Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz durante la inhumación de los restos de los expedicionarios del “Corinthia”, en el cementerio de Colón, el 28 de mayo de 1959
Fecha:
Familiares de los expedicionarios del “Corinthia”;
Señoras y señores:
Desafiando la inclemencia del tiempo, la hora y todas las circunstancias que hacen difícil en estos instantes un acto de pueblo, estimamos que estos compañeros que hemos venido a enterrar en la tarde de hoy, bien merecen incluso que nos mojemos para rendirles el justo tributo que se ganaron con su sacrificio.
Para nosotros, que nos sentimos tan vinculados a este grupo de expedicionarios, con quienes han coincidido una serie de similitudes, este acto de hoy nos trae a la mente un cúmulo de recuerdos relacionados con los momentos más cruciales de la lucha contra la tiranía. Nosotros también fuimos expedicionarios; conocimos las peripecias de una travesía como las que hacen los hombres cuando traen el empeño de realizar una obra redentora; sabemos de la ansiedad del que se aproxima a la patria con escasísimos recursos para enfrentarse a todo el poderío de una tiranía como la que imperaba en nuestra patria; sabemos de la alegría de quien pisa tierra después de vencer los obstáculos que implicaron el arribo; sabemos, en fin, de todos aquellos sentimientos que atravesaron por el pecho de los expedicionarios del “Corinthia”, porque nosotros también vivimos aquellas emociones. Y para coincidir, el “Corinthia” lleva, o llevaba como el “Granma”, un nombre griego.
Comprendemos perfectamente las vicisitudes que tuvieron al arribo, producto de llegar a zonas que no se conocen, apenas sin colaboración alguna; porque los pueblos, bajo el terror tardan y solo con el tiempo despierta en ellos la esperanza de poder combatir contra enemigos que ostentan una fuerza muy superior a la de los escasos combatientes que inician una lucha revolucionaria. Sabemos pues, todos los momentos que ellos atravesaron.
Y aquel desembarco fue para nosotros, que en aquel instante éramos un grupo muy reducido de hombres, un motivo de aliento y un motivo de agradecimiento por lo que implicaba de solidaridad con los que estábamos combatiendo en Cuba desde hacía varios meses.
Tan pronto tuvimos noticias de aquel desembarco, que ya teníamos la experiencia de lo que podía ocurrirles en los primeros instantes, el grupo nuestro, que en aquellos momentos no llegaba todavía a los cien hombres, trató de brindarles colaboración. Y encontrándonos en aquellos días cerca de una guarnición enemiga fuertemente atrincherada, decidimos atacarla con el propósito de aliviar la situación del grupo que acababa de desembarcar, puesto que sabíamos por experiencia que el enemigo siempre dirigía el grueso de sus fuerzas contra cualquier brote de esa índole, que implicara el establecimiento de un segundo frente en la provincia de Oriente. Recordamos perfectamente bien cómo con la idea de que íbamos a colaborar y a socorrer de algún modo a aquel grupo expedicionario, preparamos el ataque al cuartel de El Uvero el 28 de mayo de 1957.
Aquel día, el ataque del grupo de la Sierra Maestra obtuvo un éxito de los mayores, por ser de los primeros y por ser de los hechos que más fortalecieron nuestra hueste; uno de los mayores triunfos de nuestras fuerzas, por cuanto se hicieron al enemigo 11 muertos, 19 heridos y 14 prisioneros no heridos, que hacían ascender a 33 el número total de prisioneros.
Creíamos que con aquel ataque estábamos ayudando al grupo de compañeros que había desembarcado por el norte de la provincia; sin embargo, ya en esos instantes ellos habían sido hechos prisioneros. De donde se pueden comparar, por los hechos que sucedieron con posterioridad, los dos pensamientos y las dos conductas que animaron a los hombres de uno y otro bando. Nosotros habíamos hecho ese mismo día, 19 prisioneros heridos que recibieron inmediatamente el tratamiento de nuestros médicos; que fueron asistidos en lugares seguros para que sus propios compañeros los fuesen a recoger, por cuanto nuestros medios de asistencia médica no podían garantizar en ningún sentido la vida de aquellos hombres que habían sido heridos en combate que se habían rendido a nuestras fuerzas.
