El triunfo es seguro
Desde que conocí a Fidel, tras el desembarco del yate Granma, supe que era una personalidad, un hombre de principios extraordinarios. Lo encontré el 12 de diciembre de 1956 y junto a él estaban los expedicionarios Universo Sánchez y Faustino Pérez. Solo tenían dos fusiles. Uno lo llevaba Fidel con una canana y el otro estaba en manos de Universo, sin balas. En medio de aquella situación en que se jugaba la vida, Fidel tenía una actitud de triunfo, parecía que había ganado la guerra. Incluso me preguntó: «¿Los campesinos tienen escopetas?». «Sí», le dije, y él me insistió: «¿Tú crees que podamos recogerlas?». «Perfectamente», contesté. Y al final de aquella conversación me dijo: «Sabes que si hacemos las cosas bien ganamos la guerra». Yo lo miré y pensé: «Este está loco pa´l carajo, porque con esas escopetas no vamos a ganar nada». Unos días después Raúl se reencontró con Fidel. Raúl llegó con
cinco fusiles y dos que tenía Fidel sumaron siete. Entonces le dijo a su hermano menor: «Ahora sí ganamos la guerra». Aquellos eran siete fusiles mexicanos que apenas servían, con muy pocas balas, contra 100 000 que le habían entregado los norteamericanos al gobierno de Batista, modernos todos.
Pero la inteligencia de Fidel era tan grande que dijo eso porque había llegado su hermano querido, quien lo acompañó en el Moncada, la prisión, el exilio, que vino con él en la expedición del Granma y, en la dispersión, luego del desembarco, se había perdido.
Cuando lo vio se había reencontrado con quien tenía la posibilidad de compartir todas las ideas y estrategias para el futuro. Era su hermano, su hombre de confianza, quien le había demostrado una fidelidad tremenda. Y eso fue lo que quiso decir Fidel: «Ahora sí hemos ganado la guerra, porque llegó Raúl».
Por esos días en que estoy ayudando a Fidel y los que sobrevivieron al desembarco, fui a ver a mi familia y, mi mamá, quien sabía de mis inclinaciones, me preguntó:
—¿Qué tú vas a hacer?
—Me voy con Fidel —le dije; y entonces me alertó:
—Fíjate, ya tú has sacado a más de 20 hombres y todos van para la ciudad. Fidel se va a ir también, y te van a dejar solo en la montaña. Tú no dominas la ciudad.
—Mira mamá, yo creo en Fidel, ahora él necesita la ayuda. Es el momento de dársela, y me voy con él. Si se van todos para la ciudad, me quedaré guardado en medio del bosque, pero Fidel no se va, él se queda en la montaña, y el triunfo es seguro.