DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE EN JEFE FIDEL CASTRO RUZ EN EL ENCUENTRO CON LOS CANDIDATOS A DIPUTADOS A LA ASAMBLEA NACIONAL Y A DELEGADOS A LA ASAMBLEA PROVINCIAL, CELEBRADO EN EL TEATRO "HEREDIA", SANTIAGO DE CUBA, EL 11 DE FEBRERO DE 1993
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Queridos compañeras y compañeros:
A las pocas horas de estar en Santiago de Cuba, y a partir de la experiencia de la reunión de trabajo en La Habana el pasado sábado, le propuse al compañero Lazo la idea —al finalizar esta campaña relámpago que venimos haciendo— de sostener una reunión de trabajo similar con la provincia de Santiago de Cuba, pudiéramos decir como punto subsiguiente, para no decir punto final, a este trabajo que veníamos haciendo. Después surgió también la idea de invitar a los compañeros de las provincias orientales, donde sabemos, más o menos, que hay una situación similar a la de Santiago de Cuba, para analizar las experiencias de estos días.
Pienso que se han producido importantes cambios en la última semana, todavía sin haber transcurrido la semana, después de la reunión de trabajo de La Habana. Nosotros tomamos conciencia de que aquella reunión era muy necesaria, a partir de confusiones que había, a partir de la necesidad de una orientación general, a partir del hecho de que cada cual iba interpretando, y por cierto que interpretaban bastante bien, las ideas o las necesidades, pero cada uno le ponía más o menos su matiz, su sello, su cosa, y estamos librando una batalla dura, una batalla difícil, de gran importancia, dentro del período especial. No quiere esto decir que se termine el período especial cuando terminen las elecciones, pero es un paso de avance muy importante, que nos prepara, precisamente, para la gran lucha del período especial.
Una de las cosas que más nos preocupaba, y se veía claro, era el gran riesgo de equivocaciones al votar. Ese problema estaba muy presente y aparecía por todas partes —aquí se pudo apreciar una traza del mismo cuando el compañero del Segundo Frente explicó la pequeña trampita, porque yo por lo menos la impresión que tuve fue que le hicieron una pequeña trampita a alguien y le preguntaron por cuál de los dos candidatos iba a votar—, y se debía, fundamentalmente, al tipo de elecciones que habíamos tenido durante 15 años, que eran las elecciones en la base para elegir a los delegados de circunscripción.
Esa elección nos acostumbraba a votar por uno entre varios —podía ser desde 2 hasta 8 candidatos, un mínimo de 2 y un máximo de 8; en las primeras elecciones había 7 u 8, había más candidatos, después se fueron consolidando algunos y eran postulados por distintas áreas de la misma circunscripción y el número de candidatos se fue reduciendo a 2 ó 3, pero había que escoger entre ellos—, y de repente se presentaba una elección que era totalmente a la inversa, que tenía otros principios y otros fundamentos, la cual, sin embargo, debía empezar por la tradicional, por la elección de los delegados de circunscripción, y que consistía en lo mismo, en escoger, y de repente, en cuestión de unas cuantas semanas, se pasaba a un método que no consistía en escoger, aunque se podía escoger, la Constitución y la ley le daban y le dan al ciudadano el derecho a escoger: se puede votar por uno, por dos, por tres, por todos o por ninguno, eso es opción del elector, ese es un derecho que tiene el elector y un derecho que le respetamos. Esto desde el punto de vista legal y jurídico. Pero a la vez surgían importantes cuestiones políticas y prácticas que resolver.
Nosotros no pretendemos ni debemos alcanzar nada por presión o por coacción, sino por persuasión, qué debíamos hacer y cómo debíamos hacerlo. Se trataba de persuadir a la población de las dificultades que podía entrañar nuestro nuevo método de hacer las elecciones para las asambleas provinciales y la Asamblea Nacional, y la primera, repito, era el riesgo de la equivocación sobre la forma de votar; y la equivocación podía tener consecuencias muy negativas dentro de nuestra concepción, porque nosotros queríamos perfeccionar nuestro sistema electoral, no complicarlo, no conducirlo a un callejón sin salida, sino hacia un verdadero perfeccionamiento.
Una vez más debo decir que nuestro sistema fue muy democrático desde el principio. Recuerdo el día que se concibió y se discutió en que todo giraba en torno al problema de quién postulaba. Así surgió la idea de que postulara el pueblo, de que en cada circunscripción se reunieran los vecinos, propusieran y postularan, sin la intervención del Partido, que no fuera el Partido el que postulara; puesto que teníamos un Partido, si el Partido era el que postulaba, iba a servir para fortalecer las corrientes reaccionarias contra la idea histórica de un partido en nuestro país, porque la república surge en su última guerra de independencia con un partido.
Tampoco existían partidos, aunque desgraciadamente se formaron fracciones en nuestra primera guerra de independencia, pero se trataba de una sola fuerza, no existía un sistema multipartidista, como no lo existió en nuestra segunda guerra. El sistema multipardista lo introduce el imperialismo en nuestro país como instrumento de división y de desintegración de nuestra sociedad. Esos son sus métodos y fueron los que nos introdujeron, y de ahí que decidieran disolverlo todo: disolvieron el Partido martiano, disolvieron el Ejército Libertador, nos dejaron sin nada, indefensos totalmente, no teníamos ni un partido ni un ejército, que fueron, precisamente, las dos tragedias que no ocurrieron al triunfo de la Revolución en 1959, no nos quedamos desguarnecidos ni indefensos porque nos quedaba un partido y un ejército.
No podemos decir con exactitud que nos quedaba un partido, más bien podríamos decir que nos quedaban los rezagos del pluripartidismo, de varios partidos. Nos quedaba un ejército y un movimiento que habían desempeñado un papel fundamental en aquella lucha, aunque un movimiento unitario; no un movimiento sectario, sino un movimiento que siempre trataba de aglutinar, de sumar y de unir. Pero tuvimos el privilegio en los primeros tiempos de la Revolución de alcanzar de nuevo la posibilidad de disponer de un partido para guiar al pueblo en la Revolución. Así es como se produce, por un importante esfuerzo de persuasión, la unión de las distintas fuerzas revolucionarias en un solo partido, casi desde el primer momento, porque desde muy al principio empezó la coordinación entre las distintas fuerzas revolucionarias.
