DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE EN JEFE FIDEL CASTRO RUZ EN LA PLENARIA NACIONAL AZUCARERA CONVOCADA POR EL SNTIA y EL MINAZ, EN EL SALON DE ACTOS DEL PALACIO DE LOS TRABAJADORES, EL 10 DE OCTUBRE DE 1964
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Compañeros trabajadores de la industria azucarera:
En días pasados se celebró ya un importante evento relacionado con la industria y la agricultura azucarera, que fue el Fórum Nacional Azucarero. Aquel fórum sirvió para poner en evidencia el extraordinario interés que se ha despertado en los trabajadores azucareros por todas las cuestiones técnicas relacionadas con su industria; se puso en evidencia también el nivel tan extraordinariamente alto que se ha alcanzado en el estudio; y ahora nuevamente tiene lugar este otro evento, este encuentro relacionado con la industria azucarera propiamente dicha.
Nadie mejor que ustedes, que han crecido y han vivido en los centrales azucareros, que conocen por experiencia propia toda la historia y las vicisitudes de nuestra industria azucarera, podrá apreciar la magnitud y el alcance de este plan.
Nosotros tuvimos oportunidad de leer este informe, y pudimos apreciar la concisión, la claridad, la sencillez, con que está analizado el plan perspectivo de la industria azucarera. Y, en realidad, aunque se plantea una tarea de gran magnitud, no nos parece imposible que se pueda lograr ese objetivo. Pero se ve de una manera muy clara y muy precisa el camino a seguir con relación a la industria azucarera y con todo lo que se relaciona a la misma, es decir, el desarrollo de la industria en sí, el desarrollo del transporte, y el desarrollo de los puertos de embarque, así como también el desarrollo de la sucroquímica.
Ha pasado en realidad poco tiempo desde que triunfó la Revolución y, sin embargo, en la manera de enfocar y de tratar estos problemas parece que ha pasado un siglo. Es que durante muchos siglos el enfoque de los problemas azucareros siempre estuvo determinado por intereses de minorías, intereses de privilegiados. Y, por primera vez, a lo largo de nuestra larga historia azucarera, se ha enfocado el problema del azúcar partiendo única y exclusivamente del interés de los trabajadores y de toda la nación. Esos cambios son muy visibles.
Y recuerdo aquella primera reunión que tuvimos con los trabajadores azucareros. Yo cuando recuerdo esa reunión, muchas veces en tono de broma, porque realmente uno no tiene por qué criticar a nadie, es decir que la crítica que se puede hacer es la crítica que tenemos que hacernos todos absolutamente: de que no sabíamos absolutamente nada. Y yo recuerdo el episodio aquel —y lo recuerdo hasta con alegría, porque es lógico que lo recordemos con alegría— de los primeros tiempos de la Revolución, en que se reunieron los delegados de todos los centrales azucareros y plantearon los problemas.
En aquellos tiempos cuán distintos eran los problemas a los problemas de hoy. Y se levantó una consigna, que ustedes la recuerdan, ¿verdad? (ALGUIEN EXCLAMA QUE NO) ¿No recuerdan? (EXCLAMACIONES DE: “¡Sí!”) Ese que dijo que no, puede ser que haya sido uno de los delegados que haya estado allí en aquella época y no se quiera recordar (RISAS); pero yo recuerdo, porque pasé un apuro muy grande, y fue la consigna de los cuatro turnos en la industria azucarera. Aquella consigna cobró una tremenda fuerza. Era una solución sencilla y práctica de un problema y, además, era una solución lógica para los trabajadores.
Pero, sin embargo, era una solución absurda desde el punto de vista económico, y era una solución tremendamente gravosa para el porvenir económico del país.
En realidad, en aquellos tiempos sabíamos todos nosotros menos acerca de la economía de lo que sabemos hoy, y de todas formas hacía un razonamiento sencillo y decía: si resolvemos el problema del desempleo mediante el reparto del poco empleo que tenemos, no habremos resuelto ningún problema, simplemente vamos a repartir el empleo sin incrementar la producción; se elevarán extraordinariamente los costos de la industria azucarera, y ese de ninguna manera es el camino de una solución verdadera.
Pero aquellos meses eran los primeros tiempos de la Revolución y nos encontrábamos en una circunstancia muy “sui géneris”: los centrales azucareros eran propiedad privada, los centrales azucareros pertenecían muchos de ellos a monopolios norteamericanos y otros pertenecían a un reducido grupito de millonarios.
¿Y cómo explicarles a los obreros, cómo pedirles a los obreros —precisamente a la parte más sacrificada, la que había llevado la peor parte siempre en la historia de nuestra industria azucarera—, y cómo convencerlos de que aquello que parecía un simple antagonismo entre intereses de trabajadores e intereses de propietarios capitalistas, y que de acuerdo con la manera en que nos habíamos acostumbrado —necesaria e inevitablemente— a pensar, la medida equivalía simplemente a quitarle más dinero a aquellos propietarios capitalistas para que la clase obrera recibiera más ingresos; cómo persuadir a los obreros de que aquella era una medida que iba contra los intereses de los obreros?
Esto, aparte de que la Revolución para nosotros los revolucionarios era un proceso dinámico y un proceso que marcharía hacia adelante, y que iría inevitablemente a cambiar la estructura económica y social del país. Cómo en aquellos primeros tiempos de la Revolución, en aquellos primeros tiempos de la Revolución, cuando la banca, el comercio todo internacional del país, y virtualmente todos los recursos económicos de la nación estaban en manos de aquella clase. Un país con sus arcas del tesoro vacías, un país cuyas reservas de más de 500 millones de pesos, más de 500 millones en divisas, se habían visto reducidas aproximadamente a 70 millones, e iban en descendencia.
Y en aquellos primeros tiempos de la Revolución, cómo explicarles a los obreros que aquello que parecía tan lógico era ruinoso para nuestro país y para nuestros trabajadores.
Y hay que decir en verdad que en aquellos instantes solo se podía apelar a la fe y a la confianza de los trabajadores. Era virtualmente inoportuno entrar en el fondo de aquellos problemas, habría sido también absurdo; y fue esencial apelar a la fe de los trabajadores.
Y hay que decir que aquella apelación a la fe y a la confianza de los trabajadores tuvo una admirable y emocionante respuesta.
