Discorsi

DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE EN JEFE FIDEL CASTRO RUZ EN EL ACTO DE GRADUACION DE ALUMNOS DE LOS CURSOS DE JEFES DE UNIDADES Y JEFES DE PELOTONES DE LA ESCUELA PARA OFICIALES DE MATANZAS, EL 26 DE SEPTIEMBRE DE 1961

Data: 

26/09/1961

Compañeros graduados de jefes de pelotones;

Compañeros graduados de jefes de unidades mayores;

Compañeros oficiales de la Escuela Básica de Guerra:

Con la alegría que se experimenta siempre que se da un paso más en el perfeccionamiento de las cosas de nuestra Revolución, venimos esta noche a clausurar este curso.

Este curso ­­—similar a otros que tuvieron lugar en la provincia de Oriente, donde hace algunos días se graduaron 350 jefes de pelotones, e igual a otro curso en la provincia de las Villas, que en el día de hoy culminó con otros 350 jefes de pelotones, y este curso con 354 jefes de pelotones— significa que tenemos en estos días aproximadamente 1 050 jefes de pelotones graduados en las escuelas (APLAUSOS).  E inmediatamente comenzarán otros cursos para seguir preparando a los jefes de nuestras tropas.

Al mismo tiempo, hoy se gradúa un grupo de compañeros oficiales que han estado estudiando las cuestiones referentes al mando de unidades mayores.

Cualquiera comprende perfectamente bien cómo este esfuerzo tiene que significar, necesariamente, un mejoramiento para la fuerza militar de la Revolución.  Esto nos enseña el camino verdadero.  Los que aquí se gradúan en esta noche ­­—así como los compañeros que están presentes también, mientras se desarrolla el curso de oficiales de la Escuela Básica de Guerra­­—, todos estos compañeros, muchos de ellos procedentes de las filas obreras, y los que no son obreros, procedentes de nuestros campos, no habían tenido oportunidad de hacer estudios de tipo militar.

Fue preciso, primeramente, crear en el ánimo de nuestros compañeros de la guerra, de la Revolución y de la milicia, la idea de la necesidad de estudiar.  Durante la guerra aprendimos muchas cuestiones de tipo práctico.  Los compañeros aprendían luchando y muriendo frente al enemigo.

Nosotros recordamos aquellos días primeros en que comenzó a organizarse el Ejército Rebelde.  ¿Quién sabía de guerra entonces?  El pueblo no sabía de guerra.  El pueblo sabía de muchas cosas:  sabía de abusos, sabía de atropellos, sabía del uso de la fuerza contra él.

No era la primera vez que nuestro país se veía obligado a usar las armas para combatir por su libertad.  Ya desde el 1868 los cubanos se vieron obligados a alzarse en armas.  Entonces, como cuando nosotros comenzamos en el año 1956, era el pueblo que se enfrentaba a una fuerza militar organizada.  Aquellos soldados del Ejército  Mambí eran hombres del pueblo, campesinos, trabajadores, y tampoco poseían, casi ninguno, conocimiento de tipo militar.  Estuvieron luchando durante 10 años, sin lograr alcanzar, en aquella ocasión, el triunfo.

De nuevo, en el año 1895, el pueblo volvió a luchar.  Ya en aquella ocasión contaban con muchos hombres que tenían experiencias de la guerra anterior.  Y así, hombres procedentes del campo, como los Maceo, Calixto García, Máximo Gómez que si bien había tenido alguna educación militar en su tierra natal, era también un hombre humilde dedicado a las tareas agrícolas, aquellos hombres asombraron al mundo con su capacidad de jefe, con su audacia, con su inteligencia, y muchos de ellos derrotaron a los mejores generales del ejército español, graduados en las escuelas militares de su país.

Cuando aquella guerra estaba próxima a concluir, todos sabemos lo que ocurrió.  No ocurrió igual que con el Ejército Rebelde.  El ejército Rebelde pudo llegar a la victoria, pudo ver coronado su esfuerzo con la conquista del poder revolucionario.  En aquella ocasión, después de los ríos de sangre derramados por nuestros mambises, nuestro país no conquistó su independencia.

Posiblemente ningún pueblo de América luchó tanto por su libertad como el pueblo cubano.  Cuba fue el último país en liberarse del yugo colonial español; Cuba luchó sola contra España.  Nuestra pequeña isla, dominada por un ejército de cientos de miles de soldados; nuestro pueblo, escaso en número, había luchado casi durante 30 años por su independencia.  Solo había luchado nuestro pueblo, sin más armas que las armas que le arrebataba al enemigo en los combates, inspirado en la profunda convicción de que luchaba por una causa justa.  Solos lucharon los cubanos durante tres décadas, y si había un pueblo en el mundo que tenía derecho a ser un pueblo independiente, ese era el pueblo cubano.

Mas aquellos hombres, aquellos que no cayeron en los sangrientos combates de tantos años de lucha, aquellos que sobrevivieron a todas las peripecias de la guerra, aquellos que soñaron un día ver ondear sobre su patria la bandera que tantas veces habían enarbolado en los combates, la bandera santificada por tanto sacrificio y tanta sangre generosa, aquellos que soñaron ver un día en lo alto de los mástiles las banderas de su patria, no llegaron a ver realizado aquel sueño.  Porque en vez de la bandera del sacrifico, en vez de la bandera santificada con su sangre, vieron ondear sobre la tierra de la patria una bandera que no era la bandera de los mambises, una bandera que no era la bandera de los cubanos, una bandera que no era la bandera de los héroes de 1868, ni de 1895, una bandera que no era la que envolvía los cadáveres de los valientes que caían.  No era la bandera que había sido la enseña de los luchadores durante 30 años, sino otra bandera, una bandera extranjera, la bandera que significaba la rapiña del imperialismo naciente, la bandera de los gobernantes que querían sustituir nuestra hermosa y solitaria estrella, por una estrellita más, de los que querían convertir a nuestra tierra en una colonia más.