El Movimiento 26 de Julio desempeñó un papel muy importante en esto, precisamente por su carácter no sectario, por el espíritu no sectario que prevaleció en su dirección; aunque, a decir verdad, también había sectarismo en nuestras filas. Hubo que luchar mucho y explicar, por las tendencias a dividirse entre los del llano y los de la Sierra, los de la lucha clandestina y los de la lucha guerrillera, entre unas corrientes de ideas políticas y otras corrientes de ideas; pero todo se fue resolviendo, esencialmente, mediante la persuasión. Así logramos unir nuestro propio movimiento y a todas las fuerzas políticas revolucionarias en lo que se llamaron las Organizaciones Revolucionarias Integradas, y después en el Partido hasta tener lo que tenemos hoy. Volvimos a lo que había sido la historia del país, a lo que había propugnado Martí, precisamente, antes de iniciar la última guerra de independencia.
Pero si teníamos un partido, había un problema muy serio, un problema dialéctico que resolver al institucionalizarse la Revolución, la cuestión de la postulación, argumento que podía ser utilizado por los enemigos de la idea de un partido. Entonces dijimos: No, el Partido no postula, postula el pueblo. Así surgieron las circunscripciones, las asambleas de postulación en las circunscripciones, las proposiciones y las elecciones de delegados que integraban las asambleas municipales.
A veces había una cierta intervención del Partido, pero no por violar un principio, sino porque existía la necesidad de que el presidente del Poder Popular fuera electo delegado y entonces había algunas promociones de cuadros, alguna promoción de determinado compañero que se pensaba que podía ser el presidente del Poder Popular, lo cual originaba cierta participación del Partido en el proceso electoral; pero ya en el último congreso del Partido analizamos el perfeccionamiento del Poder Popular y también se discutieron algunas ideas; como, por ejemplo, si el miembro del ejecutivo tenía que ser delegado. Se había demostrado en la práctica que ser delegado y ser del ejecutivo traía algunos inconvenientes y traía inestabilidad en los cuadros administrativos del Poder Popular municipal y provincial.
Acuérdense que se discutió mucho también si los delegados del municipio debían ser elegidos por dos años y medio o por cinco años. Les confieso que todavía tengo duda sobre eso, pero habíamos arribado al criterio en la Comisión Preparatoria de que fueran dos años y medio. Había argumentos en favor y argumentos en contra, pero la estabilidad tenía que ver mucho con esto. Nos decían: Es que se mudan muchos delegados, cambian de residencia, dejan de serlo. Entonces se llegó a la conclusión de que los delegados a la provincia fueran por cinco años y se mantuvieron los dos años y medio para los delegados de las asambleas municipales, es decir, los delegados de circunscripción.
Los delegados de circunscripción eran los que elegían a los delegados de la provincia y también los que elegían a los diputados a la Asamblea Nacional. Eso es democrático, eso no lo puede impugnar nadie en absoluto. De modo que nuestro sistema era muy democrático y era ya el más democrático, porque el pueblo era el que postulaba y el que elegía, solo que postulaba y elegía de manera directa en la base, pero no elegía de manera directa en los escalones restantes; es decir, en la asamblea provincial y en la Asamblea Nacional. Eso tiene una enorme importancia, porque la Asamblea Nacional es el órgano supremo del poder del Estado.
Nuestro avance y nuestro desafío fue establecer la elección directa para los delegados a la asamblea provincial y la elección directa para los diputados a la Asamblea Nacional. Ese fue el gran avance, el gran desafío, tarea que no tenía nada fácil, porque debía resolver muchos problemas prácticos: cómo se hacía la campaña, si de nuevo se introduciría la politiquería en nuestro país, la división entre los candidatos, la guerra entre los candidatos, la competencia por el voto, los métodos publicitarios históricos que conocemos, que son repugnantes, que son asquerosos: llenan las paredes, los postes, los edificios de pasquines, de telas, de afiches, en una propaganda ridícula, en una competencia de todos contra todos, en una guerra, y nosotros nos preguntábamos: ¿Cómo podemos ir a la elección directa sin todos esos inconvenientes de la politiquería y sin todas estas desgracias que traía el viejo sistema, y cómo manteníamos el principio de que el pueblo postula y el pueblo elige? El principio de que el pueblo postula y elige es lo que nos coloca en primer lugar entre los países democráticos del mundo. Porque lo otro son grupos de gente los que postulan, incluso, los que eligen.
Hay distintos sistemas, pero uno de los más corrientes es que cada partido, por su cuenta, forma las candidaturas y después van a las elecciones con los distintos partidos y votan. A veces en cada partido votan por todos. Esto de votar por todos no es nuevo, porque tienen una columna por partido, hay que elegir 20 diputados y tienen 20 nombres, entonces votan arriba por los 20 diputados pero, ¿quiénes salen electos? Los que han puesto en el número uno, en el dos y en el tres, y nada más; todos los demás son candidatos de relleno, y no hay cosa más fea, realmente, más detestable que un candidato de relleno: a trabajar y a buscar votos para que elijan al que pusieron en el número uno, porque es el partido el que le da el número y lo pone allí: uno, dos. Calculan más o menos los votos que van a sacar; ponen a todos los demás a trabajar por ese uno y por ese dos, según la proporción de votos que saquen, unos sacan dos, otros sacan tres, otros sacan más; y a veces es una multitud de partidos, no sé cómo caben en las boletas. Aparte de que el sistema divide la sociedad, la fragmenta en mil pedazos.
La sociedad ideal para la explotación es la sociedad dividida, la sociedad fragmentada; la sociedad ideal para el imperialismo es la sociedad fragmentada, la sociedad dividida, porque la fuerza de la nación se parcela, las fuerzas de la nación entran en guerra unas contra otras, no están al servicio de la nación, sino al servicio de intereses partidistas y al servicio de la dominación imperialista.
Por eso el imperialismo se empeña tanto en establecer ese sistema en todos los países. ¿Y qué son políticamente nuestros países? Países terriblemente débiles, increíblemente débiles, y nuestro país es por excepción un país tremendamente fuerte, increíblemente fuerte en el terreno político. Lo está demostrando en este período especial, ¡y de qué manera! ¿Quién habría podido resistir con otro sistema lo que estamos resistiendo nosotros? Sin embargo, ¿cómo podíamos en la nueva concepción mantener el principio de que el pueblo elige, el pueblo postula, y evitar la politiquería, evitar la guerra, evitar la competencia por el voto?
