Con Fidel Castro en la memoria
En un día tan señalado como el de hoy, me pregunto cuántos colegas, cubanos y extranjeros, tuvieron la oportunidad de estar cerca y compartir momentos con Fidel Castro durante su extensa vida política.
En mi caso, por la vida errante que me tocó vivir, fueron varios, primero en Cuba, en numerosas coberturas por Prensa Latina, entre las que recuerdo con mucho cariño la inauguración de la fábrica de pastas Vita Nova, San José de las Lajas, el 24 de julio de 1968 (y mi estreno como periodista: llevaba en PL justo un mes y 19 días).
Después disfruté de parte de aquel enorme recorrido en 1972 que incluyó Bulgaria, donde era corresponsal, y Hungría, adonde viajé como enviado especial. Y de ahí en adelante casi que perdí la cuenta.
De todas ellas siempre me llamó la atención de Fidel, en primer lugar, su memoria, tanto enciclopédica como fotográfica (si te vio una vez no se le olvidó nunca), su agilidad mental, contundencia en las respuestas- y en las preguntas- trato ameno y familiar muy respetuoso, en general su mente brillante. Pero en particular su vitalidad.
En las veces que estuve cerca de él- y la última fue en Córdoba, Argentina, julio de 2006, poco antes de enfermar- los periodistas lo seguimos todo el tiempo junto al fogoso y mucho más joven Hugo Chávez.
Y no le cedió un milímetro en todo el recorrido, maratón de reuniones, concentración estudiantil y visita memorable a la Casa- Museo del Che en Alta Gracia.
Pero en materia de vitalidad, lo que más me conmovió fue su escala en Lisboa en mayo de 2011, adonde llegó en horas de la tarde tras un extenuante viaje por seis países (Argelia, Irán, Malasia, Qatar, Siria y Libia).
Después de un brevísimo descanso y cambio de vestuario, celebró una extensa reunión con el entonces primer ministro, Antonio Guterres (ahora secretario general de la ONU), una audiencia y cena con el presidente, Jorge Sampaio, y tarde en la noche se dirigió a la Embajada de Cuba, donde lo aguardaban amigos portugueses y el colectivo de la misión.
Llegó casi con los ojos cerrados del cansancio, se movía con lentitud debido a ello (algo inusual en él), pero saludó a todo el mundo y departió con algunos cubanos y sus familiares.
Enseguida se enfrascó en un diálogo con los más altos dirigentes del Partido Comunista, personajes históricos de la Revolución de los Claveles (general Vasco Goncalves y el Almirante Rojo Antonio Alva Rosa Coutinho) y otros amigos de Cuba y su Revolución.
Al abordarse asuntos de la política internacional, como pez en el agua desgranó sus criterios, posiciones, consideraciones y pronósticos, toda una disertación realizada con la vivacidad, la vehemencia y el brillo en los ojos acostumbrados en él.
Hubo recuerdos, bromas y risas, así como efusivos y sonoros abrazos en la entrega a Goncalves del decreto del Consejo de Estado, enviado por Raúl, otorgándole la Orden Playa Girón en ocasión de su 80 cumpleaños y por sus relevantes méritos.
Bien pasada la medianoche comenzó la despedida, casi tan prolongada como la visita, y Fidel se comportó con unos bríos y un estado de ánimo que horas después, revisando las fotos que pude tomar, tal parecía que las del adiós eran las de la bienvenida y viceversa, a juzgar por el rostro del líder de la Revolución cubana.
A la salida, ya en dirección al aeropuerto a tomar el avión que lo llevaría de retorno a la Patria y a pesar de la hora, osé pedirle una breve declaración para el periodista de PL, único asistente.
Sin perder el buen talente dijo que fue la escala técnica más larga e intensa que había realizado (casi 12 horas) y, como resumen, calificó de muy buenos los contactos con los gobernantes portugueses y de muy productiva toda la estadía.
Eso intenté reflejar en una crónica, que publicó en íntegra el diario Granma.