The Atlantic: Ningún funcionario cubano estuvo involucrado en el magnicidio de Kennedy
Data:
21/11/2013
Fonte:
Cubadebate
El periodista Jeffrey Goldberg en el diario The Atlantic ha publicado declaraciones que hace más de un año el Comandante en Jefe Fidel Castro concediera al periodista en una visita que este realizara en el 2010 a La Habana, donde el líder de la Revolución cubana aseguró que el asesinato del Presidente John Kennedy no fue obra de un tirador solitario, y consultó a un experto que confirma que no existe evidencia alguna de que Cuba estuviera involucrada en el magnicidio. A continuación, reproducimos fragmentos de este artículo que valoran tales acontecimientos:
Este 22 de noviembre se cumplen 50 años del asesinato del trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, a la edad de 46 años, en Dallas, Texas.
Fidel Castro comparte al menos una creencia con la mayoría de los norteamericanos. Él está convencido que el asesinato del presidente John F. Kennedy no fue obra de un tirador solitario, sino la culminación de una gran conspiración. Según una reciente encuesta de Gallup, 61 por ciento de los norteamericanos cree que Lee Harvey Oswald no actuó solo en Dallas hace 50 años. Pero Castro sospecha que Oswald puede no haber estado implicado en absoluto en el asesinato. He aquí lo que me contó –para mi sorpresa– durante un almuerzo un día en La Habana: “He llegado a la conclusión de que Oswald no pudo haber sido el que mató a Kennedy”. Castro es, por supuesto, un hombre seguro de sí mismo, pero dijo esto con un grado de certeza que era notable.
Hace tres años yo estaba de visita en La Habana invitado por Castro. Acababa de escribir el artículo principal de una edición de The Atlantic acerca de la amenaza por Israel de un ataque militar a las instalaciones nucleares de Irán. Castro leyó el artículo y me envió un mensaje por medio de la Sección de Intereses de Cuba en Washington. Le gustaría que yo fuera a La Habana tan pronto como fuera posible, a fin de de discutir con él mis conclusiones. Accedí.
Kennedy fue solo un tema periférico de nuestras discusiones. Descubrí que Castro estaba preocupado por la amenaza de guerra nuclear y la proliferación de esas armas, lo que era de esperar: él fue uno de los tres actores clave en un episodio, la crisis cubana de los misiles de 1962, que casi provocó la destrucción del planeta. John F. Kennedy fue su adversario; Nikita Kruschev, el premier soviético, su patrocinador. En un momento le mencioné la carta que él le escribió a Kruschev, en el punto álgido de la crisis, en la que pedía a los soviéticos que consideraran lanzar un golpe nuclear contra EE.UU. si los norteamericanos atacaban a Cuba.
“Ese sería el momento de pensar en liquidar para siempre un peligro tal por medio de un derecho legal a la defensa propia”, escribió. En La Habana le pregunté: “En un momento determinado parecía lógico que usted recomendara que los soviéticos bombardearan a EE.UU. ¿Aún parece lógico ahora lo que usted recomendó?” Él respondió: “Después de haber visto lo que he visto, y sabiendo lo que sé ahora, no hubiera valido la pena”.
Llevé conmigo en este viaje a una amiga llamada Julia Sweig, quien es una experta preeminente en asuntos de Cuba en el Consejo de Relaciones Exteriores. Julia y yo terminamos pasando la mayor parte de la semana con Fidel. En los días de nuestras reuniones con Fidel, él se estaba recuperando de una grave enfermedad y ya estaba semiretirado.
Una tarde, después de una maratónica sesión para la entrevista, nos reunimos para almorzar –Castro, su esposa Delia, su hijo Antonio, un par de ayudantes, Julia, un intérprete y yo– y un relajado Castro contó historias de los primeros días de la revolución y respondió a una serie de preguntas al azar hechas por nosotros. Yo sabía por Julia, que ha estudiado a Castro durante años, que JFK rara veces estaba lejos de sus pensamientos, pero nuestra discusión acerca de las políticas norteamericana en realidad comenzaron con otros presidentes. Castro habló acerca de una biografía de Lincoln que acababa de leer.
“¿Es Lincoln el norteamericano más interesante para usted?”, pregunté.
“No”, dijo, “pero mucho más que Washington”. “¿Mucho más que Kennedy?”, pregunté. “Sí”, dijo, pero de manera no convincente. “Kennedy cometió muchos errores. Él era joven y dramático”.
