Fidel, el enorme insurrecto
Data:
18/05/2006
Fonte:
La Jiribilla
La nación cubana se acerca al ochenta cumpleaños de Fidel. No es la fiesta de un hombre, sino de una idea: conmemoramos en él la tenacidad, la conciencia que de su destino tiene el mismo pueblo que lo ha acompañado en tantos momentos de grandeza y peligros, el pueblo mestizo y rebelde de siempre. Somos nosotros los que sentimos que este aniversario no debe transcurrir en el silencio con que un hombre como él se ha empeñado en mantenerlo. Es la voluntad de los que se sacrifican y se arriesgan, de los que no se cansan, de los fieles, de los que piensan y crean, de los que creen, de los que trabajan y velan: debe ser acatada.
Aquí vendrán a festejar los que ya no están, los que quedaron en el camino en esta porfía por un mundo mejor. Llegan con sus ropas raídas, ensangrentadas, con sus sombreros estrujados por el sudor y la lluvia, los que por treinta años cargaron contra el colonialismo español –no contra los españoles– y fueron derribados de sus caballos por las descargas de los cuadros, guardando como imagen postrera la de la enseña cubana llevada en triunfo por los sobrevivientes.
Llegan los que sufrieron en el destierro por Cuba Libre, los enfermos de las prefecturas, los reconcentrados víctimas de la impotencia del enemigo, las intrépidas mujeres cubanas, las más valientes, que bordaron escarapelas, enviaron medicinas y balas, mensajes de amor y confidencias, y también pelearon.
Llegan los que no se plegaron al nuevo invasor, los que colgaron el machete junto a la cama humilde, pero no se entregaron ni se acogieron a la orgía de los treinta dineros de la infamia; los que sembraron ceibas para contarles a los nietos, bajo su sombra, que llegaría el día tan anhelado, porque salvar el alma del pueblo era como salvar la Patria.
Pasan también las sombras de los estudiantes en eterna rebeldía, y las de sus maestros que resguardaron al Martí esencial, imprescindible para que las nuevas generaciones pudieran atravesar el páramo sin mancharse; las de los obreros y campesinos que levantaron con su hambre y su sudor las ciudades y los caminos, las fábricas y las siembras; las de tantos poetas sin ser publicados, de tantos pintores sin ser exhibidos, de tantos pensadores que no fueron escuchados, y de tantos talentos reprimidos.
Pasan Mella y Pablo, Rubén y Jesús, Guiteras y Eduardo Chibás. Pasan los jóvenes magníficos del Moncada, los valientes del Granma, los de la Sierra, los artilleros imberbes de Girón, los que murieron sabiendo ya que esta era una Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes, y precisamente por eso la defendieron. Vienen, por último, los que detuvieron el avance sudafricano en Angola, pero pudo ser en Guinea, Etiopía o Cabo Verde, levantando del yugo a sus ancestros; los que murieron sin poder decir siquiera por qué morían, los caídos con el Che, los extraviados con Camilo, los que sacrificaron cada domingo en trabajos infinitos, los que atravesaron el Período Especial y no temblaron.
Llega con la frente alta el pueblo cubano, Comandante, el eterno pueblo cubano, los cubanos de siempre. Todos unidos y revueltos.
Rodeada la isla por tantos peligros y amenazas, perseguida por la malquerencia insaciable de un imperio crápula, su figura no se encorva bajo el peso de los años: es inocultable, a pesar de las campañas de mentiras, y de la cortedad de los débiles ante el fuerte. Crece y crecerá comparada con la chatura de tantos hoy famosos, espantosamente ignorantes. Conserva y acrecentará la estatura de una raza que parece extinta, la de los revolucionarios verdaderos, capaces de ir a las barricadas y leerse también un tratado de Economía Política o un libro sobre la siembra de pastos, y luego disfrutar explicándolo a sus compañeros. En realidad, esa raza vive en los pueblos, pero Fidel la resume, la anuncia y la prefigura. A los ojos de un puñado, ese ha sido su pecado. Para millones, esa ha sido su bendición.
