Mujeres puertas afuera
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A través de la historia, varias han sido las teorías y posiciones sobre el rol de las mujeres en el hogar, en el trabajo, en la sociedad. La mayoría de estas visiones las concibe a ellas como seres privilegiados para expresar sus sentimientos, comunicarse y dar amor, atención y cuidados a su familia, aun al precio de subordinar sus sentimientos y necesidades a los demás.
Asimismo, algunos equiparan la felicidad de la mujer a la de los seres que la rodean, para quienes está obligada a vivir y a garantizar su bienestar, siempre por encima del propio. Así pasa a ser inevitablemente el sexo débil y a estar supeditada a los otros.
Antes de la década de los años 50, la sociedad cubana también se regía estrictamente por estas creencias patriarcales. En la Cuba de aquellos años, a la mujer, recluida en la mayoría de los casos en un único espacio de acción, el doméstico, se le destinaban fuera del hogar las labores más sacrificadas y menos remuneradas. Incluso, las que habían logrado alcanzar una mayor preparación, solo eran ocupadas como maestras de escuela.
Habían logrado las tres conquistas fundamentales del movimiento feminista en el mundo: el derecho al voto, el acceso a todos los niveles de educación y el acceso al mercado de trabajo (contaba desde 1918 con la Ley del Divorcio y la despenalización del aborto); pero todo eso formaba parte de la letra de las leyes, porque en la práctica las mujeres se encontraban en situación de desigualdad en comparación con los hombres.
Como refleja la Doctora Norma Vasallo Barrueta en su artículo Género e identidades en tránsito. Cubanas en diferentes contextos sociales, la mayor parte de los analfabetos eran mujeres; solo el 17 por ciento de la fuerza de trabajo era femenina, y de esta, aunque había algunas profesionales, la mayoría eran obreras, empleadas de servicio o domésticas.
Además, el acceso a la salud dependía de las posibilidades económicas de cada una: el aborto estaba despenalizado, pero era accesible a quien contara con los recursos económicos para asistir a las clínicas donde se practicaba. Las mujeres se encontraban en condiciones de dependencia económica y social de los hombres, primero de sus padres y después de sus esposos.
De acuerdo con la crianza de la época, debían ser dulces, atentas, reservadas, obedientes y bien habladas. La madre se encargaba de transmitir estas normas estrictas, que no admitían cuestionamientos. Por detrás, la figura del padre aparecía como el artífice de las regulaciones y el principal censor de su cumplimiento.
Esas mujeres se identificaban acríticamente con sus roles de ama de casa y madre, que aprendían desde edades tempranas a través de los juegos con otras niñas. Esta situación era condicionada también por la escuela, donde «niños y niñas eran separados espacialmente para que recibieran clases diferentes que formaban habilidades propias para cada sexo: coser, bordar y cocinar, las niñas, lo que las ubicaba en el espacio privado; y carpintería, albañilería y labores agrícolas los niños, es decir, relativas al espacio público», argumentó Vasallo Barrueta.
Cambiar la realidad
Con el triunfo revolucionario en 1959, poco a poco esa tendencia se fue revirtiendo en aras de la igualdad y la equidad de géneros: la victoria del Ejército Rebelde significó un crecimiento notable del protagonismo de la mujer dentro del proceso revolucionario cubano. Su vocación de libertad e independencia nacional, manifestada a lo largo de toda la historia patria, y su alta preparación cultural y política, impulsaron una revolución dentro de la Revolución, como afirmara el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz.
El proceso revolucionario cubano ha permitido a la mujer integrarse a las aulas, las milicias, la agricultura, la salud, la educación, la investigación, el arte, el trabajo comunitario, la política, la dirección y otras esferas, junto a los hombres que hasta el momento habían liderado el espacio social y político cubano. Y todo esto gracias al importantísimo papel de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), con Vilma Espín al frente, y a la proyección de políticas públicas a favor de la inclusión y el despliegue de las potencialidades de la mujer.
