En los momentos más difíciles, Fidel detiene el Granma. “¡De aquí no nos vamos, hay que encontrarlo!”
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"Los tiempos difíciles son los tiempos difíciles. En los tiempos difíciles el número de vacilantes aumenta; en los tiempos difíciles —y eso es una ley de la historia— hay quienes se confunden, hay quienes se desalientan, hay quienes se acobardan, hay quienes se reblandecen, hay quienes traicionan, hay quienes desertan. Eso pasa en todas las épocas y en todas las revoluciones. Pero también en los tiempos difíciles es cuando realmente se prueban los hombres y las mujeres; en los tiempos difíciles es cuando se prueban, realmente, los que valen algo. Los tiempos difíciles son la mejor medida de cada cual”, aseguraba quien precisamente, en los momentos más complicados, demostró con creces su valía.
Riesgoso y largo viaje desde Tuxpan (México), hacia la costa sur del Oriente cubano, en un yate con capacidad para ocho tripulantes, pero en el que venían 82 expedicionarios. Además de la llovizna y el frío que los despide en la madrugada del 25 de noviembre de 1956, nuevos e inesperados obstáculos. El levantamiento del día 30 en Santiago de Cuba, en apoyo al desembarco, ha sucedido antes del arribo por el atraso del Granma. En la tarde del día siguiente, al norte de Gran Caimán, advierten un helicóptero, toman medidas, pero la nave sigue su viaje; parece un vuelo de rutina. El mar se pone cada vez más embravecido. La debilidad, el cansancio físico y el hambre de seis días de travesía. La ansiedad, inmensa…
"Ahora, en la noche, el sonido de las olas es más impresionante. Hace frío. Se han acabado los cigarros, ya no hay qué fumar. Se rastrea por los rincones y los bultos en busca de algún cigarro o tabaco, pero no se encuentra nada. Vamos más apretados, pues por el tiempo que está haciendo todos tenemos que ir dentro. Fidel, el Capitán y el timonel revisan el mapa. El Capitán orienta que alguien vea si descubre el resplandor del faro de Cabo Cruz. Ya antes lo había intentado otro, pero como hay tanto oleaje, se hace difícil la observación. Roque dice que él va a ver. Sube al techo. El yate da un bandazo, se escucha crujir un palo y gritan:
-¡Hombre al agua! ¡Que unos miren por un lado y otros por otro!
Se ordena una movilización visual hacia el mar.
-¡Una soga! ¡Una soga! ¡Vean si hay salvavidas!
Solo aparece la soga, la trae Smith en la mano. Muchacho ágil, fuerte y trabado. Disminuye la velocidad el yate. Van pasando los minutos. Hay angustia, tensión y preocupación en los rostros. Gritan:
-¡Roooqueee! iRoooqueee!
Nada. Parece que el oscuro y agitado mar se lo ha tragado, mientras sube y baja el yate, y a veces parece que las olas le cruzan por arriba. Cuando el momento es más crítico, Fidel dice:
-¡De aquí no nos vamos, hay que encontrarlo!
Eso nos llena de alegría a todos. Dicho así, detener la empresa que nos lleva a Cuba, hasta encontrar al compañero. Pensamos en la grandeza de aquel jefe que es capaz de arriesgarlo todo por un combatiente. En esta empresa no habrá jamás abandonados, no habrá jamás olvidados.
Vuelven a gritar:
-iRoooqueee! iRoooqueee!
De aquel mar bravío surge una voz apagada:
-iAquí! ¡Aquí!
Es una noche sin luna, y alguien grita que enciendan los reflectores. Cuando van a hacerlo están rotos, hay que auxiliarse con linternas, con ellas alumbran.
-¡Ahí está! ¡Ahí está! ¡Lo pasaron de largo! ¡Miren a ver si está atrás o en los lados!
Mientras, todas las miradas, como reflectores, registran, buscan en las aguas del mar. Smith grita:
-¡Aquí! ¡Aquí lo tengo!
Corren a auxiliarlo. El resto aplaudimos, muchos con lágrimas en los ojos. ¡El momento es sublime!
Ya entra, empapado, en pantalón, sin camisa y con escalofríos. Después, recuperadas sus fuerzas con la respiración artificial que le aplicaron, se le oye gritar bajito, con la voz entrecortada:
-¡Viva... Cuba... Libre...! -y con él lo hacemos nosotros.
-¡Pon rumbo al faro! Ordena Fidel al Capitán.
Todos cantamos el Himno Nacional", rememora el Comandante de la Revolución, Juan Almeida Bosque en su libro ¡Atención! ¡Recuento!
***
Tiempos difíciles son los que no faltan en una revolución social, y en la que se tiene al capitalismo por adversario. Pero Fidel, siempre, con la idea clara, el puño en acción, la lealtad inquebrantable a su pueblo, la palabra empeñada. Incluso, cuando actúa en silencio, desde la distancia geográfica que separa continentes y hemisferios. Bien lo sabe Orlando Cardoso Villavicencio, Héroe de la República de Cuba, él como Roberto Roque Núñez, experimentó la alegría de que Fidel detuviera el Granma de su tiempo, para salvarlo.
Pasaban los días, los meses y los años en una cárcel somalí, sin embargo, tan seguro de Fidel. Sufría la soledad, el hambre y otras penurias de la prisión, pero nunca preocupado por su familia, porque confiaba en que el Estado cubano se ocuparía de ella. Solo una duda pesaba en su mente: qué haría Fidel para sacarlo de allí. Entonces, como suele decir él, “empezaba a romancear con la fantasía”. Se acordaba de la travesía del Granma y cómo el líder cuando Roque cayó al agua, detuvo el yate, y hasta que no estuvo a salvo, no continuó el viaje.
