Padre del pueblo cubano
Recuerdo en mi juventud aquella fotografía en la que aparece Hemingway con Fidel. Desde entonces siempre abrigué el deseo de conocer personalmente al Comandante: ese hombre tan especial. El primer paso lo di cuando vine a vivir a este hermoso país con su gente fuera de serie. Luego de estar residiendo acá lo vi pasar en su auto y para mis adentros ese sueño de encontrarme con él se me hizo más próximo.
Fidel es un hombre cercano a su pueblo, marcha junto a él, conversa con él y convive junto a él. Además sufre con él y lejos de distanciarse, cada día se acerca más a sus necesidades, a sus problemas cotidianos.
Es admirable como él se ocupa de que su pueblo se enriquezca espiritualmente, que les pida superación, que lucha por elevar el nivel cultural de cada cubano. Eso en cualquier otro lugar del mundo es impensable.
Hay que resaltar su valentía y coraje ante enemigos poderosos por defender lo que considera justo al igual que su hermano Raúl que es también un revolucionario de una historia impresionante y por esa humildad de los grandes a veces pasa con alguna discreción entre nosotros.
Quiso el destino y algunos amigos que mi anhelado sueño de conocer a Fidel se convirtiera una noche en realidad en hotel Nacional.
Al verlo caminando por el lobby me acerqué, lo saludé y abracé. Lo sentí como algo superior y en medio de la emoción solo atine a decirle: “Mi Comandante es un honor para mi poder estrechar su mano.” Él me miró con esa mirada tan penetrante y percibí a su vez un sencillo y sincero gesto de cariño.
Acababa de saludar a un hombre honesto, valiente, sensible. A uno de los más grandes estadistas del siglo XX. Al padre del pueblo cubano.