Fidel prefirió los tiburones, antes de ser apresado, en Cayo Confites
Fecha:
29/09/2009
Fuente:
Periodico Ahora
Autor:
“Mi mamá por un lado y yo por el otro, preguntábamos por Fidel. No busques más aquí a tu hermano, con otros se tiraron al mar en el canal de Levisa, en la bahía de Nipe. El mundo me cayó arriba. Los tiburones se los comieron”. Así recuerda Mongo Castro los sucesos de la expedición de Cayo Confites, después de 60 años.
“¿Fidel Castro Ruz esta aquí?, ¿Fidel Castro Ruz esta aquí? Mi mamá por un lado y yo por el otro, preguntábamos en las distintas casillas del tren, donde iban presos, hacia La Habana.
“Sin mediar explicaciones el general Juan Rodríguez afirmó lacónicamente: no busques más aquí a tu hermano, con otros se tiraron al mar en el canal de Levisa, en la bahía de Nipe.
“El mundo me cayó arriba. Los tiburones se comieron a mi hermano. Fue la única idea fija. Conocía el lugar siempre peligroso por esos animales”.
Ramón Castro Ruz, hoy Héroe del Trabajo de la República de Cuba, rememora aquella aventura de su hermano, cuando junto a Lina Ruz, al saber lo de Cayo Confites, fueron al encuentro de Fidel.
Me confesó, en un ambiente distendido: “Voy a tratar de acercarme a aquellos tristes acontecimientos, según mi memoria, a la distancia de 60 años.
“Me encontraba con Lina, mi mamá, en el café La Paloma que teníamos en Birán, y llegó Manfugás, hijo de un teniente de Mayarí, quien nos comunicó que había visto a Fidel en un camión con rumbo a Antillas, para embarcar para Cayo Confites. El intentó desmontarlo, pero no quiso.
“Mamá y el viejo se preocuparon muchísimo. Era la primera vez que veían a Fidel en una acción de esa categoría. Mamá consiguió una lancha y se trasladó hasta el cayo donde se entrenaban los hombres para liberar a Santo Domingo de la dictadura de Trujillo. Cuando regresó, conocimos que el general le había dicho que podía llevárselo, porque era menor de edad, pero Fidel se resistió a volver. Había dado su palabra y prefería morir antes que faltar a ella.
“Después solo nos quedaba oír la radio y leer los periódicos, por donde era anunciada la invasión. Yo decía, si esta gente desembarca en Santo Domingo, los van a matar a todos, porque los iban a estar esperando.
“Cuando caen presos los expedicionarios de Cayo Confites, nos enteramos de que los iban a trasladar desde Antillas para La Habana en casillas de trenes, por lo que pasarían por Alto Cedro y para allá fuimos mi mamá y yo, entonces nos enteramos de que prefirió la bahía de Nipe que ir preso.
“Los expedicionarios estaban casi muertos de sed, me pedían agua de unos charcos que había en la tierra, los guardias no les dieron agua, yo no sé cómo llegaron a La Habana vivos, porque ni comida creo que les dieron, en esos dos o tres días en que hicieron el viaje, parecían puercos.
“Saco fuerza y le digo a mamá: no busques más a Fidel. Está en Birán. Fue mi predicción. Así me pasó después cuando el Moncada y el Granma, cuando me decían que estaban muertos, yo siempre tenía fe. Él no podía morir, y me salieron bien las cosas.
“Cuando le digo eso a mamá -¡Está en Birán!- se volvió loca de alegría. Enseguida me cuestionó ¿pero cómo tú lo sabes? Me lo dice el corazón, yo conozco a Fidel, él está allá. Y sin pérdida de tiempo arrancamos para Birán, a donde llegamos por la tardecita.
“Allí estaba el futuro Comandante en Jefe de la Cuba que lo necesitaba. El Poeta de la Aurora, como dijera el Che, el invencible e incansable Fidel. Como si nada lo encontramos junto a los demás que se habían escapado.
