Articoli

El rifle, el tractor y la pluma

Fonte: 

Revista Carteles

Autore: 

EL GOBIERNO ES LA EQUIDAD PERFECTA Y LA SERENIDAD.—JOSE MARTI
 
EL ojo vigilante de la Revolución es el pueblo. Su instrumento más idóneo, el Ejército Rebelde. Por esto urge tecnificarlo, hacerlo más científico. Tan dinámico como era en la Sierra y tan audaz y combativo cómo se mostró en la campaña invasora. Ya el comandante Ernesto Guevara, en una conferencia que no ha sido suficientemente divulgada, explicó cómo se organizó este Ejército (sus tareas) en el cual sirvió de aglutinante la reforma agraria, es decir, la lucha por la tierra y, con ella, la lucha por una vida mejor—más humana—para el campesino cubano olvidado y relegado durante largos años de República.
 
Nuestros costosos Ejércitos han constituido una lacra. Lejos de responder a la defensa del pueblo y garantizar la Constitución y las Leyes se han revertido en fuerza armada para la opresión, el saqueo y el crimen. No es característica exclusiva de Cuba. Es la marca infamante de la América Latina “adiestrada" y “armada” para servir a suministradores, empresarios y monopolistas bribones. Para engendrar “hombres providenciales” y producir cuartelazos capaces de entronizar, en el mando, entre oropeles ramplones y poses teatrales, a “hombres fuertes” asesinos de su pueblo y servidores de extraños.
El Ejército Nacional, en los inicios de la República, devino reducto airado de toda infamia, todo atropello y toda cobardía. Menocal acabó de corromperlo cuando, aconsejado por Mr. González, echó al campo una tropa desorbitada lista para “imponer el orden” y obtener la “victoria”. El cuero sonó duro y su fama descansó muelle en la fusta maldita de capitanazos, tenienticos y soldaditos empistolados dueños pavorosos de cañaverales ardientes. Machado, después, condecoró este Ejército zafio y las matanzas, en grado masivo, se producían donde-quiera que había un derecho que reclamar o una injusticia que protestar. No hubo región de la isla que se salvara ni guajiro pobre que desconociera la fuerza de la “ley”. Era el desamparo. La violencia y la agresión como métodos disciplinarios.
Pero lo terrible vino después. Transformado en “Ejército Constitucional” gozó de todas las prerrogativas y botas y uniformes, galones y estrellas, fueron signo de despotismo, pillaje, robo y asesinato. Poquísimos militares dignos se salvaron de la infamia y el latrocinio. Se robó al más pobre y se asesinó al más humilde. Se incendiaron pueblos y se destruyeron caseríos y plantaciones. Un guardia rural era un zoquetón con pistola y goma que podía, impunemente, disponer de los dineros de un guajiro, de sus animales y cosechas y ... ¡hasta de su mujer y sus hijas para violarlas y lanzarlas al arroyo! ¿Quién podía oponerse a la sombría fuerza del kaki que representaba “la autoridad”, la ley agresiva y violenta?
 
Este Ejército desarmado por Fidel Castro es ya cosa del pasado. El enorme incremento que tuvo el Ejército Rebelde se debió —principalmente—a la forma contrastante en que el guajiro contempló su propia situación entre las dos fuerzas que lo atraían. De un lado, el Ejército de la Dictadura robando y asesinando, ultrajando a las mujeres, incendiando los bohíos, lanzando bombas y diezmando plantaciones y pueblos. Nunca había existido el amparo, pero—ahora —la situación era endiablada y no había otra salvación que la determinante de “¡Libertad o Muerte!” consigna fidelista en la que el guajiro encontró acomodo y seguridad, justicia y escuela, casa y alimento para su familia. Encontró, de nuevo, el penetrante olor de la tierra amada y húmeda halló la entraña fértil que recibía la simiente.
 
La reforma agraria comenzó así a ser una cosa embrionaria que daría sus frutos en una Ley Orgánica sobre repartos de tierra en territorio de Cuba Libre. En los comienzos todo aparecía de una manera incompleta, tímida y desorganizada. La Revolución—después—iba a concretar, definir y completar la obra redactando un Reglamento. Sobre la marcha ascendente del trabajo (cinco años, como mínimo, pidió Fidel en Manzanillo para ver los resultados de la reforma e industrialización) se podrá cauterizar la República. Las medidas profilácticas se proyectan de adentro hacia afuera. El rifle, en estos momentos, es el auxiliar más eficaz, más obediente y atendido. No se usará indiscriminadamente, pero responderá presto a las exigencias de la defensa revolucionaria no sólo en lo que internacionalmente esta defensa pueda significar, sino también en lo que en predios internos (domésticos) pueda intentar la Contrarrevolución.
 