Claro está que los capitalistas y los voceros por aquellos tiempos estaban muy contentos de aquel llamamiento nuestro a los trabajadores. Los capitalistas y sus voceros y sus consejeros decían: “¡Qué muchacho más sensato, qué muchacho más cuerdo!, cómo se reúne con los trabajadores, trabajadores que están la mitad del tiempo sin trabajar y que viven en las peores condiciones, y los convence de que no se debe establecer los cuatro turnos en la industria azucarera.” Y recuerdo que estaban muy contentos.
Y la reacción de los obreros digo que fue admirable porque recuerdo el día de aquella reunión, terminado el congreso, y yo estaba invitado a hablar, y yo estaba absolutamente convencido de que aquello era una locura que nosotros no podíamos hacer, pero, ¿quién le ponía el cascabel al gato? (RISAS.) Yo hablé con los compañeros dirigentes de los trabajadores y les expliqué aquello, pero quién se paraba a explicar el problema, cuando había un estado realmente emocional en favor de aquella consigna.
No había la unidad que hay hoy entre los trabajadores y todo aquello se hacía mucho más difícil. Y recuerdo, lo voy a decir porque se refiere a un compañero que realmente tengo la opinión de que ha trabajado muy bien, que es el compañero Bécquer (APLAUSOS), y por eso yo le voy a recordar aquel día, aquel día que me hizo pasar un gran mal rato, porque él sabía lo que yo pensaba, y cuando se paró aquí antes de hablar yo, agitó más todavía la consigna de los cuatro turnos en la industria azucarera (RISAS). Y mencionar los cuatro turnos en la industria azucarera era ponerse de pie aquella masa y estar cinco minutos enardecida aplaudiendo. Y me tocó aquel difícil trabajo de explicar aquel problema y, desde luego, creo que siempre que se actúa convencido de algo, y siempre que se actúa con la convicción de que se está defendiendo los intereses del pueblo, y hay veces que en esas ocasiones hay que enfrentarse a ideas de un momento dado, a creencias de un momento dado, a errores de un momento dado, pero siempre que se hace con honestidad se puede estar absolutamente seguro de que el esfuerzo no será inútil.
Y en aquella ocasión fue así. Se apeló a la confianza de los trabajadores, y la consigna de los cuatro turnos no volvió a plantearse.
¿Y cuánto tiempo ha transcurrido desde entonces? Es relativamente muy poco tiempo. ¿Y cuál es la situación de hoy?, ¿cuál es nuestro problema de hoy? Uno de nuestros primeros problemas de hoy es precisamente que nos faltan trabajadores en la industria azucarera. ¿Quién nos iba a decir que a los cinco años apenas de aquellas circunstancias una de las noticias que se reciban con más júbilo en el sector azucarero es la noticia de que 1 500 estudiantes graduados de las escuelas tecnológicas comenzarán a trabajar el próximo año en nuestros centrales azucareros? (APLAUSOS.)
El problema del desempleo comenzó a dejar de ser problema por el impulso mismo que todas las actividades del país recibieron con la Revolución. Y muchos trabajadores azucareros que alternaban el trabajo del central con otro trabajo otra parte del tiempo fueron dedicándose por entero a un tipo de trabajo todo el año; surgieron nuevas actividades industriales, algunas industrias piratearon incluso algunos trabajadores a la industria azucarera, y no tardó en presentarse una circunstancia absolutamente distinta, la circunstancia de que comenzaba a escasear el personal para manejar la industria azucarera.
¡Y cuán distintas son las cuestiones que nos preocupan hoy! ¡Cuán distintas son las cuestiones que discutimos hoy!
Entonces un país cuyos centrales pertenecían al extranjero o a una reducida minoría de privilegiados, cuyos mercados estaban limitados, se planteaba el problema de cómo vivir un mayor número de trabajadores de aquella industria que llevaba 30 años prácticamente paralizada. Porque nuestra producción azucarera, los ingresos del país por concepto del azúcar eran aproximadamente iguales a los ingresos del país 30 años antes, cuando la población del país era la mitad de la actual población. Y si tiempos hubo en que se traían inmigrantes de islas cercanas a nosotros para poder realizar las labores de la zafra, tiempos vinieron después en que cientos de miles de cubanos esperaban con impaciencia aquella zafra donde iban a poder devengar algunos salarios.
Se duplicó la población, pero la economía permaneció igual; se duplicaron las necesidades del país y, sin embargo, nuestra principal industria —el azúcar— permanecía en igual estado que 30 años antes. ¿Qué porvenir esperaba a nuestro país por ese camino? Y aquello conducía a la desesperación.
El central más nuevo que tiene el país posiblemente date de hace 40 años. Y sobre la estructura azucarera crecía y crecía la superestructura de economía artificial de nuestro país; se importaban más y más automóviles cada año, se construían más y más palacios cada año. Todo aquello salía del azúcar, todo aquello salía de las divisas azucareras.
Porque, ¿qué producía este país y qué exportaba este país sino azúcar? ¿Y sobre qué productos se cimentaban todas las actividades comerciales del país? ¿Sobre qué productos se cimentaban todos los ingresos de todos los grandes comerciantes del país? ¿Sobre qué productos se cimentaba la vida holgada y lujosa de los ricos de este país? ¿Con qué se pagaban los viajes al extranjero, con qué se pagaban los perfumes, con qué se pagaban los palacetes, con qué se pagaban los aires acondicionados, con qué se pagaban los automóviles? Todo aquello salía del azúcar, porque era el azúcar el renglón básico y fundamental del país. No crecía el azúcar y, sin embargo, crecía el lujo, no crecía el azúcar y crecía la población. Y junto a una población que crecía sin esperanza, una población donde el número de los desempleados era cada vez mayor, crecía el lujo, se construían más y más edificios de apartamientos, se construían edificios como el Focsa y como muchos otros, enormes, que costaban millones, y millones y millones de pesos, y no se construía una casita para dar albergue a cualquiera de las decenas de miles de familias que vivían en los barracones y que eran, sin embargo, los que con su trabajo producían las divisas del país.