Castro reservó su animadversión para Robert Kennedy, que era el fiscal general en la administración de su hermano y aborrecía a Fidel y su revolución. Fue Robert Kennedy, según Fidel, quien estaba tras los planes norteamericanos para asesinarlo. Pero culpa a JFK de la invasión por Bahía de Cochinos de un ejército variopinto de exiliados cubanos. “Kennedy fue humillado por su derrota en Bahía de Cochinos, pero lo único que hicimos fue protegernos”.
Luego Castro comenzó a hablar del asesinato de Kennedy. “Fue una historia muy triste cuando sucedió”, dijo. Castro contó que recordaba el momento en que se enteró del tiroteo. “No lo olvidaré. Tan pronto lo supimos, corrí a la radio para escuchar”.
La autopreservación también estaba en su mente en los días posteriores al asesinato. Él comprendió, dijo, que sería culpado de la muerte de JFK. En especial después que se supo que Oswald se había opuesto de manera vociferante a la política norteamericana hacia Cuba. Castro trató con empeño de comunicar a los norteamericanos que no tenía nada que ver con la muerte de JFK, y como reporta Philip Shenon en su nuevo libro, Un acto cruel y escandaloso: la historia secreta del asesinato de Kennedy, Fidel hasta organizó una entrevista con un miembro de la Comisión Warren en un yate en aguas fuera de Cuba.
“Inmediatamente después del asesinato, Castro, con toda razón, se preocupaba porque fueran a culparlo, y le preocupaba que si lo culparan hubiera una invasión norteamericana a Cuba”, me dijo Shenon. Pero las negativas de Castro eran creíbles, dijo Shenon. A pesar de los muchos argumentos planteados por los teóricos de la conspiración, “no hay una evidencia creíble de que Castro estuviera implicado personalmente en ordenar el asesinato”.
La versión de que “un solo hombre mató a Kennedy con un fusil”, dijo Fidel, “fue inventada para engañar a la gente”.
Fidel nos dijo en el almuerzo que ninguno de sus asociados o funcionarios había tenido algo que ver con el asesinato, y que la embajada cubana en Ciudad México, la cual Oswald visitó, le negó permiso para visitar Cuba, temiendo que fuera un provocador.
Le pregunté a Fidel por qué pensaba que Oswald no podía haber actuado solo. Procedió a contar a todos en la mesa una larga y discursiva historia acerca de un experimento que él organizó, después del asesinato, para ver si era posible que un francotirador matara a Kennedy de la manera en que se suponía que hubiera sucedido el asesinato. “Durante la guerra habíamos entrenado a nuestra gente en las montañas” –la revolución cubana– “en este tipo de mira telescópica. Así que sabíamos cómo se dispara de esta manera. Tratamos de recrear las circunstancias del tiroteo, pero no era posible que un solo hombre lo hiciera. La noticia que había recibido era que un hombre con un fusil había matado a Kennedy en su auto, pero deduje que esa historia fue inventada para engañar a la gente”.
Dijo que sus sospechas aumentaron de manera muy pronunciada después de que mataron a Oswald. “Estaba la historia de Jack Ruby, quien dijo estar tan conmovido por la muerte de Kennedy que decidió matar a Oswald por su cuenta. Eso era increíble para nosotros”.
Le pedí entonces a Castro que nos dijera lo que él creía que había sucedido en realidad. Mencioné el nombre de su amigo, Oliver Stone, quien sugirió que fue la CIA y un grupo de cubanos anticastristas (utilicé el término “cubanos anti-usted” para describir a estas fuerzas alineadas contra Castro) quienes planearon el asesinato.
“Es muy posible”, dijo. “Eso es muy posible. Había gente en el gobierno norteamericano que pensaba que Kennedy era un traidor porque no invadió a Cuba cuando tuvo la oportunidad, cuando se lo estaban pidiendo. Nunca le perdonaron eso”.
Entonces, ¿eso es lo que cree usted que puede haber sucedido? “Sin duda alguna”, respondió Fidel.
Hablamos un poco más acerca de Kennedy y su legado. Nos contó acerca de sus muchos contactos subsiguientes con miembros de la familia Kennedy, incluyendo a Maria Shriver. “Ella fue la que se casó con Schwarzenegger”, dijo. “El mundo es muy pequeño”.
