Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en la Conferencia Internacional sobre el Financiamiento para el Desarrollo, Ciudad de Monterrey, México, 21 de marzo de 2002
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Lo que aquí diga no será compartido por todos, pero diré lo que pienso, y lo haré con respeto.
El actual orden económico mundial constituye un sistema de saqueo y explotación como no ha existido jamás en la historia. Los pueblos creen cada vez menos en declaraciones y promesas. El prestigio de las instituciones financieras internacionales está por debajo de cero.
La economía mundial es hoy un gigantesco casino. Análisis recientes indican que por cada dólar que se emplea en el comercio mundial, más de cien se emplean en operaciones especulativas que nada tienen que ver con la economía real.
Este orden económico ha conducido al subdesarrollo al 75 por ciento de la población mundial.
La pobreza extrema en el Tercer Mundo alcanza ya la cifra de 1.200 millones de personas. El abismo crece, no se reduce. La diferencia de ingresos entre los países más ricos y los más pobres que era de 37 veces en 1960 es hoy de 74 veces. Se ha llegado a extremos tales, que las tres personas más ricas del mundo poseen activos equivalentes al PIB combinado de los 48 países más pobres. En el 2001 el número de personas con hambre física alcanzó la cifra de 826 millones; la de adultos analfabetos, 854 millones; la de niños que no asisten a la escuela, 325 millones; la de personas que carecen de medicamentos esenciales de bajo costo, dos mil millones; la de los que no disponen de saneamiento básico, dos mil cuatrocientos millones. No menos de once millones de niños menores de 5 años mueren anualmente por causas evitables, y 500 mil quedan definitivamente ciegos por falta de vitamina A.
Los habitantes del mundo desarrollado viven 30 años más que los del África Subsahariana.
¡Un verdadero genocidio!
No se puede culpar de esta tragedia a los países pobres. Estos no conquistaron y saquearon durante siglos a continentes enteros, ni establecieron el colonialismo, ni reimplantaron la esclavitud, ni crearon el moderno imperialismo. Fueron sus víctimas. La responsabilidad principal de financiar su desarrollo corresponde a los Estados que hoy, por obvias razones históricas, disfrutan los beneficios de aquellas atrocidades.
El mundo rico debe condonar la deuda externa y conceder nuevos préstamos blandos para financiar el desarrollo. Las ofertas tradicionales de ayuda, siempre raquíticas y muchas veces ridículas, son insuficientes o no se cumplen.
Lo que hace falta para un verdadero desarrollo económico y social sostenible es muchas veces más de lo que se afirma. Medidas como las sugeridas por el recién fallecido James Tobin para frenar el torrente incontenible de la especulación monetaria, aunque no era su idea ayudar al desarrollo, serían hoy tal vez las únicas capaces de generar fondos suficientes que, en manos de los organismos de Naciones Unidas y no de funestas instituciones como el FMI, podrían suministrar ayuda directa al desarrollo con la participación democrática de todos, sin el sacrificio de la independencia y la soberanía de los pueblos. El proyecto de consenso que se nos impone por los amos del mundo en esta conferencia, es el de que nos resignemos con una limosna humillante, condicionada e injerencista.
Hay que repensar todo lo creado desde Bretton Woods hasta hoy. No hubo entonces verdadera visión de futuro. Prevalecieron los privilegios y los intereses del más poderoso. Ante la profunda crisis actual, nos ofrecen un futuro todavía peor, en el que no se resolvería jamás la tragedia económica, social y ecológica de un mundo que será cada vez más ingobernable, donde habrá cada día más pobres y más hambrientos, como si una gran parte de la humanidad sobrara.
Es hora de reflexión serena para los políticos y hombres de Estado. La creencia de que un orden económico y social que ha demostrado ser insostenible pueda ser impuesto por la fuerza es una idea loca.
Las armas cada vez más sofisticadas que se acumulan en los arsenales de los más poderosos y ricos, como ya expresé una vez, podrán matar a los analfabetos, los enfermos, los pobres y los hambrientos, pero no podrán matar la ignorancia, las enfermedades, la pobreza y el hambre.
De una vez por todas debiera decirse “adiós a las armas”.
¡Algo tiene que hacerse para salvar la humanidad!
¡Un mundo mejor es posible!
Gracias.