Y hoy nos reunimos aquí cuando toda la industria azucarera del país pertenece a un nuevo propietario: el pueblo (APLAUSOS); cuando toda la industria del país no pertenece ya a la compañía tal y más cual, ni a Mr. tal ni a Mr. más cual, sino cuando toda la industria del país pertenece al país.
Hay veces que los capitalistas, enarbolando consignas nacionales o nacionalistas, decían que la industria debía ser nacional, es decir, debía pertenecer a propietarios nacionales. Solo bajo el socialismo se puede plantear una consigna que representa de verdad un interés nacional, porque la industria no pasa de manos de propietarios extranjeros a propietarios nacionales sino porque la industria se convierte real y verdaderamente en un patrimonio de la nación (APLAUSOS).
Habremos manejado estos recursos mejor o peor, habremos manejado estos recursos con mayor o con menor eficiencia. Eso no importa. Y no importa, porque pertenece al capítulo de los primeros tiempos, al capítulo de la ineficiencia y de la inexperiencia que caracteriza las primeras páginas de toda revolución.
Pero es realmente nuestra industria, es realmente industria de la nación. Y nos reunimos ahora en qué distintas condiciones: nos reunimos para sacar esa industria de la postración en que vivió durante 40 años.
¿Quién podía haberse atrevido en aquellos tiempos y en aquellas condiciones a plantear el desarrollo máximo de la producción azucarera? Cuando en aquellos tiempos los dueños de los centrales azucareros aplicaban restricciones a la producción, a fin de obtener mayores ganancias. ¿Cómo se habría podido plantear en aquellos tiempos lo que hoy se plantea? ¿Cómo habría podido salir nuestra industria de aquella postración?
Y hoy nos reunimos para lanzar adelante las consignas y las proyecciones que elevarán de manera impresionante nuestra capacidad de producción azucarera, y elevarán de manera impresionante el volumen de nuestras zafras bajo bases nuevas, bajo condiciones nuevas. Porque las contradicciones de ayer no existen hoy, las contradicciones entre intereses privados e intereses colectivos no existen hoy. Cuando aquellas contradicciones existían, no podían resolverse ni los problemas de comercio internacional, ni los problemas financieros, ni los problemas técnicos de la industria. Porque en aquellos tiempos, ¿quién habría hablado de una máquina de cortar caña? ¿Cuál habría sido la reacción de los trabajadores ante la idea de que una máquina de cortar caña iba a sustituir a aquellos cientos de miles de hombres que solo en fa zafra veían la oportunidad de ganarse unos pesos? Nadie habría podido hablar de adquirir máquinas para hacer la cosecha de caña.
Y hoy todos los trabajadores miran la máquina como su gran aliada, miran la máquina como su gran ayuda, miran la máquina como la oportunidad de incrementar la producción de su sudor.
¿Quién habría hablado entonces de azúcar a granel? Y hoy los trabajadores ven los embarques de azúcar a granel como el medio magnífico de salir al mercado exportando nuestros productos en condiciones capaces de competir, con los de cualquier otro país; ven el medio de abaratar considerablemente el transporte del azúcar, ven el medio de ahorrarse millones y millones en divisas, desde el momento en que no tendremos que importar grandes cantidades de aquella materia prima en las cuales se envasaba el azúcar. Y así por el estilo, hoy la máquina, la tecnología, todo lo que ayude a aumentar la productividad del trabajo, todo lo que ayude a reducir los costos, todo lo que ayude a marchar adelante hacia la industria constituye para los trabajadores un motivo de esperanza, un motivo de optimismo, cuando ayer era un motivo de preocupación, de ansiedad, era un motivo de angustia porque, lógicamente, todo aquello reflejaba la contradicción entre los intereses de los poseedores y los intereses de los desposeídos.
Cuán poco tiempo ha transcurrido y, sin embargo, hoy se reúnen los trabajadores azucareros, los técnicos azucareros, tanto los que trabajan en las máquinas como los que trabajan en la administración, se reúnen los compañeros de los núcleos del Partido y los compañeros de los sindicatos para discutir el plan perspectivo de la industria azucarera y se analiza este proyecto de ambiciosas proporciones.
Naturalmente que el esfuerzo tiene que ser muy grande, naturalmente que la meta es difícil; pero, realmente, no es imposible. Y no puede ser imposible porque cuando se aúnan tantos factores, cuando se aúna la voluntad de la nación en un sentido determinado, cuando se incorpora el entusiasmo del país en un sentido, no puede haber nada imposible.
Y lanzamos este proyecto, este ambicioso plan, bajo condiciones de bloqueo económico y, sin embargo, esa circunstancia, esos obstáculos no nos desalientan. Y quizás el mérito más grande de estos años primeros de la Revolución, de estos años difíciles, de estos años duros, consista precisamente en eso, en que nos vemos obligados a hacer las cosas en las condiciones más difíciles.
Cuando dentro de algunos años nuevos y ambiciosos proyectos surjan con seguridad de que las condiciones serán mucho menos difíciles que hoy. Y, sin embargo, no tenemos la menor duda de que vamos a llevar adelante este plan perspectivo de la industria azucarera.
Es realmente alentador aquel hecho, al que nos referíamos desde otro ángulo hace unos minutos, de que ya se incorporan como trabajadores azucareros más de 1 000 jóvenes de los que participaron en la campaña de alfabetización, de los que han estudiado en las escuelas tecnológicas organizadas por la Revolución; ya se incorpora sangre y savia nueva a la industria azucarera, ya los refuerzos de la nueva generación van a apoyar el esfuerzo de los trabajadores de esa industria, de las decenas y decenas de miles de hombres que han invertido su vida entre las cañas y entre las máquinas de los centrales azucareros; son ya frutos de la Revolución, frutos que comienzan a cosecharse.
Y nosotros no tenemos la menor duda de que este proyecto se cumple. Se han dicho 10 millones de toneladas de azúcar y eso implica un esfuerzo grande, un esfuerzo grande de trabajo, un esfuerzo grande de inversiones, un esfuerzo grande en la agricultura, un esfuerzo grande en la industria, un esfuerzo grande en el transporte, y un período de tiempo mínimo.