“Yo tenía ese sentimentalismo, ese romance de querer que él me rescatara a mí también. Fidel era tan importante en mi vida, que al llegar a Cuba, tenía la duda: ¿detendría mi padre, el Granma por mí? A fin de cuentas, quien me enseñó a ser internacionalista fue él. Y siempre pensé que se iba a ocupar personalmente de mi situación. Ya yo había tenido la experiencia en Angola. Sabía que él se había ocupado de los combatientes que habían participado allí. Pero no veía lo que él había hecho por mí”.
Esperaba la respuesta a su pregunta al llegar a Cuba, pero no la encontró. Fidel era tan modesto, cuenta Villavicencio, que cada vez que se veían, era incapaz de hablar de eso, eran créditos que para él no existían. Y él jamás se atrevió, por respeto, a preguntarle. El día en que el Comandante le encendió la llama eterna a los Héroes de la Patria, se disiparon las dudas.
Ese día estoy ahí. Entre los invitados estaba Gabriel García Márquez. Yo había leído sus libros estando en la prisión, y para mí él era lo máximo. Yo adoraba a ese hombre, lo amaba, no solo por su literatura, sino porque era amigo de Fidel. Soñaba con un día conocerlo. Entonces ese día estaba yo con el General de Ejército, Raúl Castro Ruz y alguien más. Y Raúl le dice: Gabo, ven acá. Mira, te presento un futuro intelectual. En el momento que me voy a parar para darle un abrazo, él me dio la mano y me dijo: Mucho gusto, y salió corriendo. Me dieron ganas de darle un cocotazo. Que dolor me dio eso...
Después él siguió y se reunió con el Comandante. El compañero que está conversando conmigo me dice: Mira para allá, creo que están hablando de ti. Cuando miro, están señalándome. Y de momento, el Gabo viene corriendo en dirección donde yo estoy, da un brinco y se me abraza al cuello. No me digas que tú eres el hombre que estuvo 11 años preso en Somalia. Tú no te imaginas la cantidad de cosas que hizo Fidel por tu libertad. Yo era su mensajero. Ahí ya sentí, por supuesto, como un alivio así graaande, como si un peso muy grande que yo tenía encima de mí se hubiera desmoronado. Y pude ver que sí, que Fidel había parado el yate Granma y me había sacado de la prisión.
***
El Granma es más que el yate en que viajaron los hombres dispuestos a empuñar nuevamente las armas por la libertad de Cuba y ser libres o mártires. Es un símbolo para los revolucionarios y los fidelistas. Por eso, cuando uno de ellos no encuentra la luz en el camino, vuelve su pensamiento a lo sucedido en aquella trágica travesía y encuentra la fe necesaria para creer en lo “imposible”. Entonces sucede el milagro. Sobre el suyo, nos cuenta Gerardo Hernández Nordelo, uno de Los Cinco.
"Muchas personas no confiaban en que al menos algunos de Los Cinco, o tres que teníamos cadena perpetua, y muchos menos yo que tenía dos cadenas perpetuas, pudiéramos regresar a la Patria. Con eso, ni los propios abogados contaban. Abogados americanos que no conocían la historia de nuestro país, y que no conocían a Fidel. Sabían que sí, que a Fidel se le había ocurrido decir Volverán, y asegurar que Volverán. Pero ellos no sabían ni en qué se basaba, ni con qué contaba para eso. Y los abogados eran bastante incrédulos en ese sentido.
Sin embargo, lo dijo Fidel, y eso era suficiente para una buena parte de nuestro pueblo que nos escribía con mucha esperanza y decía: nosotros no sabemos cómo, pero ustedes van a volver porque Fidel lo dijo.
Entonces, cuando en prisión algunos presos, e incluso guardias, solían decirnos que estábamos embarcados, que de una cadena perpetua no se escapaba, y mucho menos de dos. A esa hora acudíamos al ejemplo del Granma, no solo porque demostró que cuando se lucha y se resiste no hay imposibles, sino por el ejemplo de Roque y la certeza de que Fidel no nos abandonaría.
Por eso, el recuerdo de Fidel que guardo con mayor cariño, obviamente es el de la vez que Los Cinco tuvimos la dicha de reunirnos con él y celebrar la victoria que constituyó nuestro regreso a la Patria. Porque hasta que no se produjo ese encuentro, nosotros no sentimos de verdad que habíamos alcanzado la victoria. El momento cumbre de nuestra victoria era precisamente celebrarlo allí con Fidel en vida, que él lo viviera, que él mostrara su alegría, que él escribiera esa reflexión donde dijo: Hoy fui feliz por casi cinco horas en mi encuentro con Los Cinco. Eso fue para nosotros lo máximo".
Después del desembarco, la primera vez que Fidel visita Las Coloradas, el líder rememora la travesía y explica, en cuatro palabras, por qué se empeñó en salvar a Roque cuando cayó al agua: “Por una cuestión moral”. En otra ocasión, al referirse al incidente, comenta definitivo: “Un hombre que caía al mar agitado y oscuro en la madrugada del 2 de diciembre, no podía ser abandonado, aun robando al escaso tiempo minutos de vida o muerte”. Porque en los momentos más difíciles, Fidel siempre detiene el Granma para salvar a los suyos.