Ley Helms-Burton: el engendro como política
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El 12 de marzo de 1996, hace 26 años, fue firmado como ley el engendro titulado Cuban Liberty and Democratic Solidarity (Libertad) Act, para el mundo la ley Helms-Burton. A diferencia de leyes precedentes, la ley Helms-Burton estableció una doctrina legal que afirmaba la prerrogativa imperial de sancionar al país que sea, al margen de las leyes internacionales, y hacer al mundo rehén de esas sanciones.
Era época de embriaguez unipolar absoluta, en la cual EE. UU., viéndose como poder omnímodo, ensayaba los límites de su dominio a escala global, y se salía con la suya: «se estipula (… se) debe estimular a otros países a que restrinjan las relaciones comerciales y crediticias con Cuba de forma consecuente con los propósitos de esta Ley» y que se «adopten medidas inmediatas a fin de aplicar las sanciones que se describen (...) contra los países que ayuden a Cuba. (…), inste a los gobiernos extranjeros a que cooperen de forma más eficaz con dicho embargo» advirtiendo que «cualesquiera propiedades, fondos, títulos, documentos u otros artículos, o cualquier embarcación, junto con sus avíos, aparejos, muebles y equipo, que se consideren medios de una violación (...), serán decomisados bajo la autoridad del Secretario del Tesoro y entregados al Gobierno de los Estados Unidos». La realidad es que, en términos prácticos, la ley Helms-Burton tuvo, por años, pocos desafíos más allá de lo simbólico.
«El Secretario del Tesoro dará instrucciones a los directores ejecutivos estadounidenses de instituciones financieras internacionales para que, con la voz y el voto de los Estados Unidos, se opongan a la admisión de Cuba como miembro de la institución». Además, «si alguna institución financiera internacional aprueba un préstamo u otro tipo de asistencia al Gobierno cubano, a pesar de la oposición de los Estados Unidos, el Secretario del Tesoro retendrá de los pagos a esa institución una suma igual al monto de dicho préstamo u otra asistencia», por tanto, «en cumplimiento de esta sección, el Presidente tomará todas las medidas necesarias para asegurar que no se proporcionen fondos ni ninguna otra asistencia al Gobierno cubano». Solo un puñado de países tuvieron y han tenido el coraje de desafiar las previsiones más draconianas de la agresión estadounidense contra Cuba. En términos prácticos, la mayoría de los bancos internacionales, la casi totalidad de las instituciones financieras internacionales, han acatado el edicto imperial, y a quien ha osado desafiarlo, le han sido recordados los límites de su rebeldía. Frente a la presión, ceder es un camino menos riesgoso.
Sin cambiar un ápice modos de hacer que vienen desde la Enmienda Platt y las intervenciones militares en Cuba, la Ley Helms-Burton no tiene reparo en exigir que un gobierno «democrático» en la isla debe aceptar la figura de un procónsul yanqui y un órgano de tutela: «Cuando el Presidente determine (…) que se encuentra en el poder un gobierno cubano electo democráticamente, quedará autorizado para designar, previa consulta con el funcionario de coordinación, un consejo Estados Unidos-Cuba».
A 26 años de la firma de la ley fundamental del bloqueo, ya ha quedado claro que no se trataba solo de Cuba. El precedente, descansando en su impunidad efectiva, se ha multiplicado. De acuerdo con el Departamento de Estado, EE. UU. tiene oficialmente impuestas sanciones de «embargo» a 18 países, pero la Oficina Para el Control de Activos Extranjeros (OFAC), del Departamento del Tesoro de EE. UU. menciona no menos de 50 países con alguna sanción. La OFAC se niega a brindar una lista completa de los países o entidades sancionadas.
Si algo enseña la historia es que los imperios en decadencia derivan cada vez más en formas extremas de poder. La deriva del imperio estadounidense, que lleva décadas de acelerado declinar, solo refleja la certeza de esa afirmación. Analizando el programa de Santa Fe, documento programático de la política exterior de la administración de Ronald Reagan, llegado a la presidencia de EE. UU. en 1981, Luis Corvalán Lepe, secretario general del Partido Comunista de Chile en años de la dictadura, escribió un premonitorio documento sobre la fascistización de la política exterior de EE. UU. Corvalán nos advertía entonces que la perra del fascismo estaba en celo.
La batalla contra el bloqueo no es solo una batalla por Cuba, es una batalla contra la deshumanización que intenta imponérsele al planeta por un poder incapaz de sostenerse. Es una batalla por un mundo sin imperios. Por eso, mientras las fuerzas de bien del mundo forjan alianzas, diseñan estrategias y aunan esfuerzos, Cuba socialista ha de seguir dando su Stalingrado. Nuestra resistencia también es una advertencia. Al grito permanente de Julius: «Hombres: os he amado. ¡Estad alertas!», le hemos sumado, desde esta Isla, donde desde siempre se ha jugado el destino de los vientos, ¡Venceremos!