Discursos e Intervenções

Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, en la clausura del Congreso Pedagogía 2003, en el teatro "Karl Marx", el 7 de febrero del 2003

Data: 

07/02/2003

Queridos educadores de los 40 países aquí representados;

Distinguidos invitados:

Siempre he pensado que la educación es una de las más nobles y humanas tareas a las que alguien puede dedicar su vida. Sin ella no hay ciencia, ni arte, ni letras; no hay ni habría hoy producción ni economía, salud ni bienestar, calidad de vida, ni recreación, autoestima, ni reconocimiento social posible.

El acceso al conocimiento y la cultura no significa por sí solo la adquisición de principios éticos; pero sin conocimiento y cultura no se puede acceder a la ética. Sin ambos no hay ni puede haber igualdad ni libertad. Sin educación y sin cultura no hay ni puede haber democracia.

Hace más de cien años José Martí afirmó categóricamente y sin réplica posible: "Ser culto es el único modo de ser libre".

En nuestro país, al triunfo de la Revolución, el analfabetismo, aunque nuestro Ministro habló de 23,6 por ciento, yo, que nací en pleno campo y de mi infancia guardo no pocos recuerdos, puedo dar fe de que allí menos del 20 por ciento de los ciudadanos apenas sabían leer y escribir con muchas dificultades, y muy pocos llegaban al sexto grado. En la ciudad había más escuelas, era menor el número de analfabetos.

Tales datos estadísticos tienen un valor muy relativo. Tratando de indagar sobre el número de graduados de sexto grado al triunfo de la Revolución, la cifra calculada apenas rebasaba las 400 mil personas, en una población de aproximadamente 7 millones de habitantes. ¡Y cómo sería aquel sexto grado! Los fríos números no suelen reflejar las realidades. En aquella época, por tanto, más del 90 por ciento de los ciudadanos, sumados los analfabetos totales y los funcionales, no rebasaban el sexto grado.

No dispongo todavía con exactitud del número de graduados universitarios en 1959. Dudo mucho que pasaran de 30 mil.

Después de más de cuatro décadas luchando, día tras día y año tras año, por la educación y superación de nuestro pueblo, buscando siempre la mayor calidad posible, hoy, con una población de más de 11 millones, son muy pocos los ciudadanos que no posean por lo menos 9 grados de escolaridad, mientras el número de graduados universitarios e intelectuales alcanza la cifra aproximada de 800 mil. Cuba ocupa hoy el primer lugar en el mundo —incluidos los países más desarrollados— en varios índices relacionados con la educación, como son, por ejemplo, el número de docentes per cápita, el número de alumnos por aula y los conocimientos de Lenguaje y Matemáticas de los niños de Primaria. Ninguno nos aventaja en otros índices como escolarización y retención escolar, porcentaje de graduados de sexto y noveno grados. Realmente en pocos países se presta tanta atención a la educación y la formación cultural de niños, adolescentes y jóvenes.

Seríamos un ejemplo de vanidad, chovinismo, autosuficiencia e inmodestia si les dijéramos que estamos satisfechos de lo que hemos hecho. Nuestra educación tiene todavía muchas deficiencias y lagunas. Aun cuando observo que en nuestra Patria no existe un solo niño sin escuela o maestro, incluso si se trata de un solo alumno en los lugares más apartados de nuestras montañas; que tampoco hay un solo niño o adolescente con deficiencias físicas o retraso mental compatible con la posibilidad de estudiar que no cuente con una escuela especial a su alcance; que a pesar de que los centros de enseñanza superior se han multiplicado por más de veinte veces y existen cientos de miles de becas para aquellos que necesitan albergarse para estudiar; que a pesar de que jamás han faltado fondos para la educación y esta ha recibido atención priorizada; que contamos con cientos de miles de profesores, maestros y trabajadores al servicio de la docencia —entre los que sin duda se encuentran muchos de los mejores y más abnegados, consagrados y valiosos ciudadanos con que cuenta la Revolución—, no hemos sido capaces de alcanzar todavía un sistema educacional óptimo.

Esto podría expresarse en el hecho real de que nuestros niños de Primaria, que hoy ocupan tan destacado lugar a nivel mundial, pueden adquirir y adquirirán tres veces más conocimientos de los que hoy alcanzan.

