Fidel, hijo de su tiempo
En innumerables ocasiones el líder de la Revolución cubana hizo alusión a la importancia del estudio en los más jóvenes, por ello asombra saber que durante su etapa como alumno no fue totalmente consecuente con esas expectativas.
Claro que no se trataba de un reclamo hipócrita, sino de la experiencia de un hombre que se formó a sí mismo y que comprendió la necesidad del conocimiento para la propia superación y para el destino de su país.
Su falta de atención entonces, sobre todo durante el bachillerato y los primeros años de la universidad, fue por la carencia de verdaderos incentivos.
Pero a pesar de tales descuidos Fidel no fue un mal estudiante, pues cuando llegaba la hora de los exámenes, él, cual devorador de ideas, lograba sacar notas excelentes.
Esa inconstancia en la asistencia a clases se veía superada por su espíritu de superación, por sus capacidades de deportista y sus inigualables dotes de orador, siempre en defensa de las causas justas.
Pero todo cambió cuando se adentró en las obras de Carlos Marx, que le produjeron un gran impacto, por lo que comenzó a comprender y a explicarse muchas cosas.
Según sus propias palabras, si a Ulises lo cautivaron los cantos de sirena, a él lo cautivaron las verdades incontestables de la denuncia marxista.
Por ello en la Universidad de La Habana creció políticamente, las vivencias de su infancia en Birán y de su juventud en Santiago de Cuba, sumadas al esclarecimiento que le brindaron las obras de Marx, concibieron a un hombre revolucionario, hijo de su tiempo, que comprendió la necesidad de rebelarse contra la raíz de los males de su Patria.