Primera intervención del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz por Radio Rebelde, 14 de abril de 1958
Fecha:
14/04/1958
A la opinión pública de Cuba y a los pueblos libres de la América Latina.
He marchado sin descanso días y noches desde la zona de operaciones de la Columna No. 1, bajo mi mando, para cumplir esta cita con la emisora rebelde.
Duro era para mí abandonar mis hombres en estos instantes, aunque fuese por breves días, pero hablarle al pueblo es también un deber y una necesidad que no podía dejar de cumplir.
Odiosa como es la tiranía en todos sus aspectos, en ninguno resulta tan irritante y groseramente cínica como en el control absoluto que impone a todos los medios de divulgación de noticias, impresas, radiales y televisadas.
La censura, por sí sola tan repugnante, se vuelve mucho más, cuando a través de ella no solo se intenta ocultar al pueblo la verdad de lo que ocurre sino que se pretende, con el uso parcial y exclusivo de todos los órganos normales de divulgación, hacerle creer al pueblo lo que convenga a la seguridad de sus verdugos.
Mientras ocultan la verdad a toda costa, divulgan la mentira por todos los medios.
No escucha el pueblo otras noticias que los partes del Estado Mayor de la Dictadura. Al ultraje de la censura se impone a la prensa el ultraje de la mentira. Y a esos mismos periódicos y emisoras, a los que un inquisidor severo y vigilante impide la publicación de toda noticia verdadera, se les obliga a informar y emitir todo cuanto la dictadura informa. Se arrebatan al pueblo sus órganos de opinión para convertirlos en vehículos de la opresión. La tiranía pretende engañar constantemente al pueblo, como si el mero hecho de negarle toda información que no venga de fuente oficial no bastase a invalidar todas sus informaciones.
¿ y a quién ha de creer el pueblo? ¿A los criminales que lo tiranizan, a los traidores que le arrebataron su Constitución y sus libertades, a los mismos que censuran la prensa y le impiden publicar con libertad la más insignificante noticia? ¡Torpes, si lo piensan, porque a un pueblo se le puede obligar a todo por la fuerza, menos a creer!
Cuando se escriba la historia real de esta lucha y se confronte cada hecho ocurrido con los partes oficiales del régimen, se comprenderá hasta qué punto la tiranía es capaz de corromper y envilecer las instituciones de la República, hasta qué punto la fuerza al servicio del mal es capaz de llegar a extremos de criminalidad y barbarie, hasta qué punto una soldadesca mercenaria y sin ideología puede ser engañada por sus propios jefes. ¿Qué les importa, después de todo, a los déspotas y verdugos de los pueblos la desmentida de la historia? Lo que les preocupa es salir del paso y aplazar la caía inevitable.
Yo no creo que el Estado Mayor mienta por vergüenza.
El Estado Mayor del Ejército de Cuba ha demostrado no tener pudor alguno.
El Estado Mayor miente por interés; miente para el pueblo y para el Ejército; miente para evitar la desmoralización en sus filas; miente porque se niega a reconocer ante el mundo su incapacidad militar, su condición de jefes mercenarios, vendidos a la causa más deshonrosa que puede defenderse; miente porque no ha podido, a pesar de sus decenas de miles de soldados y los inmensos recursos materiales con que cuenta, derrotar a un puñado de hombres que se levantó para defender los derechos de su pueblo. Los fusiles mercenarios de la tiranía se estrellaron contra los fusiles idealistas que no cobran sueldo. Ni la técnica militar, ni la academia, ni las armas más modernas sirvieron de nada.
Es que los militares, cuando no defienden a la Patria, sino que la atacan, cuando no defienden a su pueblo sino que lo esclavizan, dejan de ser institución para convertirse en pandilla armada, dejan de ser militares para ser malhechores, y dejan de merecer, no ya el sueldo que arrancan al sudor del pueblo, sino hasta el sol que los cobija en la tierra que están ensangrentando con deshonor y cobardía.
Yesos mismos militares que nunca han defendido a la Patria de un enemigo extraño, que nunca se han ganado una medalla en los campos de batalla, que deben sus grados a la traición, al nepotismo y al crimen, emiten partes de guerra anunciando 10,20,30 y hasta 50 compatriotas muertos por sus armas homicidas, como si fuesen victorias de la Patria, cual si cada cubano asesinado, porque esas son las bajas que ellos anuncian, no tuviese hermanos, hijos, esposa o padres. Solamente con los familiares de los compatriotas ultimados habría para librar una guerra victoriosa.