“Ya caía la noche y Fidel me propone ir a Mayarí para localizar al Gallego, con el fin de saber qué hizo con las armas y salgo para allá, pero me estaban esperando los guardias del ejército. Me llevan para el cuartel y el teniente Fraga me dice: Lo que tú andas buscando está aquí ya, tenían las armas en un guacal para mandarlas para Santiago de Cuba.
“Regreso a Birán ya de madrugada y Fidel, Lujan Vázquez y los otros me estaban esperando en calzoncillos y descalzos debajo de una mata de anacahuita que había frente a la tienda de Birán, que después se quemó junto con la tienda.
“Fidel me pregunta por las armas y le digo lo que había pasado y se puso hecho el diablo, quería ir para Mayarí, tuve que luchar fuerte para que desistiera de la idea, hasta que logré controlarlo y poder acostarlo.
“Al otro día reparto a sus compañeros, cuando llego a Alto Cedro, para que cogieran el tren, nos encontramos que ahí estaban los guardias de Mayarí, quienes traían las armas, para llevarlas para el cuartel Moncada, en Santiago de Cuba.
“Me dio satisfacción que ellos vieran las armas, para descartar que yo había dicho mentira la noche anterior y que nosotros nos las queríamos coger.
“Fidel me contaba después que cuando ellos se tiraron lo hicieron en una balsita. Pero una lancha patrullera los detectó y les pegaron los focos y les cayeron a tiros. Fue de noche cuando se escaparon y él dijo balas por arriba y tiburones por debajo y prefirió los tiburones, nadaron hasta las costa de Cayo Saetía, donde se perdieron en el monte, era de madrugada, hasta que llegaron a la casa de un pescador y este los sacó en un bote hasta Cuatro Camino, en el municipio de Mayarí, y después de mucho trabajo llegaron a Birán.
“Fidel solo se va para Holguín y supongo, nunca he precisado con él ese detalle, que se fue en avión y se apareció vestido de traje a esperar a los expedicionarios que fueron trasladados por el tren hacia la Habana, todos se asustaron cuando lo vieron, lo hacían comido por los tiburones”.
Ramón se queda con la mirada fija, como tratando de recordar algo más y termina:
“En todos los años he tenido el corazón de hierro, tener a Fidel y Raúl como hermanos ha sido para mí y la familia, una dura prueba, desde muy jóvenes están cerca del peligro, mira eso, Fidel con 21 años metido en cosas ya de guerrilla y unos años más tarde Raúl se enrola también en lo del Moncada, eran prácticamente niños, pero así es la vida compadre…”
DECLARACIONES DE FIDEL SOBRE EL TEMA
A Ignacio Ramonet, director del mensuario Le Monde Diplomatique, en la reciente obra Cien Horas con Fidel. Dijo: “Sí, en 1947, con 21 años, me fui a la expedición de Cayo Confites, en pro del derrocamiento de Trujillo, ya que me habían designado en los primeros tiempos presidente del Comité Pro Democracia Dominicana de la FEU. También me nombraron presidente del Comité Pro Independencia de Puerto Rico, en el primer año de la Universidad o en el segundo. Había tomado muy en serio esas responsabilidades. Estamos hablando del año 1947, y ya desde entonces albergaba la idea de la lucha irregular. Tenía la convicción, a partir de las experiencias cubanas, de las guerras de independencia y del pensamiento de Martí, que se podía luchar contra un ejército. Yo pensaba en la posibilidad de una lucha guerrilleras en las montañas de Santo Domingo. Pero aquella invasión de la República Dominicana se frustra.
“Cuando Cayo Confites, en la etapa final, viendo el caos y la desorganización reinante en la expedición, yo tenía planeado irme para la montaña con mi compañía, porque terminé de jefe de compañía en esa historia. Cayo Confites fue en 1947, y lo del asalto al Moncada en 1953, apenas seis años después, pero yo tenía la idea de aquel tipo de lucha. Yo creía en la guerra irregular, por instinto, porque nací en el campo, porque conocía las montañas y porque me daba cuenta de que aquella expedición era un desastre. Y pensaba: Con un pelotón, con un grupito, hacer la guerra en las montañas, una guerra irregular. Pensaba que no se podía pelear frontalmente contra el ejército porque este disponía de marina, de aviación, lo tenía todo, era tonto ignorarlo”.
