Un saludo a los mexicanos
Data:
02/12/2000
Fonte:
Juventud Rebelde
A las 9:40 de la mañana vemos al IL-62M cruzar el Aeropuerto Internacional Benito Juárez, de esta capital. Cinco minutos más tarde transita la pista, frente al hangar presidencial, arrastrado por un remolcador que lo sitúa a unos escasos metros de la tradicional alfombra roja que preside los recibimientos oficiales en México. El avión que trae a Fidel y a la delegación oficial que lo acompaña -el canciller Felipe Pérez Roque; el secretario del Consejo de Estado, José Miyar Barruecos, y el miembro del Consejo de Estado, Carlos Valenciaga- ha volado aproximadamente dos horas de La Habana a Ciudad de México.
Desde los días del exilio moncadista, es la octava vez que nuestro Comandante visita México, y la tercera que recibe honores en este lugar. No se escucha ni el vuelo de una mosca. Es la tensión que antecede el tableteo de los obturadores de las cámaras y las luces de los flashes. Se abre la puerta del elegante avión de Cubana, y poco después asoma Fidel, de cerrado traje negro y escoltado por el que, hasta este primero de diciembre, fue el embajador de México en Cuba, Heriberto Galindo.
Fidel recibe los honores militares y se adelanta a saludar a la familia de Galindo, que espera en uno de los laterales, en el umbral del salón de protocolo del aeropuerto. Los periodistas gritan, se desesperan: "Fidel, Fidel..." Él se da vuelta, sonríe, duda un momento -faltan unos minutos para que comience el traspaso de poderes en el Palacio Legislativo, de San Lázaro-, y todavía pisando la alfombra roja comenta: "Un saludo para los mexicanos, y para los cubanos también", y da unos pasos hacia el cordón donde nos apostamos los de la prensa que, en segundos, pujan por arremolinarse en torno a él.
"¿Cómo se siente?", dispara un reportero que está a mi derecha: "Excelente, feliz... Muy bonito día" -dice mirando el cielo, que efectivamente está más despejado que de costumbre.
"He tenido muy buen viaje... Adiós", y hace un gesto con la mano. Una muchacha, con un micrófono en mano atina: "Deseamos que se sienta feliz en México." Lo último que escucho, en medio de los empujones de mis colegas, es un afectuoso "gracias, gracias".
Desde los días del exilio moncadista, es la octava vez que nuestro Comandante visita México, y la tercera que recibe honores en este lugar. No se escucha ni el vuelo de una mosca. Es la tensión que antecede el tableteo de los obturadores de las cámaras y las luces de los flashes. Se abre la puerta del elegante avión de Cubana, y poco después asoma Fidel, de cerrado traje negro y escoltado por el que, hasta este primero de diciembre, fue el embajador de México en Cuba, Heriberto Galindo.
Fidel recibe los honores militares y se adelanta a saludar a la familia de Galindo, que espera en uno de los laterales, en el umbral del salón de protocolo del aeropuerto. Los periodistas gritan, se desesperan: "Fidel, Fidel..." Él se da vuelta, sonríe, duda un momento -faltan unos minutos para que comience el traspaso de poderes en el Palacio Legislativo, de San Lázaro-, y todavía pisando la alfombra roja comenta: "Un saludo para los mexicanos, y para los cubanos también", y da unos pasos hacia el cordón donde nos apostamos los de la prensa que, en segundos, pujan por arremolinarse en torno a él.
"¿Cómo se siente?", dispara un reportero que está a mi derecha: "Excelente, feliz... Muy bonito día" -dice mirando el cielo, que efectivamente está más despejado que de costumbre.
"He tenido muy buen viaje... Adiós", y hace un gesto con la mano. Una muchacha, con un micrófono en mano atina: "Deseamos que se sienta feliz en México." Lo último que escucho, en medio de los empujones de mis colegas, es un afectuoso "gracias, gracias".