¿Qué dirán, qué dirán entonces los que tanto se han ensañado contra la Revolución; qué dirán entonces los calumniadores; qué dirán los que vieron en nuestras bajas producciones azucareras, vieron con júbilo, algo así como síntomas de fracaso, algo así como incapacidad de la Revolución para resolver los problemas, algo así como incapacidad de los trabajadores para labrar su futuro, y vieron algo así como la esperanza de que ese hecho pudiera confirmar la necesidad de que las compañías extranjeras volvieran y que la minoría privilegiada recuperara sus centrales?
y en aquellos datos, en aquellas cifras que correspondieron a los años en que se sumó el desaliento por la supresión de la cuota azucarera, la inexperiencia de una Revolución nueva y además dos de los años de más fuerte sequía que el país había conocido y que dieron lugar a aquellas cifras en producción azucarera que tanto fueron enarboladas por los enemigos de la Revolución, que tanto enarbolaron las agencias cablegráficas yankis en sus campañas contra nuestra patria y que tanto enarbolan aun, porque todavía lanzan augurios, todavía lanzan cifras, y todas esas cifras giran en torno a los 3 800 000, y aseguran si son 3 600 000, Y repiten y repiten y repiten esas cifras.
Nosotros no tenemos en estos instantes ningún interés particular, no tenemos el más mínimo interés en polemizar con ellos, no tenemos el más mínimo interés en exhibir nuestras cifras y no necesitamos exhibirlas. Nosotros nos concretamos a decir que en el año 1970 aspiramos a producir 10 millones de toneladas de azúcar (APLAUSOS); que mantenemos una política de discreción azucarera pero, naturalmente, la política de discreción azucarera tiene su término, tiene su momento en que su razón de ser desaparece, y entonces nosotros les podemos decir a los calumniadores, a los detractores, a los que batieron palmas y auguraron el fracaso de la Revolución, el fracaso de nuestros trabajadores, que no les queda mucho tiempo para enarbolar aquellas cifras.
Y nosotros nos preguntamos, ya que han hecho tanto uso y abuso de las cifras, ¿qué dirán, qué dirán, cuando empiecen a aparecer cifras de aumento verdaderamente impresionantes de la producción azucarera? (APLAUSOS.) ¿Qué les dirán a aquellos a quienes iban dirigidas sus mentiras, y qué dirán cuando digamos que en el curso de tal tiempo hemos aumentado tanto y tanto y tanto y más cuanto? (APLAUSOS.)
¿Con qué cuentos vendrán entonces? ¿Con qué mentiras vendrán entonces? Porque no les quedará más remedio que doblegarse ante la realidad de los hechos. Y no les quedará más remedio a los imperialistas que tragarse la lengua (APLAUSOS).
Y las esperanzas se desvanecerán, se desvanecerán, porque las esperanzas de nuestros enemigos han estado sustentadas por cifras, han estado sustentadas por la idea de que no seríamos capaces de levantarnos, han estado sustentadas por la idea de que no seríamos capaces de resistir el bloqueo económico, han estado alentadas por la idea de que fracasaríamos.
y no vendrán en los próximos años automóviles a nuestro país, no se gastarán los recursos del país en lujos, porque en estos años, no han sido automóviles, pero han entrado en el país tantas máquinas, tantos tractores como no habían entrado jamás (APLAUSOS), han entrado medios de producción; y ahora entrará algo más importante todavía que es el momento en que estamos aprendiendo a hacer un uso correcto de estos medios de producción (APLAUSOS). No entrará lujo aquí pero vamos a resolver muchas cosas.
Y sean cuales fueren los precios, siempre variantes del azúcar, acudiremos a los recursos naturales de nuestro maravilloso país, acudimos al empleo pleno de nuestras energías, y de nuestros medios, y demostraremos lo que se puede hacer, y demostraremos lo que puede el trabajo; y ante el trabajo, una actitud nueva surge, una actitud no solo de conciencia sino de honor, y ante lo que puede hacerse, ante lo que debe hacerse no hay que tener solo una actitud de conciencia, de comprensión de lo que puede y debe hacerse, sino de honor ante la determinación de hacerlo por encima de cualquier dificultad (APLAUSOS PROLONGADOS). Y ese honor se está apoderando de nuestros cuadros, ese honor se está apoderando de nuestros trabajadores, y esa disposición, ese espíritu se puede apreciar en todas partes y son muchos los síntomas que se ven.
Al principio de este año dijimos que algunas cosas podían hacerse, lanzamos algunos planes que parecían difíciles, y comenzaron a realizarse; algunos estuvieron escépticos; otros, incluso revolucionarios, me decían: “¿Por qué te comprometes, es correcto acaso un compromiso de esa índole?” Como el día que dije en la plaza cívica que íbamos a producir 60 millones de huevos desde enero de 1965 con un plazo de un año y que no hablaba más allí si eso no se cumplía. Claro está que me recordaban otros tiempos y me recordaban otras promesas cuando también había mucha gente escéptica acerca de las posibilidades de hacer una Revolución, y dijimos que se haría la Revolución y que en 1956 estaríamos en tierra cubana combatiendo por la Revolución, o estaríamos muertos (APLAUSOS y EXCLAMACIONES DE: “¡Fidel, Fidel!”).
Horas de angustia vivimos entonces, cárcel, persecución, ocupaciones de armas; y los había quienes pensaban, midiendo a los revolucionarios con la misma vara con que podían medir su alma de politiqueros y de mentirosos; los había quienes incluso insinuaban en que ante semejante compromiso podíamos nosotros mismos entregar las armas. Horas de angustia vivíamos, pero recuerdo bien que en aquellos tiempos, y pensando que las armas podían ser ocupadas a pesar de todas las medidas que tomábamos, había un grupito de 8 ó 10 armas con las cuales tomábamos medidas todavía más especiales y más cuidadosas, porque aun cuando nos ocuparan todas las armas, nosotros estábamos decididos a, con aquel grupito reducidito de armas, llegar a Cuba. Estábamos decididos a cumplir la promesa.
Y hay veces que el honor hay que arriesgarlo. Sí, el honor de revolucionarios hay que arriesgarlo. Porque si no somos capaces de arriesgar el honor por la Revolución, no somos revolucionarios (APLAUSOS). Y si arriesgamos el honor de revolucionarios y apreciamos el honor de revolucionarios, no habrá esfuerzo que deje de hacerse, no habrá nada humanamente posible que no se haga. Y hay que trabajar así, y hay que comprometer no solo la vida, hay que comprometer también ese honor, y hay que tener un sentido muy alto de ese honor.
