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La Historia me Absolverá le dio a nuestro Proceso Revolucionario su primer programa en esta nueva etapa

Fecha: 

17/10/1983

Fuente: 

Periódico Granma
(DISCURSO PRONUNCIADO EL 16 DE OCTUBRE DE 1983 POR JESUS MONTANE OROPESA, MIEMBRO SUPLENTE DEL BURO POLITICO DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA, EN EL ACTO POR EL XXX ANIVERSARIO DEL ALEGATO LA HISTORIA ME ABSOLVERA.)
 
Querido compañero Balaguer;
Compañeros de la Presidencia;
Queridos santiagueros:
 
Hace sólo unos días, recibimos con sincera emoción el acuerdo del Consejo de Estado, que, en representación de todo nuestro pueblo, y haciendo suyos los sentimientos del Partido y de todos los combatientes de la Revolución, en un acto de profunda justicia histórica, decidió otorgar a esta ciudad el Título de Héroe de la República de Cuba y la Orden Antonio Maceo.
 
Este es un reconocimiento muy alto, muy merecido, que debe llenar de legítimo orgullo y de compromiso revolucionario a cada santiaguero, y quisiéramos, por tanto, que nuestras primeras palabras sean para trasmitirles la más calurosa y fraternal felicitación.
 
Hoy, precisamente, nos reunimos para rendir nuestro homenaje a uno de los hechos que forma parte de las tradiciones de gloria y de combate de esta ciudad. Nos reunimos para recordar una hazaña; una hazaña comparable a aquéllas que se realizan con las armas en la mano. Porque se puede ser valiente cuando se marcha al combate, cuando nos rodean y alientan los compañeros, cuando está por delante la posibilidad inmediata de hacer realidad un objetivo revolucionario. Pero también hay que ser valiente para erguir la cabeza y alzar la bandera cuando se está solo, cuando la mayoría de los compañeros han muerto, cuando la amargura del revés ha venido a tronchar un sueño de libertad y de justicia. Para una hazaña así se requería tanto valor, tanta inteligencia, tanta entereza de espíritu, tanta fe en la historia, en el pueblo y en la justeza de nuestra causa, como para lanzarse al asalto del Cuartel Moncada.
 
Y esa fue la hazaña de Fidel en este mismo sitio en que hoy nos encontramos. Eso fue aquel vibrante alegato ante el Tribunal de Urgencia que lo juzgaba por los sucesos del 26 de julio, cuyo trigésimo aniversario conmemoramos hoy.  
 Eso fue, compañeros, lo que nuestro pueblo y el mundo conocen como La Historia Me Absolverá.
Son pálidas nuestras palabras para expresar la grandeza histórica de aquel hecho. Martí, dijo Fidel, fue el autor intelectual del Asalto al Moncada. Y Martí, pudiéramos decir también, fue inspirador político y moral de La Historia Me Absolverá, porque el gesto de Fidel pareció sacar aliento de aquellas frases inmortales de nuestro Héroe Nacional, cuando señaló que “...seremos vencidos, y tomaremos a vencer. Y darán en tierra con nuestro actual empeño, y con empeño nuevo caeremos sobre nuestra tierra. ¡Y nos ganarán esta batalla, y habrá aún alguna alma fuerte y fiera que quedará batallando todavía!”
 
La Historia Me Absolverá le dio a nuestro proceso revolucionario su primer programa, en esta nueva etapa. Le dio a nuestro pueblo una bandera, un objetivo y una causa por la cual luchar.
 
La necesidad de dotar a nuestro movimiento revolucionario de un programa era algo de extraordinaria importancia política. Sin programa sería imposible movilizar y organizar al pueblo en la batalla contra la tiranía y por 1 ¿transformación posterior del país. Nuestro movimiento, que se había forjado, como es conocido, en medio de las más rigurosas reglas de la clandestinidad y la compartimentación, no había formulado previamente un programa político, y el reclutamiento de los jóvenes que ingresaron a nuestras filas se hizo exclusivamente sobre la base de brindarles participación en la batalla patriótica frente al régimen que oprimía a nuestro pueblo. Era el propósito de Fidel, de tener éxito nuestro plan, utilizar las emisoras de esta ciudad para dar a conocer a todo el país el programa del movimiento revolucionario y anunciar las nuevas leyes y medidas que serian puestas en vigor una vez conquistado el poder.
 