La Biblioteca Nacional José Martí, que se reconoce cubana y revolucionaria, sin ambigüedades, tiene el honor de regalar a los lectores el presente compendio, Viaje a los frutos, en ocasión del ochenta cumpleaños de Fidel, gracias a la labor incansable, al fino olfato y al amoroso trabajo de la doctora Ana Cairo, y al aporte esencial de Axel Li, Carlos Zamora, Fernando Martínez y un nutrido grupo de bibliotecarios y profesionales de la institución.
Nada nos da más placer que poner en manos del lector inteligente textos sobre Fidel y la propia Revolución, que la contrarrevolución y el imperio darían cualquier cantidad porque se hubiesen perdido para siempre.
Nada nos complace más que demostrar con estos textos que es parcial o falsa la imagen inapelablemente hostil, acuñada por algunos, de que Virgilio Piñera, Mañach, o Severo Sarduy, se enfrentaron tempranamente con la Revolución o descreyeron de sus líderes.
Nada nos regocija más que releer, y propiciar que otros descubran, textos casi olvidados, desconocidos, donde se demuestra qué era Cuba antes de 1959, en qué abismos encontró la Revolución sepultada a su literatura, a su cultura, a su pueblo, por qué, en fin, fue imprescindible la ráfaga flamígera que atravesó y atraviesa a esta isla.
Nada nos da más serenidad que alguien del calibre intelectual y la estirpe revolucionaria de Alfredo Guevara, en fecha temprana, haya desmentido la aparente imagen seráfica de quienes hoy se reputan como demócratas y libertarios inmaculados, en el fondo, oscuros egoístas, unos con talento literario, otros sin él, todos con el ojo puesto en la conveniencia y el lado muelle donde se vive mejor.
Aquí están los documentos. Ya es demasiado tarde para escamotearlos o esconderlos, o para quemarlos, como acaba de suceder en el Iraq "liberado" por las tropas yanquis. Ya perdieron esta pequeña batalla y, además, toda la guerra.
"Los hombres que quedan –escribía Martí en 1882– son los que encarnan en sí una idea que combate o una aspiración destinada al triunfo… No importa que hayan defendido sus doctrinas con exceso: así han de defenderse las ideas justas, para que al retraerse, como todo se retrae en la marea del universo, no quede la idea demasiado atrás… La pasión es una nobleza. Los apasionados son los primogénitos del mundo."
Este 13 de agosto, Comandante, celebra la nación cubana su propia pasión. Lo hace de la mejor manera: combatiendo.
Aquí vendrán a festejar los que ya no están, los que quedaron en el camino en esta porfía por un mundo mejor. Llegan con sus ropas raídas, ensangrentadas, con sus sombreros estrujados por el sudor y la lluvia, los que por treinta años cargaron contra el colonialismo español –no contra los españoles– y fueron derribados de sus caballos por las descargas de los cuadros, guardando como imagen postrera la de la enseña cubana llevada en triunfo por los sobrevivientes.
Llegan los que sufrieron en el destierro por Cuba Libre, los enfermos de las prefecturas, los reconcentrados víctimas de la impotencia del enemigo, las intrépidas mujeres cubanas, las más valientes, que bordaron escarapelas, enviaron medicinas y balas, mensajes de amor y confidencias, y también pelearon.
Llegan los que no se plegaron al nuevo invasor, los que colgaron el machete junto a la cama humilde, pero no se entregaron ni se acogieron a la orgía de los treinta dineros de la infamia; los que sembraron ceibas para contarles a los nietos, bajo su sombra, que llegaría el día tan anhelado, porque salvar el alma del pueblo era como salvar la Patria.
Pasan también las sombras de los estudiantes en eterna rebeldía, y las de sus maestros que resguardaron al Martí esencial, imprescindible para que las nuevas generaciones pudieran atravesar el páramo sin mancharse; las de los obreros y campesinos que levantaron con su hambre y su sudor las ciudades y los caminos, las fábricas y las siembras; las de tantos poetas sin ser publicados, de tantos pintores sin ser exhibidos, de tantos pensadores que no fueron escuchados, y de tantos talentos reprimidos.
