Fidel
Soldado de las Ideas
Rodríguez Salvador, Antonio
Rodríguez Salvador, Antonio
Lezama Lima retoca por última vez el nudo de la corbata, toma la carpeta de documentos que descansa sobre la repisa de la sala, y sale a la calle Trocadero, donde un Chevrolet del año 57 lo espera. Antes de subir al vehículo ha respondido al «Buenas tardes» de dos milicianos que, armados de fusiles checos M-52, conversan en la acera, y luego también compra un periódico a un voceador vespertino que pasa.
Nos moríamos antes de ir por primera vez a la escuela, antes de habernos puesto alguna vez un par de zapatos, incluso antes de balbucear la palabra papá. Eso sí, nos bautizaban como Dios manda. El cura decía: «En el cielo, todos seremos iguales; no habrá ricos ni pobres».
Por tan solo colocar la palabra compañero en el título de este comentario, cierto lector diría: Ya este escritor viene con el teque político. ¿Y por qué, si la palabra compañero –que aparece 43 veces en el Quijote y 77 en la Biblia–, proviene de una lengua tan antigua como el latín, donde la unión de cum y panis significa comer solidariamente del mismo pan?
Cuando el 26 de julio de 1953 Fidel asaltó el cuartel Moncada, en Cuba no había apagones. No podía haberlos. La primera condición para que ocurran apagones es que las casas tengan electricidad, y en aquel entonces el 56 % de ellas se alumbraban con lámparas de luz brillante.
Como nos enseñaron Céspedes y sus hombres en 1868: apenas con las bravezas del pecho, unas pocas armas y la decisión de quitárselas a un enemigo miles de veces más poderoso. Y tras el inicial y duro tropiezo, aquella convicción de Céspedes: Nos quedan 12 hombres, bastan para la libertad de Cuba.
Del genio de Fidel extrañaremos bastante; quizá más que nada su especial sentido del momento histórico; esa extraordinaria capacidad suya de penetrar la esencia de las cosas, para emprender acciones de éxito donde otros las pospondrían escudándose en una supuesta falta de “condiciones objetivas”.