Tradicionalmente encasilladas en el rol de cuidadoras y encargadas de los quehaceres domésticos, a lo largo de estos casi 60 años de Revolución las cubanas han logrado desarrollar sus capacidades y les han sido dadas las condiciones y oportunidades necesarias para cambiar su estatus social.
De acuerdo con la socióloga Iyamira Hernández Pita en su volumen Violencia de género. Una mirada desde la Sociología, «la incorporación de la mujer a la sociedad se concretó en un proyecto de participación social, marcando el tránsito de una posición mayoritariamente pasiva e invisible a la de sujetos protagónicos del quehacer social».
Así, de los primeros pasos encaminados a eliminar problemas como la prostitución, la ignorancia sobre su propio cuerpo, la incultura, entre otras cuestiones, se pasó a objetivos de mayor envergadura como la adopción del Código de Familia en 1975, que establece la igualdad jurídica absoluta de la mujer y el hombre en el matrimonio, define iguales deberes y derechos de los cónyuges ante los hijos y en el desenvolvimiento del hogar. Igualmente, se reconoció su igualdad de derechos en la Constitución de la República de Cuba.
Como se recoge en el artículo 44 del Código, desde la década de los 60 y en respuesta a las exigencias de la FMC, el Estado organizó instituciones como los círculos infantiles, los seminternados e internados escolares, casas de atención a ancianos y servicios que facilitaban a la familia trabajadora el desempeño de sus responsabilidades.
De igual modo, al velar por la salud femenina y por una sana descendencia, concedió a la mujer trabajadora una licencia retribuida por maternidad, antes y después del parto, y opciones laborales temporales compartidas con su función materna.
Así no solo se creaban las condiciones necesarias para la realización del principio de la igualdad sino que, unido a la ardua tarea de concientización llevada a cabo por la FMC, la mujer comenzó a tener una mayor participación en la vida social del país, al romper con la tradición patriarcal que la unía indisolublemente al cuidado y atención de la familia y el hogar.
Espacios conquistados
Desde la victoria revolucionaria de 1959, la eliminación de las disparidades entre géneros en los diferentes niveles de educación, ha propiciado, entre otros, el acceso de las mujeres a empleos de calidad.
Cabe resaltar igualmente que la creación y desarrollo de un Sistema de Salud Integral logró una gran incorporación de mujeres a sus tareas. De solo representar el seis por ciento de los 6 000 médicos existentes en el país al triunfo de la Revolución, a inicios del nuevo milenio el aporte femenino se equiparó con el masculino, manteniéndose en equidad su participación en los planes de colaboración y en brigadas como la Henry Reeve.
Lo mismo ocurre con las cifras de graduados por niveles de enseñanza, en las cuales la mujer sobresale por constituir la mayoría de los estudiantes que superan el nivel preuniversitario y acceden a las universidades, para representar la vanguardia de la fuerza profesional del país. Ello significa una enorme diferencia con las cifras de este mismo sector a inicios de 1959, cuando las mujeres mayores de diez años de edad estaban representadas de la siguiente forma: 23 por ciento eran analfabetas, 73 por ciento subescolarizadas y solo un dos por ciento había completado la enseñanza media, argumenta la socióloga Hernández Pita.
En el Perfil Estadístico de la Mujer Cubana en el Umbral del Siglo XXI publicado por la ONEI, se recogen datos que reflejan similitud en la incorporación de hembras y varones en la enseñanza primaria y en el primer nivel de la enseñanza secundaria. Sin embargo, a partir del segundo nivel, o preuniversitario, tiende a crecer la participación de las féminas, tanto en la matrícula como en la retención escolar.
La tendencia ha aumentado por años, sobre todo en el preuniversitario, nivel de enseñan-za en que su número casi duplica al de varones, quienes por diferentes razones prefieren matricular en los cursos de Educación Técnica y Profesional. Cada día las cubanas ganan también más espacio y relevancia en la dirección del hogar.
Todos estos cambios reflejan el lugar alcanzado por la mujer en la vida de la nación y demuestran que no se limitan a su incorporación al mercado del trabajo por las necesida-des económicas de la familia, sino como sujetos conscientes de la importancia de su rol para la transformación de la sociedad.