La frustración del Asalto al Moncada, al no poder tomar la fortaleza y resultar asesinados o tomados prisioneros la gran mayoría de nosotros, colocó al movimiento en una situación especialmente difícil.
 
ERA PRECISO, Y EN ESO TODOS LOS SOBREVIVIENTES ESTABAMOS DE ACUERDO, MIRAR ADELANTE, HACIA EL FUTURO, Y REANUDAR TAN PRONTO PUDIERAMOS LA LUCHA COMENZADA EL 26 DE JULIO
 
La gran masa del pueblo no conocía cuáles habían sido nuestros verdaderos propósitos al producir aquella acción. Nuestras masas, aunque mantenían intactas sus reservas patrióticas y morales, aunque deseaban instintivamente un cambio profundo en la vida del país, aunque soñaban con ideales de libertad y plena dignidad nacional, habían sido engañadas y burladas demasiadas veces y un profundo escepticismo se había apoderado de importantes sectores de ellas. Era preciso, y en eso todos los sobrevivientes estábamos de acuerdo, mirar adelante, hacia el futuro, y reanudar tan pronto pudiéramos la lucha comenzada el 26 de Julio. Ese era un propósito firme que habíamos concebido y un compromiso ante la memoria de los compañeros asesinados a raíz del Moncada. Del pueblo, estábamos seguros, saldrían miles y miles de nuevos combatientes. Para lograrlo, sin embargo, teníamos que establecer un vínculo urgente con las masas, con la opinión pública. Esta era la clave de la continuidad de nuestro movimiento. Y era, aquí, precisamente, donde la tiranía concentraba en aquella época que , sucedió al Moncada sus mayores esfuerzos, levantando una muralla de calumnias sobre los asaltantes de Santiago de Cuba y Bayamo y tratando de demostrar la existencia de vínculos entre nuestros combatientes y algunos elementos corrompidos de la politiquería que hacían una falsa oposición a Batista. La tiranía quería hacer creer al pueblo que aquel capítulo del 26 de Julio era un pasaje más en la lucha de ambiciones y las pugnas por el poder que habían caracterizado a nuestra república neocolonial a lo largo de más de medio siglo. Como parte de esta maniobra, el más cerrado velo ,de aislamiento, censura informativa y desorientación de la opinión pública fue tendido en tomo a los sucesos de Oriente y sus protagonistas en las semanas y meses que se sucedieron después de la acción revolucionaria.
 
Es conocida, a este respecto, la forma en que el régimen trató de eliminar toda resonancia al juicio celebrado a Fidel, al trasladar la vista de aquella causa de los salones del Palacio de Justicia a una pequeña salita de enfermeras, en el antiguo hospital Saturnino Lora, que se alzaba en este propio lugar, a fin de tratar de evitar de que cuanto en ella se dijera pudiera trascender a la ciudadanía.
 
En todo proceso revolucionario hay momentos en que una tarea, un objetivo, se convierte en el factor clave para todo el avance posterior. Sólo quien no conozca la realidad de la lucha puede creer que una revolución se compone únicamente de acciones armadas.
 
Después del 26 de Julio, nuestra batalla entró en una fase esencialmente política, en la que correspondía a la difusión de las ideas, a la propaganda, en el exacto sentido del término, un papel verdaderamente decisivo.
 
Puede decirse que la autodefensa de Fidel ante sus jueces, su enérgica denuncia de las atrocidades cometidas por el ejército contra los revolucionarios apresados, su brillante exposición de la situación general del país y de las medidas de beneficio popular y nacional que la revolución triunfante habría de aplicar, marcaron el inicio de esa nueva fase en nuestro proceso revolucionario.
 