Y no fueron los combatientes los que pudieron pasear esa bandera, la bandera de la patria en la hora del triunfo, fueron los rapaces extranjeros, los cowboys del oeste, los agentes de la rapiña, los que hicieron ondear en los mástiles de la patria su bandera, su bandera imperial, su bandera de explotación, y fueron sus soldados los que sustituyeron a los soldados de España, los que implantaron su orden, los que ni siquiera dejaron entrar en Santiago de Cuba al glorioso general Calixto García (APLAUSOS).

Y entonces la patria no comenzó a ser lo que querían los cubanos; la patria no comenzó a ser lo que soñaron nuestros mambises, no comenzó a ser la patria de Martí ni de Maceo; la patria, la que debía ser nuestra patria, comenzó a ser una colonia extranjera, comenzó a ser lo que querían los amos, los nuevos amos de nuestra tierra, y de nuestro destino.  Las riendas del poder no pasaron a manos de los revolucionarios, a manos de los luchadores; las riendas del poder pasaron a manos extranjeras o a las manos que quería el extranjero, a las manos de los entreguistas, a las manos de los vendidos al extranjero.

Y el extranjero, cuando permitió que nuestra bandera se izara sobre nuestra tierra, no permitió que se izara una bandera libre.  En la Constitución aprobada por los representantes del pueblo, impusieron aquella odiosa y triste Enmienda Platt, enmienda que les daba el derecho constitucional a intervenir en las cuestiones de nuestro país, que les daba el derecho constitucional a enviar su infantería de marina, que les daba el derecho constitucional a implantar su orden de nuevo, cada vez que ese orden se viese amenazado por el espíritu revolucionario del pueblo.  Y entonces, en el orden establecido por ellos, no fueron los hombres del pueblo, no fueron los hombres humildes que se sacrificaron en los campos de batalla, los que dirigían el país.  Ellos comenzaron a forjar todas las instituciones, y entre las instituciones forjaron una fuerza armada al servicio de ese orden.

Nuestros soldados mambises no pudieron ir a las escuelas militares; nuestros soldados mambises no pudieron ir a las academias.  ¡Lo que los yankis hicieron fue desarmar al Ejército Mambí!  Y después que desarmaron al Ejército Mambí, le impusieron sus condiciones.

Cuando de nuevo nuestro pueblo se lanzó a la lucha para arrebatarle el poder a las manos tiránicas y rapaces que gobernaban al país al servicio de la minoría explotadora y al servicio de los monopolios yankis, el resultado, el final, no fue exactamente igual.  Esta vez los cubanos pudimos hacer ondear, enteramente soberana y libre, la bandera gloriosa de la patria (APLAUSOS).

Cuando los cuarteles enemigos se rindieron, allí, anexo a los despachos de los oficiales del Estado Mayor, estaban los despachos de las comisiones militares norteamericanas.  Aquellos señores posiblemente se creían con un derecho perdurable a permanecer en los cuarteles generales, en los estados mayores de nuestro país.  Cuando llegamos los rebeldes, varios días después del 1ro de enero, nos encontramos  con que allí continuaban, concurriendo asiduamente, igual que siempre, como si no hubiese pasado absolutamente nada, los oficiales yankis, los oficiales que hasta el último día de la guerra habían estado enseñando a los soldados que nos combatían a nosotros.  Y como es natural, en la primera oportunidad en que nos encontramos con ellos les dijimos que se marcharan inmediatamente a sus respectivos países, que nosotros no necesitábamos sus servicios (APLAUSOS).

Era el colmo pretender continuar en el Estado Mayor del Ejército Rebelde; era el colmo que pretendieran seguir asesorando a nuestro ejército, los que hasta el último día habían estado asesorando al ejército que nos combatía.

Las cosas estaban sucediendo de manera distinta de lo que el imperialismo esperaba que ocurrieran en Cuba.  Nuestros combatientes, los soldados de aquel ejército que inició la lucha en el año 1956 en número muy reducido, y que al igual que los mambises tuvieron que aprender a hacer la guerra luchando, tuvieron que aprender a hacer la guerra en medio del sacrificio y de la muerte;  aquellos soldados que no habían tenido oportunidad de ir a las escuelas; aquellos soldados que no  habían tenido oportunidad de aprender en las academias el arte de la guerra, habían llegado al poder revolucionario.  Ese ejército sí tenía la oportunidad que no tuvieron nuestros soldados mambises.  Nosotros sí teníamos la oportunidad de estudiar.

El hecho de que los mambises hubiesen ganado muchas batallas, el hecho de que los soldados rebeldes hubiesen logrado muchos éxitos, no significaba que nosotros fuésemos a despreciar los conocimientos, que nosotros fuésemos a despreciar las academias.  El hecho de que hubiésemos obtenido la victoria, no significaba otra cosa, sino que estábamos defendiendo una causa popular, que estábamos defendiendo una causa justa, que teníamos moral de lucha, que teníamos espíritu de combate, que el pueblo nos apoyaba, que el pueblo nos ayudaba, y que esos factores habían sido suficientes para  vencer a un enemigo que estaba desmoralizado, que no defendía una causa justa, que no contaba con el apoyo del pueblo.