Pasamos a otros temas, pero al día siguiente Fidel regresó a Kennedy una vez más cuando me dijo, sin que viniera al caso, “Kennedy era muy joven”. Más tarde pregunté a Julia Sweig que podría él haber querido decir. Para Castro, dijo ella, puede que Kennedy haya significado algo fuera de alcance. “Él nunca sabrá qué hubiera sucedido si JFK hubiera vivido. Puede que en su mente haya reservado para Kennedy la posibilidad de la grandeza. Es totalmente fascinante y frustrante para él”.
Este 22 de noviembre se cumplen 50 años del asesinato del trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, a la edad de 46 años, en Dallas, Texas.
Fidel Castro comparte al menos una creencia con la mayoría de los norteamericanos. Él está convencido que el asesinato del presidente John F. Kennedy no fue obra de un tirador solitario, sino la culminación de una gran conspiración. Según una reciente encuesta de Gallup, 61 por ciento de los norteamericanos cree que Lee Harvey Oswald no actuó solo en Dallas hace 50 años. Pero Castro sospecha que Oswald puede no haber estado implicado en absoluto en el asesinato. He aquí lo que me contó –para mi sorpresa– durante un almuerzo un día en La Habana: “He llegado a la conclusión de que Oswald no pudo haber sido el que mató a Kennedy”. Castro es, por supuesto, un hombre seguro de sí mismo, pero dijo esto con un grado de certeza que era notable.
Hace tres años yo estaba de visita en La Habana invitado por Castro. Acababa de escribir el artículo principal de una edición de The Atlantic acerca de la amenaza por Israel de un ataque militar a las instalaciones nucleares de Irán. Castro leyó el artículo y me envió un mensaje por medio de la Sección de Intereses de Cuba en Washington. Le gustaría que yo fuera a La Habana tan pronto como fuera posible, a fin de de discutir con él mis conclusiones. Accedí.
Kennedy fue solo un tema periférico de nuestras discusiones. Descubrí que Castro estaba preocupado por la amenaza de guerra nuclear y la proliferación de esas armas, lo que era de esperar: él fue uno de los tres actores clave en un episodio, la crisis cubana de los misiles de 1962, que casi provocó la destrucción del planeta. John F. Kennedy fue su adversario; Nikita Kruschev, el premier soviético, su patrocinador. En un momento le mencioné la carta que él le escribió a Kruschev, en el punto álgido de la crisis, en la que pedía a los soviéticos que consideraran lanzar un golpe nuclear contra EE.UU. si los norteamericanos atacaban a Cuba.
“Ese sería el momento de pensar en liquidar para siempre un peligro tal por medio de un derecho legal a la defensa propia”, escribió. En La Habana le pregunté: “En un momento determinado parecía lógico que usted recomendara que los soviéticos bombardearan a EE.UU. ¿Aún parece lógico ahora lo que usted recomendó?” Él respondió: “Después de haber visto lo que he visto, y sabiendo lo que sé ahora, no hubiera valido la pena”.
Llevé conmigo en este viaje a una amiga llamada Julia Sweig, quien es una experta preeminente en asuntos de Cuba en el Consejo de Relaciones Exteriores. Julia y yo terminamos pasando la mayor parte de la semana con Fidel. En los días de nuestras reuniones con Fidel, él se estaba recuperando de una grave enfermedad y ya estaba semiretirado.
Una tarde, después de una maratónica sesión para la entrevista, nos reunimos para almorzar –Castro, su esposa Delia, su hijo Antonio, un par de ayudantes, Julia, un intérprete y yo– y un relajado Castro contó historias de los primeros días de la revolución y respondió a una serie de preguntas al azar hechas por nosotros. Yo sabía por Julia, que ha estudiado a Castro durante años, que JFK rara veces estaba lejos de sus pensamientos, pero nuestra discusión acerca de las políticas norteamericana en realidad comenzaron con otros presidentes. Castro habló acerca de una biografía de Lincoln que acababa de leer.
“¿Es Lincoln el norteamericano más interesante para usted?”, pregunté.
“No”, dijo, “pero mucho más que Washington”. “¿Mucho más que Kennedy?”, pregunté. “Sí”, dijo, pero de manera no convincente. “Kennedy cometió muchos errores. Él era joven y dramático”.
Castro reservó su animadversión para Robert Kennedy, que era el fiscal general en la administración de su hermano y aborrecía a Fidel y su revolución. Fue Robert Kennedy, según Fidel, quien estaba tras los planes norteamericanos para asesinarlo. Pero culpa a JFK de la invasión por Bahía de Cochinos de un ejército variopinto de exiliados cubanos. “Kennedy fue humillado por su derrota en Bahía de Cochinos, pero lo único que hicimos fue protegernos”.