Es conocido que la enseñanza secundaria, que en nuestro país comprende séptimo, octavo y noveno grados, constituye hoy un desastre en el área de la educación a nivel mundial. En esta edad crítica para los adolescentes, cuando más necesitan de educación esmerada y atención máxima, han prevalecido viejas concepciones, nacidas en sociedades elitistas y cuando la educación masiva, que hoy todos los países del mundo requieren, ni siquiera se soñaba.

No pretendo poseer la exclusividad de la verdad, pero albergo la más profunda convicción de que el sistema imperante es descabellado.

Se ha impuesto la superespecialización en esos grados y edades. Numerosos grupos de 25, 30 y a veces más alumnos son atendidos por un profesor que imparte sus conocimientos a 200 o más alumnos de varios grupos; no puede conocer siquiera los nombres de sus alumnos, el medio familiar y social en que viven, establecer contacto con sus padres, comprobar las características peculiares de cada uno de los estudiantes a los que imparte clases, ni ofrecer atención diferenciada a cada uno de ellos, siendo todos diferentes. El fraude escolar se multiplica y los conocimientos finales del estudiante apenas rebasan el 30 por ciento de los conocimientos establecidos por los textos, que se suponen esmeradamente elaborados.

Debo añadir que al existir en nuestro caso, por tradición o exceso de complacencia, un acatamiento exagerado a lo que constituye una supuesta vocación única de los jóvenes, al preguntársele a cada uno de ellos, ya con doce grados de escolaridad, qué materia deseaba estudiar como aspirante a profesor, sus gustos no coincidían ni coincidirán jamás con la necesidad y frecuencia semanal de las asignaturas establecidas por el Programa. Invariable y eterno resultado: nunca alcanzaban los profesores.

No ocurría así con la enseñanza primaria, en la que hasta el cuarto grado el educador transita con el mismo grupo, compartiendo entre dos la tarea en los grados quinto y sexto.

Cambio abrupto y total del séptimo al noveno grado: si en la Primaria alguien se ocupaba de cada uno de ellos, en la Secundaria todos se ocupaban de todos y nadie de uno en particular.

No se crea que resulta fácil ante los propios docentes abordar este tema. Como alternativa, hemos defendido la idea del profesor integral para los grados séptimo, octavo y noveno, capaz de impartir las asignaturas correspondientes a esos grados, excepto las de Idioma y Educación Física, transitando junto a sus alumnos los tres años y en proporción de un profesor por cada 15 alumnos.

La idea ha sido y sigue siendo sometida a rigurosa prueba. Ante la necesidad de urgentes cambios, estamos preparando a miles de profesores emergentes, seleccionados en todo el país entre jóvenes con doce grados, consagrados hoy a estudios intensivos con notable entusiasmo.

Nos reconfortan los resultados docentes obtenidos. Es igualmente muy alentador que muchos de los profesores, habituados a laborar bajo la concepción tradicional, se hayan ofrecido para impartir clases de dos, tres y más materias, incluso a ejercer como profesores integrales, lo que ha significado ya importantes avances, entre otros la reducción de las escaseces en las asignaturas de más frecuencia y menos atracción para la gran masa que ingresa en las carreras pedagógicas.

En la enseñanza secundaria se aplicará rigurosamente la doble sesión y el suministro de alimentos a la hora de almuerzo, comenzando por la Capital de la República, donde todo siempre es más complicado.

En la enseñanza media superior —diez, once y doce grados—, tanto básica como técnica profesional, se elaboran ideas que inevitablemente incluirán una combinación de profesores especializados con el principio de la atención diferenciada. Nadie piense que estas ideas reducirán el número de profesores o producirán excedentes entre los que hoy desempeñan sus funciones en las secundarias; por el contrario, se elevará el número de docentes en todos los niveles, y de ser necesario se crearán reservas, que entre otras cosas permitirán la constante superación del cuerpo de profesores.

Invertí un mayor espacio en este punto por su enorme importancia en relación con la edad de mayor riesgo por la que deben pasar todos los niños, en un país donde el ciento por ciento de éstos cursan ese nivel de enseñanza. Aspiramos a que en éste los conocimientos se multipliquen por cinco.

