La expedición del Granma, una epopeya del mar a la montaña
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El 25 de noviembre de 1956 finalmente partió del embarcadero del río Tuxpan, estado de Veracruz, México, la expedición del yate Granma encabezada por el joven revolucionario cubano Fidel Castro, tras arduos y riesgosos esfuerzos en el exilio, que incluyeron enfrentar la persecución de sicarios enviados por el dictador Fulgencio Batista, el FBI estadounidense, la vigilancia de las autoridades del país sede, y hasta días de prisión.
La pequeña nave, atestada hasta más no poder con hombres y pocos armamentos, transportaba a 82 resueltos patriotas cubanos y algunos revolucionarios latinoamericanos, entre los cuales ya sobresalía desde los entrenamientos clandestinos el argentino Ernesto Guevara de la Serna, poco más tarde el legendario Che.
Con el destacado periodista y combatiente comunista habanero Juan Manuel Márquez como segundo al mando, retornaban a la Patria a cumplir el compromiso hecho por Fidel, por entonces líder del Movimiento 26 de Julio: “En 1956 seremos libres o seremos mártires”.
Aunque el tránsito con las luces apagadas por el estuario del río Tuxpan transcurrió con la mar en calma, ellos conocían los anuncios de mal tiempo y tormentas para las próximas horas en dicha zona geográfica.
La certeza del dato pudieron comprobarla en carne propia en cuanto salieron a las aguas abiertas del Golfo de México con el propósito de enfilar a la costa meridional de Cuba, dando un rodeo que los llevaría al sur de Oriente, a la altiva cordillera de la Sierra Maestra.
Puede decirse que empezaba para los expedicionarios una suerte de Odisea caribeña, sin cantos de sirena, pero sí con las amenazas del gran Cíclope norteño y las de sus lacayos isleños, que los rastreaban y esperaban para aniquilarlos.
Pero es mejor recordarlo todo como el comienzo de la epopeya gloriosa del Granma, en medio del mar bravo, hacinados en una embarcación nada joven y no apta para semejante empresa, a la que vapuleaba el furibundo oleaje y vientos, sobrecargada y conducida por personas entre las cuales había muy pocos expertos en navegación marítima.
El propio Che Guevara describió descarnadamente el efecto de aquella primera prueba del destino, sobre los miembros de la expedición, a pesar de que habían cantado el Himno Nacional y la Marcha del 26 de Julio, llenos de coraje y decisión. Y es que el mareo y los vómitos constantes habían hecho verdaderos estragos y la recuperación física por esos motivos fue lenta, pero llegó, tras largas horas.
Nada los haría cambiar el rumbo. Porque aquel plan libertario, luego convertido en el definitivo, no era asunto nacido en un día o resultado de una decisión caprichosa, pese a que tenía mucho de acto de fe.
Cuba estaba sumida en una sangrienta dictadura que perseguía y mataba, tras bárbaras torturas en muchos casos, a sus mejores hijos, sobre todo jóvenes. Y las condiciones socioeconómicas de los humildes, fundamentalmente, eran terribles, pues usurpaba el poder una casta oligárquica encabezada por el golpista Fulgencio Batista, al servicio de un amo extranjero.
Antes de la epopeya iniciada con el viaje del Granma, se hicieron los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes. Después se fundaron a sangre y fuego el Movimiento 26 de Julio y otros núcleos destacados del sector estudiantil.
Y a pesar de ser condenado a varios años de reclusión en la entonces Isla de Pinos Fidel, desde allí, junto a un grupo de siguió elevando su influencia popular, transcribiendo para su publicación clandestina documentos medulares como La Historia me Absolverá o Programa del Moncada, lanzando proclamas y enviando instrucciones a los revolucionarios.
Batista se vio obligado a liberar a Fidel Castro y a sus compañeros en mayo de 1955. El joven abogado decide viajar a México, buscando un país neutral que le diera más posibilidades de organizar la lucha nuevamente, algo imposible en Cuba, aunque estaba claro que debía ser de forma extremadamente secreta.
Ya en el hermano país, las armas para la instrucción militar, se consiguieron a través del mexicano Antonio del Conde, “El Cuate”. La asesoría en ese campo quedó en manos de Alberto Bayo, comandante de la Guerra Civil Española.
Tras la aprobación de Fidel, el propio Antonio del Conde compró el navío, de nombre Granma y construido en 1943, muy usado presumiblemente en la pesca de altura o recreo.
La travesía por el Golfo de México transcurrió entre el 25 y 27 de noviembre. Su lenta marcha los conectó con el Mar Caribe en la madrugada del día 28, y ya el 30 era seguro que se mantenía el rumbo correcto hacia la Isla.
Escucharon por la radio la noticia del levantamiento de Santiago de Cuba en apoyo al desembarco, previsto para ese día, organizado por el héroe Frank País. En la madrugada del 1 de diciembre el expedicionario Roberto Roque, quien avistaba en cubierta, cayó al mar por una fuerte sacudida de la embarcación.
Fidel ordenó apagar los motores y priorizó su rescate, lo cual se logró felizmente tras una intensa búsqueda, casi sin esperanzas.
Durante los preparativos de la expedición en Ciudad de México, cuando el Che y otros compañeros guardaron prisión tras una redada policial, al pedido del argentino de que no detuviera la Revolución por liberarlo, el joven líder le respondió tajante: “Yo no te abandono”. Y con su empeño logró la libertad de ellos. Así era el jefe que se hizo seguir más tarde por todo un pueblo.
Cuando al fin aparecieron las esperadas luces del Faro de Cabo Cruz, el yate daba agónicos resoplidos por fallas y falta de combustible, y se detuvo. Su carga humana también estaba hambreada y agotada.
Para colmo la nave encalló a unos dos kilómetros de la playa Las Coloradas, por donde iban a desembarcar. Llegar a tierra firme cubana fue otra aventura inenarrable. Metidos en la maleza y en los lodos de un espeso manglar, lo cual obstaculizaba el paso al tiempo que los protegía de la aviación batistiana que intentaba cazarlos.
Pudo producirse la acción cerca de las siete de la mañana del 2 de diciembre de 1956. Los futuros fundadores del Ejército Rebelde tardaron horas en salir de una ciénaga costera en la que cayeron. Tuvieron que abandonar en ese trayecto parte del equipamiento.
El día 5 fueron sorprendidos y ametrallados desde el aire por fuerzas del ejército en el sitio llamado paradójicamente Alegría de Pío, donde acamparon en un pequeño cayo de monte al costado de un cañaveral. Era evidente la inseguridad del enclave, pero el enorme cansancio de la travesía les impuso detenerse.
Pequeños grupos pudieron escapar por diferentes vías, algunos descendieron al Llano y otros se reagruparon en torno al líder de la expedición, Fidel Castro, y formaron el núcleo principal de lo que posteriormente sería el Ejército Rebelde.