Al ejército que nos combatía, al igual que el ejército que combatía a los mambises, le faltaba algo que es esencial en cualquier lucha, algo que es esencial en cualquier guerra, le faltaba la razón.  A nosotros, que teníamos la razón, que defendíamos una causa justa, que contábamos con el apoyo de la inmensa mayoría del pueblo, nos faltaba una cosa, nos faltaba la técnica, nos faltaba la ciencia de la guerra, nos faltaba la preparación de las academias.

El tipo de guerra que nosotros librábamos era, además, un tipo de guerra rudimentario.  Nosotros no teníamos aviación; nosotros no teníamos artillería; nosotros no teníamos armas complicadas.  Nosotros comenzamos la guerra con fusiles, después pudimos ir apoderándonos de algunas ametralladoras, y así, sucesivamente, fuimos obteniendo alguna que otra arma más pesada, de más calibre.  Pero recordamos perfectamente bien cuando tuvimos el primer mortero, que nadie absolutamente sabía manejar aquel mortero; nadie sabía para qué eran las cargas adicionales; nadie sabía a qué distancia alcanzaba; nadie sabía dónde estaba el seguro de aquel proyectil, y fue haciendo deducciones, como pudimos nosotros hacer funcionar el primer mortero.  Igual nos pasó con la primera bazooka.  Igual nos pasó con el primer tanque, el día que cayó en manos de nosotros un tanque.  Nadie había, nunca, manejado un tanque, y aquel tanque, recuerdo perfectamente bien, aquel fue el segundo tanque; el primer tanque, a pesar de todos los esfuerzos que hicimos, no pudimos llegar a transportarlo hasta la zona de operaciones y utilizarlo.  Con el segundo tanque, pues, pasó más o menos igual.  Y en horas de la noche, los compañeros nuestros aprendieron, trasteando dentro de la máquina de guerra, aprendieron a manejar el cañón; y el primer cañonazo de prueba, recuerdo bien que enfilaron el cañón hacia la granja de Bayamo, donde estaba el Cuartel General enemigo.

Nosotros habíamos logrado fabricar minas.  Nuestras primeras minas fueron un desastre; funcionaban con una escopeta de municiones, tirándola de un cordelito, recortada la escopeta, con un cordel que halaba el gatillo, disparaba un cartucho, el cartucho disparaba un fulminante, y el fulminante hacía disparar la mina (RISAS Y APLAUSOS).

Y lo que solía ocurrir, lo que solía ocurrir era que la mina estallaba cuando no tenía que estallar, y cuando tenía que estallar no estallaba (RISAS).  Después fuimos perfeccionando el arma, fuimos adquiriendo material adecuado, aunque muy sencillo, y fuimos elaborando el tipo de mina eléctrica, que en cierto momento llegó a adquirir la perfección necesaria para utilizarla con bastante éxito.  Pero fuera de esas armas, fuera de esas armas, nosotros nunca llegamos a tener armamento pesado, armamento complicado.

Contra nosotros sí que solían emplear tanques,  aviones, artillería; pero, en realidad, para aquel tipo de armamento no se requería especial experiencia.

Nuestros hombres mandaban unidades muy pequeñas:  escuadras, unidades del tamaño de un pelotón y, en ocasiones, unidades del tamaño de una compañía.  Muchas veces, aquí en el llano se creía que nosotros teníamos grandes unidades armadas.  Cuando la invasión, por ejemplo, se hablaba de la “invasión” y, sin embargo, una de las columnas no llegaba a 100 hombres y otra de las columnas no llegaba a 150 hombres.

Nuestros compañeros que dirigían los pelotones y las escuadras, sabían cumplir bien su tarea, sabían hacer una emboscada, sabían combinar emboscadas; y durante la guerra se llegaron a realizar algunas operaciones más complejas, combinando una serie de ataques, una serie de emboscadas, una serie de ardides.  Pero aún con todo el desarrollo que tuvo aquella lucha, sobre todo en los meses finales, nunca el Ejército Rebelde llegó a ser un ejército grande, ni un ejército numeroso, ni se vio en la necesidad de afrontar los problemas que plantea el mando de fuerzas numerosas.

Creerse que ya nosotros sabíamos; creerse que de la misma manera que habíamos participado en aquella guerra, desde las formas más embrionarias de organización hasta las formas algo más complejas, nos había capacitado a nosotros para afrontar los problemas que la guerra moderna plantea; creer que estábamos en condiciones de enfrentarnos a cualquier situación militar, habría sido un inmenso error; habría significado carecer del más elemental sentido del desarrollo de los acontecimientos políticos, de los acontecimientos sociales y de los acontecimientos históricos; habría sido imaginarse que el desarrollo del pueblo en revolución se detendría en una forma embrionaria.

Cuando la guerra concluyó, la Revolución empezaba.  Cuando la guerra concluyó, la lucha más difícil tal vez empezaba.  Los cubanos no éramos considerados acreedores al ejercicio de nuestra plena soberanía, los cubanos no éramos considerados con derechos a gobernarnos por nosotros mismos; los amos extranjeros de nuestra economía, los amos extranjeros de nuestra política, no consideraban a nuestro pueblo con prerrogativas para gobernarse, y mucho menos consideraban a nuestro pueblo con prerrogativas para hacer una revolución.

Las revoluciones estaban “prohibidas” en este continente.  No las guerras, porque guerras, chiquitas y grandes ha habido muchas en este continente; pero revoluciones profundas, revolución socialmente profunda, no ha habido ninguna en este continente.  Las revoluciones estaban “prohibidas”.  Y, ¿quiénes prohibían las revoluciones en este continente?  Los yankis, los yankis tenían prohibidas las revoluciones.

Y, ¿por qué?  Porque los yankis eran los dueños, y son todavía los dueños de la inmensa mayoría de los recursos naturales, de las tierras, de las fábricas, de la economía, en fin, de este continente; decenas de millones de hombres y mujeres trabajan, hambrientos y empobrecidos, para hacer más ricos a los monopolios yankis.