Nosotros no hemos asesinado jamás un prisionero enemigo. Nosotros no hemos abandonado jamás un adversario herido en los campos de batalla; y eso es y será siempre para nosotros una honra y un timbre de gloria; nosotros sentimos con dolor cada adversario que cae, aunque nuestra guerra sea la más justa de las guerras, porque es una guerra por la libertad.
Pero el pueblo de Cuba sabe que la lucha se está librando victoriosamente; el pueblo de Cuba sabe que a lo largo de diecisiete meses, desde nuestro desembarco con un puñado de hombres que supieron afrontar la derrota inicial sin cejar en el patriótico empeño, la Revolución ha ido creciendo incesantemente; sabe que lo que era chispa hace apenas un año es hoy llamarada invencible; sabe que ya no se lucha solo en la Sierra Maestra, desde Cabo Cruz hasta Santiago de Cuba; sino también en la Sierra Cristal, desde Mayarí hasta Baracoa; en la llanura del Cauto, desde Bayamo hasta Victoria de las Tunas; en la Provincia de Las Villas, desde la Sierra Escambray hasta la Sierra de Trinidad y en las montañas de Pinar del Río; en las propias calles de ciudades y pueblos se lucha heroicamente; pero sobre todo, sabe el pueblo de Cuba que la voluntad y el tesón con que iniciamos esta lucha se mantiene inquebrantable, sabe que somos un ejército surgido de la nada, que la adversidad no nos desalienta, que después de cada revés la Revolución ha resurgido con más fuerza; sabe que la destrucción del destacamento expedicionario del Granma no fue el fin de la lucha sino el principio; sabe que la huelga espontánea que siguió al asesinato de nuestro compañero Frank País no venció a la tiranía pero señaló el camino de la huelga organizada; que sobre el montón de cadáveres con que la dictadura ahoga en sangre la nueva huelga no se puede mantener en el poder ningún gobierno, porque los centenares de jóvenes y obreros asesinados en estos días y la represión sin precedentes desatada contra el pueblo, no debilita la Revolución, sino que la hace más fuerte, más necesaria, más invencible; que la sangre derramada hace más grande el valor y la indignación, que cada compañero caído en las calles de las ciudades y en los campos de batalla despiertan en sus hermanos de ideal un deseo irresistible de dar también la vida, despierta en los indolentes el deseo de combatir, despierta en los tibios el sentimiento de la Patria que se desangra por su dignidad, despierta en todos los pueblos de América la simpatía y la adhesión.
No, esos partes del Estado Mayor anunciando racimos de cadáveres con acento de júbilo, no desalientan a nadie, sino que indignan a la nación y la estimulan a la lucha.
No pueden desalentar al pueblo, menos aún si se sabe que la peor parte de la lucha la están llevando ellos, que las tropas enemigas están siendo batidas en toda la línea, que los últimos combates victoriosos de nuestras fuerzas, se libraron a cuatro kilómetros de Manzanillo, en pleno día y en pleno llano, sufriendo la dictadura enormes bajas. Nosotros no mentimos, el culto que rendimos a la libertad y al decoro del hombre es el culto que rendimos a la verdad como un derecho más de los pueblos que los déspotas no saben ni pueden respetar.
Las bajas enemigas están en proporción de diez a una respecto a las nuestras desde que comenzó esta lucha.
Cuando el Estado Mayor anuncia la muerte de treinta, cuarenta y hasta cincuenta rebeldes, se trata invariablemente de campesinos indefensos, detenidos en sus casas y asesinados sin compasión. Así han obtenido sus grados muchos oficiales que están al mando de las tropas de la dictadura en la Sierra Maestra. El ascenso de esos asesinos por las masacres perpetradas contra compatriotas indefensos ha puesto en práctica y estimulado uno de los procedimientos más repugnantes e inhumanos que pueda concebirse en una guerra.
Las hazañas de la dictadura son otras muy ajenas al valor y al honor militar.