Con los 14 prisioneros —que por razones de seguridad estuvieron tres días con nosotros— compartimos nuestros alimentos y, al final, puesto que no podíamos alimentarlos en la Sierra Maestra, nos vimos en la disyuntiva de tener que mantenerlos prisioneros en condiciones duras o ponerlos en libertad, y optamos por ponerlos en libertad. Fueron 33 hombres que debieron su vida al pensamiento que animaba a los que estaban luchando por liberar la patria de la tiranía, 33 hombres que no recibieron vejación alguna, que no fueron maltratados ni de obra, ni de palabra, a pesar de que aquel combate nos había costado 15 bajas, a pesar de que entre esas bajas siete eran compañeros muertos en acción, de los más valerosos de nuestra tropa. Nosotros pusimos en libertad a los prisioneros y curamos a los heridos.
¿Qué estaba ocurriendo ese mismo día en el norte de la provincia de Oriente? ¿Qué estaba ocurriendo con los prisioneros que cayeron en manos de las fuerzas de la tiranía? ¿Qué hicieron con ellos? Lo que hicieron siempre, lo que hicieron infinidad de veces, lo que hicieron desde la época del Nacional y de Atarés; la cobarde, la criminal e infame costumbre de asesinar a prisioneros indefensos y hacerlos figurar como muertos en combate. Asesinaron a los 16 expedicionarios del “Corinthia” para publicar que en un combate victorioso les habían producido a las fuerzas revolucionarias 16 muertos, para dar a entender que la derrota sufrida en El Uvero la mañana de aquel día había sido compensada con una gran victoria contra los expedicionarios del “Corinthia”. Y amén de exagerar el número de bajas que le atribuyeron a los rebeldes en El Uvero, asesinaron a los 16 prisioneros del “Corinthia”, y una vez más emitieron un parte de guerra mentiroso e hipócrita anunciando a la nación y al mundo una de sus tantas victorias militares, que no pudieron lograr jamás, porque jamás podrán obtener victorias los que en vez de lograrlas con el valor y el sacrificio, las falsean y las fingen mediante la traición y el crimen.
Jamás podrán lograr victoria los hombres que no luchan por verdaderos ideales, porque podrán ser criminales, pero jamás podrán ser militares; y lo que hicieron fue una vez más lo que habían hecho muchas veces antes y lo que habrían de hacer muchas veces después. Porque una de las costumbres que el tirano inculcó en su soldadesca, uno de los vicios más repugnantes que desde el 4 de septiembre se apoderó de los institutos armados, fue la cobardía y el vicio de asesinar a los prisioneros. Esta práctica nunca la realizaron los rebeldes y a pesar de que cientos de nuestros compañeros fueron asesinados, tuvimos siempre la calma y la serenidad de no infringir ni una sola vez nuestro criterio de que al prisionero no se le asesina, de que al prisionero no se le maltrata, de que al herido no se le remata. Y esa es una norma mantenida por los revolucionarios durante toda la guerra que duró dos años, y que tiene tanto o más mérito cuando se piensa en lo diferente que fue la conducta de nuestros enemigos. Asesinaban no solo por asesinar, asesinaban hasta por mentir, asesinaban para fingir una victoria. Muy poco respeto experimentaban por la vida humana, que hasta para obtener grados asesinaban; para obtener grados asesinaron a los expedicionarios del “Corinthia”, y para obtener grados en una sola tarde asesinaron en El Oro de Guisa a 54 campesinos.
Estas cosas explican el porqué, los que supimos mantener una conducta firme en la guerra respetando los derechos humanos, hemos sabido mantener también una actitud muy firme y muy enérgica cuando llegó la hora de castigar a los criminales. Es lógico que en otros pueblos, en otros países que no tienen idea de estos hechos, que no tienen idea de estos actos vandálicos perpetrados contra el pueblo nunca llegasen a comprender cabalmente, no solo la justicia, sino la necesidad de aplicar a los criminales un castigo ejemplar. Esto explica el porqué el sentimiento del pueblo a favor de la justicia revolucionaria fuera unánime, mientras que en otros países, que no habían vivido estos horrores, no llegasen a comprender en toda su justicia el castigo que hemos aplicado a los grandes criminales.
