Una nueva victoria, el derecho a la tierra
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La promesa se cumplió. Años de sufrimiento cesaron cuando el Comandante en Jefe Fidel Castro firmó aquel 17 de mayo de 1959 la ya prometida Ley de Reforma Agraria durante su alegato de autodefensa en el juicio por el asalto al Cuartel Moncada, reconocido como La historia me absolverá.
Dentro de un bohío de paredes de jagua, techo de guano y piso de tierra, a pocos metros de la Comandancia General del Ejército Rebelde en La Plata, la Sierra Maestra fue promulgada la primera ley del Gobierno Revolucionario. La frase “tierra prometida” parece una hipérbole en medio de este escrito, pero no es así. Su visión se extiende hasta esos años en donde fuese escrito un nuevo comienzo para el campesinado cubano. La explotación acabó.
El camino ya antes marcado se alumbró cuando más de 100 mil familias de la población rural fueron sacadas de la miseria, se eliminó el latifundismo y el dominio imperialistas en nuestras tierras.
La situación era difícil. Los años ya transitados dejaron a su paso una balanza de riqueza en desequilibrio ante la gran concentración de la propiedad de la tierra: el 1,5% de los propietarios poseían más del 46% del área. Vastas extensiones de tierras cultivables eran derrochadas en las grandes fincas, explotación de la ganadería, y otros espacios completamente deshabitados o revestidas de marabú estaban siendo desaprovechados ante la necesaria actividad productiva.
La década del 30, fue testigo de los desalojos ilegales suscitados por empresas privadas y extranjeras, lo cual constituyó el punto de partida para la sublevación campesina. Los hechos del Realengo 18, son el testimonio vivo de estas luchas. Por otra parte, en la Constitución de 1940 se aprobó una ley que por fin anulaba el latifundio, pero que, para frustración de muchos cubanos, quedó sin implementar
¿Qué quedaba entonces para el pueblo? Morir lenta y tristemente de agonía en su precaria existencia y aceptar que su vida era esta. Solo un proceso revolucionario como este pudo hacerle frente a la ya extenuante situación. Las señales fueron claras y anunciaban el fin a tanta pobreza. En 1890 José Martí había hecho alusión a la necesidad de una reforma agraria, y a consecuencia se gestaron las bases para la ruta pactada en el Programa del Moncada.
No fue mera coincidencia. El pueblo revolucionario precisaba un cambio, un nuevo comienzo guiado por el sueño por el cual cientos de cubanos murieron: lograr la libertad económica, política y social. Y se cumplió. La primera Ley de Reforma Agraria, firmada hace 65 años puso punto final a tantos períodos de sufrimiento, desalojos ilegales, desempleo y levantó en alto el derecho de los campesinos a la tierra: proceso que otorgó a alrededor de 32 mil familias los títulos de propiedad.
La ley poseía 15 por cuantos, 67 artículos, 7 disposiciones transitorias y una disposición final. La última confería a la Ley de Reforma Agraria rango constitucional al declararla parte de la Ley Fundamental de la República.
Sus líneas buscaban lograr un mayor crecimiento y diversificación de la industria cubana, y la eliminación de la dependencia del monocultivo agrícola. El surgimiento y extensión de nuevos cultivos que satisficieran las necesidades y materias primas para proveer alimentos; elevaría la capacidad de consumo de la población, el nivel de vida de los habitantes de las zonas rurales, contribuiría a extender el mercado interior y ampliaría los renglones de producción agrícola con destino a la exportación como fuente de divisas para las necesarias importaciones.
De igual manera, la Ley señaló que la producción latifundista, extensiva y antieconómica era un mal que había que arrancar de raíz y sustituirlo por la producción cooperativa, técnica e intensiva que implica un rápido incremento en la producción.
Adiós a la propiedad privada. Su implementación invirtió en jerarquías sociales que otorgaron a una gran cantidad de campesinos y trabajadores agrícolas puestos dentro del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA), formado para aplicar las nuevas leyes agrarias, bajo la dirección y administración por los propios campesinos que solo meses antes se encontraban en la escala más baja del orden social.
El proceso no estuvo solo. Trajo consigo una fuerte ola de desarrollo que en manos del INRA llegó a estas zonas rurales construyendo casas, pueblos, escuelas y hospitales, y en el cual los mismos campesinos tuvieron participación. Además, impulsó el acceso a la educación, pues en aquellos lugares que antes los hijos de campesinos apenas si cursaban el tercer grado, comenzaron a completar el colegio e incluso seguir sus estudios universitarios en las ciudades.
Esta fecha fue establecida entonces como el Día del Campesino y dos años después, el 17 de mayo de 1961, se creó la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP). La historia guarda también, cuando en 1963 se aprobó una segunda ley de Reforma Agraria que establecía la nacionalización, y por consiguiente la adjudicación al Estado Cubano, de todas las fincas rústicas con una extensión superior a sesenta y siete hectáreas y diez áreas (cinco caballerías de tierra).
En este día de fiesta para el campesinado cubano, aquello que recordamos como “reforma agraria” trajo consigo toda una cadena de cambios, procesos, transformaciones que allanaron el camino de la Revolución y mejoraron las condiciones de vida los campesinos cubanos. Ese 17 de mayo de 1959, Fidel puso fin a décadas de explotación, sometimiento e injusticias y priorizo el derecho de los hombres de mantener lo que por derecho era suyo.
Para todos ellos, ¡Felicidades!