Humanismo y sensibilidad en momentos difíciles
Cuando el golpe de Estado al presidente de Honduras Manuel Zelaya, el 28 de junio de 2009, yo era el embajador ante ese país centroamericano. Ese día fui a darle protección diplomática a la canciller Patricia Rodas y terminé junto a ella secuestrado por los militares golpistas.
La historia de lo que nos sucedió en aquellas horas de violencia y peligro la inmortalizó esa tarde el Comandante en Jefe en una reflexión titulada «Un error suicida», un texto que guardaré en mis recuerdos por siempre. Escribió Fidel:
[…]
Patricia Rodas, la ministra de Relaciones Exteriores de Honduras, fue después de Zelaya el objetivo fundamental de los golpistas. Otro destacamento [de militares] fue enviado a su residencia. Ella, valiente y decidida, se movió rápido, no perdió
un minuto en denunciar por todos los medios el golpe. Nuestro embajador había hecho contacto con Patricia para conocer la situación, como lo hicieron otros embajadores. En un momento determinado les solicitó a los representantes diplomáticos de
Venezuela, Nicaragua y Cuba reunirse con ella, que, ferozmente acosada, necesitaba protección diplomática. Nuestro embajador, que desde el primer instante estaba autorizado a brindar el máximo apoyo a la ministra constitucional y legal, partió para visitarla en su propia residencia.
Cuando estaban ya en su casa, el mando golpista envió al mayor Oceguera para arrestarla. Ellos se pusieron delante de la mujer y le dicen que está bajo protección diplomática, y solo se puede mover en compañía de los embajadores. Oceguera discute con ellos y lo hace de forma respetuosa. Minutos después penetran en la casa entre 12 o 15 hombres uniformados y encapuchados. Los tres embajadores se abrazan a Patricia; los enmascarados actúan de manera brutal y logran separar a los
embajadores de Venezuela y Nicaragua; Hernández la toma tan fuertemente por uno de los brazos, que los enmascarados los arrastran a los dos hasta una furgoneta; los conducen a la base aérea, donde logran separarlos, y se la llevan.
Estando allí detenido, Bruno, que tenía noticias del secuestro, se comunica con él a través del celular; un enmascarado trata de arrebatarle rudamente el teléfono; el embajador cubano, que ya había sido golpeado en casa de Patricia, le grita: «¡No
me empujes, cojones!». No recuerdo si la palabra que pronunció fuese alguna vez utilizada por Cervantes, pero sin duda el embajador Juan Carlos Hernández enriqueció nuestro idioma.
Después lo dejaron en una carretera lejos de la misión y antes de abandonarlo le dijeron que, si hablaba, podía sucederle algo peor. «¡Nada es peor que la muerte!», les respondió con dignidad, «y no por ello les temo a ustedes». Los vecinos de la zona lo ayudaron a regresar a la embajada, desde donde de inmediato se comunicó otra vez con Bruno.
[…]
No tuve mejor evaluación de mi misión en Honduras que esa reflexión del Comandante en Jefe. En los días siguientes al golpe fui testigo de su sensibilidad y preocupación por el ser humano en momentos difíciles. Él, más allá de la situación política del país, de la actuación de los militares golpistas y de mi secuestro, se preocupaba por los más de 500 colaboradores cubanos que estaban allá.
El Comandante llamaba todos los días y la primera pregunta que hacía era qué desayunábamos, qué almorzábamos, qué comíamos, cómo estaba el estado de salud de todos. Ese era Fidel.