Pero aún dentro de la justicia, dentro de la aplicación de las penas más severas a los que tantos crímenes cometieron contra el pueblo, aun dentro de esa necesidad, la Revolución ha sido generosa, la Revolución ha sido serena, la Revolución ha evitado los excesos, porque no castigamos por venganza, castigamos por justicia; no castigamos por odio al hombre, castigamos por amor al hombre, para preservar a los pueblos de horrores semejantes; castigamos como ejemplo; castigamos para enseñar a las generaciones presentes y a las generaciones futuras; castigamos para que esos hechos nunca vuelvan a repetirse en nuestra patria; y cuando entendemos que el castigo ha sido ejemplar, sabemos poner un límite para evitar el caer en excesos que desacrediten a nuestra Revolución, que desacrediten a la justicia por las medidas que nos hemos visto en la necesidad de tomar.
Hemos castigado con la pena capital a un número considerable de esbirros, a los peores criminales, a pesar de las campañas que se desataron contra nuestra Revolución en el extranjero. Hemos sabido ser firmes en la aplicación de la justicia, pero sin excesos, porque si realmente hubiésemos aplicado aquí la pena que por sus hechos merecían todos los culpables, todos los cómplices, todos los que de una manera o de otra tienen responsabilidad con los hechos que ocurrieron en Cuba, el número de fusilados y el número de encarcelados habría sido muchas veces mayor de lo que ha sido; muchas veces en el número y en la calidad del castigo, porque es posible que muchos de los que fueron condenados a prisión, hubiesen recibido también la pena capital.
Todo el mundo sabe que la Revolución ha sido generosa, todo el mundo sabe que la tiranía tuvo muchos cómplices, directos o indirectos, materiales e intelectuales. Y, sin embargo, la Revolución se ha concretado a castigar a los peores, porque es posible que si estuviesen en las cárceles todos los confidentes que aquí hubo, todos los alabarderos de la tiranía que aquí existieron y todos los que de una manera o de otra son cómplices de este luto que vivió la familia cubana, de estos jóvenes que hemos tenido que venir a enterrar aquí, como hemos tenido que enterrar a millares de compañeros, no alcanzarían las cárceles de Cuba, no alcanzarían las prisiones para albergarlos a todos. Es bueno que se recuerde que la Revolución ha sido generosa, es bueno que se recuerde sobre todo, cuando la reacción y cuando la contrarrevolución hacen cada vez más patentes y más evidentes sus maniobras traidoras, porque lo hacen sobre todo teniendo en cuenta que la Revolución ha sido generosa, y en estos instantes, cuando después de dos años hemos tenido la oportunidad de acompañar a sus tumbas a los restos de estos valientes caídos, en estos instantes en que vemos los rostros de las madres, donde no han cesado de correr las lágrimas, porque nada ni nadie en el mundo puede mitigar el dolor de las madres que perdieron a sus hijos. En estos momentos es cuando lucen más egoístas, más absurdas y más ridículas esas declaraciones, de los que dicen que si es necesario se alzarán en armas contra la Revolución, para defender sus privilegios; de que si es necesario se alzarán en armas contra la Revolución para combatir las leyes revolucionarias. Tanto más ridículas y tanto más vergonzosas lucen ahora esas actitudes, cuando se piensa que mientras el pueblo de Cuba era asesinado, mientras a nuestros jóvenes se les privaba de la vida por centenares, ninguno de esos señores, ridículos y egoístas, tuvieron el civismo de hacer una declaración para defender el derecho a la vida de nuestros jóvenes y por defender el derecho a la vida de nuestros ciudadanos, que es mil veces más grande que el derecho a la propiedad de los latifundistas. En esos instantes no dijeron que si era necesario, se iban a alzar en armas en la Sierra Maestra para defender la vida de nuestros compatriotas, como ahora dicen que son capaces de hacerlo para defender sus bastardos y egoístas intereses. Ahora no, ahora que la Revolución está en el poder, no. Ahora que el pueblo está en el poder, no. Cuando tenían que alzarse en armas era cuando estos jóvenes eran asesinados. Cuando estos jóvenes estaban muriendo, cuando nuestra juventud se estaba sacrificando en los campos de batalla. Y estas actitudes son las que definen las características de una revolución.