Para nadie es un secreto que por su extracción campesina la juventud combatiente no ha tenido tiempo, ni medios, para prepararse y estudiar, pero hay que ayudarla ya que ella representa la materia prima más pura y más cubana para lograr una Patria de nueva creación ética, económica y social. El pueblo abrirá alerta su ojo vigilante. En cada cubano debe alentar un ciudadano responsable y consciente capaz de manejar un rifle y enfrentarse, si es necesario, a las batallas que se avecinan. El Ejército Rebelde tendrá que convertirse en un verdadero Instituto Armado capaz de actuar con dinámica energía, atrevida y audaz. Debe hacerse guerrillero, si las circunstancias lo demandan, pero sin perder, por ello, la unidad ni la disciplina. Este Ejército, hijo del pueblo, conectado a sus anhelos, portaestandarte de sus mejores esperanzas, responderá al llamado de la Patria en todos los momentos y—muy especialmente—, estará vigoroso y firme para la defensa de nuestra soberanía y de nuestro territorio cuando por cualquier causa, bajo cualquier pretexto o bandera, naciones extrañas traten de mancillarlo y destinarlo a empresas bélicas de absorción y dominio. Entonces, como en la epopeya de la Sierra, el rifle dejará oír su rumor como el instrumento más idóneo en el aguerrido empeño de la defensa nacional.
 
El tractor abrirá nuevos surcos en los que germinará la semilla de la Revolución. Junto a los imponentes picachos de la Sierra Maestra el comandante Fidel Castro ratificó su propósito de transformar el agro dándole al campesino tierra y libertad. El sitio escogido para la concentración guajira fue magnífico. Escenario grandioso de vida y de muerte, de rebeldía y combate. Un panorama de montañas verdinegras, de valles profundos, de caminos ocultos y agrestes... Un ambiente tropical de flores, aves canoras y animales semisalvajes y, en medio, el guajiro plantado con su dignidad y su corazón haciéndoles frente a adversidades, dolores y. tragedias. Es Guayabal de Nagua donde 15,000 cubanos sencillos se reunieron para volver a encontrarse con Fidel que les llevaba la confianza, la alegría y la fe. “No se trata —dijo cuando entre las luces del véspero ocupó la rústica tribuna—de asegurar la propiedad de precaristas y aparceros, sino de hacer buenos los principios de la Revolución”.
 
¿Cuáles son estos principios? El líder del “26 de Julio” está bien claro y los explicó en cuantos sitios apareció ágil y relampagueante como saeta que cae del mismísimo cielo. Volando en helicóptero, rodando en jeep o andando a pie—ante millares de compatriotas—ratificó su propósito de hacer una total reforma agraria reglamentando la Ley que comenzó a poner en práctica en la Sierra cuando era—tan sólo—un combatiente. Se trata de llevar al campo el progreso, la civilización, la cultura. Esto se logrará—esencialmente—dándole al guajiro la tierra para que la trabaje y proporcionándole—además los medios adecuados para hacerla producir.
 
Poco se logrará si solamente se parcelan los latifundios y se entregan al campesino. La reforma agraria implica tareas más serias y difíciles y la responsabilidad—de ambas partes, el Estado que reparte y el guajiro que recibe—ha de estar demarcada en límites precisos y muy claros. Hay que capacitar técnica y económicamente al campesino—Fidel lo sabe—, pero hay, también, que exigirle su parte de esfuerzo incansable y tenaz. El Estado hará préstamos a los cosecheros para eliminar los intermediarios y establecerá tiendas mixtas para vender mercancías a precio de costo. Pero el guajiro—y así se lo pidió Fidel —hará lo increíble por erradicar el vicio: el juego y la mariguana y por alejarse de las vallas de gallos y los prostíbulos que arruinan su vida física y moral.
 
La falla notoria del fracaso de la reforma agraria—en México—está en la disimulada protección de que disfrutan caciques briagos y matarifes a sueldo y en la incapacidad que han tenido gobernantes sucesivos para resolver los complejos problemas que ella implica. No se trata, tan sólo, de poseer la tierra. Se trata de cultivarla. De recoger y mejorar las cosechas, de venderlas, hacer nuevos plantíos y lograr ganancias capaces de elevar el nivel de la población rural y, con ello, de la Nación en su totalidad. La solución está en que haya más compradores (de todo), más consumidores y, por tanto, una mayor producción respondiendo a una mayor demanda. El problema está en abrir un mercado interno (y ampliar el externo) para nuestra agricultura e industria y este nuevo mercado tiene que hallarse en la capacidad adquisitiva que adquiera el campesinado que—hasta ahora—ha sido nula o casi nula. La enorme tarea que contempla la Revolución se refiere a la rehabilitación social, completa y cabal, de nuestra clase más humilde la que lo ha dado todo por Cuba sin que nada le haya sido re-compensado por sus enormes sacrificios.
 
