Impresionante, conmovedora y a la vez estimulante fue la ceremonia que vivimos en la Plaza de la Revolución en la que el pueblo cubano y los invitados que llegamos desde los cuatro puntos cardinales despedíamos al Comandante Fidel Castro Ruz.
Marchamos hacia el amanecer de la armonía. Nadie podrá
decir
que es una flecha oscura nuestro nombre. Con las luces
apagadas, y teniendo como lumbre los ojos acerados
de la aurora, salimos una madrugada de noviembre hacia
la Isla.
La historia dice ahora que había mal tiempo
bajo el cielo de los navegantes. Que la lluvia
caía pertinaz sobre los hombres. Y los vientos del Caribe
no solo presagiaban el constante peligro del naufragio
sino que los vómitos, las fatigas y los imborrables ataques
de asma
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