¿Quién no conoce la historia?  ¿Quién, de entre los aquí presentes, no sabe lo que es el campo, no sabe lo que eran nuestros campos, nuestras fábricas, nuestros centrales azucareros?  ¿Quién no sabe lo que era uno de aquellos latifundios yankis?, ¿quién no sabe cómo era la vida en aquellos sitios, en cualquiera de aquellos centrales que tenían 5 000 ó 10 000 caballerías de tierra, ó 18 000 caballerías de tierra, como tenía una de las varias compañías norteamericanas que aquí operaban?

Las revoluciones estaban prohibidas por los yankis, porque las revoluciones iban, en primer lugar, contra los intereses yankis.  Por eso, cuando la guerra terminaba, lo más duro comenzaba, comenzaba la revolución.

En la Sierra Maestra y en los distintos frentes de batalla en la lucha contra Batista, hacíamos la guerra.  Para hacer la Revolución, era necesario primero ganar la guerra, era necesario primero derrotar a las fuerzas enemigas, era necesario primero conquistar el poder.  Y cuando el poder fue conquistado, comenzó la Revolución.

El poder conquistado no se podía haber conquistado sino para hacer la Revolución.   ¡El poder conquistado con tantos sacrificios y con la sangre de tantos compañeros, solo se podía conquistar para hacer la Revolución!, ¡el poder conquistado con tantos sacrificios y con la sangre de tantos compañeros, no se había conquistado para brindarles protección a la United Fruit Company  o a la Atlántica del Golfo!  (APLAUSOS), ¡el poder conquistado con tantos sacrificios y con la sangre de tantos compañeros, no se había conquistado para amparar a los poderosos, para custodiar a los malversadores, para proteger los intereses de los explotadores!

No se había conquistado para que nuestro pueblo siguiera en la miseria; no se había conquistado para que nuestros niños siguieran sin escuelas; no se había conquistado para que nuestros campesinos siguieran pagando la tercera parte o el 50% de sus productos a un dueño ausentista de aquellas tierras; no se había conquistado para mantener un régimen de explotación de nuestros trabajadores, de saqueo de nuestras riquezas; no se había conquistado para mantener privilegios, para mantener los privilegios de una minoría, para mantener la desigualdad odiosa, la discriminación repugnante, la humillación constante del pueblo; no se había conquistado para que los hombres y mujeres humildes del pueblo siguiesen siendo tratados como rebaño infeliz; no se había conquistado el poder revolucionario para mantener sobre nuestra tierra la hegemonía de los monopolios extranjeros, ni el mandato de un embajador yanki; el poder conquistado con tanto sacrificio no era para robar, no era para saquear, no era para engañar el pueblo; el poder conquistado con tanto sacrificio tenía que ser poder al servicio del pueblo, ¡costara lo que costara! (APLAUSOS.)

Y entonces comenzaba lo más duro, comenzaba lo más difícil:  comenzaba la Revolución.  Y la Revolución comenzaba como comenzó la guerra.  La guerra comenzó con unos pocos, la guerra comenzó sin armas apenas; las armas estaban en manos de los poderosos, las armas estaban al servicio de los intereses de los explotadores.  Y cuando la Revolución comenzó, el pueblo tampoco tenía las otras armas, las otras armas, es decir, las armas de la información; las armas de la lucha ideológica estaban en manos del enemigo.

Cuando el Ejército Rebelde llegó  a la capital, los cuarteles cayeron en nuestras manos, pero la prensa amarilla y mercenaria estaba en manos de los poderosos; las estaciones de televisión y de radio, los editoriales, los programas todos estaban en manos de los poderosos, de la clase reaccionaria y explotadora; las mejores escuelas, los mejores edificios, la dirección de la cultura, la dirección de la educación, la riqueza, la tierra, la industria, los bancos, estaban en manos de los poderosos, estaban en manos de la clase explotadora y reaccionaria.

Y al igual que cuando comenzó la guerra, en manos del pueblo apenas había armas, y las armas estaban en manos del enemigo; cuando comenzó la Revolución las otras armas estaban también en manos del enemigo.  Ellos habían estado publicando sus periódicos durante décadas enteras, enseñando en sus escuelas la mentira, y entre otras, la mentira infame, la mentira traicionera, la mentira vergonzosa e hiriente y ultrajante a la memoria de nuestros mambises de que la independencia se la debíamos a los yankis.

Los lacayos y los mercenarios, los vendepatrias, los vendidos al oro del imperialismo, habían estado enseñando a nuestro pueblo desde niños; a los niños que tenían escuelas, a los pocos niños que tenían escuelas y tenían maestros, ni siquiera les enseñaban la verdad.  Y al que no dejaban en la brutalidad, al que no dejaban en la ignorancia más espantosa, lo que le enseñaban, en primer lugar, eran mentiras, porque comenzaban enseñándole la mentira de que la independencia no era obra de Maceo, ni era obra de Martí, ni de Máximo Gómez, ni de Calixto García, ni de las decenas de miles de héroes legendarios que cayeron combatiendo en nuestra tierra (APLAUSOS Y EXCLAMACIONES DE:  “¡Cuba sí, yankis no!”); la mentira de que esa independencia se la debíamos a los cowboys yankis que llegaron a última hora a “combatir” contra un ejército ya vencido, y que no vinieron a liberar, vinieron a castrar libertades, vinieron a impedir independencia, vinieron para apoderarse de nuestras riquezas, para imponernos una Enmienda Platt y apoderarse, de paso, de Puerto Rico  —que todavía oprimen—, de Hawai, que convirtieron en un pedazo de su territorio, y de Filipinas, que hicieron una colonia suya.