Lo dicho hasta aquí me permite afirmarles que en Cuba, donde ustedes nos hacen el honor de reunirse por octava vez, se está llevando a cabo una revolución verdaderamente profunda en el campo de la educación. Esta será fruto de la necesidad de enfrentar 44 años de bloqueo, guerra política y económica, incluidos más de diez años de período especial, al derrumbarse el campo socialista y desintegrarse la URSS.

La vida nos condujo en los últimos tres años a una gran batalla de ideas y a la necesidad de profundizar en la visión crítica y no autocomplaciente de nuestra obra y nuestros objetivos históricos.

Hay nuevas y más elevadas metas y una importante enseñanza. Estamos actualmente realizando programas que ni siquiera habríamos soñado en nuestros primeros años de jóvenes y radicales revolucionarios, cuando atacamos el Cuartel Moncada, desembarcamos del yate Granma y alcanzamos el triunfo en 1959 tras 25 meses de guerra.

Vivir largos años y acumular tal experiencia no constituye un mérito de ninguno de los que sobrevivimos, sino más bien un privilegio en el que no poco influyó el azar.

En el tiempo transcurrido, el mundo, su complejidad y sus problemas han cambiado mucho, y se han hecho más graves. Nuevas e insospechadas tecnologías también han surgido.

Es cierto que erradicar el analfabetismo total en un año constituyó una proeza; hacerlo con el funcional llevó inevitablemente muchos años. Hoy, con un gran capital humano y en valores morales, gran espíritu internacionalista y una elevada cultura política, cualquier objetivo en la educación y la cultura, tanto artística como política, incluidos conocimientos básicos sobre la historia, la economía, las humanidades y las ciencias, está a nuestro alcance.

Estas apretadas palabras sintetizan someramente la esencia de la revolución educacional que mencioné.

Al contar hoy con medios fabulosos para trasmitir conocimientos y cultura, unido a la introducción de nuevos conceptos en la organización y el perfeccionamiento del sistema educacional, nada de extraño tiene que les haya hablado de multiplicar por tres, por cuatro y hasta por cinco, según el caso, los conocimientos que hoy reciben nuestros niños, nuestros adolescentes y nuestros jóvenes estudiantes.

El futuro desarrollo de nuestra educación tendrá una enorme connotación política, social y humana. Tal vez sea, desde mi punto de vista, lo más importante que puedo decirles en este encuentro, si algún valor tienen mis palabras.

Las ideas son hoy el instrumento esencial en la lucha de nuestra especie por su propia salvación. Y las ideas nacen de la educación. Los valores fundamentales, entre ellos la ética, se siembran a través de ella.

La educación no se inicia en las escuelas; se inicia en el instante en que la criatura nace. Los primeros que deben ser esmeradamente educados son los propios padres, de modo especial las madres, a quienes por naturaleza les corresponde la tarea de traer los niños al mundo. Es imprescindible que ellas, ya adultas y madres, y también el padre, conozcan lo que debe o no hacerse con el niño, desde el tono de voz a emplear hasta cada uno de los detalles sobre la forma de atenderlo, todo lo cual influirá en la salud física y mental de éste. Entre otros deberes, jamás deberán descuidar la forma en que se le alimenta, ya que es decisivo en el desarrollo de su capacidad intelectual durante los primeros dos o tres años de su vida. De lo contrario, arribará al preescolar con una capacidad mental por debajo del potencial con que nació.

Todo lo anterior se vincula estrechamente con lo que llamamos vías no formales de educación. Este decisivo sistema tiene la posibilidad de apoyarse en un factor natural tan extraordinario como el instinto materno.

La educación —digámoslo con una frase fuerte— es lo que convierte en ser humano al animalito que nace con los instintos naturales que rigen el comportamiento de toda especie viviente.

Los conceptos de igualdad, justicia, libertad y otros son relativamente recientes en la sociedad humana. Durante miles de años reinaron la esclavitud, la explotación, las desigualdades más crueles, abusos y crímenes de todo tipo contra los seres humanos. Aún perduran de una forma u otra, en la inmensa mayoría de los países del mundo.

"Un mundo mejor es posible", han proclamado y repiten cada vez con más fuerza cientos de miles de intelectuales y dirigentes sociales. Ese mundo mejor, que dependerá de variados factores, no sería concebible sin la educación.

