“¡Despreocúpese, que vamos a estar listos!”
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Al amanecer del 15 de abril de 1961, el miliciano Antonio Ramón Beltrán González se encontraba de guardia en la “cuatro bocas” instalada a unos 150 metros de la parte delantera del edificio ocupado por la jefatura de Operaciones, en Ciudad Libertad.
Tras un entrenamiento iniciado a fines de octubre del año precedente, en respuesta a una convocatoria lanzada por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz a mediados de ese mes, Beltrán había sido designado tirador de esa pieza, por la cual respondían, además, otros cinco compañeros.
“En reunión efectuada en el estadio universitario, el Comandante en Jefe planteó la necesidad de que preferentemente aquellos que no estuvieran trabajando, o lo hicieran de forma ocasional, pasaran un curso de 15, 30 o 45 días de artillería antiaérea porque había que prepararse. Nos dijo que a la semana siguiente nos presentáramos en aquel mismo lugar. Así lo hicimos y de allí salimos marchando, en columna, bajo un intenso aguacero hacia Ciudad Libertad. No puedo precisar si era el 29 o el 30 de octubre”.
Su vida como miliciano comenzó desde el triunfo mismo de la Revolución, en las milicias del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, del cual era miembro, y en las Milicias Nacionales Revolucionarias (MNR) desde su fundación, como parte de las cuales recibió clases en el denominado Quinto Distrito. Por entonces trabajaba ocasionalmente como tapicero, de ahí que acudió al llamado de Fidel y se incorporó a la artillería terrestre, en Ciudad Libertad, donde fueron situados los compañeros de 21 años en adelante, y a los menores de esa edad los llevaron hacia la Base Granma.
“En una oportunidad nos dijeron que había que preparar la defensa antiaérea. Nos instruyeron por la noche y de inmediato nos examinaron; lo hizo un compañero del Ejército Rebelde, con una “cuatro bocas” checa, y me designó tirador. Yo tenía 21 años y era el más joven de mi pieza.
“Dormíamos en un refugio muy húmedo, que nos provocó serias afectaciones de salud, y para resolver esto nos asignaron una tienda de campaña.
“A las seis de la mañana del 15 abril, la guardia la cubría yo. Estaba sin zapatos y sin la camisa. Al sentir el ruido de un avión tomé rápidamente el TZK —especie de binocular con trípode, mucho más potente que un binocular normal—. La nave tenía las insignias nuestras y comuniqué a mis compañeros que no había problemas. Me quedé mirándola por el TZK y la vi tirarse en picada y lanzar unas bolas por debajo de las alas. Fue cuando les dije que estaban tirando y ellos salieron corriendo, me cargaron la pieza, y aún no sé explicarme cómo caí sentado en ella”.
Beltrán comenzó a tirar de inmediato a cuanto avión se presentaba por uno u otro lado, hasta agotar todas las municiones. Entonces sus compañeros salieron del refugio y cargaron la pieza en fracciones de segundos.
“Me monté y empecé a tirar de nuevo. En eso un avión que salió por encima del edificio de Operaciones me lanzó un rocket. Me agaché y sentí la explosión detrás de mí, pero me levanté y cuando aún no se había ido, ya le estaba tirando otra vez”
La agresión potenció el heroísmo
Cuenta Beltrán que en medio de aquel tiroteo, desde una trinchera distante unos cien metros, hasta él llegó un muchachito de apellido Despaigne, y le dijo: “¡Mira, mira ese que viene por ahí! ¡Tírale ahora! ¡Tírale ahora! ¡No dejes que se tire en picada!”. Así lo hizo y vio cómo los proyectiles empezaron a darle, y del motor derecho comenzó a salirle una bola de humo blanco que se volvió negra; después dio una vuelta y se retiró. Agotados los proyectiles, Beltrán pidió que cargaran una vez más la pieza, pero ya no había a qué tirarle.
“Aquel muchachito hizo las funciones de jefe de pieza de artillería sin serlo; me dirigió el tiro muy bien, porque yo estaba un poco obcecado. Apenas acabado de pasar eso llegó el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, quien me comentó: ‘Tu pieza, o una cercana, fue la que le dio al avión que se fue, y tienes que estar listo por si vuelven’. Le respondí: ‘¡Despreocúpese, que vamos a estar listos!’ Yo estaba seguro de que le había dado, pero quizás otros también lo hicieron, porque ahí no se sabe quién le dio. Otro compañero aseguró: ‘De que le dimos, le dimos’.
“La gente dice que soy valiente, pero no, soy temerario. En ningún momento, ni aun cuando me tiraron el rocket, pensé que me podrían matar. Eso nunca pasó por mi mente; lo único que tenía en ella era tumbar aquellos aviones. Cuando me bajé de la pieza me dolían los calcañales, y solo entonces me percaté de que estaba en plantillas de medias.
“De inmediato nuestros jefes, los tenientes de milicias Fernando Socorro O’Hara, y Rodríguez, a quien le decían el Gallego, ambos graduados en la Escuela de Responsables de Milicias de Matanzas, fueron a felicitarnos además de otros oficiales. A los dos o tres meses me nombraron jefe de pelotón.
“Allí hubo de todo. Actos heroicos como el de un muchacho a quien le decíamos el Cadete, que el día anterior había sido expulsado y cuando el bombardeo se subió a una pieza a tirar, porque no había nadie en ella. Me dijeron que el gallego Rodríguez también tiró desde una, y él no tenía que hacerlo. Al terminar todo, mucha euforia”.
Orgulloso del deber cumplido
Para el miliciano Antonio Ramón Beltrán González, las escasas semanas en que debía prepararse como artillero devinieron una larga permanencia en las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). La necesaria atención a un hijo accidentado le llevó a la jubilación luego de 35 años de servicio, con grado de teniente coronel.
Al preguntarle qué representó para él su participación en el rechazo a la agresión aérea del 15 de abril de 1961, indicó:
“Para mí fue algo extraordinario. Aquello me dio la posibilidad de probarme, de ver mi reacción, la cual fue sencillamente brincar, encaramarme en la pieza y solo pensar en tirar y tirar para tumbar los aviones. Me siento orgulloso de aquella forma de actuar, la cual me marcó, así como de mi carrera militar. En fin, estoy satisfecho y lo que lamento es no poder hacer más para sentirme más conforme conmigo mismo”.