Zarpazo a la democracia
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“¡Revolución no, zarpazo! Patriotas no, liberticidas, usurpadores, retrógrados, aventureros sedientos de oro y poder”.
Esa fue la calificación que le diera el entonces joven abogado Fidel Castro al golpe de Estado, que el 10 de marzo de 1952 había llevado de nuevo al poder al dictador Fulgencio Batista e interrumpido el ritmo constitucional de la República. Fue una denuncia valiente y exacta acerca de lo que había acontecido aquella madrugada en que de nuevo los tanques tomaron La Habana y la población amaneció lamentándose del retorno del crimen y la tortura.
Durante el juicio del Moncada, en su alegato de autodefensa, La Historia me Absolverá, sería Fidel igual de categórico al evaluar el lamentable suceso, que evidenciaba en toda su magnitud la crisis del modelo de democracia burguesa representativa cubana.
“¡Pobre pueblo! Una mañana, la ciudadanía se despertó estremecida; a las sombras de la noche los espectros del pasado se habían conjurado, mientras ella dormía, y ahora la tenían agarrada por las manos, por los pies y por el cuello. (…) No; no era una pesadilla; se trataba de la triste y terrible realidad: un hombre llamado Fulgencio Batista acababa de cometer el horrible crimen que nadie esperaba”.
En junio de ese 1952 habría elecciones, y el candidato por el Partido Ortodoxo, Roberto Agramonte debía salir presidente con el voto popular, y por el arraigo que tenía entre las masas la prédica cívica del extinto líder de la ortodoxia Eduardo Chibás.
Eso bien lo sabía Batista, que aspiraba de nuevo a la primera magistratura, y lo sabía también el gobierno de los Estados Unidos, quienes en perfecta confabulación planearon y ejecutaron la asonada militar del 10 de marzo, como parte de una estrategia continental de golpes de Estado enmarcada en la entonces Guerra Fría.
El hasta ese día presidente, Carlos Prío Socarrás, de igual manera tenía sus indicios, pues en varias ocasiones había sido alertado de que Batista conspiraba en contra suya, pero nada hizo. Como tampoco nada hizo al conocer la asonada militar de esa madrugada del día 10, y salió tranquilamente hacia la embajada de México para dejar a Cuba sumida en la más feroz dictadura de su historia republicana, que en siete años de desgobierno causaría más de 20 000 cubanos muertos.
La reacción ante el inconstitucional golpe de Estado fue variada: los partidos burgueses enseguida se plegaron al dictador y fueron a Palacio a rendirle pleitesía a Batista. Sin embargo, el golpe desencadenó una reacción popular que si bien entonces no logró su objetivo de frenar a las fuerzas reaccionarias, sí mostró las potencialidades de la lucha que luego sobrevendría con Fidel y la Generación del Centenario al frente.
La FEU protestó con energía y tomó la colina universitaria en busca de armas, armas que le solicitó a Prío, y que este prometió, para nunca darlas. Entre los primeros en llegar estuvo el estudiante cardenense José Antonio Echeverría, de tan magnífica trayectoria ulterior, hasta su heroica muerte el 13 de marzo de 1957.
También el Partido Socialista Popular (PSP) se opuso al cuartelazo y lo denunció de manera pública.
Mientras Fidel Castro lo repudiaba de manera valiente en su artículo de denuncia “¡Revolución no, zarpazo!” Días después, el 16 de marzo, el joven abogado presentaba una acusación formal ante el Tribunal de Urgencia de La Habana en la que demostraba la inconstitucionalidad del golpe de Estado y solicitaba, por los artículos violados, 100 años de prisión para el usurpador Batista, denuncia que, por supuesto, fue desoída.
Otro joven, el encrucijadense Abel Santamaría Cuadrado, luego segundo jefe del Movimiento que llevaría adelante las acciones del 26 de julio de 1953, también mostró su civismo, y en una carta pública fechada el 17 de marzo de 1952, decía: “¿Para qué, en este momento, dogmas y doctrinas, si lo que necesitamos se llama acción, acción? (…) Basta ya de pronunciamientos estériles, sin objetivo determinado. Una revolución no se hace en un día, pero se comienza en su segundo (…)”.
El golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 consolidó a Batista en el poder, rompió el ritmo constitucional de la República, pisoteo y abolió la Constitución de 1940 y ratificó que la democracia burguesa en Cuba estaba en crisis; pero también, y es la gran lección de la historia, abrió un nuevo periodo de luchas que no terminaría hasta la victoria revolucionaria del 1.o de enero de 1959.
Las palabras finales de Fidel en su artículo fueron proféticas: “Cubanos: Hay tirano otra vez, pero habrá otra vez Mellas, Trejos y Guiteras. Hay opresión en la patria, pero habrá algún día, otra vez, libertad.
”Yo invito a los cubanos de valor, a los bravos militantes del partido glorioso de Chibás; la hora es de sacrificio y de lucha, si se pierde la vida, nada se pierde, ‘vivir en cadenas es vivir en oprobio y afrenta sumidos’. ‘Morir por la patria es vivir’”.