Creo que lo más feliz de nuestros resultados es haber logrado mantener todos esos principios sin ninguno de los inconvenientes a los cuales temíamos. Pero el principio no podía ser tan fácil ni podía ser tan sencillo llevarlo a la práctica, ni el principio es fácil aplicarlo en cualquier país; para aplicar ese principio en un país tiene primero que haberse desarrollado una revolución muy profunda, tiene que haber desaparecido la explotación del hombre por el hombre, tiene que haber desaparecido la explotación de unas clases del pueblo por unas minorías privilegiadas. Sin un sistema de justicia social como el de nuestro país, sin un sistema de igualdad como el de nuestro país, sería absolutamente imposible aplicar estos principios.
Tenía sus inconvenientes —repito una vez más—, primero, saber votar, luego comprender el cambio, comprender los nuevos conceptos, los nuevos principios a aplicar. Por eso quisimos mantener tantos candidatos como miembros a escoger. ¿Cuántos hacen falta, 589 diputados? Quinientos ochenta y nueve candidatos, si es lo que necesita la Asamblea de diputados. ¿Mil ciento noventa delegados a las provincias? Mil ciento noventa candidatos a delegados a las provincias. Eso evitaba la competencia, porque si pones 2 000 a luchar por 1 190 cargos, desatas la guerra general; si pones a 1 000 para elegir a los 589, desatas la guerra general. Había que evitar la guerra general y, al mismo tiempo, había que hacer democrática, absolutamente democrática la elección.
Por eso se estableció el principio de que el ciudadano tiene tantos votos como candidatos en su distrito o municipio, no tiene un solo voto, tiene más de uno. Si los candidatos son siete entre las dos boletas, el ciudadano tiene derecho a siete votos; no se le ha quitado nada al ciudadano, se le han dado más votos. Ya él no tiene el dilema de escoger si tiene dos, tres o cuatro compañeros muy buenos. Si es gente buena toda, él no tiene que decir: ¿Por qué excluyo a este, a este, o a este que tiene tan bonita biografía, que tiene méritos, que es joven, que en el futuro puede ser un valor del país, etcétera? El tiene más derecho, él tiene más opciones, pero son sus opciones; no se le quita nada, se le da más derecho, se le dan más votos.
Claro, el candidato tiene que sacar más de la mitad de los votos. Ese es el gran requisito: sacar más de la mitad de los votos válidos emitidos. Y ese requisito de sacar más de la mitad de los votos, que es absolutamente democrático, es lo que complica el sistema electoral, es lo que puede dar lugar a inconvenientes, a problemas, a injusticias, a desigualdades, a todo; desigualdades de otro carácter, ya no son las desigualdades del capitalismo, en que los candidatos eran por lo general quienes poseían cuantiosas fortunas.
¿A qué obrero de una fábrica se le ocurría postularse, o a qué maestro de una escuela, a qué médico de un hospital público? Sí, en los pueblos chiquitos, como había tan poco servicio público, el médico podía ser un rey, y lo llevaban de candidato a concejal, a alcalde, porque es que había un médico; pero ahora lo que tenemos son decenas y decenas de miles de médicos en todo el país, muchos médicos en cualquier municipio, y cada vez más, cientos de miles de profesionales universitarios.
Antes buscaban, a veces, a un profesional para postularlo, pero tenía que ser un profesional con recursos, un profesional con dinero, un profesional para hacer la campaña; pero principalmente eran los ricos, los terratenientes, los dueños de centrales azucareros, los banqueros, los casatenientes, los dueños de los grandes negocios, los que podían pagar las campañas electorales, o los que podían buscar candidatos de su clase para hacerlos representantes, para hacerlos senadores, para que representaran los intereses de la clase. ¡Ni soñar que un ciudadano humilde del pueblo pudiera aspirar! SI, podía haber un partido de izquierda, pequeño, reducido, sin recursos, con veinte limitaciones legales para ir entre los tantos partidos y sacar uno o dos candidatos y no para cambiar el país a través de aquellos infernales mecanismos electorales ideados para mantener el sistema de explotación. Y los ricos entonces, tenían el dinero para programas de radio, de televisión, de prensa, etcétera.
Viví una parte de esa experiencia, y no tenía nada de eso, no tenía dinero, no tenía nada; pero las cosas que tuve que inventar no se me pueden olvidar. El trabajo de tipo personal que tenía que hacer sin un centavo, con un grupo de compañeros que no cobraban un centavo para hacer una política limpia dentro de todo aquello y captar votos era tarea casi imposible. Siempre, afortunadamente, a base de ideas, de principios, de nociones, de persuasión; pero eso era muy excepcional, no se daba apenas. La regla era lo otro, la regla era totalmente diferente. Ya, incluso, los mejores partidos, los más populares, caían inmediatamente en manos de las maquinarias electorales: el senador fulano de tal, rico terrateniente, era el jefe del partido en tal provincia —de partidos populares, no quiero mencionar nombres—; el otro riquísimo señor era el presidente del partido en la otra provincia. Y ya todo el mundo tenía su maquinaria electoral.
Abrirse paso en esas condiciones era una cosa terrible. Empecé a participar, pero ya con intenciones revolucionarias. No se imaginen ustedes que yo creía que aquello servía absolutamente para nada, o para hacer una revolución, o para cambiar a un país. Yo estaba tratando de llegar a determinados puntos desde los cuales desarrollar una estrategia revolucionaria, empezando por proponer leyes revolucionarias, porque ya el programa del Moncada lo tenía enteramente en la cabeza cuando estaba en una de esas campañas de las que estoy hablando, para proponerlo en aquel Congreso donde no iban a aprobarlo jamás, pero serviría para tener una bandera tras la cual proclamar la necesidad de la lucha revolucionaria, mover las grandes masas y tomar el poder por la fuerza para hacer la Revolución (APLAUSOS).
Aquello era una parte, una etapa para poder divulgar todas aquellas ideas y poder presentar en forma de proyectos de leyes aquel programa revolucionario. Para mí estaba muy claro que la sociedad de la explotación y los privilegios no se podía cambiar si no revolucionariamente.
Pero, ¿qué ocurriría ahora con nuestras nuevas concepciones y nuestra forma de elegir directamente a los diputados y a los delegados —una forma limpia, una forma sana— si no advertíamos ciertos riesgos, si no advertíamos ciertas desigualdades? Porque se nos producían otras desigualdades, no entre el rico y el pobre, sino entre la persona muy conocida y la persona que no era conocida.
A esto hay que añadir, como gran privilegio, como gran ventaja de nuestro sistema, el hecho de que casi la mitad de los diputados a la Asamblea Nacional tienen que ser delegados de base. Eso no lo tiene ningún país en el mundo. Esa es otra cosa sui géneris de Cuba.