Presa de desesperación e impotencia ha puesto en práctica la criminal táctica de bombardear y ametrallar sistemáticamente las casas de familias. Esta medida, inesperada por lo absurda, sorprendió a la población que habita al norte de la Sierra, sin refugios antiaéreos, causando numerosas víctimas.
El pasado jueves l0 de abril, después del combate de Pozón, donde fue destruido por completo un destacamento de la dictadura, salido de Yara a perseguir una patrulla rebelde que atacó a un convoy en la carretera de Manzanillo-Bayamo, tres aviones B-26, un "jet" de retropropulsión y dos aviones ligeros atacaron inmisericordes, durante dos horas, el poblado rural de Cayo Espino, donde no existía objetivo militar alguno. No quedó una sola casa que no fuera batida por la metralla. Un hospital de sangre improvisado en la retaguardia con tres médicos del 26 de Julio atendió a los heridos, que debieron esperar la noche para ser trasladados. Un niño de cinco años se desangró en el trayecto y murió en la mesa rústica que se improvisó, de operaciones, con las piernas arrancadas por una bala calibre 50 de avión, que hirió también a sus dos hermanitas.
Ningún espectáculo nos ha impresionado tanto como el de aquel niño moribundo que sin llorar apenas llamó a su abuelita para decirle que la había querido mucho, pero "ya no la podría seguir queriendo porque iba a morir". Era como si aquel niño precoz tuviera conciencia de su sacrificio, como si comprendiera que también estaba muriendo por aborrecer a los bárbaros que ametrallan humildes casas de familia.
Periodistas de cuatro países presenciaron, escucharon y tomaron películas de aquella escena. Acostumbrados a la dureza de esta lucha, aquel hecho, sin embargo, enloquecía de indignación. A cada cual le recordaba, tal vez, su propio hijo. Era difícil comprender que manos cubanas fuesen capaces de perpetrar semejante crimen. ¿Qué necesidad había de cometer aquella barbarie? ¿Qué objetivo militar podía perseguirse ametrallando aquel caserío indefenso a muchos kilómetros del lugar del combate? ¿Qué designio extraño guía la mente de los bárbaros que utilizan los recursos de la nación para llevar a cabo esos horrores contra su mismo pueblo?
¡Cuánta cobardía y ruindad la de esos pilotos, que sentados cómodamente en sus aparatos, sin riesgo alguno para sus vidas asesinan mujeres y niños inocentes!
jAh!, hemos tomado nota del día y la hora para exigirles el castigo que merecen cuando llegue el instante de rendir cuenta, y marcar sus nombres y apellidos con estigma imborrable, de modo que hasta sus propios hijos se avergüencen de ellos. Los pilotos que ametrallaron Cayo Espino el l0 de abril a las 3:40 de la tarde, son criminales de guerra que deshonran a la nación cubana, ya que no a un Ejército que ha tenido el impudor de responsabilizarse con el crimen de genocidio que se está cometiendo contra Cuba.
¡Así no se vengan las derrotas sufridas! ¡Así no se aplasta una Revolución! El recuerdo del niño moribundo no se borrará jamás de la mente de los campesinos ni de nuestros hombres cuando vayan al combate. Cuando la tiranía caiga, allí en Cayo Espino, levantaremos un monumento al niño Orestes Gutiérrez Peña, símbolo de los inocentes que han caído, que será un tributo de tierno recuerdo de nuestro Ejército Libertador al heroísmo de los niños, en cuyas mentes es unánime el cariño y la devoción a nuestros combatientes.
Y junto al nombre del inocente asesinado la posteridad leerá los nombres de los pilotos que lo asesinaron. La población campesina ha recibido instrucciones de construir refugios antiaéreos urgentemente contra la metralla y las bombas de "napalm" que está utilizando la dictadura.
Si estos hechos se pueden perpetrar por un Gobierno armado contra los ciudadanos de su propio pueblo, forzoso es comprender que la humanidad ha avanzado bien poco en los esfuerzos por proteger a los pueblos de la barbarie. Ahí tienen los Estados Unidos el uso que le dan a las armas de la Defensa Continental sus amigos, los dictadores de América. Estos no se cansarán de repetir mentirosamente que somos "comunistas" para justificar el envío de las armas como si ellos representaran la democracia, la dignidad y los más sagrados derechos de los hombres.
Campaña triste y sin gloria que se libra contra los pueblos oprimidos con la palabra democracia en labios de tiranos.