Los que no tuvieron la decisión de ir a luchar por defender las libertades de la patria, los que no tuvieron la decisión de ir a morir para defender la vida de nuestros compatriotas, tienen en cambio la decisión de declarar, que para defender sus privilegios están decididos a ir a la sierra. Para despertarlos de sus sueños, vale la pena decir aquí, desde esta tribuna junto a la tumba de los expedicionarios del “Corinthia”, bajo este aguacero torrencial, que a la sierra van los hombres que defienden ideales y no los hombres que defienden privilegios. Que a la sierra van los que están dispuestos a soportar todos los sacrificios; que el combate y la vida dura de la campaña implica que a la sierra no suelen ir a pasar sacrificios los que no tienen siquiera idea de lo que es sacrificio, que a la sierra pueden ir los que cuentan con los campesinos, los que vayan a defender a los campesinos, pero nosotros creemos que si los latifundistas se alzan y van a la sierra, no será necesario combatir contra ellos, porque los propios campesinos se encargarían no ya de combatir, sino de rendirlos por hambre; porque cuando los latifundistas, los geófagos, los que tanto han maltratado a nuestros campesinos se alcen en las montañas, vamos a ver quiénes son los que les van a llevar la comida. Vamos a ver, como no sean los criminales de guerra, como no sean los enemigos de la patria, quiénes son los que van a llevarles comida, quiénes son los que van a llevarles auxilio. No estábamos muy desacertados cuando dijimos que no tardaríamos en ver a los contrarrevolucionarios unidos a los criminales de guerra y, así, no será extraño que ya se estén metiendo en la misma fila los enemigos de las leyes revolucionarias y los criminales de guerra, los socios de Batista y los socios de Trujillo.
Pero frente a esas amenazas no tenemos más que una cosa que afirmar y es que los pasos que la Revolución da, son pasos muy firmes, que esas amenazas, que esas declaraciones irresponsables, que esa actitud levantisca no logran sino reafirmar nuestra convicción y nuestros propósitos revolucionarios; que estamos ahora dedicados por entero a la aplicación de la reforma agraria, que ahora forma parte de la ley fundamental de la república ya que la llevaremos adelante con la misma firmeza con que hemos llevado siempre adelante nuestras empresas revolucionarias. La reforma agraria es una realidad que habrá que contar con ella; y a despecho de las tremendas campañas desatadas por los intereses creados contra la reforma agraria, esta será una realidad con la que habrá que contar, porque la Revolución —lo digo aquí ante la tumba de estos compañeros muertos, lo digo ante la tumba de todos los cubanos muertos hoy y ayer, de esta generación y de todas las generaciones— que esta es una revolución verdadera, que por ser verdadera, forman ya una legión sus enemigos, los eternos enemigos de los pueblos, los eternos explotadores de los pueblos; que por ser una revolución verdadera, seguirá adelante, y que esta Revolución serena y generosa, pero firme, no dará un paso atrás, no dará un solo paso atrás, porque tomamos muy en serio los deberes para con la patria, tomamos muy en serio los deberes para con la Revolución. Somos generosos, pero sabemos cumplir con nuestro deber, sabemos defender nuestros principios y sabemos llevarlos adelante, por encima de todas las resistencias, por encima de todas las campañas y por encima de todos los intereses creados.
Que los que estamos aquí cuidando de no excedernos un ápice en nuestras medidas, cuidando de no abusar un ápice del poder, haciendo un uso moderado y ecuánime de él, somos siempre hombres firmes que sabemos cumplir nuestra palabra, sabemos cumplir con nuestro deber sin perder nuestra serenidad, sin perder nuestra ecuanimidad, sin ser jamás agresivos, pero sin temblar jamás ante todos los intereses a los que tenemos que enfrentarnos, por poderosos que sean, por influyentes que sean, porque entendemos que nuestro pueblo tenía derecho a esta Revolución, que esta Revolución era una consecuencia natural de las injusticias; porque las revoluciones solo se producen cuando hay causa para ellas, y cuando se desatan, como dijera el Titán de Bronce, han de estar en pie mientras quede una injusticia por reparar. Nuestra mayor satisfacción es poder decir estas cosas hoy y siempre junto a la tumba de nuestros mártires y poder decirles como ahora a Calixto Sánchez y a todos los expedicionarios del “Corinthia”, descansen en paz porque estamos cumpliendo con el deber.