Y esa mentira se la enseñaban a los pocos que podían ir a la escuela.  Y desde niños, a los hombres y mujeres de nuestro pueblo, sobre todo los hombres y mujeres humildes, los explotados, se les enseñaba y tenían que aprender la mentira que les enseñaban los vendidos al interés y al oro extranjero.  Y así crecían, y así educaban al esclavo; al esclavo lo educaban en la mentira, para que siguiera siendo siempre esclavo.   Y así enseñaban al obrero, al campesino explotado, al cortador de caña, al obrero que realiza los trabajos más duros, porque solo sembrando mentiras, solo a través de la mentira y de la fuerza se podía mantener a esos hombres y mujeres por cientos de miles, por millones, pasando hambre, sin trabajo, explotados por las compañías y por los usureros, porque de otra forma jamás habrían podido mantener tanta explotación durante tantos años.

Y así cuando comenzó la Revolución, las armas de la inteligencia las tenían ellos; porque ellos, los ricos, ellos, los poderosos, ellos sí tenían maestros todos.  Los que se quedaban sin aprender a leer y a escribir eran los hijos de la gran masa trabajadora; los hijos de ellos, de los explotadores, esos sí podían aprender a leer y a escribir, esos sí tenían escuelas, los mejores edificios eran para ellos, los mejores transportes eran para ellos, las mejores casa eran para ellos, los libros, las universidades, eran para ellos.  Las armas de la inteligencia estaban en manos de ellos; ellos eran los que hablaban idiomas, ellos eran los muy cultos, ellos eran los que escribían en los periódicos, ellos eran directores de periódicos, directores de revistas, directores de radio.  Y ellos escribían, y hablaban y predicaban lo que convenía a los intereses de su clase rapaz y explotadora, lo que convenía a los monopolios yankis, lo que convenía a la compañía eléctrica, a la compañía de teléfonos, a los bancos extranjeros, a los usureros, que eran los que mantenían a todos aquellos señores intelectuales de la clase explotadora.

El pueblo estaba casi desarmado, porque las escuelas mejores no habían sido para el pueblo; la cultura no había sido para el pueblo.  Para el pueblo había sido el trabajo, para el pueblo había sido la miseria; para ellos había sido lo mejor.  Y entonces, al pueblo victorioso contra las fuerzas de la tiranía, se le enfrentaron las fuerzas de la reacción, las fuerzas de la clase explotadora con todo su séquito de alabarderos, con todo su séquito de plumas mercenarias.

Entonces, la prensa reaccionaria, la radio y la televisión reaccionarias, las revistas reaccionarias, y los voceros de la reacción, sustituyeron a los aviones de bombardeo, y a la artillería y a los tanques en la batalla ideológica contra el pueblo, defendiendo su mentira para encubrir su explotación, frente a la verdad del pueblo que luchaba por su liberación.

Y así comenzó y se ha estado librando la más larga, la más difícil y la más dura batalla:  la batalla de la Revolución.  Porque cuando el pueblo conquistó el poder, cuando los hombres humildes del Ejército Rebelde, apoyados en aquella huelga general que le dio la victoria definitiva el día 1ro de enero, llegaron al poder; cuando los hombres humildes del pueblo, los soldados obreros y campesinos del Ejército Rebelde, que eran la inmensa mayoría del Ejército Rebelde, porque si bien es verdad que alguno que otro pequeñoburgués ingresó a última hora en el Ejército Rebelde y después demostraron que eran incapaces de ser fieles a la causa que defendía ese ejército, la inmensa mayoría, las filas del Ejército Rebelde estaban integradas por campesinos y obreros humildes de la patria (APLAUSOS).

Cuando el Ejército Rebelde y el pueblo llegaron al poder, comenzó entonces la lucha contra la clase reaccionaria y contra el gran protector de las clases reaccionarias de todo el mundo:  el gobierno imperialista de Estados Unidos. Porque aquí en Cuba, como en España, como en Formosa, como en Argelia, como en el Congo, como en Angola, como en Nicaragua, como en Guatemala, como en cualquier rincón del mundo, el gran protector de los reaccionarios, de los explotadores, es el gobierno imperialista de Estados Unidos.

Y entonces comenzaba la lucha de nuestro pueblo, de ese pueblo humilde, que no había tenido ni universidades, ni escuelas, ni periódicos, ni estaciones de radio ni de televisión, ni grandes colegios, ni grandes edificios, ni grandes academias para él; comenzó a luchar contra una fuerza mucho más poderosa, comenzó a luchar contra el imperio yanki.  Ya la lucha no era solo contra la reacción explotadora, la lucha era contra una fuerza mucho más poderosa:  era la lucha contra el imperio yanki, el imperio que en América quitaba y ponía gobiernos, el imperio que había regido los destinos de nuestro país durante 60 años.  Comenzaba, pues, la lucha más difícil.

Y en esa lucha, junto al pueblo heroico, junto al pueblo valiente que se enfrentaba a enemigo tan poderoso, estarían los hombres y mujeres honrados de la patria; estarían aquellos que se ponen, no del lado del poderoso, sino del lado del justo, no del lado del rico, sino del lado del humilde; estarían aquellos que no se pondrían al lado de los millones de la Tesorería yanki; estarían aquellos que no se venderían al oro mercenario de los yankis, que no se venderían al Pentágono yanki, ni al Departamento de Estado yanki, ni a la Agencia Central de Inteligencia yanki (APLAUSOS).  Al lado del pueblo estarían siempre los hombres y mujeres verdaderamente honrados de la patria; estarían, sobre todo, los humildes; estarían los explotados; estarían los humillados; estarían los discriminados; estarían los sufridos.  Al lado de la causa justa, al lado de la causa noble, al lado de la bandera libre de la patria, al lado de la nación soberana estaría lo más valioso, lo más abnegado y lo más limpio y entero de la patria.

