libremente asumió en su juventud, especialmente los que fundamentaron un desmontaje científico del capitalismo, al injertarlos en la cepa del pensamiento martiano, que de entrada, no obstante reparos metodológicos y distancias filosóficas, reconoció el humanismo de aquella toma radical de partido “con los pobres de la tierra” -acontecimiento político-espiritual preparado por la generación de Mella y de Rubén-, le han permitido a Fidel una argumentación de amplitud latinoamericana que en la práctica ha llegado a ser ecuménica.
La conjunción que siempre ha buscado entre el análisis y la acción, entre la intransigencia y la lucidez, tocando el borde de las posibilidades reales de los factores objetivos y subjetivos en la lucha contra un enemigo tan desproporcionado, después de innumerables pruebas, lo ha llevado a una especie de equilibrio en que previsión y rebeldía se equivalen.
Así está demostrando que lo único prudente es rebelarse contra todo fatalismo histórico. Llegado a este punto, y más allá de cualquier recuento de aciertos y errores, se ha convertido, predicando con el ejemplo de la independencia y la resistencia del pueblo cubano, en mensaje de esperanza, aliento combativo e impresionante convicción de una victoria planetaria.