Aquella batalla por dar a conocer la verdad al pueblo 6e inició aquí, en Santiago de Cuba, y prosiguió luego en la cárcel, en el presidio de la antigua Isla de Pinos, con el esfuerzo realizado por Fidel al reconstruir su alegato y hacerlo llegar a los compañeros de la clandestinidad en La Habana para su impresión y distribución por todo el país. Sería difícil exagerar la importancia política y revolucionaria de aquella tarea. Ella puso nuevamente a nuestro movimiento en la arena de la lucha contra la tiranía y consolidó los frutos del sacrificio de los compañeros caídos el 26 de Julio. El muro de mentiras y aislamiento del régimen fue quebrado. El liderazgo de Fidel y el limpió programa de la Revolución se proyectaron hacia el corazón de nuestro pueblo con fuerza incontenible. Ese es el mérito relevante que pertenece a todos los compañeros que tomaron parte en aquel esfuerzo.
 
De esta manera fueron llevadas a la práctica las orientaciones que el propio Fidel trazó desde la cárcel a las compañeras Melba y Haydee, al señalarles que: “nuestra misión ahora, quiero que se convenzan completamente, no es organizar células revolucionarias para poder disponer de más o menos hombres; eso sería un error funesto. La tarea nuestra ahora de inmediato es movilizar a nuestro favor la opinión pública; divulgar nuestras ideas y ganarnos el respaldo de las masas del pueblo. Nuestro programa revolucionario es el más completo, nuestra línea la más clara, nuestra historia la más sacrificada; tenemos derecho a ganamos la fe del pueblo, sin la cual, lo repito mil veces, no hay revolución posible”.
Se cumplieron también las indicaciones de Fidel, quien había planteado: “Considero que en estos momentos la propaganda es vital; sin propaganda no hay movimiento de masas; y sin movimiento de masas no hay revolución posible”.
 
Surgió así en el escenario político de nuestra Patria un programa revolucionario, formulado en un lenguaje nuevo y en una forma original, que dejaba a un lado todos los esquemas convencionales.
 
Los partidos tradicionales de la burguesía habían acostumbrado al pueblo a programas demagógicos que nunca se cumplían, y al divorcio más absoluto entre la palabra y los hechos. Era frecuente que en aquellos programas se hablara de reforma agraria, de justicia social, de progreso y honestidad administrativa, sin que jamás se diera un solo paso para cumplir tales promesas. La Historia me Absolverá irrumpió en la vida del país como un programa de nuevo tipo, capaz por su sinceridad de conmover al pueblo e infundirle confianza en sus propias fuerzas. Surgió como un programa distinto, avalado por el heroísmo del Moncada, y respaldado por la sangre de hombres y mujeres dispuestos a cualquier sacrificio, a morir si era preciso, por convertirlo en realidad.
 
Ese fue, sin duda, un valor extraordinario de aquel documento: haber dado respuesta al reclamo que planteó en un momento determinado de nuestro proceso, revolucionario, haber trazado el camino que nos permitiría reconstruir más tarde el movimiento revolucionario, infundirle nuevas energías, y desarrollar en definitiva nuevas páginas de lucha que se escribirían en el exilio, en el Granma, en las batallas de la Sierra y el llano, y que conducirían a nuestro pueblo a la histórica victoria del 1ro. de Enero.
 
De tal forma, lo que fue al principio el programa de un puñado de personas, que quizás no pasaba de algunas decenas, entre los que nos hallábamos presos y los compañeros que luchaban en las calles, se convirtió en un plazo increíblemente breve en el programa de un pueblo entero, que hizo suyas aquellas ideas, que las calorizó, que se sacrificó por ellas y que ya no se detuvo en la lucha hasta verlas convertidas en realidad.
 
La Historia me Absolverá fue el programa combativo de una revolución que sólo podía triunfar con las armas y con el apoyo decisivo de las masas.
 