En declaraciones hechas al periodista y escritor colombiano Arturo Alape, sobre el Bogotazo, ocurrido en Colombia un año después de los hechos de Cayo Confites, el 9 de abril de 1948; vuelve a rememorar Cayo Confites:
“Todo aquello estuvo muy mal organizado, puesto que había gente buena, muchos dominicanos buenos, había cubanos que sentían la causa dominicana, pero con el reclutamiento apresuradamente, incorporaron también antisociales, lumpens, de todo.
“Yo me enrolé en esa expedición como soldado. Estuvimos varios meses en Cayo Confites, donde está entrenándose la expedición. A mí me habían hecho teniente de un pelotón. Al final tienen lugar acontecimientos en Cuba, se producen contradicciones entre el Gobierno civil y el Ejército y este decide suspender aquella expedición.
“Así las cosas, alguna gente deserta frente a una situación de peligro y a mí me hacen jefe de una compañía de un batallón de los expedicionarios. Entonces salimos, tratábamos de llegar a Santo Domingo. Al final nos interceptan, cuando faltan unas veinticuatro horas para llegar a aquella zona y arrestan a todo el mundo. A mí no me arrestan, porque yo me fui por el mar, no me dejé arrestar más que nada por una cuestión de honor, me daba vergüenza que aquella expedición terminara arrestada. Entonces en la bahía de Nipe me tiré al agua y nadé hasta la costa de Saetía y me fui…”
Se cumplen 60 años de los preparativos de la expedición de Cayo Confites, y para esta provincia este suceso la toca muy directamente, uno por haberse desarrollado geográficamente dentro de sus limites: Antilla, Cayo Saetía, Bahía de Nipe, Mayarí, y Birán entre otros sitios que fueron testigos de este suceso, y porque entre los expedicionarios había un hijo de esta tierra holguinera: Fidel Alejandro Castro Ruz, quien ya desde los 21 años prefirió la muerte antes que faltar a su palabra.
“¿Fidel Castro Ruz esta aquí?, ¿Fidel Castro Ruz esta aquí? Mi mamá por un lado y yo por el otro, preguntábamos en las distintas casillas del tren, donde iban presos, hacia La Habana.
“Sin mediar explicaciones el general Juan Rodríguez afirmó lacónicamente: no busques más aquí a tu hermano, con otros se tiraron al mar en el canal de Levisa, en la bahía de Nipe.
“El mundo me cayó arriba. Los tiburones se comieron a mi hermano. Fue la única idea fija. Conocía el lugar siempre peligroso por esos animales”.
Ramón Castro Ruz, hoy Héroe del Trabajo de la República de Cuba, rememora aquella aventura de su hermano, cuando junto a Lina Ruz, al saber lo de Cayo Confites, fueron al encuentro de Fidel.
Me confesó, en un ambiente distendido: “Voy a tratar de acercarme a aquellos tristes acontecimientos, según mi memoria, a la distancia de 60 años.
“Me encontraba con Lina, mi mamá, en el café La Paloma que teníamos en Birán, y llegó Manfugás, hijo de un teniente de Mayarí, quien nos comunicó que había visto a Fidel en un camión con rumbo a Antillas, para embarcar para Cayo Confites. El intentó desmontarlo, pero no quiso.
“Mamá y el viejo se preocuparon muchísimo. Era la primera vez que veían a Fidel en una acción de esa categoría. Mamá consiguió una lancha y se trasladó hasta el cayo donde se entrenaban los hombres para liberar a Santo Domingo de la dictadura de Trujillo. Cuando regresó, conocimos que el general le había dicho que podía llevárselo, porque era menor de edad, pero Fidel se resistió a volver. Había dado su palabra y prefería morir antes que faltar a ella.