Claro está que cuando la Revolución se propone algo los enemigos hacen lo posible y lo imposible porque no se haga. Y con el plan avícola hicieron eso; comenzaron a elaborar planes, proyectos, sabotajes; comenzaron a imaginarte todos los medios posibles para hacerlo fracasar. Pero se tomaron todas las medidas posibles para que no fracasara, se tomaron todas las medidas adecuadas y se llevó adelante y marcha adelante y se cumplirá cabalmente. .
Y así son muchas las cosas que podemos hacer. En este caso nos planteábamos en un año el 200% de aumento en la producción.
Claro está que no en todos los renglones del trabajo se pueden plantear metas tan altas. Claro está que en muchos tipos de trabajo las metas están determinadas por una serie de cuestiones insalvables, las metas posibles están determinadas, incluso, por procesos naturales, por encima de los cuales la voluntad humana puede hacer muy poco.
Y en días recientes nos planteamos otras metas, la solución de otro problema que ya estaba siendo engorroso, y que era fácil para la Revolución resolverlo, puesto que otros más difíciles los había resuelto. Y se planteó el problema de las viandas, y se planteó también un plazo de tiempo, y se comprometió también el honor revolucionario.
Y lo que se puede decir es que a lo largo y ancho de la isla se nota la actividad, se nota la firmeza, se nota el espíritu y se nota la voluntad de hacer las cosas (APLAUSOS). Y no tenemos temor de que no vayan a realizarse, de que no vayan a cumplirse; porque sabemos que cuando esa voluntad y ese espíritu se apodera de la gente...
Y así, con los planes que se están haciendo, con los planes para aumentar la producción de leche en todo el interior del país —y que se están llevando a cabo de un extremo a otro de la isla, y que resolverán el problema en el interior del país— se ve el trabajo, se ve la actividad, se ve la decisión y se ve la disposición de hacer las cosas. Y así, con ese espíritu, no habrá obstáculo suficientemente grande que nos impida hacer las cosas. Y las haremos.
Hoy, naturalmente, tenemos mucha más confianza, porque tenemos mucha más experiencia, y porque todo el mundo tiene mucha más experiencia. Y porque se puede tener más confianza en los cuadros, porque se puede tener más confianza en los hombres de la Revolución; porque cada vez las cosas se hacen con más interés, y cada vez las cosas se hacen con más seriedad, y cada vez las cosas se hacen con más sentido de responsabilidad.
Y se van combatiendo debilidades —no quiero decir que no existan—, se van combatiendo vicios, se van combatiendo defectos, se va creando conciencia. Y así, se va creando una conciencia contra el burocratismo, y esa conciencia se ve, se ve ya en todos los hombres del pueblo y en los hombres del gobierno. Y eso es muy importante, porque si no se tiene conciencia de algún mal, de algún vicio, no hay manera de empezarlo a combatir.
Y no hay consigna, no hay llamado que no tenga un eco inmediato. Y ya lo vemos, porque hemos vivido estos cinco años y pico de Revolución, y recordamos desde el primer mes hasta hoy; y ya cuando se recorre algún sitio aparecen inmediatamente los compañeros del Partido, aparecen inmediatamente los compañeros responsables. Y ya se ve hombres que son toda atención, todo oído, toda voluntad y todo espíritu. Ya no se ve aquellos tipos medio alocados, medio distraídos, medio fantasíacos; se ve otro tipo de hombres. No quiere decir esto que no quede algún fantasíaco o algún atolondrado o algún distraído, no (APLAUSOS), o algún irresponsable, no. Digo simplemente que son menos, que son mucho menos, que son cada vez menos.
Ya no aparecen tan fácilmente aquellos tipos hacedores de disparates. ¿Cuántos administradores mismos, en nuestra agricultura, disparateros teníamos? ¿Y dónde están ahora los administradores de nuestras granjas cañeras? Internos, estudiando, recibiendo el segundo curso de capacitación técnica acerca de los cultivos de la caña. Antes andaban haciendo y deshaciendo, antes andaban disparateando y sin saber dónde estaban parados la mayor parte de ellos. Y, por supuesto, con las mejores intenciones del mundo. Porque aquel que dijo que los caminos del infierno estaban empedrados de buenas intenciones dijo algo muy sabio; y nosotros en la Revolución lo hemos podido ver, cuántos disparates inspirados en las mejores intenciones del mundo.
Y hoy están en una escuela. Y en la escuela tenemos miles y miles de trabajadores estudiando, preparándose. Claro que eso no es cuestión de un día, claro que eso no es cuestión de un mes ni de un año, claro que tenemos que ser pacientes y saber esperar el tiempo necesario para que esas frutas maduren, como hay otras que ya se ven madurar. Como se ve madurar el fruto de nuestro esfuerzo en la educación, como se ve madurar ya en el hecho de los 1 500 jóvenes que ingresan a trabajar (APLAUSOS).
Hace tres años, nuestra aspiración, nuestra gran aspiración, era erradicar el analfabetismo, enseñar a leer y escribir a más de un millón de analfabetos. Nuestra aspiración, y muchos se preguntaban para qué, por un capricho. No, no era un capricho; era, desde luego, una cuestión de una esencial justicia, una esencial prueba del amor de la Revolución hacia la cultura, del amor de la Revolución hacia el pueblo, pero ello estaba también vinculado con los intereses vitales del pueblo.
Hoy ya nuestra aspiración no es enseñar a leer y a escribir; ya la aspiración es mucho más elevada: es el sexto grado (APLAUSOS). Y hoy parece algo verdaderamente increíble, algo verdaderamente increíble y que posiblemente no haya ocurrido o haya ocurrido muy pocas veces en la historia de la humanidad: hay incontables centros de trabajo donde el ciento por ciento de los trabajadores están asistiendo a la escuela (APLAUSOS).
Y eso, compañeros y compañeras, es un triunfo verdaderamente fabuloso, es algo que sí habría parecido cuestión de fantasía si alguien hubiese hablado de ello hace algunos años, porque no se trata de que un gran número de obreros, se trata en muchos casos de la totalidad de los obreros.