¿En qué país del mundo un concejal —como pudiéramos llamar al equivalente de un delegado de circunscripción— es miembro de la Cámara de Representantes, o es miembro del Parlamento, o es miembro del Senado? ¿En qué país del mundo el alcalde de un municipio —que es más o menos el equivalente de nuestro presidente del Poder Popular municipal; aunque nuestro presidente del Poder Popular tiene muchas más facultades, es otra cosa— es miembro del Parlamento o es miembro del Senado? En ninguno, esos cuadros dirigentes locales no tienen posibilidades de ser miembros del Senado, o del Parlamento, y en nuestro país casi la mitad de los diputados son delegados de base.
Luego, otra proporción son personalidades provinciales —como expliqué recientemente— y una proporción mínima, si acaso alrededor del 20%, son personalidades nacionales. Es decir, la inmensa mayoría de nuestro Parlamento tiene una extracción muy popular; sin embargo, tienen que sacar más de la mitad de los votos válidos, y muchos de ellos —como hemos explicado varias veces— son conocidos allí en la circunscripción. Con la creación de los Consejos Populares, que ha sido un enorme avance y un cambio verdaderamente revolucionario en el proceso de perfeccionamiento del Poder Popular, tenemos ya unos cuadros de nivel municipal que se conocen un poco más, porque son electos por cinco, siete, ocho, diez, doce, hasta quince circunscripciones; son conocidos un poco más, pero solo allí en el área del Consejo Popular.
Cuando vamos a buscar un ejemplo como el del distrito número siete de Santiago de Cuba, por donde hemos sido postulados nosotros, es un distrito grande de más de 50 000 habitantes. Tiene zonas rurales y urbanas: la zona de Boniato por acá, la de El Cobre, Hongolosongo y todo eso por allá, la zona de los microdistritos "José Martí" por acá por la ciudad. Los delegados de circunscripción de Boniato no trabajan con la gente de El Cobre, no son conocidos allí, o no trabajan con la gente de los microdistritos, no son conocidos allí.
Se nos creaba el gran problema de la diferencia de popularidad entre los distintos candidatos. No íbamos a empezar a llenar las ciudades de pasquines en unos días para hacer populares a nuestros candidatos. No los íbamos a sacar en los periódicos: "Vote por fulano de tal, es muy buena gente", porque no nos alcanza el papel; están saliendo una vez a la semana. Podrían salir los nombres por la radio, pero nada más; el espacio de televisión también se ha reducido, es mucho menor. No había procedimiento, no podía existir procedimiento dentro de nuestra concepción para convertir en personas populares a aquellos que eran presidentes de consejos o delegados de circunscripción y que iban de candidatos a la asamblea provincial o de candidatos a diputados a la Asamblea Nacional.
Ese era un gran inconveniente, con el cual, en la práctica, en la vida, estábamos chocando. Pero, claro, afortunadamente eso tenía una solución en el principio de que el pueblo postula, el pueblo elige. Porque, ¿quiénes postulaban a esos candidatos, el Partido? No, no era el Partido el que postulaba a esos candidatos. Esos candidatos eran postulados por las asambleas municipales elegidas directamente por el pueblo, asambleas integradas por delegados postulados directamente por el pueblo y elegidos directamente por el pueblo. Solo que antes elegían a los delegados a las asambleas provinciales y a los diputados a la Asamblea Nacional. Ahora no iban a elegir, ahora iban a postular. ¿Y quién los proponía? Claro, no los iban a proponer las mismas asambleas, las asambleas municipales no podían tener noción total de los problemas provinciales y nacionales, no podían tener ellas la atribución total y absoluta de proponer y postular porque no tenían todos los elementos de juicio para hacerlo. Se podía correr el riesgo de tendencias negativas, como la de postular a todos los de allí del municipio para delegados provinciales o para diputados.
Era muy importante encontrar la fórmula de proposición de candidatura. Antes las comisiones de candidatura eran presididas por el Partido, ahora las comisiones de candidatura no son presididas por el Partido; otro paso audaz, valiente, de confianza en el pueblo, las comisiones de candidatura son presididas por la organización de los trabajadores, porque si somos un Estado socialista de obreros y campesinos, y hoy somos algo más, un Estado del pueblo revolucionario, ¿qué mejor cosa podíamos hacer a través de nuestro congreso y de nuestra Constitución de la República que asignarle esa tarea de presidir las comisiones de candidatura a la organización de los trabajadores de Cuba e integrarlas por las organizaciones de masa?
A las organizaciones de masa pertenece más del 90% de nuestra población, y nuestra población, a través de sus organizaciones de masa constituidas en comisiones de candidatura, iba a proponer a los candidatos mediante un riguroso proceso de selección y mediante incesantes consultas de todo tipo para proponer los candidatos a las asambleas municipales. Salvábamos totalmente el principio de que el pueblo postula y el pueblo elige. ¿En qué otro país del mundo existe un procedimiento similar? ¿En qué otro país del mundo le preguntan a alguien a quién va a llevar de candidato?
Hemos logrado así instrumentar un procedimiento magnífico que tenemos que seguir perfeccionando y enriqueciendo con la experiencia, pero que nos ha permitido realizar algunos pasos de suma importancia y haber adelantado considerablemente este proceso, del cual queda su parte fundamental, el 24 de febrero. Es decir, hemos escogido un procedimiento inobjetable de seleccionar y aprobar las listas de candidatos a proponer; si no se hacen las listas adecuadas, la asamblea no las aprueba, y tienen que enfrentar dos pruebas: que la asamblea los acepte y que, además, el pueblo los acepte.
Este proceso funcionará mejor en la medida en que el proceso de selección sea mejor, en la medida en que el trabajo de las comisiones de candidatura sea perfecto o casi perfecto, por todos los pasos que tienen que dar, por todas las aprobaciones que tienen que alcanzarse en las asambleas y en las propias comisiones de candidatura.
Las comisiones de candidatura trabajaron de manera febril en brevísimo tiempo, hicieron un esfuerzo colosal para presentarnos un trabajo que, ¿pudiéramos llamar perfecto? No, no sería justo llamar a su trabajo perfecto, pero sí es muy justo decir que hicieron el máximo esfuerzo por lograr el mejor trabajo, por lograr un trabajo perfecto; y estoy seguro de que en una futura etapa lo van a hacer mejor, porque van a disponer de más tiempo y experiencia.