Al lado de las poderosas fuerzas del imperialismo estarían los ricos, estarían los explotadores, estarían los malversadores, estarían los discriminadores, estarían los parásitos, estarían los vagos, estarían los gusanos.  El trabajador estaría junto al pueblo, al pueblo que lucha por un destino mejor, al pueblo que lucha por el disfrute de su riqueza.  Al lado del poderoso imperio estaría el explotador del obrero, el vago, el que es incapaz de doblar la camisa; el que como es incapaz de sudar su frente haciendo producir las maquinarias de una fábrica o haciendo brotar la riqueza de nuestra tierra, se gana la vida de espía, se gana la vida de vendepatria, se gana la vida de mercenario.

El humilde y el pobre, el trabajador honrado, estaría junto a la patria, y estará junto a la patria ¡siempre!  En esta lucha, al lado de los poderosos estarán los ricos y los explotadores.  Esos son hoy los que sirven al imperialismo y son los “señoritos”, “niños de bien”, hijos de los millonarios, los que tomaron las armas para desembarcar en Playa Girón y disparar esas armas contra los obreros y contra los campesinos de la patria; fueron esos “niños de bien”, los hijos de los ricos, los que recibieron las armas del imperio poderoso para invadir el suelo de nuestro país.

Y eso es lo que enseña, más que ninguna otra cosa, lo que es una revolución.  Y nos enseña que más difícil todavía que la guerra es la revolución, porque la revolución es la batalla ideológica del pueblo, no solo la batalla económica, social y política, sino la batalla del pueblo que no tuvo escuelas, la batalla del pueblo que no tuvo universidades, la batalla del pueblo que no tuvo maestros, contra lo que lo tenía todo, los que tenían el monopolio de la riqueza y el monopolio de la cultura.  Es la batalla de un pueblo pequeño contra un imperio poderoso, que se ha empeñado, se empeña y se empeñará en aplastar nuestra Revolución, porque sabe que nuestra Revolución es semilla de esperanza, porque sabe que nuestra Revolución es ejemplo para cientos de millones de hombres y mujeres de otros pueblos, porque sabe, sobre todo, que la Revolución es ejemplo para nuestra América.  Y ellos hacen uso de todos sus recursos, y de toda su fuerza, de todo su poder, para aplastar a nuestro pueblo, para aplastar a nuestra Revolución.

Y para esa lucha mucho más difícil, es que nos hemos estado preparando, y nos estamos preparando, y nos estaremos preparando cada vez más; para esa lucha más difícil contra el imperio poderoso, para esa lucha en que nuestro pueblo se juega su destino, nuestro pueblo se juega su libertad, nuestro pueblo se juega su porvenir.

He ahí por qué estas academias, he ahí por qué estos centros de enseñanzas militares, por qué hemos tenido que enseñar, hemos tenido que organizar las escuelas militares, como hemos tenido que organizar las escuelas para el pueblo, las escuelas civiles, las campañas de alfabetización, la enseñanza universitaria:  porque tenemos que darle cultura al pueblo, tenemos que preparar al pueblo para librar la batalla contra el poderoso imperio, para librar la batalla contra las clases explotadoras que no se resignan a la pérdida de sus privilegios.

Esa es la razón, porque el enemigo no nos va a combatir a nosotros solo con propaganda:  el enemigo nos combate con las armas, el enemigo nos combate por la fuerza, el enemigo imperialista tratará de destruirnos por la fuerza.  Y a pesar de que el enemigo imperialista se llevó una de las más grandes derrotas de toda su historia, la derrota que no calculó porque subestimaron a la Revolución Cubana, subestimaron a nuestro pueblo, y creyeron que con un grupo de mercenarios, y con sus aviones criminales, y con sus ataques traicioneros por sorpresa, iban a destruir la Revolución, y se equivocaron y se llevaron una tremenda derrota, no por eso escarmientan, sino que, todo lo contrario:  a nuestro pueblo le guardan todo el odio y todo el rencor de esa derrota; a nuestro pueblo le guardan todo el resentimiento de la humillación que ante el mundo significó para el poderoso imperio la derrota a manos del pueblo pequeño y heroico de Cuba (APLAUSOS).

Y si era ya difícil que perdonaran la reforma agraria, que perdonaran la nacionalización de los trusts extranjeros, que perdonaran la nacionalización de sus bancos, de sus compañías eléctricas, de sus compañías de teléfonos, y  sus fábricas; como si no fuera ya difícil que perdonaran la Revolución en sí misma, por el ejemplo que le estaba dando a los demás pueblos, ¡más difícil todavía es que perdonen y olviden la derrota de Playa Girón!

Y es por eso que el enemigo imperialista, el soberbio imperialismo volverá de nuevo sobre sus pasos, es por eso que el imperialismo volverá a tratar de desquitarse, es por eso que el imperialismo prepara de nuevo sus fuerzas  mercenarias y de nuevo organiza sus criminales planes contra la patria, porque el imperialismo quiere venir por el desquite, con más saña y con más odio.  Y por eso nosotros, que cuando sabíamos la otra vez que preparaban invasiones y preparaban ataques, organizamos escuelas, y organizamos batallones, y organizamos artillería, y organizamos armas de apoyo, y echamos mano hasta de los aviones viejos que había en nuestro territorio para ponerlos a pelear, y echando mano a todos esos recursos, y trabajando y luchando, los derrotamos, y los derrotamos por eso:  porque nos preparamos para derrotarlos (APLAUSOS Y EXCLAMACIONES DE:  “¡Venceremos!”, “¡Venceremos!”).

