Cuando la Caravana llevó la libertad a Vueltabajo
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“Comandante, dijo extendiéndole la mano, tengo que hablar con usted”. Juntos caminaron hacia el micrófono de la improvisada tribuna, en la intersección de las calles Martí y Rafael Ferro, en la ciudad de Pinar del Río.
“Mire, Comandante”, dijo y le enseñó un reportaje sobre la muerte de un connotado asesino batistiano, Jacinto Menocal. Sin que nadie lo molestara, Fidel se abstrajo durante un tiempo en las páginas, sin mostrar interés en nada más.
La multitud, apelotonada alrededor, gritaba. “¡Fidel, Fidel!”. Arnaldo Graupera Morejón, ahora con 86 años de edad, recuerda con claridad aquellos momentos, mientras esperaba que el líder rebelde finalizara la lectura. Era el 17 de enero de 1959 y acababa de entrar la Caravana de la Libertad en la ciudad del occidente cubano.
Vueltabajo recibió a los libertadores
Días después del triunfo revolucionario, Fidel partió hacia la provincia de Pinar del Río —en aquel entonces más extensa que la actual—, que incluía amplios territorios pertenecientes hoy a la provincia de Artemisa.
Según contaría posteriormente el diario provincial Guerrillero, desde horas de la mañana, las personas se acumulaban a lo largo de la Carretera Central, para recibir la Caravana. En cada pequeño asentamiento la gente los recibía con alegría.
En Guanajay esperaba una muchedumbre enardecida, congregada frente a la sociedad Centro Progresista. Alrededor de las dos de la tarde se dirigió a los presentes y después siguió su rumbo, por la Carretera Central, que lo conduciría hacia la capital provincial.
En la vecina Artemisa, se produjeron momentos de gran significación. Cuna de numerosos mártires asaltantes al cuartel Moncada en Santiago de Cuba, el pueblo respondió con una movilización gigantesca. En el parque, habló Fidel nuevamente.
“La política extorsionista e injerencista ha desaparecido en Cuba, el triunfo es del pueblo y para el pueblo; las madres artemiseñas de nuestros muertos en la batalla, reciben hoy, de por mí y mis hermanos vivos, el recuerdo más fiel y la lágrima infinita”, declaró en sus sentidas palabras, como tributo a tanta sangre brindada para la causa.
Alrededor de las ocho y treinta minutos de la noche, Fidel entró finalmente en la ciudad de Pinar del Río. Allí despachó con el jefe militar de la provincia, comandante Dermidio Escalona, y su Estado Mayor, en la Comandancia del Ejército Rebelde en la provincia, localizada en el antiguo Regimiento Rius Rivera.
Pero el momento cumbre tuvo lugar en la mencionada intersección de Martí y Rafael Ferro, sobre una rastra preparada para la alocución, ante la cual aguardaban los pinareños. Eran aproximadamente las nueve de la noche, cuando comienza a subir la escalera, en la cual lo esperaba, con su revista Sol, Graupera.
Arnaldo tenía, por esos días, 29 años y era presidente de la Asociación de Operadores de Radio. Además, representaba al Movimiento 26 de Julio en la sección juvenil del Frente Obrero. Con un radio pequeño y una antena disfrazada, solía escuchar Radio Rebelde.
Cuando supo que Fidel venía, decidió estar cerca del Comandante, sin importar el costo. Por ello, dejó su puesto de trabajo y se dirigió hacia el lugar del acto.
“Yo tenía que verlo. Ese día casi nadie acudió a trabajar. Cuando llegué al lugar, las emisoras de radio habían puesto el amplificador. Éramos una gran cantidad de personas y unos pocos guardias, pero aproveché que me conocían para colarme en el área de la tribuna”.
“No había madera ni dinero para hacer una tribuna, pero integrantes del Movimiento 26 de Julio resolvieron una rastra en la Jupiña y la atravesaron allí. Por detrás pusieron una escalerita. No dejaban entrar a nadie, porque no se sabía qué podía pasar, y como no existía tanta seguridad, lo podían matar”, cuenta el veterano periodista ya retirado.
En esa espera llegó a su posesión la mencionada publicación. Con una tirada mensual de 3 mil ejemplares, era dirigida por Evelio Velis Medina. Con un costo de 15 centavos, en papel cromado, se sostuvo por anuncios comerciales entre los años 1955 y 1961.
“Como a media mañana —recuerda Graupera— viene Evelio, se acerca y se presenta. Yo escribía hacía muy poco ahí y no lo conocía. Me pidió que le llevara ese ejemplar a Fidel, con una hoja para que la firmara. En este número estaba el reportaje sobre Menocal, a quien lo mataron intentando huir.
“Tuve tanta suerte, que se propició la situación, y pude cumplir mi cometido. Imagínate, entre mucha gente, que ocupaba las calles cercanas. Nunca he visto la ciudad tan llena como aquella vez. No se podía avanzar, entre tantos revolucionarios. Y los que no lo eran, veían una esperanza porque con Batista sus negocios no funcionaban.
“Antes que Fidel, llegaron unas fuerzas primero y recogieron cuchillos o todo lo que pudiera parecer un arma. Allí no se sabía bien quién era quién, pero bueno, los revolucionarios estábamos atentos, para cualquier situación”, precisa Arnaldo.
Aún con el tiempo transcurrido, recuerda su nerviosismo. Mientras la población esperaba por sus palabras, Fidel leyó ensimismado el reportaje sobre la captura del esbirro batistiano y le preguntó sobre la revista, su procedencia y profesión.
“No le hice preguntas para un reportaje. Cuando concluyó, le dije: Comandante lo dejo, que usted tiene mucho que hacer esta noche. Si usted quisiera firmar aquí, y lo hizo. Después se viró para el micrófono. ‘Se oye, se oye’, dijo. En su discurso de esa noche reafirmó que las cosas no iban a ser más fáciles, sino que empezaba la verdadera lucha”, sonríe Graupera.
Muchos acuden a su casa, a ratos, para escuchar su historia particular con el líder de la Revolución cubana, una noche de enero de 1959. Un día lejano, que señala un antes y un después en el imaginario colectivo de la provincia occidental, pero también uno de los momentos individuales más trascendentes para este veterano periodista revolucionario.