Nosotros hemos estado muy apremiados por el tiempo, porque ya se venció el plazo de la Asamblea Nacional del Poder Popular, que ya había sido prolongada, y teníamos que hacer estas elecciones en medio del período especial. Creo que Cuba es el único país del mundo que, en una situación prácticamente de guerra como la que está viviendo nuestro país, con el bloqueo imperialista y las consecuencias derivadas del derrumbamiento del campo socialista, se atreve a hacer unas elecciones de este tipo en estas circunstancias. Creo que es una prueba tremenda de la valentía de nuestra Revolución y de nuestro pueblo.
Había que hacer estas elecciones no solo en medio del período especial, sino en medio de la zafra que, con las dificultades que el período especial nos trae, se vuelve una tarea realmente tensa, difícil. En medio de las siembras y cosechas de frío de viandas y hortalizas, en medio de la siembra y cosecha del tabaco, de un sinnúmero de actividades de todo tipo en que estamos envueltos, estamos llevando a cabo este proceso, y se disponía de un tiempo mínimo.
Es increíble lo que ha salido del esfuerzo que han hecho, precisamente, esas comisiones de candidatura; pero cuando dispongamos de más tiempo, decía, cuando no estemos tan apremiados como ahora, el esfuerzo y los resultados, sin duda, serán mucho mejores y la experiencia será mucho mayor.
Ahora, ¿cuál fue un principio que presidió el trabajo de las comisiones de candidatura? Las constantes consultas, las incesantes consultas, porque era necesario saber cómo pensaban no ya los delegados electos, sino los candidatos a delegados, a quienes antes de ser o no electos se les empezó a preguntar. Se les preguntaba a todos los factores y sectores fundamentales, se les consultó a los centros de trabajo, se consultó a todo el mundo, alrededor de un millón y medio de consultas para formar una cantera de decenas de miles de candidatos y presentar al final estos 1 190 candidatos a las asambleas provinciales y los 589 a la Asamblea Nacional.
Ahí estaba el requisito tremendo de más de la mitad de los votos, ¿y eso es acaso fácil?, ¿cómo puede ser fácil? Ahí encontrábamos uno de los obstáculos más grandes, o que se desarrollara la tendencia al preciosismo, a un exceso de selección, todo el mundo a buscar el candidato conocido, al que le hubiera visto la cara, al que lo hubiera saludado, al que hubiera conversado con él, del cual tuviera una opinión, o al que lo conociera a través de los medios de divulgación masiva o lo conociera muy bien, y escoger. Se iban a empezar a dilapidar los votos, a perder los votos, iban a empezar a disminuir las posibilidades de elegir a esos hombres y mujeres humildes del pueblo escogidos en las fábricas, las escuelas, los hospitales y en las comunidades para representar a su pueblo en la asamblea provincial o en la Asamblea Nacional; lo mejor de nuestro sistema estaría amenazado.
Por eso era tan importante el trabajo de las comisiones de candidatura, porque tenía que crearse una confianza en ese trabajo, tenía que crearse una confianza en la calidad de aquellas personas postuladas. Sin esa confianza no se puede hablar del voto unido.
Es cierto que están las biografías, pero las biografías no son iguales, por eso decíamos que desaparecían unas diferencias y surgían otras. Ya la diferencia entre el rico y el pobre iba a empezar a ser sustituida por la diferencia entre el que tenía una larga historia revolucionaria y el que tenía una breve historia revolucionaria; el que tenía 50 años al servicio de la Revolución y el que tenía cinco años al servicio de la Revolución y, por lo tanto, no podía tener una biografía tan rica como el otro. Tenían que aparecer diferencias; nuestras asambleas provinciales y nuestra Asamblea Nacional no podían disponer solo de hombres con 50 años de historia revolucionaria y una superbiografía; tenían que disponer de jóvenes, y muchos jóvenes, y tenían que disponer de estudiantes, para que se empiecen a educar, para que se empiecen a formar; no un estudiante cualquiera, sino estudiantes muy destacados, muy reconocidos y con mucho prestigio entre sus compañeros, estudiantes de la FEEM, de la FEU; tenían que disponer de innovadores, científicos, gente de talento con muchos méritos, con mucha capacidad pero no conocidos, porque se han dedicado a trabajar y no salen todos los días en el periódico o no salen nunca en el periódico, no se les conoce. Claro, pueden tener una excelente biografía: Han hecho esto, lo otro, tales aportes, tales cosas; pero nuestras instituciones representativas tienen que representar al pueblo, a los distintos sectores del pueblo, a las distintas fuerzas del pueblo; tienen que representar las distintas edades, algunos de más edad, otros de mediana edad; tienen que representar a jóvenes, porque esto es una cadena, esto es una escalera que empieza por un peldaño y llega hasta el final, y una larga escalera, donde los compañeros y las compañeras tienen que ir marchando y adquiriendo cada vez más experiencia para servir a la Revolución, para servir a su patria.
Ni los candidatos iban a ser igualmente conocidos, ni las biografías iban a ser iguales. Pero aun con una buena biografía no bastaba, hay gente que no lee las biografías, hay gente que no lee los periódicos, o si lee el periódico busca o el área política, o el área deportiva, o el área médica, o el área humorística, o busca cosas de cultura o busca cosas de entretenimiento, etcétera. Si se publican todas las biografías en todos los periódicos nadie puede asegurar que cada ciudadano lea las biografías. Hay muchos que no tienen tiempo de oír el radio, ni siquiera leyéndolas por radio o usando la televisión. La biografía es muy importante, pero no lo garantiza todo.
La biografía no garantiza que el elector conozca al candidato o lo haya visto alguna vez, tiene que guiarse exclusivamente por la biografía. Si se pone a escoger, a seleccionar demasiado, muchos de esos compañeros con excelentes biografías, incluso, podían no ser electos; íbamos a estar desperdiciando el voto, íbamos a estar sumando el voto o el no voto a los contrarrevolucionarios, porque el desafecto de la Revolución dirá: "Por ese no voto", porque es un cuadro destacado de la Revolución, o "no voto por nadie", etcétera; aquellos por una razón, otros por otra, iban a ser desventajas para los candidatos escogidos por el pueblo.
Los candidatos populares no nos preocupaban, los candidatos populares, más conocidos, de manera normal, tendrían las mayores posibilidades de salir electos; los menos conocidos tendrían las menores posibilidades. Nos obligarían a repetir muchas elecciones, ¿y acaso para encontrar candidatos más conocidos, candidatos con más méritos? Candidatos con iguales méritos sí, pero difícilmente candidatos con más méritos. Imposible que fueran más conocidos o casi imposible, y las comisiones de candidatura lanzaron en su primera oleada, digamos, en su primera línea, en su vanguardia, a los que consideraron con las condiciones más adecuadas para cumplir sus funciones.