En la reciente jira a la región oriental el doctor Fidel Castro subrayó sus mejores intenciones y mostró extraordinaria lucidez frente a la negrura del pasado. Es urgente que el guajiro adquiera un nuevo estilo de vida. El bohío antihigiénico y limitado debe ser sustituido por viviendas amplias, limpias y rodeadas de jardín. Ya existe la disposición de dedicar dos millones de pesos para tan perentoria necesidad mientras el médico, la trabajadora social, la maestra, harán lo posible por alejar el curanderismo, la hechicería, la brujería y toda forma de superstición que secuestra a nuestra población rural en el oscurantismo, el atraso y la incultura.
 
Existe, en todo el país, una fe renacida que pone en pie las voluntades. Fidel pidió mil maestros para la Sierra. Los tiene ya. En la finca “El Caney”—Oriente —funcionará el primer Centro de Enseñanza Rural con capacidad para 20,000 alumnos y con clínica, hospital, dispensario, salas de teatro y exposiciones y liceo. A la llamada a profesionales han respondido, espontáneamente, cientos de ellos y la determinación de trasladar a provincias algunos Ministerios y Subsecretarías confirma el propósito de romper la pereza burocrática para convertir, cada dependencia del Estado, en célula viva nutridora de toda la República así como de devolver, a la provincia (y al campo) lo que ella produce y aporta que— hasta el momento—sólo ha servido para provecho y ostentación de una capital derrochadora, engreída y banal.
 
En la etapa que vive el pueblo cubano el tractor representa algo más que una máquina agrícola moderna. Representa la total transformación de la vida nacional y, con ella, el comienzo de un nuevo y ponderado estilo que se fija en la diáfana conducta de José Martí.
 
El escritor completará la obra trasmitiendo al pueblo el mensaje de su actividad ciudadana. Los intelectuales (y artistas) tienen mucho que hacer en esta etapa de superación nacional y —seguramente—que no dejarán de hacerlo aportando cuanto tienen de más recio, más noble y más martiano. Ya la prensa nacional, las organizaciones y agrupaciones culturales y estudiantiles, los organismos oficiales y las instituciones privadas han fijado su posición y cooperado de la mejor manera al empeño nacional.
 
Pero es necesario estar muy claros respecto a cuál es la mejor forma de servir a Cuba en estos momentos. Un intelectual (o un artista) alejado de la realidad vital, de espaldas al pueblo, abstraído en el hermoso mundo de la “belleza pura” no puede ser un artista orientador, preocupado, sinceramente preocupado, por los problemas del momento que vive Cuba y que estamos obligados a consolidar, desarrollar y fortalecer. No es posible separar la militancia del pensamiento. Esto es claro. Clarísimo. Lo verdadero brota del conocimiento, de lo vivido, sentido y sufrido. Muchos (pero muchos) de nuestros escritores y artistas se han escudado en el conocimiento abstracto (“la inteligencia es lo abstracto”, una tontería que se le ocurrió a alguien) para eludir responsabilidades de orden social y vivir— así—evadidos, ignorantes de todos los sucedidos. Esta actitud es nociva porque con la fórmula abstracta del “arte por el arte” lo que se pretende es desorientar al público, confundir y anestesiar a los pueblos sumergiéndolos en la idiotez y marginándolos de su responsabilidad histórica.
 
Sólo en el diario vivir, en el cotidiano quehacer ciudadano, podemos encontrar las interpretaciones de un arte nacional al servicio de la Revolución. Hay que vivir. Que sufrir. El artista no puede aislarse ni enconcharse. Es necesario que se sienta parte viva de la historia para que su obra tenga vigencia y mensaje. Los grandes poetas del Siglo de Oro español eran la taberna, la calle y la plaza. Los del Renacimiento fueron el Palacio, el Duomo y la campiña. Más acá los artistas de la Revolución Francesa fueron la barricada y—en los Estados Unidos—la gran novela, prácticamente, comenzó con “la cabaña” de la guerra de secesión para hacerse forma y estilo en los desplazamientos sociales del presente siglo. La gran pintura sólo llega a serlo no cuando burla la inteligencia (y la vocación) con “manchitas”, o “globitos” o formas ingenuas de neoconcretismo increíble (ya retrasadas en Europa como formas estéticas o de investigación plástica) sino cuando—poniendo en juego la maestría—ahonda en la emoción ‘y hace brotar la sangre, tocando la llaga del drama humano.
 