Se afirma que la venta de armas al Gobierno de Batista ha sido cancelada por el Departamento de Estado Americano. Pero el resultado no se altera en nada: Estados Unidos se las venden a Somoza y a Trujillo; Somoza y Trujillo se las venden a Batista. ¿Y la Organización de Estados Americanos qué hace? ¿Acaso tienen derecho los dictadores a conjurarse para masacrar al pueblo cubano? ¿Y los gobiernos democráticos de América, los líderes y los partidos democráticos del Continente, qué hacen con los brazos cruzados?
Si los dictadores se ayudan entre sí, ¿por qué los pueblos no han de darse las manos? ¿No estamos en la obligación de ayudamos los sinceros demócratas de toda América? ¿Es que no hemos pagado suficientemente caro el pecado de nuestra indiferencia frente al concierto de los tiranos que promueven la destrucción de nuestras democracias? ¿No se comprende que en Cuba se está librando una batalla por el ideal democrático de nuestro Continente? ¿No se percatan de que los últimos dictadores han convertido a Cuba en una de sus últimas trincheras? En Cuba no se lucha ya por la redención de un pueblo solamente, se defiende un principio que interesa a América. Si los dictadores ayudan a Batista, justo es que los pueblos de América ayuden a Cuba.
En nombre del pueblo de Cuba, que está luchando contra las armas de Batista, Trujillo y de Somoza, demandamos ayuda de los gobiernos democráticos de América. Un extenso territorio de la costa sur de la Provincia de Oriente, entre Cabo Cruz y Santiago de Cuba, está en poder de nuestras fuerzas. Las armas que se lancen en paracaídas a diez kilómetros de la costa en esa larga zona, caerán indefectiblemente en nuestras manos sin que la dictadura pueda interceptarlas. Necesitamos fusiles automáticos, ametralladoras pesadas, bazucas y morteros para avanzar hacia la Capital. El Gobierno Provisional Revolucionario sufragará todos los gastos que esos envíos ocasionen y el pueblo de Cuba guardará eterna gratitud. Los rebeldes cubanos no pedimos alimentos, no pedimos siquiera medicinas; pedimos armas para combatir, para dejar sentado en América que la voluntad de un pueblo es más poderosa que el consorcio de la dictadura y sus ejércitos mercenarios.
Las fuerzas revolucionarias del Movimiento 26 de Julio continuarán la ofensiva que iniciaron hace varias semanas. Las comunicaciones se mantendrán interrumpidas por nuestras fuerzas en las carreteras y vías ferroviarias de la provincia de Oriente. Las milicias del Movimiento 26 de Julio deben hacer extensiva esta medida al resto del territorio nacional prohibiendo el tránsito civil e infiriendo bajas constantemente a los elementos militares que se verán obligados inevitablemente a transitar por ellas o abandonar la isla. La guerra contra el transporte debe ser total y permanente, el suministro de alimentos debe ser cortado por completo. El pueblo no debe transitar por las carreteras ni ferrocarriles para evitar los riesgos de los tiroteos. Para que sea eficaz la orden de disparar, tiene que ser contra todo vehículo que transite de día o de noche, puesto que la dictadura usa el procedimiento de transportar militares vestidos de civiles y es imposible toda identificación previa.
Todas las fuerzas y todos los recursos del Movimiento Revolucionario 26 de Julio deben concentrarse en ese objetivo.
Las fuerzas represivas del régimen, ni su legión de confidentes y traidores podrá contrarrestar esta paralización progresiva y total del país. La tiranía se tendrá que rendir por parálisis, asfixia y hambre.
Con esta consigna me despido para volver junto a mis hombres.
A todas las Columnas que operan en la Provincia de Oriente y a sus Comandantes, nuestra felicitación calurosa por los éxitos obtenidos.
A las Milicias del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, nuestro reconocimiento y admiración por el heroísmo con que están luchando en los pueblos y ciudades.
A los rebeldes de Las Villas y demás núcleos del resto de la isla, nuestro saludo fraternal y alentador. Al pueblo de Cuba, la seguridad de que esta fortaleza no será jamás vencida, y nuestro juramento de que la patria será libre o morirá hasta el último combatiente.