Luego, esto: el sistema de selección, el principio de que el pueblo postula y el pueblo elige, el trabajo de las comisiones de candidatura —el excelente trabajo de las comisiones de candidatura, aunque siempre hay que admitir, por excepción, errores—, el trabajo de las asambleas municipales que aprobaron esa candidatura, después de un riguroso proceso de consulta, es lo que da la base para plantear la cuestión del voto unido, es lo que da la base para plantear la idea de que el voto no se disperse, de que el voto no se divida, de que el voto se concentre, que el voto se una, que el voto apoye a los candidatos del pueblo y que el voto elija a los candidatos del pueblo. Es precisamente la forma en que se han hecho las cosas, los principios que se han aplicado lo que le dan toda la fuerza moral y todo el fundamento al voto unido, y es lo que la gente ha comprendido.
Imagínense, compañeros, y vuelvo a repetir el ejemplo de la circunscripción número siete, y hay muchas como esa, y municipios muy grandes: cualquiera de estos cuatro compañeros que va de delegado a la asamblea provincial tiene que sacar alrededor de 20 000 votos. ¿Se imaginan a un compañero salido de las filas de la Revolución al que le estemos exigiendo 20 000 votos para ser electo? Hablando en los microdistritos, cité el ejemplo de que si en aquel momento les pedía a los que estaban allí que empezaran a contar hasta 20 000, podía dar una vuelta por toda La Habana, llegar al cabo de una hora y ellos todavía no terminaban de contar 20000.
Son 20 000 votos que les estamos exigiendo a compañeros que no salen todos los días en los periódicos, a compañeros que han trabajado con modestia, con humildad, con abnegación durante muchos años y no los conocen. ¿Cómo pueden sacar 20 000 votos si el voto patriótico, si el voto revolucionario no los apoya y no los apoya de forma concentrada y unida? No podríamos elegirlos, fallaría nuestro excelente sistema, con tan sólidos fundamentos morales, porque no comprendiéramos que el ponernos con el preciosismo de andar escogiendo uno por uno y votar solo por los conocidos significaría regatearles el voto a esos compañeros, negarles el voto a esos magníficos compañeros.
Ocurriría algo realmente triste, doloroso. Cuál sería el estímulo para el esfuerzo, cuál sería el estímulo para el científico, cuál sería el estímulo para el innovador, cuál sería el estímulo para los cuadros, tantos buenos y brillantes cuadros como tenemos; cuál sería el estímulo para su trabajo si ellos no pudieran ser elegidos.
Cuál sería la calidad de nuestra Asamblea Nacional o nuestras asambleas provinciales, cuál sería su espíritu democrático si los hombres y mujeres más modestos del pueblo y con grandes méritos no pudieran ser elegidos, si los jóvenes no pudieran ser elegidos, si los estudiantes de la FEEM o la FEU no pudieran ser elegidos, si muchos valores de nuestra patria no pudieran ser elegidos. Eso, a todas luces, sería una desigualdad; a todas luces sería una injusticia, y por eso tiene tanta fuerza la idea del voto unido en favor de los candidatos del pueblo, de que el voto revolucionario, el voto patriótico no se divida, no se disperse.
Afortunadamente hemos podido apreciar en este recorrido una comprensión elevadísima de estas ideas y de estos conceptos. Ya se puede decir que son ideas y son conceptos de las masas, por dondequiera que hemos estado en Santiago de Cuba. No debe sorprendernos, aunque resulta sorprendente; no debe extrañarnos, aunque parezca extraño porque, ¿con qué pueblo estamos trabajando? Y ya no solo pensando en sus virtudes patrióticas, sus virtudes revolucionarias, sino pensando en su nivel de educación, en su nivel de cultura.
Hoy allí, en los microdistritos, cuando el compañero Lazo hablaba y les preguntaba por las boletas, cuántas boletas había, de qué colores, para qué era una y para qué era otra, cuando oía la respuesta de la gente, me daba cuenta de que, realmente, si en vez de ser dos boletas de dos colores, fueran 20 boletas de 20 colores diferentes, nuestra gente sabría desentrañar el fenómeno y votar de una manera correcta (APLAUSOS).
No en dos boletas, repito, en 20 boletas, porque este es un pueblo que no es el mismo pueblo de ayer, este es un nuevo pueblo, ¡y miren que recordamos con cariño al viejo pueblo, que nos acompañó en el inicio de la Revolución y en la lucha de la Revolución! Pero cuando terminó la Revolución y nos reuníamos con las masas, ¿eran acaso las masas de ahora? ¿No eran las masas de analfabetos en un gran porcentaje, por no decir mayoría? Eran las masas de gente con primero, segundo y tercer grado, que sí era la inmensa mayoría. ¿Y qué se puede haber aprendido en un segundo grado y en un tercer grado en aquellas escuelas públicas que había en nuestro país, sin libros, sin papeles, sin lápices y muchas veces sin maestros? Si la inmensa mayoría no era analfabeta, la inmensa mayoría de nuestro pueblo era semianalfabeta. Esa es la verdad, dura, cruel, pero la verdad.
Esa no es la verdad de hoy. Debo decir que hoy uno ve otras cosas. Y a lo largo de estos años cuántas veces nos hemos reunido con las masas. Vemos una energía, vemos un vigor, vemos una salud que no se veían en aquellos tiempos; vemos una instrucción, vemos unos conocimientos, vemos una cultura que no se veían en aquellos tiempos; vemos un pensamiento claro, muy claro, que no se veía en aquellos tiempos.
En aquellos tiempos había fe en los hombres, es cierto. Ese factor, la fe en los hombres, jugó un papel muy importante en aquellos tiempos, pero ahora hay factores más importantes que los hombres y hay una fe distinta que nosotros apreciamos mucho: la fe en las ideas, la fe en las cosas justas, la fe en los valores del hombre, que es lo que hoy viene a sustituir todo tipo de caudillismo o personalismo, cultos a personalidades, etcétera, que aquí no se practicaron, como ustedes lo saben muy bien. Pero jugaba un papel muy importante la fe en los hombres, y hoy la fe en los hombres ha sido sustituida por la fe en las ideas. Ese es uno de los cambios más impresionantes que he podido observar en nuestro pueblo y de lo cual debemos sentirnos realmente orgullosos, porque hoy vemos prevalecer esos valores, hoy vemos prevalecer esas ideas. Eso es lo que da una fuerza tremenda a la Revolución en estos momentos.