¡Qué triunfo de la cultura, qué maravilloso triunfo del pensamiento, qué prometedor porvenir para nuestro país! ¡Porque un país tiene porvenir en la misma medida en que su pueblo trabajador sea capaz, en la misma medida en que los conocimientos de la técnica y de la ciencia estén al alcance de los trabajadores! y si, además, esos trabajadores son dueños de la riqueza de su país, si esos trabajadores no van a trabajar ni a sudar para ninguna clase explotadora, entonces, ¡qué formidable porvenir! Porque, ¿para qué estudian los trabajadores?, ¿por qué estudian los trabajadores?, ¿a quién han de servir y a quién han de ser útiles las horas que el pueblo invierte en estudiar?
Y puede decirse que este país de un extremo a otro se ha convertido en una inmensa, en una gigantesca escuela, y no solo en una escuela de gramática, de geografía, de matemáticas; se ha convertido en una formidable escuela de historia (APLAUSOS). Porque estamos aprendiendo la historia que estamos escribiendo.
Y es realmente hermosa esa historia, donde el triunfo pertenece a los que se esfuerzan, donde el triunfo pertenece a los humildes. Y por eso este triunfo, esta historia que nuestro pueblo está escribiendo, despierta cada día, genera cada día más energía, genera cada día más fuerza y la hace cada vez más invulnerable para sus enemigos. Y será más invulnerable en la misma medida en que tengamos éxito, en que trabajemos bien.
Y, por eso, ¡podrán borrarnos de la faz de la Tierra, podrán hacernos polvo, y con nuestro polvo mezclarse mucho polvo de los que intenten hacernos polvo (APLAUSOS), pero no podrán arrancarnos de nuestro camino, no podrán arrancarnos nuestra causa! Y no sé en qué sueñan los enemigos de este país, no sé en qué sueñan los imperialistas, no sé qué peregrinas ideas albergan en sus putrefactos cerebros (EXCLAMACIONES), en sus podridos cerebros. Porque así hablan, como habló en días recientes el señor Rusk, secretario de Estado, que decía que el problema de Cuba era un problema hemisférico. ¡El problema hemisférico es el de ellos, que tienen el problema con todo un hemisferio esclavizado! Y en tono de amenazas hablaba, en tono amenazante.
A una Revolución no puede aplastarla ni uno ni diez hemisferios, y mucho menos hemisferio de explotadores, hemisferio donde los pueblos están expoliados por los reaccionarios.
Y todavía se dedican al jueguito de entrenar y reclutar mercenarios. Hay algunos contrarrevolucionarios que se ofenden de que les llamen mercenarios, y leemos un cable en que aparecen en el Congo pilotos contrarrevolucionarios volando aviones norteamericanos y represando al pueblo congolés, alquilados por dinero. ¡Vean qué calaña! Y no quieren que los llamen mercenarios.
Y siguen reclutando y entrenando mercenarios, los del Pentágono, los de la CIA; y siguen entrenando contrarrevolucionarios en Nicaragua, y en Guatemala; siguen organizando nidos de piratas para dedicarse a esa cobarde tarea, como la que perpetraron contra el barco español, donde demostraron todo el salvajismo de que son capaces. Identificaron el barco, no podían haberse equivocado, todo el mundo ha visto los letreros que dicen: “Sierra Aránzazu, Santander”, con letra enorme; no podían confundirlo con el “Sierra Maestra”. Eran marineros indefensos y los ametrallaron; cientos de balazos. Dejaron el barco ardiendo, y cuando aquellos indefensos marineros trataban de salvar la vida en un salvavidas, ametrallaron también el salvavidas. ¿Y a quiénes atacaban? ¿A hombres armados? ¡No!, aquellos marineros eran trabajadores; no eran ni dueños del barco ni dueños de la mercancía. ¡Hay que tener alma verdaderamente de criminales para cometer semejante acto de barbarie!
Y, claro está, nosotros sabemos cómo son esos ataques, nosotros sabemos que esos ataques se llevan a cabo con barcos de la CIA tipo REX, con lanchas que se bajan desde esos barcos con grúas, lanchas rápidas, son manejadas por la CIA.
Y cuando al gobierno de Estados Unidos los españoles le reclaman contra el hecho, declaran que no saben, pero que sí pueden asegurar que no salió desde territorio americano. ¿Y si no saben cómo pueden asegurar que no salieron de territorio americano? Y si aseguran y pueden asegurar que no salieron de territorio americano es porque saben perfectamente quiénes fueron, perfectamente. Acto vandálico que los desenmascara ante el mundo entero. Acuden a esos actos cobardes.
Aquellos señores que ustedes los vieron —no sé si fue desde aquí mismo— comparecer en la televisión y declararse todos infelices cocineros, que no tenían ninguna culpa, que los habían “embarcado”, aquellos señores que se rindieron como mujerzuelas (RISAS), digo mal, me hago eco de un prejuicio, porque eso de llamar mujerzuelas... Las mujeres son valientes, y son mil veces más valientes que esos señores (APLAUSOS). Suprimo, por tanto, ese epíteto despectivo, puesto que ellos no se pueden comparar ni con hombres ni con mujeres (EXCLAMACIONES).
Nadie sabe qué sueños peregrinos alberguen, qué ilusiones. Y van a ver si vuelven un día a sus andadas, van a ver con apoyo o sin apoyo aéreo —porque decían que si la otra vez porque no traían aviones, apoyo aéreo—, con apoyo o sin apoyo aéreo lo que va a quedar de ellos (RISAS).
Hoy nosotros mientras recorríamos los campos sentíamos una práctica de artillería, sonaban los disparos de nuestra artillería, sonaban con ritmo, sonaban con fuerza, sonaban con un impacto tremendo, y recordaba los días de Girón, y me imaginaba el recibimiento que tendría cualquier nuevo intento aventurero que se hiciera contra nuestro país, ¡con apoyo o sin apoyo aéreo! Al fin y al cabo los vietnamitas, los patriotas vietnamitas derriban todos los días muchos aviones yankis (APLAUSOS PROLONGADOS).