Fidel Castro Ruz
Comandante Jefe de las Fuerzas Revolucionarias del 26 de Julio.
He marchado sin descanso días y noches desde la zona de operaciones de la Columna No. 1, bajo mi mando, para cumplir esta cita con la emisora rebelde.
Duro era para mí abandonar mis hombres en estos instantes, aunque fuese por breves días, pero hablarle al pueblo es también un deber y una necesidad que no podía dejar de cumplir.
Odiosa como es la tiranía en todos sus aspectos, en ninguno resulta tan irritante y groseramente cínica como en el control absoluto que impone a todos los medios de divulgación de noticias, impresas, radiales y televisadas.
La censura, por sí sola tan repugnante, se vuelve mucho más, cuando a través de ella no solo se intenta ocultar al pueblo la verdad de lo que ocurre sino que se pretende, con el uso parcial y exclusivo de todos los órganos normales de divulgación, hacerle creer al pueblo lo que convenga a la seguridad de sus verdugos.
Mientras ocultan la verdad a toda costa, divulgan la mentira por todos los medios.
No escucha el pueblo otras noticias que los partes del Estado Mayor de la Dictadura. Al ultraje de la censura se impone a la prensa el ultraje de la mentira. Y a esos mismos periódicos y emisoras, a los que un inquisidor severo y vigilante impide la publicación de toda noticia verdadera, se les obliga a informar y emitir todo cuanto la dictadura informa. Se arrebatan al pueblo sus órganos de opinión para convertirlos en vehículos de la opresión. La tiranía pretende engañar constantemente al pueblo, como si el mero hecho de negarle toda información que no venga de fuente oficial no bastase a invalidar todas sus informaciones.
¿ y a quién ha de creer el pueblo? ¿A los criminales que lo tiranizan, a los traidores que le arrebataron su Constitución y sus libertades, a los mismos que censuran la prensa y le impiden publicar con libertad la más insignificante noticia? ¡Torpes, si lo piensan, porque a un pueblo se le puede obligar a todo por la fuerza, menos a creer!
Cuando se escriba la historia real de esta lucha y se confronte cada hecho ocurrido con los partes oficiales del régimen, se comprenderá hasta qué punto la tiranía es capaz de corromper y envilecer las instituciones de la República, hasta qué punto la fuerza al servicio del mal es capaz de llegar a extremos de criminalidad y barbarie, hasta qué punto una soldadesca mercenaria y sin ideología puede ser engañada por sus propios jefes. ¿Qué les importa, después de todo, a los déspotas y verdugos de los pueblos la desmentida de la historia? Lo que les preocupa es salir del paso y aplazar la caía inevitable.
Yo no creo que el Estado Mayor mienta por vergüenza.
El Estado Mayor del Ejército de Cuba ha demostrado no tener pudor alguno.
El Estado Mayor miente por interés; miente para el pueblo y para el Ejército; miente para evitar la desmoralización en sus filas; miente porque se niega a reconocer ante el mundo su incapacidad militar, su condición de jefes mercenarios, vendidos a la causa más deshonrosa que puede defenderse; miente porque no ha podido, a pesar de sus decenas de miles de soldados y los inmensos recursos materiales con que cuenta, derrotar a un puñado de hombres que se levantó para defender los derechos de su pueblo. Los fusiles mercenarios de la tiranía se estrellaron contra los fusiles idealistas que no cobran sueldo. Ni la técnica militar, ni la academia, ni las armas más modernas sirvieron de nada.
Es que los militares, cuando no defienden a la Patria, sino que la atacan, cuando no defienden a su pueblo sino que lo esclavizan, dejan de ser institución para convertirse en pandilla armada, dejan de ser militares para ser malhechores, y dejan de merecer, no ya el sueldo que arrancan al sudor del pueblo, sino hasta el sol que los cobija en la tierra que están ensangrentando con deshonor y cobardía.
Yesos mismos militares que nunca han defendido a la Patria de un enemigo extraño, que nunca se han ganado una medalla en los campos de batalla, que deben sus grados a la traición, al nepotismo y al crimen, emiten partes de guerra anunciando 10,20,30 y hasta 50 compatriotas muertos por sus armas homicidas, como si fuesen victorias de la Patria, cual si cada cubano asesinado, porque esas son las bajas que ellos anuncian, no tuviese hermanos, hijos, esposa o padres. Solamente con los familiares de los compatriotas ultimados habría para librar una guerra victoriosa.