“Después solo nos quedaba oír la radio y leer los periódicos, por donde era anunciada la invasión. Yo decía, si esta gente desembarca en Santo Domingo, los van a matar a todos, porque los iban a estar esperando.
“Cuando caen presos los expedicionarios de Cayo Confites, nos enteramos de que los iban a trasladar desde Antillas para La Habana en casillas de trenes, por lo que pasarían por Alto Cedro y para allá fuimos mi mamá y yo, entonces nos enteramos de que prefirió la bahía de Nipe que ir preso.
“Los expedicionarios estaban casi muertos de sed, me pedían agua de unos charcos que había en la tierra, los guardias no les dieron agua, yo no sé cómo llegaron a La Habana vivos, porque ni comida creo que les dieron, en esos dos o tres días en que hicieron el viaje, parecían puercos.
“Saco fuerza y le digo a mamá: no busques más a Fidel. Está en Birán. Fue mi predicción. Así me pasó después cuando el Moncada y el Granma, cuando me decían que estaban muertos, yo siempre tenía fe. Él no podía morir, y me salieron bien las cosas.
“Cuando le digo eso a mamá -¡Está en Birán!- se volvió loca de alegría. Enseguida me cuestionó ¿pero cómo tú lo sabes? Me lo dice el corazón, yo conozco a Fidel, él está allá. Y sin pérdida de tiempo arrancamos para Birán, a donde llegamos por la tardecita.
“Allí estaba el futuro Comandante en Jefe de la Cuba que lo necesitaba. El Poeta de la Aurora, como dijera el Che, el invencible e incansable Fidel. Como si nada lo encontramos junto a los demás que se habían escapado.
“Ya caía la noche y Fidel me propone ir a Mayarí para localizar al Gallego, con el fin de saber qué hizo con las armas y salgo para allá, pero me estaban esperando los guardias del ejército. Me llevan para el cuartel y el teniente Fraga me dice: Lo que tú andas buscando está aquí ya, tenían las armas en un guacal para mandarlas para Santiago de Cuba.
“Regreso a Birán ya de madrugada y Fidel, Lujan Vázquez y los otros me estaban esperando en calzoncillos y descalzos debajo de una mata de anacahuita que había frente a la tienda de Birán, que después se quemó junto con la tienda.
“Fidel me pregunta por las armas y le digo lo que había pasado y se puso hecho el diablo, quería ir para Mayarí, tuve que luchar fuerte para que desistiera de la idea, hasta que logré controlarlo y poder acostarlo.
“Al otro día reparto a sus compañeros, cuando llego a Alto Cedro, para que cogieran el tren, nos encontramos que ahí estaban los guardias de Mayarí, quienes traían las armas, para llevarlas para el cuartel Moncada, en Santiago de Cuba.
“Me dio satisfacción que ellos vieran las armas, para descartar que yo había dicho mentira la noche anterior y que nosotros nos las queríamos coger.
“Fidel me contaba después que cuando ellos se tiraron lo hicieron en una balsita. Pero una lancha patrullera los detectó y les pegaron los focos y les cayeron a tiros. Fue de noche cuando se escaparon y él dijo balas por arriba y tiburones por debajo y prefirió los tiburones, nadaron hasta las costa de Cayo Saetía, donde se perdieron en el monte, era de madrugada, hasta que llegaron a la casa de un pescador y este los sacó en un bote hasta Cuatro Camino, en el municipio de Mayarí, y después de mucho trabajo llegaron a Birán.
“Fidel solo se va para Holguín y supongo, nunca he precisado con él ese detalle, que se fue en avión y se apareció vestido de traje a esperar a los expedicionarios que fueron trasladados por el tren hacia la Habana, todos se asustaron cuando lo vieron, lo hacían comido por los tiburones”.