Por eso, desde el mismo instante en que se libraron las últimas escaramuzas, comenzaron de nuevo a funcionar las escuelas.  Por eso debemos continuar trabajando y esforzándonos cada vez más intensamente, para preparar las condiciones de las victorias futuras; por eso tenemos que acelerar hasta el máximo nuestros planes de instrucción; por eso tenemos que tomar con más seriedad que nunca nuestras obligaciones militares, nuestras obligaciones de soldados y de milicianos, nuestras obligaciones de oficiales y de jefes.  Por eso, cuando se sabe que el enemigo vendrá por el desquite; por eso, cuando se sabe que el enemigo prepara nuevas agresiones, el esfuerzo hay que redoblarlo, hay que triplicarlo, hay que cuadruplicarlo, hay que prepararse, en fin, para que cuando el enemigo venga por el desquite, se equivoque otra vez, se equivoque más, y sufra una derrota todavía mayor (APLAUSOS Y EXCLAMACIONES DE:  “¡Venceremos!”).

Por eso, los compañeros tienen que esmerarse en el estudio, y tienen que esmerarse en el trabajo.  Porque ahora nosotros no estamos en  las condiciones de cuando empezamos la guerra, porque ahora nuestros armamentos son más complejos, nuestras unidades son mayores, y por eso tenemos que aprender a mandar unidades cada vez mayores, a mandar unidades de cientos de hombres, y a veces de miles de hombres.  Y por eso tenemos que aprender a utilizar la artillería, a utilizar la aviación, a utilizar los tanques, a combinar el uso de las armas de infantería con las armas de apoyo.  Por eso tenemos que estudiar (APLAUSOS), porque el manejo de esas armas es más complejo, el empleo de esas armas exige más preparación, el empleo de esas armas exige más coordinación y exige, entre todas esas armas y la infantería una perfecta y estrecha cooperación (APLAUSOS Y EXCLAMACIONES DE:  “¡Fidel!”, “¡Fidel!”).

Y nosotros nos alegramos de que ustedes esas cuestiones y esa necesidad las comprendan perfectamente bien, porque será eso lo que asegura la victoria; será eso, además, lo que asegure la victoria a menor costo, y será eso, sobre todo, lo que haga sentirse a la patria segura.

¿Y qué es la patria?  La patria son sus compañeros de trabajo en las fábricas; la patria son sus esposas, sus hermanos, sus hijos; sus compañeros de los campos; la patria es el conjunto de todas esas cosas que ustedes aman?:  es el conjunto de la tierra y del pueblo, que sobre ella trabaja; de las riquezas naturales de esta hermosa nación; y del pueblo que tiene derecho a disfrutar, con su trabajo honrado, de todas esas riquezas.  Y la patria se sentirá más segura, y el pueblo, sus hermanos, sus esposas, sus hijos, se sentirán más seguros, más confiados, mientras más se esfuercen ustedes, mientras más estudien ustedes.

Y recuerden que en el combate los errores se pagan con las vidas de nuestros compañeros, se pagan con la vida del compañero que estudió junto a ustedes en las clases, del compañero que aprendió junto a ustedes en el batallón, del compañero que junto a ustedes desfila el 1ro de Mayo, o el 26 de Julio, o el 1ro de Enero.  Recuerden que los errores se pagan en vidas, y que para cometer el menor número posible de errores hay que estudiar, y hay que tomar todo eso muy en serio.

y cada uno de ustedes se sentirá más satisfecho, más seguro y más orgulloso, cuanto mejor preparada esté su unidad, cuanto mejor capacitada esté. Y entre ustedes hay que establecer la emulación; la emulación entre las escuadras, entre los pelotones, entre las compañías, entre los batallones, y entre las divisiones, y entre los ejércitos (APLAUSOS).  Porque ya no somos una guerrilla de 10, de 15, de 20; ya no somos guerrillas, ya somos unidades, ya somos escuadras, y somos pelotones, y somos compañías, y somos batallones, y somos divisiones, y somos cuerpos de ejército, ¡y somos ejército! (APLAUSOS Y EXCLAMACIONES DE:  “¡Fidel!”, “¡Fidel!”)

Y esas escuelas que han graduado a más de 300 jefes de pelotones durante la última semana, son las escuelas correspondientes al ejército de Oriente, al ejército del Centro, y al ejército de Occidente (APLAUSOS). Y cada uno de esos ejércitos se está organizando con sus estados mayores, con sus transportes, y con sus abastecimientos, y con todos los medios necesarios para el combate y para la guerra moderna (APLAUSOS).

Eso significa el esfuerzo que estamos haciendo, y eso significa que, por mucho que se esfuerce el enemigo, y por mucho que se prepare el enemigo, nosotros estaremos más preparados que ellos, nosotros iremos más rápido. Porque en este caso  ya no nos asistirá solo la razón, no nos asistirá solo la moral, no nos asistirá solo esa convicción profunda que hace el heroísmo de los hombres cuando están defendiendo la idea de la patria, cuando están defendiendo un derecho sagrado, cuando están defendiendo su tierra amada, cuando están defendiendo su porvenir, cuando están defendiendo su honor, sino que nos acompañará también la técnica, nos acompañará también el conocimiento, nos acompañará también el dominio de la ciencia de la guerra (APLAUSOS).