• UN PUEBLO ENTERO SE CONVIRTIÓ EN SOLDADO Y EN CENTINELA DE SU CAUSA, CREANDO ASI LA FUERZA QUE NOS HA HECHO RESISTIR INVICTOS TODAS LAS EMBESTIDAS Y ATAQUES DEL ENEMIGO IMPERIALISTA
 
Pueblo y armas se unieron así definitivamente en la historia de la Revolución Cubana. Unión que nació en estas históricas montañas orientales, unión que 6e forjó en aquellos días inolvidables de la ofensiva rebelde, unión que tuvo aquí, en Santiago de Cuba, una de sus más emocionantes expresiones con la entrada victoriosa a la ciudad del Comandante en Jefe, al frente del ejército de la Revolución. Así comenzó a escribirse esta nueva historia que ya se aproxima a su 25 aniversario. Un pueblo entero se convirtió en soldado y en centinela de su causa, creando así la fuerza que nos ha hecho resistir invictos todas las embestidas y todos los ataques del enemigo imperialista. De aquí brotó la idea, brotó la actitud, brotó la tradición combativa, que hacen que hoy, a casi 25 años del 1ro. de Enero, las banderas gloriosas del Moncada ondeen victoriosas en nuestra Patria socialista.
 
Podemos afirmar, por tanto, que La Historia me Absolverá no sólo cumplió un importante papel dentro de una etapa determinada de nuestro proceso revolucionario. En la dialéctica de la historia, sin aquel programa, el programa de la liberación nacional plena, el programa de la justicia y las reivindicaciones más urgentes del pueblo, el programa que reivindicó la obra inconclusa de nuestros mambises, Cuba no sería hoy el primer país socialista de América, ni nuestra Patria habría logrado alcanzar el elevado peldaño histórico en que hoy nos encontramos.
 
Aquél no era, ni podía ser, un programa socialista. Sin embargo, su cumplimiento cabal nos conduciría por ley inexorable a la revolución socialista, a la eliminación de la explotación del hombre por el hombre, y con ella al cambio más trascendental experimentado por este continente desde los tiempos de la independencia, hace ya más de 150 años.
 
Como tantas veces ha dicho Fidel, en los días del Moncada la palabra socialismo no podía ser esgrimida por un movimiento político, sin correr riesgo de no ser comprendido y quedar aislado de las masas.
 
La Historia me Absolverá encerraba el máximo de objetivos revolucionarios que era posible plantearse, dado el nivel político de las grandes mayorías de nuestro pueblo, sometidas a la embrutecedora penetración ideológica del imperialismo, y al clima de feroz macartismo y anticomunismo que infestaba en aquella época toda nuestra vida nacional.
 
Pero no se trataba sólo de esta limitación subjetiva con la que tropezábamos. Se trataba además, de la propia correlación material de fuerzas que en aquel momento prevalecía en el mundo. El imperialismo yanki se hallaba entonces en el cénit de su poderío en este hemisferio, y no habría vacilado en aplastar a sangre y fuego cualquier proceso revolucionario, aunque éste no pasara de tener un carácter nacional liberador y antimperialista. Así se demostró trágicamente con la experiencia de Guatemala apenas un año después del 26 de Julio. Los revolucionarios cubanos, claro está, no partíamos de estos cálculos a la hora de desarrollar y organizar nuestra lucha, pero el más elemental sentido político nos indicaba la necesidad de ser muy cautelosos en la proclamación de nuestros objetivos de más largo alcance, y no provocar con innecesarias e inoportunas definiciones doctrinales el peligro siempre latiente de una intervención norteamericana en nuestra Patria.
 
La historia tiene estos azares imponderables. Sí hubiéramos triunfado frente al régimen de Batista en 1953, el imperialismo yanki nos habría aplastado apenas emprendiéramos la realización de nuestro programa revolucionario. Cinco años y medio más tarde, la situación internacional había experimentado ya un cambio muy importante. Se creó la posibilidad, con un margen muy estrecho, que sólo una gran audacia y decisión permitieron aprovechar, para que nuestra revolución victoriosa pudiera recibir la solidaridad del socialismo y sostenerse heroicamente frente a las agresiones de sus enemigos. Esa es la audacia y la decisión internacionalista que jamás podremos dejar de agradecer a nuestra querida hermana, la Unión Soviética, y otros países socialistas.
 
El programa del Moncada proclamó, pues, lo que era posible proclamar en aquel instante: la necesidad de derrocar la tiranía, la necesidad de la unión más sincera de todos los revolucionarios honestos en este propósito, la necesidad de dar solución a las tareas inconclusa de nuestra liberación nacional, y de resolver los angustiosos problemas de la tierra, la industrialización, la educación, a vivienda, la salud y el desempleo, que laceraban sin piedad las espaldas de nuestro pueblo humilde y explotado.
 
