La verdad no merece oídos sordos
Que la propia Agencia Central de Inteligencia (CIA) reconozca ahora que los «misteriosos dolores de cabeza y náuseas, un fenómeno bautizado manipuladoramente como síndrome de La Habana, no fueron blanco de una operación organizada por agentes extranjeros» no tiene nada de revelador y sí mucho como confirmación de ese refrán que es, para el ente de espionaje, como una perogrullada: la mentira tiene patas cortas.
Eso fue el prefabricado «síndrome», una gran mentira para justificar más odio, más sanciones, nulas relaciones diplomáticas, y otros etcéteras del zafarrancho contra Cuba.
NBC News, The New York Times y otros monopolios de la información estuvieron entre los que magnificaron los reportes de «ciertos incidentes» en la capital cubana, en 2016, cuyas supuestas víctimas, alegaron, eran diplomáticos estadounidenses y canadienses, aunque luego aparecieron reportes similares de sus colegas emplazados en otros países.
Según un despacho de Prensa Latina, la investigación de la CIA concluyó que la mayoría de los mil casos denunciados pueden explicarse por causas ambientales, condiciones médicas no diagnosticadas o estrés, más que por una campaña mundial sostenida por una potencia extranjera, dijeron funcionarios.
Vaya tiempo el que necesitaron para reconocer, con ínfulas de peritos, la inconsistencia de una falacia que, reiteradamente, científicos cubanos denunciaron como manipulación política, a partir de un «suceso» sin un solo fundamento de la ciencia.
Vale recordar que, en octubre del año pasado, un documento desclasificado del Departamento de Estado de EE. UU. descartó la teoría de que microondas o rayos de ultrasonido causaran el «síndrome», detallando que lo más probable es que los ruidos hayan sido provocados por grillos.
Como mentira al fin, no pudo demostrarse ni una sola de las causas alegadas; sin embargo, sus efectos contra el pueblo cubano sí han podido contabilizarse; pues haber sido pretexto para suspender los servicios consulares en La Habana obligó a los familiares con interés de viajar a moverse a terceros países, sin la certeza absoluta de que serían aceptados. Todo esto no ha hecho más que justificar su absurda hostilidad contra Cuba.
Que donde dijo síndrome, ya no, ese no es un problema para el Gobierno de EE. UU. Servirse de la mentira en política exterior nunca ha sido cosa que lo sonroje.