Lo que han hecho nuestros “barbudos" es algo realmente grande que pone los pelos de punta. Dos años y un mes metidos entre montes, llanos, pantanos y bosques. Durmiendo bajo la protección de las estrellas. Oyendo ladrar los perros jíbaros y esperando la muerte. Ellos no saben escribir “bonito”, pero saben lo que quieren y les gusta leer claro, ver claro y comprender claro. Nada de confusionismo. Si de veras tenemos buena fe, y nos sentimos identificados con la Revolución, debemos ponernos—ya—a la búsqueda de los mejores medios de expresión y en actitud vigilante para que esa expresión—y su instrumento de difusión—resulte en condiciones propicias para servir a Cuba no permitiendo, en manera alguna, que sea secuestrada por organismos mediocres (como lo ha sido la Unión Panamericana, servidora solamente de intereses personales) que ahogando la libertad expresiva han protegido solamente aquello que tiende a servir intereses mezquinos ajenos a la proyección universal del arte y la cultura.
 
Las etapas revolucionarias son las únicas capaces de proporcionar atmósfera pura al pensamiento libre. Sólo una Revolución puede dar cauce al quehacer espiritual que parte y va a la entraña misma de la colectividad. Es necesario que hagamos, de la experiencia, el aporte más valioso para las generaciones futuras. Con esto como base programática estructuraremos una filosofía política que hundirá sus raíces en los hechos, que sólo los hechos son capaces de garantizar los intereses sociales de la cultura. En los años inmediatos de la República nuestro arte (letras, pintura, música) no encontró protección. Sólo la literatura, de combate, halló estímulo (y lectores) y, un poco más limitada, la novela y la narración corta.
 
El movimiento revolucionario de la generación del 30 sacó a la calle el esplendor del “arte nuevo”. Víctor Manuel tuvo un tratamiento más sutil, profundo y luminoso del trópico mientras Carlos Enríquez proyectó Tina pintura poética que era nervio de nuestros campos sin excluir ese “fresco” maravilloso que es Tilín García. La veta de “lo nacional” fue explorada y cantaron los poetas (Navarro Luna, Regino Pedroso, Nicolás Guillén), investigaron nuestros estudiosos y la historia recreó en las fuentes interpretativas de José Martí, en los “diarios de campaña” y en los documentos inéditos. Corrió por las calles, para encontrar alojamiento en la voluntad soberana del pueblo, un estilo literario y una estética nueva que rumoraba en el palmar, resonaba en las conchas marinas y se hacía eco impresionante en el monte virgen.
 
Aquella obra, apenas comenzada, hay que proseguirla. Exige ahora más dedicación y mayor tenacidad. Lo primario ya está recogido y explotado pero hay que ir a la entraña misma de “lo cubano” y no embriagarse con el engañador bouquet de espumosos vinos que se cosechan en París o se descorchan en Nueva York. En un pueblo—aseguró Martí—no perdura sino lo que nace de él, y no lo que se importa de otro pueblo. No se trata de “planes” ostentosos que limitan la cultura a labores burocráticas, alejadas del verdadero pueblo, conectadas con grupos reducidos que desconocen nuestro anhelar. No se trata de pasar las prerrogativas de la cultura de manos maculadas a manos limpias ni se trata de otorgarles funciones ejecutivas a personas “nuevas” en las complicadas tareas oficiales. No se trata de “planes”, más o menos completos, que se realizan— siempre—sobre la marcha. ¡No! Se trata de algo más...
 
Si algo ha sobrado—en Cuba —han sido planes, muy buenos, que se han llevado a la práctica o no. Si algo efectivo se ha hecho han sido “actos”—muy buenos —a los que han concurrido gratuitamente siempre las mismas amables personas, un grupo, reducido de la clase media que ha tergiversado los fines de la cultura convirtiendo sus actos y oficinas en salones de exhibición social con reseñas, fotografías y “picuísmos” de toda índole. Estamos frente al mismo, inminente, peligro. Los hombres puros y sencillos de tierra adentro que hicieron, con grave riesgo, una hermosa Revolución no pueden ser sorprendidos (y desorientados) por una clase intelectual que carece de conciencia social persistiendo en sus mismos métodos de confusionismo y “salón”.
 
Los escritores (intelectuales y artistas) honestos deben estar a la vanguardia para evitar que en lo que respecta a la pluma se frustren los ideales de la Revolución. En el campo está el germen de la obra futura. La alfabetización, las tareas pedagógicas, la enseñanza superior, el arte en sus manifestaciones más puras y la búsqueda, interpretación y difusión de nuestros valores propios deben ser las tareas que noble y dignamente emprenda—en contacto con el pueblo que le da vida—el intelectual sincero que de veras pone su inteligencia y su pluma al servicio de la actual hora. Ya Martí—desde el pasado siglo— lo expresó muy claramente al escribir: “Las revoluciones son estériles cuando no se firman con la pluma en las escuelas y con el arado en el campo”.