Sin embargo, cuando volvemos hoy nuestra vista a las páginas de La Historia me Absolverá, apreciamos claramente que el rumbo señalado por este documento se aparta ya por completo del tradicional esquema capitalista. Lejos de comprometerse con la idea burguesa de la sacrosanta propiedad privada, sentimos palpitar en ese documento el concepto de la función social de la propiedad. Aquél no era el programa de los burgueses y los terratenientes, sino el programa de los hombres humildes de la ciudad y el campo, de los trabajadores, de los profesionales y demás sectores patrióticos del país. Sería inútil buscar en él la más leve traza de la servil sumisión a la llamada democracia yanqui, ni mucho menos la declaración de anticomunismo, que en aquella época constituían las palabras de pase para todo el que aspirase a llegar al poder con el visto bueno de Estados Unidos.
 
No era un programa socialista, pero semejante análisis de nuestra realidad sólo podía hacerlo un marxista a carta cabal, un revolucionario dotado de una extraordinaria capacidad para sentir y aplicar la esencia creadora del marxismo y del leninismo.
 
Bajo la frente luminosa de Martí, con el arranque épico de Maceo y de Gómez, con nuestra tradición mambisa y combativa quemándonos la sangre, La Historia me Absolverá nos llevó a entroncar con la ciencia universal de la revolución y el socialismo, con la conquista más alta del pensamiento humano: el marxismoleninismo, y ese enlace, esa unión, ese empalme natural entre lo mejor de Cuba y lo mejor del mundo hizo de nuestra causa una causa invencible.
 
Como bien ha subrayado Fidel, ni el plan revolucionario que sirvió de base al Moncada, ni el programa que surgió de aquella acción, se habrían podido concebir y llevar adelante, si no era sobre la base de las ideas y los principios fundamentales del marxismoleninismo.
 
• SOLO EL MARXISMO PODIA FACILITARNOS LA INTERPRETACION PROFUNDA DE LA HISTORIA DE CUBA, Y HACERNOS COMPRENDER EL CARACTER DE LA EPOCA EN QUE VIVIAMOS
 
Sólo el marxismo podía permitirnos comprender la médula económica y social, Oculta tras la máscara de las pugnas entre líderes y partidos, de los tremendos problemas políticos a los que entonces se enfrentaba el movimiento revolucionario, especialmente el principal de ellos, la bárbara tiranía impuesta por segunda vez, en menos de dos décadas, por Fulgencio Batista. Sólo el marxismo podía facilitamos la interpretación profunda de la historia de Cuba, y hacernos comprender el carácter de la época en que vivíamos, el papel decisivo de la lucha de clases y el lugar que en ella estaban llamados a ocupar los obreros y los campesinos del país. Sólo el marxismo podía revelarnos cuáles debían ser las tareas de la revolución social en nuestra Patria, cuál era la esencia de los órganos de aquel estado burgués y pro imperialista, y por qué constituía una necesidad imprescindible tomar el poder, con las armas y con las masas, a fin de destruir de raíz aquella maquinaria de Opresión política, militar, policíaca, jurídica, cultural e ideológica, y erigir en su lugar el nuevo estado revolucionario.
 
Podemos decir así que el programa del Moncada no sólo reivindicaría las aspiraciones frustradas de nuestros libertadores del pasado siglo, sino que encarnaría también el ideal de nuestros combatientes antimperialistas, de nuestros abnegados militantes del primer partido marxista, y de todos los que lucharon a lo largo de la historia por el progreso, la dignidad y la independencia de nuestra Patria.
 
Aquel programa no sólo trazó el sendero hacia la victoria, sino también el sendero que convertiría en hermanos a todos los revolucionarios cubanos, dando origen a la organización que es hoy la garantía por excelencia de los principios, la moral, la autoridad y la continuidad histórica de nuestra Revolución: el Partido Comunista de Cuba.
 
Todo lo qué hemos alcanzado hoy en el orden material y social, todos nuestros sueños de ayer transformados en realidades, y todos los sueños de hoy que serán los hechos de ¿ mañana, están ligados indisolublemente con aquel acontecimiento histórico que hoy recordamos.
 
