Vivo y presente en la historia, Comandante
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Multiplicado en las causas más justas, en la militancia de los que no negocian la dignidad, en los resultados soberanos de vacunas salvadoras, en la sonrisa de un niño feliz..., y en la utopía posible de un mundo mejor, Fidel vuelve a renacer cada día.
No hay metáfora en esa afirmación, sino certeza cabal de que su presencia de luz nos sigue guiando en el desafío cotidiano de defender la soberanía alcanzada por una Revolución que bajo su liderazgo se convirtió en inspiración para los pueblos que han luchado, y aún luchan, por emanciparse.
Lo ratificaría su entrañable amigo Hugo Chávez cuando afirmó que: «Fidel no le pertenece solo a Cuba, le pertenece a este mundo nuestro, a esta América nuestra...».
«Él no es local. Él es parte de la historia. No solo de nuestra historia, sino de la historia de la humanidad...», sentenciaría también, hace años atrás, la prima ballerina assoluta Alicia Alonso, cuya convicción se hace latente ahora, en la sobrevida del líder que no murió en el corazón de millones después de aquel noviembre luctuoso de 2016.
Por ello, como dijo muchas veces Eusebio Leal, historiador de La Habana, a nuestro eterno líder histórico hay que salvarlo para el futuro. «Hay que quererlo porque su vida ha sido consagración y ha sido ejemplo...».
Al Comandante en Jefe hay que preservarlo también vivo en la memoria de los agradecidos de Cuba y del mundo; de los que no olvidan al revolucionario absuelto por la historia, cuya leyenda traspasó las fronteras de una Isla para convertir los sueños en realidades y los imposibles en victorias. El líder que llevó la solidaridad a los lugares más recónditos; el defensor incansable de los humildes y de la justicia social... el guía eterno.
No en balde, su compañero de lucha, el Comandante de la Revolución Cubana, Ramiro Valdés Menéndez, diría en ocasión de su 80 cumpleaños que Fidel no necesitaba en absoluto de apologías, ni que se le cubriera de adjetivos fatuos, «...basta con que digamos, de la forma más sencilla posible, lo que él es y lo que representa para Cuba y para el mundo, para nuestra historia en los últimos 50 años y para el futuro de la humanidad».
Y es que al decir de la reconocida periodista y escritora cubana, Katiuska Blanco: «Todo lo vivido en la niñez (de nuestro líder histórico), lo sufrido, marcó indeleblemente sus días junto a los que nada poseían y en favor de una educación nueva cuyos componentes esenciales fueran el amor (...); la noción de la fuerza moral, la importancia de forjar el carácter, la espiritualidad, el desprendimiento, la bondad y la capacidad de sacrificio; las martianas ideas del bien y la virtud (...) que él consideraba imprescindibles en la formación de los seres humanos para la felicidad, la plenitud, la libertad y la dignidad».
Ante esa verdad irrefutable, que enaltece la leyenda homérica de un varón por encima de su tiempo, el también escritor cubano Eliades Acosta sentenció que el Comandante en Jefe «es la confirmación permanente de la esperanza, la prueba viviente de que no es un destino inexorable que los grandes hombres se acomoden y decepcionen a quienes han depositado en ellos la fe para alcanzar un mundo mejor».
Precisamente, bajo esa esencia que nos habita, renace, una y otra vez, nuestro Fidel, quien sigue cabalgando sobre la historia y oteando en el horizonte, convertido en trinchera de la verdad, en escudo del decoro, en resistencia y lucha... en esencia misma de un país.