Pasan Mella y Pablo, Rubén y Jesús, Guiteras y Eduardo Chibás. Pasan los jóvenes magníficos del Moncada, los valientes del Granma, los de la Sierra, los artilleros imberbes de Girón, los que murieron sabiendo ya que esta era una Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes, y precisamente por eso la defendieron. Vienen, por último, los que detuvieron el avance sudafricano en Angola, pero pudo ser en Guinea, Etiopía o Cabo Verde, levantando del yugo a sus ancestros; los que murieron sin poder decir siquiera por qué morían, los caídos con el Che, los extraviados con Camilo, los que sacrificaron cada domingo en trabajos infinitos, los que atravesaron el Período Especial y no temblaron.
Llega con la frente alta el pueblo cubano, Comandante, el eterno pueblo cubano, los cubanos de siempre. Todos unidos y revueltos.
Rodeada la isla por tantos peligros y amenazas, perseguida por la malquerencia insaciable de un imperio crápula, su figura no se encorva bajo el peso de los años: es inocultable, a pesar de las campañas de mentiras, y de la cortedad de los débiles ante el fuerte. Crece y crecerá comparada con la chatura de tantos hoy famosos, espantosamente ignorantes. Conserva y acrecentará la estatura de una raza que parece extinta, la de los revolucionarios verdaderos, capaces de ir a las barricadas y leerse también un tratado de Economía Política o un libro sobre la siembra de pastos, y luego disfrutar explicándolo a sus compañeros. En realidad, esa raza vive en los pueblos, pero Fidel la resume, la anuncia y la prefigura. A los ojos de un puñado, ese ha sido su pecado. Para millones, esa ha sido su bendición.
La Biblioteca Nacional José Martí, que se reconoce cubana y revolucionaria, sin ambigüedades, tiene el honor de regalar a los lectores el presente compendio, Viaje a los frutos, en ocasión del ochenta cumpleaños de Fidel, gracias a la labor incansable, al fino olfato y al amoroso trabajo de la doctora Ana Cairo, y al aporte esencial de Axel Li, Carlos Zamora, Fernando Martínez y un nutrido grupo de bibliotecarios y profesionales de la institución.
Nada nos da más placer que poner en manos del lector inteligente textos sobre Fidel y la propia Revolución, que la contrarrevolución y el imperio darían cualquier cantidad porque se hubiesen perdido para siempre.
Nada nos complace más que demostrar con estos textos que es parcial o falsa la imagen inapelablemente hostil, acuñada por algunos, de que Virgilio Piñera, Mañach, o Severo Sarduy, se enfrentaron tempranamente con la Revolución o descreyeron de sus líderes.
Nada nos regocija más que releer, y propiciar que otros descubran, textos casi olvidados, desconocidos, donde se demuestra qué era Cuba antes de 1959, en qué abismos encontró la Revolución sepultada a su literatura, a su cultura, a su pueblo, por qué, en fin, fue imprescindible la ráfaga flamígera que atravesó y atraviesa a esta isla.
Nada nos da más serenidad que alguien del calibre intelectual y la estirpe revolucionaria de Alfredo Guevara, en fecha temprana, haya desmentido la aparente imagen seráfica de quienes hoy se reputan como demócratas y libertarios inmaculados, en el fondo, oscuros egoístas, unos con talento literario, otros sin él, todos con el ojo puesto en la conveniencia y el lado muelle donde se vive mejor.
Aquí están los documentos. Ya es demasiado tarde para escamotearlos o esconderlos, o para quemarlos, como acaba de suceder en el Iraq "liberado" por las tropas yanquis. Ya perdieron esta pequeña batalla y, además, toda la guerra.
"Los hombres que quedan –escribía Martí en 1882– son los que encarnan en sí una idea que combate o una aspiración destinada al triunfo… No importa que hayan defendido sus doctrinas con exceso: así han de defenderse las ideas justas, para que al retraerse, como todo se retrae en la marea del universo, no quede la idea demasiado atrás… La pasión es una nobleza. Los apasionados son los primogénitos del mundo."
Este 13 de agosto, Comandante, celebra la nación cubana su propia pasión. Lo hace de la mejor manera: combatiendo.