Nosotros no hemos asesinado jamás un prisionero enemigo. Nosotros no hemos abandonado jamás un adversario herido en los campos de batalla; y eso es y será siempre para nosotros una honra y un timbre de gloria; nosotros sentimos con dolor cada adversario que cae, aunque nuestra guerra sea la más justa de las guerras, porque es una guerra por la libertad.
Pero el pueblo de Cuba sabe que la lucha se está librando victoriosamente; el pueblo de Cuba sabe que a lo largo de diecisiete meses, desde nuestro desembarco con un puñado de hombres que supieron afrontar la derrota inicial sin cejar en el patriótico empeño, la Revolución ha ido creciendo incesantemente; sabe que lo que era chispa hace apenas un año es hoy llamarada invencible; sabe que ya no se lucha solo en la Sierra Maestra, desde Cabo Cruz hasta Santiago de Cuba; sino también en la Sierra Cristal, desde Mayarí hasta Baracoa; en la llanura del Cauto, desde Bayamo hasta Victoria de las Tunas; en la Provincia de Las Villas, desde la Sierra Escambray hasta la Sierra de Trinidad y en las montañas de Pinar del Río; en las propias calles de ciudades y pueblos se lucha heroicamente; pero sobre todo, sabe el pueblo de Cuba que la voluntad y el tesón con que iniciamos esta lucha se mantiene inquebrantable, sabe que somos un ejército surgido de la nada, que la adversidad no nos desalienta, que después de cada revés la Revolución ha resurgido con más fuerza; sabe que la destrucción del destacamento expedicionario del Granma no fue el fin de la lucha sino el principio; sabe que la huelga espontánea que siguió al asesinato de nuestro compañero Frank País no venció a la tiranía pero señaló el camino de la huelga organizada; que sobre el montón de cadáveres con que la dictadura ahoga en sangre la nueva huelga no se puede mantener en el poder ningún gobierno, porque los centenares de jóvenes y obreros asesinados en estos días y la represión sin precedentes desatada contra el pueblo, no debilita la Revolución, sino que la hace más fuerte, más necesaria, más invencible; que la sangre derramada hace más grande el valor y la indignación, que cada compañero caído en las calles de las ciudades y en los campos de batalla despiertan en sus hermanos de ideal un deseo irresistible de dar también la vida, despierta en los indolentes el deseo de combatir, despierta en los tibios el sentimiento de la Patria que se desangra por su dignidad, despierta en todos los pueblos de América la simpatía y la adhesión.
No, esos partes del Estado Mayor anunciando racimos de cadáveres con acento de júbilo, no desalientan a nadie, sino que indignan a la nación y la estimulan a la lucha.
No pueden desalentar al pueblo, menos aún si se sabe que la peor parte de la lucha la están llevando ellos, que las tropas enemigas están siendo batidas en toda la línea, que los últimos combates victoriosos de nuestras fuerzas, se libraron a cuatro kilómetros de Manzanillo, en pleno día y en pleno llano, sufriendo la dictadura enormes bajas. Nosotros no mentimos, el culto que rendimos a la libertad y al decoro del hombre es el culto que rendimos a la verdad como un derecho más de los pueblos que los déspotas no saben ni pueden respetar.
Las bajas enemigas están en proporción de diez a una respecto a las nuestras desde que comenzó esta lucha.
Cuando el Estado Mayor anuncia la muerte de treinta, cuarenta y hasta cincuenta rebeldes, se trata invariablemente de campesinos indefensos, detenidos en sus casas y asesinados sin compasión. Así han obtenido sus grados muchos oficiales que están al mando de las tropas de la dictadura en la Sierra Maestra. El ascenso de esos asesinos por las masacres perpetradas contra compatriotas indefensos ha puesto en práctica y estimulado uno de los procedimientos más repugnantes e inhumanos que pueda concebirse en una guerra.
Las hazañas de la dictadura son otras muy ajenas al valor y al honor militar.
Presa de desesperación e impotencia ha puesto en práctica la criminal táctica de bombardear y ametrallar sistemáticamente las casas de familias. Esta medida, inesperada por lo absurda, sorprendió a la población que habita al norte de la Sierra, sin refugios antiaéreos, causando numerosas víctimas.