¿Y qué explicaba las reacciones de la gente? Y miren que he visto reacciones en estos días por todas partes, lo mismo allá en las montañas de Boniato que en Hongolosongo, que en El Cobre. Lo que vimos en El Cobre fue impresionante, increíble. A mí me dio por recordar los primeros días de la Revolución y pude observar que había más entusiasmo y combatividad en el pueblo de El Cobre, que hoy tiene 18 000 habitantes, que el entusiasmo y la combatividad que había en el pueblo de El Cobre el día del triunfo de la Revolución. Y eso es mucho decir, realmente.
¿Y aquello qué era, generaciones de la época en que estábamos en la Sierra? No, muchas de las jóvenes de nuestra época en la Sierra son abuelas. Ellas mismas hablaban: "Las abuelas también tenemos que estar organizadas." Yo les decía: "Las abuelas están organizadas en todas partes, están en la Federación de Mujeres Cubanas, están en los CDR, están en todas partes. Sin las abuelas no se podría vivir en este país." Pero allí estaban las abuelas, las hijas de las abuelas, las hijas y los hijos de las hijas de las abuelas, y tenían el entusiasmo que hacía recordar el entusiasmo de los primeros días de la Revolución.
¿Cómo podría explicarse aquello en medio de los problemas, en medio de las tremendas dificultades que tenemos y sabemos? ¿Cómo podría explicarse aquel ardor patriótico, aquel ardor revolucionario, aquella conciencia política? ¿Cómo puede explicarse si no es a través de esas ideas y de esos valores de que hablo? Aquello me hacía meditar, me hacía pensar, me hacía recordar qué éramos y qué somos, y cómo sabe la gente qué éramos y qué somos, y que no lo saben solamente las abuelas, sino los hijos de las abuelas, y las hijas y los hijos de las hijas y los hijos de las abuelas. Y lo saben los pioneros, y lo saben los nietos, y ya empiezan a saberlo, incluso, los bisnietos, porque entre muchos de esos niños escolares había bisnietos.
Impresionaban aquellos niños, nos daban una idea de lo que eran nuestras escuelas. Hoy uno de ellos habló allí en una escuela. Por casualidad, le hice una pregunta, empezó a responderla y seguí haciéndole preguntas. Todavía estoy impresionado de las cosas que ese niño dijo. Está por aquí, está invitado; no lo queremos poner a hablar porque ya es mucho (RISAS). Pero yo veía en ese niño la capacidad de un diputado a la Asamblea Nacional. Me dirán que estoy exagerando —el niño está en quinto grado—, pero es difícil que una persona de esa edad de manera tan espontánea sea capaz de dar las respuestas que daba ese niño, con los fundamentos que las daba, y que nos demuestra lo que son nuestras escuelas. Es decir, sabe nuestro pueblo, joven y viejo, adolescente y niño, lo que era el pasado y lo que es el presente.
La esperanza del enemigo es que nuestras grandes dificultades materiales reblandezcan al pueblo y lo hagan ponerse de rodillas. Esos son los sueños del imperialismo, pero subestiman los poderosos valores morales, los poderosos valores intelectuales y las poderosas ideas con que hoy cuenta nuestro pueblo.
Y yo me decía: Bueno, es lógico, quien conoció la esclavitud no quiere nunca más volver a ser esclavo; quien sabe que existió la discriminación por razones de sexo o de raza, quien sabe que existió la discriminación del pobre, que era la inmensa mayoría del pueblo que, y por ser pobre, era discriminado, y más que discriminado, despreciado, ignorado como un perro, porque hasta los perros eran mejor cuidados por aquellos burgueses de lo que era cuidado un trabajador, de lo que era cuidado un ser humano, no quiere que el país vuelva jamás al pasado. Como yo les decía hoy a un grupo de compatriotas, los ricos no lloraban si un hombre aparecía muerto en la calle de enfermedad o de hambre, pero lloraban cuando se les moría su perro. Y les juro que no tengo nada contra los perros, son animales nobles, son buenos amigos del hombre; pero el sentimiento de aquellos caballeros era incapaz de condolerse de su hermano, del ser humano, del hombre. Era capaz de condolerse más de los animales que del hombre.
Quien conoció la dignidad, quien conoció la libertad, quien conoció el honor, quien conoció la igualdad, quien conoció la justicia social, aunque no haya vivido en aquella época, no se resigna ni se resignará jamás a vivir sin ella cualquiera que sea el precio (APLAUSOS).
Nosotros estamos pagando hoy, en medio del bloqueo, después del derrumbe inglorioso del campo socialista, y después que se ha endurecido ese bloqueo para tratar de rendirnos por hambre y por enfermedades, un precio alto por esos valores. Pero otras generaciones de cubanos pagaron un precio más alto todavía, y lo pagaron nuestros mambises a lo largo de la Guerra de los Diez Años, aquella guerra en la cual tanto participaron Santiago de Cuba y las provincias orientales. Diez años sin un bombillo, la mayor parte de las veces sin una vela, sin un bisturí, sin un equipo médico, sin un hospital, sin una escuela, sin nada; diez años en la manigua defendiendo lo que somos hoy, defendiendo la esperanza de alcanzar lo que hemos alcanzado hoy. Y cuando algunos se desalentaron y una parte se desmoralizó, y empezaron los arreglos con el enemigo, y se empezó a hablar de paz sin independencia, surgió Maceo y surgió Baraguá como ejemplo inmortal de heroísmo y de dignidad (APLAUSOS).
No habían transcurrido 20 años y estaban los cubanos de nuevo en la manigua, y después tuvieron que soportar sufrimientos todavía mayores, como aquella reconcentración despiadada de Weyler. Fueron precios que tuvo que pagar nuestro pueblo cuando todavía no había alcanzado su independencia para que al final vinieran los yankis y se apoderaran de todo, para que ni siquiera dejaran entrar a los mambises en las ciudades, para disolver el Ejército Libertador, para destruir el partido de Martí, para someternos durante casi 60 años al neocolonialismo.
Muchos sufrimientos trajo a nuestro pueblo esa etapa, y en eso se habían convertido los frutos de aquellas luchas; pero nosotros hemos conocido los frutos de una patria independiente, de una patria victoriosa, de una revolución victoriosa que ha hecho tantas cosas en tan pocos años, que ha transformado el país, que ha transformado las conciencias, que ha transformado al pueblo en tan pocos años, que ha hecho que un pueblo de analfabetos pueda hoy llamarse pueblo con decenas de miles de científicos, potencia en la medicina, potencia en la ciencia y, permítanme agregar, potencia en el heroísmo, potencia en el valor, potencia en la dignidad, potencia en la conciencia revolucionaria (APLAUSOS Y EXCLAMACIONES).