Ramón se queda con la mirada fija, como tratando de recordar algo más y termina:
“En todos los años he tenido el corazón de hierro, tener a Fidel y Raúl como hermanos ha sido para mí y la familia, una dura prueba, desde muy jóvenes están cerca del peligro, mira eso, Fidel con 21 años metido en cosas ya de guerrilla y unos años más tarde Raúl se enrola también en lo del Moncada, eran prácticamente niños, pero así es la vida compadre…”
DECLARACIONES DE FIDEL SOBRE EL TEMA
A Ignacio Ramonet, director del mensuario Le Monde Diplomatique, en la reciente obra Cien Horas con Fidel. Dijo: “Sí, en 1947, con 21 años, me fui a la expedición de Cayo Confites, en pro del derrocamiento de Trujillo, ya que me habían designado en los primeros tiempos presidente del Comité Pro Democracia Dominicana de la FEU. También me nombraron presidente del Comité Pro Independencia de Puerto Rico, en el primer año de la Universidad o en el segundo. Había tomado muy en serio esas responsabilidades. Estamos hablando del año 1947, y ya desde entonces albergaba la idea de la lucha irregular. Tenía la convicción, a partir de las experiencias cubanas, de las guerras de independencia y del pensamiento de Martí, que se podía luchar contra un ejército. Yo pensaba en la posibilidad de una lucha guerrilleras en las montañas de Santo Domingo. Pero aquella invasión de la República Dominicana se frustra.
“Cuando Cayo Confites, en la etapa final, viendo el caos y la desorganización reinante en la expedición, yo tenía planeado irme para la montaña con mi compañía, porque terminé de jefe de compañía en esa historia. Cayo Confites fue en 1947, y lo del asalto al Moncada en 1953, apenas seis años después, pero yo tenía la idea de aquel tipo de lucha. Yo creía en la guerra irregular, por instinto, porque nací en el campo, porque conocía las montañas y porque me daba cuenta de que aquella expedición era un desastre. Y pensaba: Con un pelotón, con un grupito, hacer la guerra en las montañas, una guerra irregular. Pensaba que no se podía pelear frontalmente contra el ejército porque este disponía de marina, de aviación, lo tenía todo, era tonto ignorarlo”.
En declaraciones hechas al periodista y escritor colombiano Arturo Alape, sobre el Bogotazo, ocurrido en Colombia un año después de los hechos de Cayo Confites, el 9 de abril de 1948; vuelve a rememorar Cayo Confites:
“Todo aquello estuvo muy mal organizado, puesto que había gente buena, muchos dominicanos buenos, había cubanos que sentían la causa dominicana, pero con el reclutamiento apresuradamente, incorporaron también antisociales, lumpens, de todo.
“Yo me enrolé en esa expedición como soldado. Estuvimos varios meses en Cayo Confites, donde está entrenándose la expedición. A mí me habían hecho teniente de un pelotón. Al final tienen lugar acontecimientos en Cuba, se producen contradicciones entre el Gobierno civil y el Ejército y este decide suspender aquella expedición.
“Así las cosas, alguna gente deserta frente a una situación de peligro y a mí me hacen jefe de una compañía de un batallón de los expedicionarios. Entonces salimos, tratábamos de llegar a Santo Domingo. Al final nos interceptan, cuando faltan unas veinticuatro horas para llegar a aquella zona y arrestan a todo el mundo. A mí no me arrestan, porque yo me fui por el mar, no me dejé arrestar más que nada por una cuestión de honor, me daba vergüenza que aquella expedición terminara arrestada. Entonces en la bahía de Nipe me tiré al agua y nadé hasta la costa de Saetía y me fui…”
Se cumplen 60 años de los preparativos de la expedición de Cayo Confites, y para esta provincia este suceso la toca muy directamente, uno por haberse desarrollado geográficamente dentro de sus limites: Antilla, Cayo Saetía, Bahía de Nipe, Mayarí, y Birán entre otros sitios que fueron testigos de este suceso, y porque entre los expedicionarios había un hijo de esta tierra holguinera: Fidel Alejandro Castro Ruz, quien ya desde los 21 años prefirió la muerte antes que faltar a su palabra.