Y así, el enemigo desmoralizado, el enemigo rapaz, el enemigo sin razón, el enemigo explotador, el mercenario, el vendido al oro yanki, los amos imperialistas, aunque puedan armar bandas de mercenarios para invadir a nuestra tierras, aun cuando puedan emplear su propia aviación, y aun cuando puedan emplear sus propias tropas, se encontrarán contra un pueblo que, en cambio, también, además de tener la razón y la moral y defender su tierra, ¡estará luchando con armas buenas, y estará luchando con buenos oficiales, y estará luchando con buenos soldados! (APLAUSOS Y EXCLAMACIONES DE:  “¡Venceremos!”)

Y así aniquilaremos a los enemigos que nos invadan, y aniquilaremos a los mercenarios, y aniquilaremos a los vendidos al poderoso. Aniquilaremos, derrotaremos una y mil veces a los que, en esta lucha heroica de la patria contra el poderoso imperio, no se ponen al lado de la patria, sino que, como ayer el voluntario, como ayer el traidor, como ayer en la lucha heroica de los mambises se ponían junto a los soldados de España, y asesinaban cubanos, como hoy los agentes de la Agencia Central de Inteligencia asesinan al miliciano solo por el odio que le despierta ver a un obrero, sí, un hombre del pueblo convertido en soldado de la patria, un obrero armado para defender sus derechos (EXCLAMAICONES DE:  ”¡Paredón!”, “¡Paredón!”).

Es lógico que odien al miliciano y es lógico que odien al soldado rebelde, es lógico que odien a esa camisa azul y a ese uniforme verdeolivo; porque milicianos y soldados, constituyen las fuerzas armadas de la Revolución, constituyen el brazo poderoso de nuestro pueblo, el escudo que defiende a la patria y defiende a los obreros  y a los campesinos, defiende a los hombres y a las mujeres honradas de la patria del enemigo que nos quiere agredir, del enemigo que nos quiere destruir, es lógico que odien con el odio de los impotentes, con el odio de los que ven en ellos el gran obstáculo en su camino; con el odio de los explotadores, de los explotadores que ven en su camino un obstáculo invencible, que ven en su camino un obstáculo insuperable en el soldado y en el miliciano.

Y así derrotaremos a los que se ponen contra la patria, junto a sus amos, ¡los derrotaremos a ellos y a los amos!  Porque Cuba, además no está sola.  Cuba forma parte del mundo en la lucha contra el imperialismo. No estamos solos en la lucha contra sus amos, no estamos solos, porque están todos los pueblos, todos los pueblos oprimidos, todos los pueblos explotados, unido a todos los pueblos liberados, solidarizándose estrechamente unos con otros, no importa que el amo imperialista sea poderoso, porque, ¡más poderosos son todavía los obreros y campesinos de la Unión Soviética, de la República Popular China y de los países socialistas! (APLAUSOS Y EXCLAMACIONES DE:  “¡Fidel, Jruschov, estamos con los dos!”)

Ahora ustedes se incorporarán a las unidades correspondientes. El aporte de ustedes, los jefes de pelotones y los compañeros destinados al mando de unidades mayores significará un gran aporte y una gran solidez a las unidades a las que ustedes van a pertenecer. Ponerse inmediatamente a trabajar, a organizar esas unidades, a enseñar a las escuadras, a enseñar a los pelotones. A enseñar a los soldados, a hacer de cada una de esas unidades, las unidades de las cuales ustedes formen parte, unidades de combate lo más perfectas posibles. Y los compañeros de las escuelas básicas, renovar el esfuerzo en el estudio, para que, cuanto antes, se puedan incorporar a sus respectivas unidades. El aporte de ustedes, unido al aporte de 750 instructores revolucionarios que hace unos días se graduaron (APLAUSOS), elevará la calidad moral y combativa de nuestras fuerzas armadas.

Debemos expresar aquí nuestro reconocimiento y nuestra gratitud a los compañeros jefes de la Sección de Instrucción, a los directores y maestros de la escuela (APLAUSOS) que con tanto entusiasmo y con tanto interés han trabajado para prepararlos a ustedes.

Compañeros, recuerden que esta escuela tiene ya una tradición. De esta escuela han salido ya más de 1 000 responsables de milicias que hoy dirigen los mandos de numerosas unidades de combate de las Fuerzas Armadas Revolucionarias; por esta escuela ya han pasado numerosos cursos; en esta escuela cada día se adquiere más experiencia pedagógica; en esta escuela se adquiere cada día más técnica en la preparación de los cuadros de nuestras fuerzas armadas, ¡pero, además, esta escuela tiene una tradición más honrosa todavía!  ¡Jamás podremos olvidar aquella madrugada en que llegó a nosotros la noticia de que los primeros mercenarios habían desembarcado en el suelo de la patria, y se dio la orden, a los alumnos de esta escuela, a los estudiantes de la escuela de responsables de milicias, a formar la unidad en batallón y salir a combatir al enemigo! ¡Jamás olvidaremos el papel de aquella unidad que, en pleno día, y aun bajo el ataque de los aviones enemigos, cruzó desde el central Australia a Pálpite y garantizó, en la batalla de la Ciénaga de Zapata, la carretera que después condujo como un torrente a las fuerzas de la Revolución! (APLAUSOS.)

¡Y no podremos olvidar nunca a aquellos alumnos que en el combate dieron su vida!  ¡No podremos olvidar nunca a aquellos alumnos de la escuela que murieron en los primeros combates, que no se graduaron de responsables de milicias, pero se graduaron de héroes eternos de la patria!  (APLAUSOS.)

¡Gloria!  ¡Gloria para ellos!

¡Gloria para todos los héroes de la patria!

¡Vivan las Fuerzas Armadas Revolucionarias!

¡Patria o Muerte!

¡Venceremos!

(OVACION)

DEPARTAMENTO DE VERSIONES TAGUIGRAFICAS