Tan grande es la crisis del imperialismo y sus lacayos que, como ustedes saben, recientemente el Presidente de Francia hizo un recorrido por varios países de América Latina, pues bien, en esa visita de buena voluntad por los países de América Latina, tan crítica es la situación de algunos gobiernas que el viaje de De Gaulle dejó dos gobiernos en crisis (RiSAS); no pueden ni recibir a una personalidad, porque quedan en crisis. Uno de ellos es el de Colombia, tremenda crisis en Colombia después del viaje de De Gaulle; tremendas críticas, tremendas divisiones, tremendas quejas, porque aquel señor —que dicen que es un bárbaro, que dicen que es un imbécil, un cretinoide completo— que preside ese país en virtud de ese enjuague entre las oligarquías, en un banquete delante de De Gaulle parece que se sintió con un complejo y se sintió en la necesidad de hacer grandes elogios de Estados Unidos. Y de una manera extemporánea, y posiblemente temiendo que después al otro día le halaran las orejas, “por si las moscas”, en un banquete se desbanda en un elogio a Estados Unidos, hablando de la amistad con Estados Unidos, a lo cual se dice que De Gaulle contestó en un tono breve y sobrio hablando de las relaciones entre Francia y Colombia.
Y dicen que además ese señor en varios brindis se equivocaba, y en vez de decir: brindo por la amistad con Francia, decía: brindo por la amistad con España (RISAS). Y que conste, eso lo leí en la UPI y la AP, no vayan a creer que son invenciones, o que son cuentos, chistes. No. Y cuando ellos se ven obligados a contar eso...
Y figúrense, se ha sentido humillado el país, se han sentido humillados los políticos, y se ha creado una situación de crisis. Y quedó en crisis un gobierno que visitó De Gaulle.
Y otro gobierno que quedó en crisis fue el de Argentina. Aquello fue tremendo. En Argentina es el gobierno de los gorilas —ese señor que es médico y preside ese país, pero que debe ser un mal cirujano de los males, un mal cirujano social, porque es un médico social de mercuro cromo (RISAS), y a aquello hay que aplicarle la cirugía—, es un gobierno débil, tremendamente débil, una mampara, detrás de él está el imperialismo, y detrás están los americanos, los gorilas, que son la misma cosa.
Y, naturalmente, hay un enorme descontento popular; las fuerzas de izquierda y los simpatizantes de Perón son muy numerosos en ese país y han sufrido mucho la política entreguista de los gobiernos argentinos.
Y ocurrió que llegó De Gaulle a la Argentina y al poco rato empezaron a aparecer manifestaciones de peronismo. Y tal parece que De Gaulle se dio tan clara cuenta de la situación allí, que en la embajada de Francia conversó no solo con el gobierno, conversó con los distintos candidatos de la oposición, los jefes de partidos oposicionistas. Pero eso no es lo grave, lo grave es que al llegar a Córdova, no sé si ustedes habrán leído en los periódicos el tremendo problema que se armó con las masas, no contra De Gaulle sino aprovechando el viaje de De Gaulle; las multitudes, aprovechando aquella oportunidad se lanzaron a la calle y, realmente, aguaron la fiesta aquella; creo que hasta el Presidente de la Argentina salió con una mano herida por un cristal de una pedrada, o algo de eso, la caballería encima del pueblo. Y por ahí apareció un cable, no recuerdo ahora qué agencia lo publicó, pero dicen que De Gaulle dijo: “Un caballo más y me voy” (RISAS), porque allí la policía montada, a golpes y porrazos contra el pueblo. Resultado: quedó en crisis el gobierno de la Argentina.
Esa es la situación, ese es el grado de inestabilidad de esos gobiernos que no representan los intereses de los pueblos; que reciben una visita de una personalidad extranjera, y caen en crisis los gobiernos. Resultado del viaje de De Gaulle: dos gobiernos en crisis en América Latina: el de Colombia y el de Argentina. En realidad, valdría la pena que De Gaulle todos los años se diera un recorrido por la América Latina (RISAS).
Los americanos no veían con mucha simpatía el viaje de De Gaulle, pero más o menos se consolaban diciendo que “bueno, que De Gaulle, que la tradición de Francia, y la historia de Francia, y la cultura francesa”, etcétera, etcétera. Con lo que no contaban los americanos, sin dudas de ninguna clase, era con esos problemas tan serios que se iban a crear a dos países y que prueba la inestabilidad, la endeblez y la falsedad de la política imperialista y de los gobiernos proimperialistas de esos países.
Al paso que la Revolución nuestra se organiza marcha adelante, trabaja con más y más seriedad, y tiene cada vez más y más confianza en su porvenir, a pesar de todas las piedras que han tratado de poner en nuestro camino, a pesar de todos los esfuerzos que ha hecho el imperialismo, el poderoso y temible imperialismo yanki, el poderoso y temido imperialismo yanki, a quien nuestro pueblo ha dado una magnífica lección, una soberana lección.
Dicen que sus esperanzas están en la “Alianza para el Progreso”, que sus esperanzas están en que las limosnas que le están dando a la América Latina impida la Revolución. Pues bien: antes de la Revolución Cubana ni limosnas les daban a esos países; y si hoy les dan limosnas a algunos gobiernos, los gobiernos no lo dirán, pero lo pensarán, y dirán: ¡Gracias Cuba, gracias a ti, Revolución Cubana, nos están dando unas limosnas! (APLAUSOS); ¡si no fuera por ti, Cuba revolucionaria, ni limosnas nos darían!
Surge la Revolución, y surgieron algunas limosnas. Así, cuando la historia se escriba dentro de algún tiempo, y los muchachos lean en la escuela, y los que enseñen la historia allí no sean los burgueses explotadores, entonces los muchachos les dirán: bueno, ¿y cuándo empezaron a dar algunas limosnas aquí los imperialistas? “Bueno, después de 1959, como a los dos años, o a los tres años, después de lo de Girón”; y relacionarán la “Alianza para el Progreso” con las limosnas que los imperialistas se decidieron darles a sus lacayos después de la Revolución Cubana, y muy especialmente después de Girón.
¿Esperanzas de aplastarnos? ¡Je!... Ignoran la historia, ignoran la física social, ignoran la fuerza de las revoluciones. Si tuvieran dos dedos de frente —¡qué dos dedos!—, si tuvieran un dedal de masa encefálica (RISAS), se darían cuenta de que cuando un país ha llegado a tales progresos y a tales avances de conciencia, en que ocurren cosas como las que hablaba hace unos instantes del ciento por ciento de los trabajadores estudiando, cuando en un país ocurre eso no hay marcha atrás posible, ¡no hay marcha atrás posible! ( APLAUSOS.)