El pasado jueves l0 de abril, después del combate de Pozón, donde fue destruido por completo un destacamento de la dictadura, salido de Yara a perseguir una patrulla rebelde que atacó a un convoy en la carretera de Manzanillo-Bayamo, tres aviones B-26, un "jet" de retropropulsión y dos aviones ligeros atacaron inmisericordes, durante dos horas, el poblado rural de Cayo Espino, donde no existía objetivo militar alguno. No quedó una sola casa que no fuera batida por la metralla. Un hospital de sangre improvisado en la retaguardia con tres médicos del 26 de Julio atendió a los heridos, que debieron esperar la noche para ser trasladados. Un niño de cinco años se desangró en el trayecto y murió en la mesa rústica que se improvisó, de operaciones, con las piernas arrancadas por una bala calibre 50 de avión, que hirió también a sus dos hermanitas.
Ningún espectáculo nos ha impresionado tanto como el de aquel niño moribundo que sin llorar apenas llamó a su abuelita para decirle que la había querido mucho, pero "ya no la podría seguir queriendo porque iba a morir". Era como si aquel niño precoz tuviera conciencia de su sacrificio, como si comprendiera que también estaba muriendo por aborrecer a los bárbaros que ametrallan humildes casas de familia.
Periodistas de cuatro países presenciaron, escucharon y tomaron películas de aquella escena. Acostumbrados a la dureza de esta lucha, aquel hecho, sin embargo, enloquecía de indignación. A cada cual le recordaba, tal vez, su propio hijo. Era difícil comprender que manos cubanas fuesen capaces de perpetrar semejante crimen. ¿Qué necesidad había de cometer aquella barbarie? ¿Qué objetivo militar podía perseguirse ametrallando aquel caserío indefenso a muchos kilómetros del lugar del combate? ¿Qué designio extraño guía la mente de los bárbaros que utilizan los recursos de la nación para llevar a cabo esos horrores contra su mismo pueblo?
¡Cuánta cobardía y ruindad la de esos pilotos, que sentados cómodamente en sus aparatos, sin riesgo alguno para sus vidas asesinan mujeres y niños inocentes!
jAh!, hemos tomado nota del día y la hora para exigirles el castigo que merecen cuando llegue el instante de rendir cuenta, y marcar sus nombres y apellidos con estigma imborrable, de modo que hasta sus propios hijos se avergüencen de ellos. Los pilotos que ametrallaron Cayo Espino el l0 de abril a las 3:40 de la tarde, son criminales de guerra que deshonran a la nación cubana, ya que no a un Ejército que ha tenido el impudor de responsabilizarse con el crimen de genocidio que se está cometiendo contra Cuba.
¡Así no se vengan las derrotas sufridas! ¡Así no se aplasta una Revolución! El recuerdo del niño moribundo no se borrará jamás de la mente de los campesinos ni de nuestros hombres cuando vayan al combate. Cuando la tiranía caiga, allí en Cayo Espino, levantaremos un monumento al niño Orestes Gutiérrez Peña, símbolo de los inocentes que han caído, que será un tributo de tierno recuerdo de nuestro Ejército Libertador al heroísmo de los niños, en cuyas mentes es unánime el cariño y la devoción a nuestros combatientes.
Y junto al nombre del inocente asesinado la posteridad leerá los nombres de los pilotos que lo asesinaron. La población campesina ha recibido instrucciones de construir refugios antiaéreos urgentemente contra la metralla y las bombas de "napalm" que está utilizando la dictadura.
Si estos hechos se pueden perpetrar por un Gobierno armado contra los ciudadanos de su propio pueblo, forzoso es comprender que la humanidad ha avanzado bien poco en los esfuerzos por proteger a los pueblos de la barbarie. Ahí tienen los Estados Unidos el uso que le dan a las armas de la Defensa Continental sus amigos, los dictadores de América. Estos no se cansarán de repetir mentirosamente que somos "comunistas" para justificar el envío de las armas como si ellos representaran la democracia, la dignidad y los más sagrados derechos de los hombres.
Campaña triste y sin gloria que se libra contra los pueblos oprimidos con la palabra democracia en labios de tiranos.