Luego Castro comenzó a hablar del asesinato de Kennedy. “Fue una historia muy triste cuando sucedió”, dijo. Castro contó que recordaba el momento en que se enteró del tiroteo. “No lo olvidaré. Tan pronto lo supimos, corrí a la radio para escuchar”.
La autopreservación también estaba en su mente en los días posteriores al asesinato. Él comprendió, dijo, que sería culpado de la muerte de JFK. En especial después que se supo que Oswald se había opuesto de manera vociferante a la política norteamericana hacia Cuba. Castro trató con empeño de comunicar a los norteamericanos que no tenía nada que ver con la muerte de JFK, y como reporta Philip Shenon en su nuevo libro, Un acto cruel y escandaloso: la historia secreta del asesinato de Kennedy, Fidel hasta organizó una entrevista con un miembro de la Comisión Warren en un yate en aguas fuera de Cuba.
“Inmediatamente después del asesinato, Castro, con toda razón, se preocupaba porque fueran a culparlo, y le preocupaba que si lo culparan hubiera una invasión norteamericana a Cuba”, me dijo Shenon. Pero las negativas de Castro eran creíbles, dijo Shenon. A pesar de los muchos argumentos planteados por los teóricos de la conspiración, “no hay una evidencia creíble de que Castro estuviera implicado personalmente en ordenar el asesinato”.
La versión de que “un solo hombre mató a Kennedy con un fusil”, dijo Fidel, “fue inventada para engañar a la gente”.
Fidel nos dijo en el almuerzo que ninguno de sus asociados o funcionarios había tenido algo que ver con el asesinato, y que la embajada cubana en Ciudad México, la cual Oswald visitó, le negó permiso para visitar Cuba, temiendo que fuera un provocador.
Le pregunté a Fidel por qué pensaba que Oswald no podía haber actuado solo. Procedió a contar a todos en la mesa una larga y discursiva historia acerca de un experimento que él organizó, después del asesinato, para ver si era posible que un francotirador matara a Kennedy de la manera en que se suponía que hubiera sucedido el asesinato. “Durante la guerra habíamos entrenado a nuestra gente en las montañas” –la revolución cubana– “en este tipo de mira telescópica. Así que sabíamos cómo se dispara de esta manera. Tratamos de recrear las circunstancias del tiroteo, pero no era posible que un solo hombre lo hiciera. La noticia que había recibido era que un hombre con un fusil había matado a Kennedy en su auto, pero deduje que esa historia fue inventada para engañar a la gente”.
Dijo que sus sospechas aumentaron de manera muy pronunciada después de que mataron a Oswald. “Estaba la historia de Jack Ruby, quien dijo estar tan conmovido por la muerte de Kennedy que decidió matar a Oswald por su cuenta. Eso era increíble para nosotros”.
Le pedí entonces a Castro que nos dijera lo que él creía que había sucedido en realidad. Mencioné el nombre de su amigo, Oliver Stone, quien sugirió que fue la CIA y un grupo de cubanos anticastristas (utilicé el término “cubanos anti-usted” para describir a estas fuerzas alineadas contra Castro) quienes planearon el asesinato.
“Es muy posible”, dijo. “Eso es muy posible. Había gente en el gobierno norteamericano que pensaba que Kennedy era un traidor porque no invadió a Cuba cuando tuvo la oportunidad, cuando se lo estaban pidiendo. Nunca le perdonaron eso”.
Entonces, ¿eso es lo que cree usted que puede haber sucedido? “Sin duda alguna”, respondió Fidel.
Hablamos un poco más acerca de Kennedy y su legado. Nos contó acerca de sus muchos contactos subsiguientes con miembros de la familia Kennedy, incluyendo a Maria Shriver. “Ella fue la que se casó con Schwarzenegger”, dijo. “El mundo es muy pequeño”.
Pasamos a otros temas, pero al día siguiente Fidel regresó a Kennedy una vez más cuando me dijo, sin que viniera al caso, “Kennedy era muy joven”. Más tarde pregunté a Julia Sweig que podría él haber querido decir. Para Castro, dijo ella, puede que Kennedy haya significado algo fuera de alcance. “Él nunca sabrá qué hubiera sucedido si JFK hubiera vivido. Puede que en su mente haya reservado para Kennedy la posibilidad de la grandeza. Es totalmente fascinante y frustrante para él”.