Es por eso que nuestro homenaje a esta fecha, y a todo cuanto ella significa, debe estar impregnado de un profundo compromiso revolucionario, debe convertirse en una fuerza que impulse la producción, que impulse el ahorro, que impulse la eficiencia en cada una de las actividades que realizamos al servicio de nuestro pueblo.
 
Este 30 aniversario debe convertirse en un nuevo acicate en la lucha que se ha planteado esta provincia por la rentabilidad de sus empresas.
Esta conmemoración debe servirnos para hacer el máximo que dependa de nosotros, a fin de recibir con importantes éxitos económicos, con nuevos avances en la educación, en la salud y en todas las demás tareas, el vigésimo quinto aniversario del triunfo de la Revolución.
 
Hace 30 años, en este lugar, Fidel proclamó que “Cuba debía ser baluarte de libertad y no eslabón vergonzoso de despotismo”. Y hoy, más altas que nunca, con más orgullo y decisión que nunca, flamean en nuestra Patria las nobles y heroicas banderas del internacionalismo.
 
La lección del Moncada no concluyó el Primero de Enero. Desde entonces, la historia se ha encargado de reafirmar nuestra confianza en que un pueblo que lucha, un pueblo que se sacrifica, un pueblo que sabe conquistar con su sangre su propio destino, tarde o temprano alcanzará la victoria. Eso es lo que nos enseña el ejemplo valeroso de Granada. Eso es lo que nos demuestra la gesta heroica de la Revolución Sandinista, y la decidida, enérgica resistencia del pueblo de Nicaragua frente a la agresión.
 
¿Quién puede dudar entonces de la inexorable victoria del pueblo de El Salvador? ¿Quién puede dudar del futuro de Guatemala? ¿Quién puede dudar de la victoria de Chile frente a la barbarie fascista? ¿Quién puede dudar del porvenir de los pueblos del Uruguay, Paraguay, Haití y otros países oprimidos de este continente? ¿Quién puede dudar que algún día el pueblo hermano de Puerto Rico alcance al fin su plena y definitiva independencia?
 
¿Quién podrá impedir que la libertad, la justicia y la dignidad se abran paso, más temprano que tarde, para pueblos como el de Namibia, como el de Sudáfrica, como el del Líbano, como los aguerridos saharauíes y los combativos y heroicos palestinos?
 
El Moncada no sólo nos enseñó a creer en la historia, nos enseñó a querer cada día más a nuestra historia. Nos enseñó a valorar los sacrificios y las luchas de muchas generaciones de cubanos. Nos hizo sentimos como si viviéramos otra vez los tiempos de leyenda de La Demajagua, de Guáimaro, de Baraguá y de Baire. Nos hizo abrigar en nuestros corazones el recuerdo de Mella, de Villena, de Guiteras, de Pablo de la Torriente y Jesús Menéndez. Nos hizo querer cada día más esta Revolución de Abel y de José Antonio Echeverría, esta Revolución de Frank País, de Camilo y del Che. Nos hizo saber que somos no sólo los herederos del ayer y los protagonistas del presente, sino también los guardianes de una obra que ha costado tanta sangre. Respondemos por todos los que han luchado desde el 10 de Octubre hasta hoy. Defendemos lo que ya nuestros mambises y los revolucionarios de otras épocas no pueden acudir a defender. Ese es nuestro honor, el honor más alto que pueda imaginarse; y ése es nuestro deber, el deber más sagrado que haya recibido generación alguna de cubanos. Por eso, con la misma fuerza con que queremos y construimos nuestra historia, apretamos nuestras armas, y repetimos aquí, frente a los peligros que nos amenazan, frente a las maquinaciones yankis, las mismas palabras que pronunciara Fidel en este lugar hace 30 años: ¡Primero se hundirá la Isla en el mar antes que consintamos en ser esclavos de nadie!
 
¡Viva el trigésimo aniversario de La Historia me Absolverá!
 
(Viva el pueblo heroico de la Ciudad Héroe de Santiago de Cuba!
 
¡Viva Fidel!
 
¡PATRIA O MUERTE!
¡VENCEREMOS!