Podemos llamarnos potencia revolucionaria porque hemos sabido resistir y hemos sido capaces de resistir cuando otros se han rendido, cuando otros se han plegado, cuando hemos encontrado valor suficiente para enfrentarnos solos al imperialismo y decirle: ¡Aquí estamos dispuestos a luchar, dispuestos a seguir resistiendo el tiempo que sea necesario, al precio que sea necesario! Nos hemos convertido en ejemplo para el mundo.
Esa es la importancia, ese es el valor, esa es la fuerza que tienen las ideas.
Al enemigo hay que enviarle ese mensaje de un pueblo unido, no mensajes equivocados; mensajes equivocados podrán enviar los que tienen el alma del enemigo, o tienen al enemigo en el alma y siguen sus instrucciones, defienden sus intereses. Esos podrán enviar todo tipo de mensajes equivocados; pero los patriotas, los revolucionarios, los hombres y mujeres de honor y de dignidad, tenemos que enviarle un mensaje claro, bien claro, a ese enemigo de nuestra unidad, de nuestra fuerza, de nuestra determinación.
Y ya que hablo de enemigo, no debemos confundir al recalcitrante incurable e incorregible, de enfermedad ideológica irreversible, con el confundido, con el equivocado, con el amargado, con el que no comprende. Con esos tenemos que hacer un tremendo trabajo, y ese es el trabajo de que se hablaba, casa por casa, hombre por hombre y mujer por mujer; es muy importante. Pero es importante hablar hasta con el enemigo para demostrarle la debilidad de sus argumentos, para demostrarle la injusticia de sus posiciones, para demostrarle el horror de lo que es despreciar la patria, entregar la patria, vender la patria; para demostrarle el horror que implica vender su alma al diablo. No dejemos de tocar en ninguna puerta ni dejemos de tocar en ningún corazón, allí donde pueda existir aunque sea una fibra, una pequeña fibra de patriotismo, una pequeña fibra de solidaridad, una pequeña fibra de humanidad.
En este tipo de lucha política hay que ser políticos, y siempre hay que ser políticos, y siempre la Revolución fue política, porque los que abandonaron la Revolución no fue porque nosotros los expulsáramos, sino porque quisieron irse de la Revolución. En nuestro país desde el Primero de Enero todo el mundo tuvo su oportunidad y su chance de ser revolucionario, nunca lo despreció la Revolución. Por eso es necesario insistir en que hay que librar la batalla política, no olvidar eso que decía Lazo de la calidad, no pensar solo en números.
Por eso decíamos recientemente: Todos tienen que enseñar a votar a todos, no se trata de que el estudiante enseñe a votar a los estudiantes, sino a todos; de que las mujeres enseñen a votar a las mujeres, sino a todos; los CDR tienen que enseñar a votar a todos, y los pioneros tienen que enseñar a votar también, porque ellos saben cómo se vota.
Todos tienen que enseñar a votar a todos, todos tienen que tocar a todas las puertas, todos tienen que tocar a todos los corazones, porque los valores que defendemos son muy sagrados, son muy altos, son muy poderosos, son los valores de la patria, son los valores de la Revolución, son los valores del socialismo son los valores de la justicia, son los valores de la igualdad, son los valores de la dignidad y del honor del hombre. Esos valores tienen un peso tremendo.
Como les decía a algunos de los compatriotas santiagueros, nadie vende al hermano, nadie vende a la madre ni al padre, nadie vende a los hijos por nada en el mundo, ni renuncia a ellos por grandes que sean los sacrificios. Así debemos ver la patria, así debemos ver la justicia, así debemos ver la libertad y poder decir: ¡Ningún verdadero cubano vende a su madre, que es la patria! (APLAUSOS PROLONGADOS) ¡Ningún verdadero cubano vende a su hermano, que es el sentimiento de solidaridad! ¡Ningún verdadero cubano vende a sus hijos, que son la libertad, que son la dignidad, que son el honor, que son la igualdad, que son la justicia! Esos son los valores que nosotros los revolucionarios defendemos, son los valores por los cuales han luchado tantas generaciones de cubanos y por los cuales se han sacrificado tantos compatriotas (APLAUSOS). Nosotros debemos saber ser dignos descendientes de ellos. Estos son los valores que nos hacen fuertes, son los valores que nos hacen invencibles.
La patria hay que defenderla, la nación hay que defenderla, mucho trabajo y mucha sangre costó que no se la tragara el imperio. Y ahora, sin campo socialista; ahora, cuando ese imperio es hegemónico en el mundo, tenemos que demostrarle que hay un pueblo con suficiente decoro, suficiente dignidad, suficiente espíritu, suficiente conciencia y suficientes ideas revolucionarias como para poder ser tragado, como para poder ser rendido, como para poder ser puesto de rodillas.
En este 24 de febrero, que se conmemora el 98 aniversario, casi el centenario del inicio de nuestra segunda guerra de independencia, tendremos el honor de librar esta batalla, porque esto tendrá mucha importancia, ya que vamos a constituir el Poder Popular que regirá al país en el período especial: el Poder Popular de las provincias, la Asamblea Nacional del Poder Popular, los órganos superiores del Estado cubano. Al cumplir este elemental deber, al librar esta batalla, estaremos dando pasos importantísimos hacia el futuro, estaremos dando pasos importantísimos en el fortalecimiento de nuestra Revolución para soportar las pruebas de ahora y peores todavía si fuera necesario (APLAUSOS PROLONGADOS).
Si siempre he tenido confianza en nuestro pueblo, hoy puedo decir que tengo más confianza que nunca en el pueblo de toda Cuba, de todas partes, pero muy especialmente en el pueblo de Santiago de Cuba y de las provincias orientales (APLAUSOS Y EXCLAMACIONES DE: "¡Fidel, Fidel!").
Por aquí comenzamos nuestras luchas desde la Guerra del 68 hasta el Moncada, por aquí la continuamos; aquí alcanzamos la victoria, aquí damos pasos importantes y decisivos en su consolidación. Por eso, al resto de nuestros compatriotas, como mensaje de aliento, de entusiasmo y de lucha, porque ellos serán capaces de hacer lo que hacemos nosotros, podremos decirles: ¡En Santiago y en las provincias orientales, tenemos y tendremos baluartes invencibles de la Revolución!
¡Socialismo o Muerte!
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
(OVACION)