Se afirma que la venta de armas al Gobierno de Batista ha sido cancelada por el Departamento de Estado Americano. Pero el resultado no se altera en nada: Estados Unidos se las venden a Somoza y a Trujillo; Somoza y Trujillo se las venden a Batista. ¿Y la Organización de Estados Americanos qué hace? ¿Acaso tienen derecho los dictadores a conjurarse para masacrar al pueblo cubano? ¿Y los gobiernos democráticos de América, los líderes y los partidos democráticos del Continente, qué hacen con los brazos cruzados?
Si los dictadores se ayudan entre sí, ¿por qué los pueblos no han de darse las manos? ¿No estamos en la obligación de ayudamos los sinceros demócratas de toda América? ¿Es que no hemos pagado suficientemente caro el pecado de nuestra indiferencia frente al concierto de los tiranos que promueven la destrucción de nuestras democracias? ¿No se comprende que en Cuba se está librando una batalla por el ideal democrático de nuestro Continente? ¿No se percatan de que los últimos dictadores han convertido a Cuba en una de sus últimas trincheras? En Cuba no se lucha ya por la redención de un pueblo solamente, se defiende un principio que interesa a América. Si los dictadores ayudan a Batista, justo es que los pueblos de América ayuden a Cuba.
En nombre del pueblo de Cuba, que está luchando contra las armas de Batista, Trujillo y de Somoza, demandamos ayuda de los gobiernos democráticos de América. Un extenso territorio de la costa sur de la Provincia de Oriente, entre Cabo Cruz y Santiago de Cuba, está en poder de nuestras fuerzas. Las armas que se lancen en paracaídas a diez kilómetros de la costa en esa larga zona, caerán indefectiblemente en nuestras manos sin que la dictadura pueda interceptarlas. Necesitamos fusiles automáticos, ametralladoras pesadas, bazucas y morteros para avanzar hacia la Capital. El Gobierno Provisional Revolucionario sufragará todos los gastos que esos envíos ocasionen y el pueblo de Cuba guardará eterna gratitud. Los rebeldes cubanos no pedimos alimentos, no pedimos siquiera medicinas; pedimos armas para combatir, para dejar sentado en América que la voluntad de un pueblo es más poderosa que el consorcio de la dictadura y sus ejércitos mercenarios.
Las fuerzas revolucionarias del Movimiento 26 de Julio continuarán la ofensiva que iniciaron hace varias semanas. Las comunicaciones se mantendrán interrumpidas por nuestras fuerzas en las carreteras y vías ferroviarias de la provincia de Oriente. Las milicias del Movimiento 26 de Julio deben hacer extensiva esta medida al resto del territorio nacional prohibiendo el tránsito civil e infiriendo bajas constantemente a los elementos militares que se verán obligados inevitablemente a transitar por ellas o abandonar la isla. La guerra contra el transporte debe ser total y permanente, el suministro de alimentos debe ser cortado por completo. El pueblo no debe transitar por las carreteras ni ferrocarriles para evitar los riesgos de los tiroteos. Para que sea eficaz la orden de disparar, tiene que ser contra todo vehículo que transite de día o de noche, puesto que la dictadura usa el procedimiento de transportar militares vestidos de civiles y es imposible toda identificación previa.
Todas las fuerzas y todos los recursos del Movimiento Revolucionario 26 de Julio deben concentrarse en ese objetivo.
Las fuerzas represivas del régimen, ni su legión de confidentes y traidores podrá contrarrestar esta paralización progresiva y total del país. La tiranía se tendrá que rendir por parálisis, asfixia y hambre.
Con esta consigna me despido para volver junto a mis hombres.
A todas las Columnas que operan en la Provincia de Oriente y a sus Comandantes, nuestra felicitación calurosa por los éxitos obtenidos.
A las Milicias del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, nuestro reconocimiento y admiración por el heroísmo con que están luchando en los pueblos y ciudades.
A los rebeldes de Las Villas y demás núcleos del resto de la isla, nuestro saludo fraternal y alentador. Al pueblo de Cuba, la seguridad de que esta fortaleza no será jamás vencida, y nuestro juramento de que la patria será libre o morirá hasta el último combatiente.
Fidel Castro Ruz
Comandante Jefe de las Fuerzas Revolucionarias del 26 de Julio.
Versiones Taquigráficas - Consejo de Estado