Entre los más crueles sufrimientos que afectan a la sociedad humana —y lo menciono deliberadamente, como se explicará después— está la discriminación racial. La esclavitud, impuesta a sangre y fuego a hombres y mujeres arrancados de África, reinó durante siglos en muchos países de este hemisferio, entre ellos Cuba. Millones de nativos indios la padecieron igualmente.

Mientras la ciencia de forma incontestable demuestra la igualdad real de todos los seres humanos, la discriminación subsiste. Aun en sociedades como la de Cuba, surgida de una revolución social radical donde el pueblo alcanzó la plena y total igualdad legal y un nivel de educación revolucionaria que echó por tierra el componente subjetivo de la discriminación, ésta existe todavía de otra forma. La califico como discriminación objetiva, un fenómeno asociado a la pobreza y a un monopolio histórico de los conocimientos.

La discriminación objetiva, por sus características, afecta a negros, mestizos y blancos, es decir, a los que fueron históricamente los sectores más pobres y marginados de la población. Abolida aunque sólo fuera formalmente la esclavitud en nuestra Patria hace 117 años, los hombres y mujeres sometidos a ese abominable sistema continuaron viviendo durante casi tres cuartos de siglo como obreros aparentemente libres en barracones y chozas de campos y ciudades, donde familias numerosas disponían de una sola habitación, sin escuelas ni maestros, ocupando los trabajos peor remunerados hasta el triunfo revolucionario. Otro tanto ocurría con muchas familias blancas sumamente pobres, que emigraban del campo a las ciudades.

Lo triste es observar que esa pobreza, asociada a la falta de conocimientos, tiende a reproducirse. Otros sectores, de clase humilde la inmensa mayoría, pero en condiciones mejores de vivienda y trabajo, así como mayores niveles de conocimientos, que pudieron aprovechar mejor las ventajas y posibilidades de estudios creadas por la Revolución e integran hoy el grueso de los graduados universitarios, tienden igualmente a reproducir sus mejores condiciones sociales vinculadas al conocimiento.

Dicho con palabras más crudas y fruto de mis propias observaciones y meditaciones: habiendo cambiado radicalmente nuestra sociedad, si bien las mujeres, antes terriblemente discriminadas y a cuyo alcance estaban sólo los trabajos más humillantes, son hoy por sí mismas un decisivo y prestigioso segmento de la sociedad que constituye el 65 por ciento de la fuerza técnica y científica del país, la Revolución, más allá de los derechos y garantías alcanzados para todos los ciudadanos de cualquier etnia y origen, no ha logrado el mismo éxito en la lucha por erradicar las diferencias en el status social y económico de la población negra del país, aun cuando en numerosas áreas de gran trascendencia, entre ellas la educación y la salud, desempeñan un importante papel.

Por otro lado, en nuestra búsqueda de la más plena justicia y de una sociedad mucho más humana, hemos podido percatarnos de algo que parece constituir una ley social: la relación inversamente proporcional entre conocimiento y cultura y el delito.

Sin tratar de exponer todavía con más extensión y profundidad este fenómeno, se ha podido ver que los sectores de la población que viven todavía en barrios marginales de nuestras comunidades urbanas, y con menos conocimientos y cultura, son los que, cualquiera que sea su origen étnico, nutren las filas de la gran mayoría de los jóvenes presos, de lo cual podría deducirse que, aun en una sociedad que se caracteriza por ser la más justa e igualitaria del mundo, determinados sectores están llamados a ocupar las plazas más demandadas en las mejores instituciones educacionales, a las que se accede por expediente y exámenes, donde se refleja la influencia de los conocimientos alcanzados por el núcleo familiar, y más tarde ocupar las más importantes responsabilidades, mientras otros sectores, con menor índice de conocimientos cuyos hijos suelen asistir por las razones expuestas a centros de estudio menos demandados y atractivos, estos constituyen el mayor número de los que desertan del estudio en el nivel medio superior, alcanzan un menor número de plazas universitarias y nutren en una proporción mayor las filas de los jóvenes que arriban a las prisiones por delitos de carácter común.