Ya ni los vecinos más cercanos se acuerdan cómo se llamaban los dueños de las casas donde están los becados estudiando hace cuatro años, ¡ya ni se acuerdan!; y ya ni los viejos nombres de los centrales.
Cuando en un país se reúnen los trabajadores, se reúnen ya sin aquella distinción de antes, con una plena identificación, total, los administradores y los trabajadores, los que administran el central o los que administran el ministerio, los trabajadores y los técnicos, para hacer un programa; y ese programa se disponen ahora discutirlo con los trabajadores en aquellos centros de trabajo donde un porcentaje tan altísimo de obreros está asistiendo a la escuela y van a estudiar ahora los planes económicos, y van a estudiar el plan de cada central, y van a participar todos en esta empresa, en esta gran tarea.
Cuando esas cosas están ocurriendo en un país, ¿quién puede darle marcha atrás a la rueda de la historia? Cuando esas cosas ocurren en un país lo mejor es irse preparando para una vejez resignada, o aquellos burgueses y explotadores y contrarrevolucionarios, mejor es que se vayan preparando para una triste y resignada vejez, mientras aquí nuestros viejos se preparan para una segura y feliz jubilación en su patria, rodeados de su familia, de todas las seguridades; mientras la Revolución lleva la seguridad social a todos los trabajadores, pues los enemigos de los trabajadores, los que ayer explotaban a los trabajadores tienen que ir pidiéndoles a los imperialistas una jubilacioncita también; ver cómo los inscriben y cómo les garantizan la vejez, porque la Revolución... bueno, los jubiló a ellos, pero sin pensión.
Y esto de sin pensión no vayan a pensar que sea una cosa inhumana. En realidad a los burgueses se les hubiera podido dar a todos una pensión, una modesta pensión —y no tan modesta—; cuando se hizo la Reforma Urbana y algunas de esas medidas, se dieron pensiones que no eran ni mucho menos modestas.
Pero, claro, ellos no se conformaban con eso, querían ir y volver, recuperar las casas, hacer méritos allá, todo eso; algunos fueron más vivos, se quedaron. Pero bien, la Revolución no era inhumana, no estaba dispuesta a llevarlos a una situación de que pasaran hambre; los antiguos explotadores eran, al fin y al cabo, producto del desarrollo social pasado del país; no estaba dispuesta a permitir que siguieran explotando a los trabajadores, pero estaba en disposición de no dejarlos morir de hambre. ¿Se fueron?, vamos a ver si tienen asegurada allá la vejez, y si no la tienen que se vayan preparando. Mientras tanto, nos dedicamos a trabajar. Estos planes son planes ambiciosos, pero son planes serios; son planes difíciles, pero son planes posibles.
Parejamente con este esfuerzo industrial tiene que ir el esfuerzo agrícola. En muchos centrales tenemos ya más caña prácticamente de la que podemos moler, pero hay zonas de centrales donde no tenemos toda la caña que se puede moler.
Hay que ir a una integración entre las áreas industriales y las áreas agrícolas, hay que ir a una coordinación plena entre la agricultura y la industria, y en la medida que avance este programa de inversiones en la industria, avance la técnica en la agricultura, aumente la productividad de caña y de azúcar por hectárea.
Leyendo una información del año 1953, entre 16 países productores de azúcar, Cuba aparecía en el 14 lugar de productividad por hectárea y, sin embargo, en el primer lugar de porcentaje de azúcar por ciento de arrobas de caña. Eso demostraba que se reunía la circunstancia de ser nosotros el país mejor dotado por la naturaleza para producir azúcar y, sin embargo, el país más técnicamente atrasado en nuestra agricultura azucarera.
Nosotros tenemos que trabajar hasta situarnos entre los primeros, si no en el primer lugar, que nosotros podemos situarnos en el primer lugar en productividad por hectárea, en caña por hectárea y en porcentaje de azúcar en nuestra caña; nada nos lo impide, tenemos todas las posibilidades.
Y ahora marchamos rápidamente hacia la mecanización de los cultivos de la caña, hacia la mecanización de la cosecha de la caña. Nada nos impide situarnos en el primer lugar en producción por hectárea y en porcentaje de azúcar. Esa debe ser también una de nuestras metas: situarnos en el primer lugar, que para ello lo que hace falta es técnica, para ello lo que hace falta es aplicar la técnica correcta, conocer la técnica y aplicarla.
Y también deben recibir una gran divulgación todas las técnicas agrícolas, van a recibir una gran divulgación; y no tengo la menor duda de que igualmente un día tendrán que contarnos entre los primeros países, en las primeras filas en el alto rendimiento de caña por hectárea, en el alto rendimiento de azúcar y en el bajo costo de la producción, por la aplicación de las máquinas, por la obtención del máximo de producto con el mínimo de gastos. No tengo la menor duda de que llegaremos a situarnos entre los primeros lugares.
y yo sé que ustedes, que conocen bien la historia de nuestro azúcar, que conocen bien los centrales, que conocen estos planes, se marcharán con el mayor entusiasmo, se marcharán seguros de que pueden realizar este ambicioso proyecto, se marcharán a comunicar este entusiasmo a todos los obreros de los centrales azucareros, a discutir con ellos estos planes.
Se ha organizado el Ministerio de la Industria Azucarera, la industria azucarera ha sido colocada en el lugar jerárquico que le corresponde dentro de nuestra economía, y el trabajo de los azucareros es ya el más importante trabajo de nuestra economía.
Yo sé que ustedes aman la industria azucarera, yo sé que ustedes aman la caña, yo sé que ustedes aman el azúcar, yo sé que ustedes estaban anhelando esta oportunidad; esta oportunidad por fin se presenta (APLAUSOS).
¡Ahora a cumplir los acuerdos, a tomar estos acuerdos con espíritu, a tomar estos acuerdos con honor! ¡Comprometamos nuestro honor de revolucionarios en este programa y veremos cómo se cumple!
Y yo, por mi parte, no vacilo en arriesgar una vez más mi honor de revolucionario en este plan, junto con los trabajadores azucareros.
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
(OVACION)