La mayoría de estos últimos adicionalmente proceden de núcleos que se han disuelto y viven con la madre, con el padre, o con ninguno de los dos. No ocurre igual si el núcleo disuelto es de padres graduados en las universidades o son intelectuales.

Como la educación es el instrumento por excelencia en la búsqueda de la igualdad, el bienestar y la justicia social, se puede comprender mejor por qué califico de revolución profunda lo que hoy, en busca de objetivos más altos, tiene lugar con la educación en Cuba: la transformación total de la propia sociedad, uno de cuyos frutos será la cultura general integral, que debe alcanzar a todos los ciudadanos. A tales objetivos se vinculan más de cien programas, que junto a la batalla de ideas se llevan adelante, algunos convertidos ya en prometedoras realidades.

La propia vida material futura de nuestro pueblo tendrá como base los conocimientos y la cultura. Con ellos nuestro país, en medio de una colosal crisis económica mundial, avanza en distintos frentes. Estamos ya a punto de reducir a menos del tres por ciento el desempleo, lo que técnicamente se califica como un país de pleno empleo.

Más de cien mil jóvenes entre 17 y 30 años que no estudiaban ni disponían de trabajo, hoy asisten de manera entusiasta a los cursos donde refrescan y multiplican sus conocimientos, por lo cual reciben una remuneración.

Tal vez la más audaz decisión adoptada en fecha reciente ha sido la de convertir el estudio en una forma de empleo, principio bajo el cual se han podido dejar de utilizar 70 fábricas azucareras, las menos eficientes, cuyos costos en divisas convertibles superaban los ingresos que producían.

La enseñanza de la computación se inicia en la edad preescolar. Se utilizan exhaustivamente los medios audiovisuales. Para el uso de estas técnicas, los paneles solares, con un costo y gasto mínimos, suministran la electricidad necesaria al ciento por ciento de las escuelas rurales que carecían de ella.

Se crean nuevos canales educativos. A través de ellos, el programa Universidad para Todos imparte cursos de idiomas y otros muchos de variadas materias y creciente prestigio, aparte de programas escolares.

Las Ferias anuales del Libro se realizan ya en las 30 mayores ciudades del país. Tiene lugar una explosión de la cultura artística. En 15 Escuelas de Instructores de Arte, casi 12 mil jóvenes cursan estudios después de rigurosa selección. Miles de trabajadores sociales se gradúan cada año.

Créanme que me limito a citar un número muy reducido de programas; pero no debo dejar de señalar que la enseñanza de nivel superior ha dejado de tener por sede únicamente a las universidades. En todos los municipios del país se desarrollan escuelas donde se imparte estudios universitarios a jóvenes y a trabajadores, sin necesidad de moverse a las grandes ciudades. Apenas sin darnos cuenta, viejos conceptos acerca de la educación superior han desaparecido.

Nuevas ideas e iniciativas se abren paso con impresionante fuerza.

No sé qué les habrán explicado en este encuentro, ya que no he tenido el privilegio de participar en él por el excesivo trabajo y compromisos ineludibles en otras áreas. Gustoso, sin embargo, hice un recuento mental y escribí aceleradamente estas líneas, ya que los que dirigen el evento me hicieron, en nombre de ustedes, el honor de invitarme. Al escribirlas, les ahorré con seguridad horas de discurso, que en mi entusiasmo y amor por la educación habría podido generar aquí.

Dije hace un buen rato que las ideas eran el más importante recurso para salvar la humanidad. No es porque crea idealistamente que las ideas obran milagros por sí solas. Simplemente proliferan y se multiplican en las épocas de crisis como una necesidad, y las preceden como las aves que anuncian las primaveras o los inviernos.

Hoy el mundo se sumerge cada día más en una gran e inédita crisis. Toda la amargura que ustedes vienen expresando en cada encuentro y expresan cada vez más ante la negación de recursos para la más sagrada de las tareas que la humanidad demanda, la educación, tendrá su momento de premio, de luz y de esperanza.

Por ello, no desalentarse jamás ni olvidar aquello que ya mencioné: "Un mundo mejor es posible." Se lo asegura alguien que ha vivido soñando y más de una vez ha tenido el raro privilegio de ver convertidos en realidades sueños que ni siquiera había soñado.

¡Muchas gracias!

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