Los últimos días
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Hace 55 años, en noviembre, un grupo de revolucionarios liderados por Fidel ultimaban detalles para partir hacia Cuba en el yate Granma e iniciar la lucha guerrillera en la Sierra Maestra.
Ante los insistentes rumores procedentes de México sobre las actividades insurreccionales que proyectaba Fidel Castro, los reporteros que usualmente realizaban la cobertura de noticias en el Palacio Presidencial le solicitaron al tirano Fulgencio Batista declaraciones al respecto. El sátrapa se justificó inicialmente, al aducir falta de tiempo, para no responder el cuestionario periodístico, pero no resistió la tentación de pronunciarse, como reflejó la prensa el viernes 16 de noviembre de 1956: “El pueblo de Cuba puede estar seguro de que el Gobierno vela por su tranquilidad, que la familia cubana podrá gozar de paz y disfrutar de los progresos que viene obteniendo por todo el término constitucional de mi Gobierno”.
Posteriormente, convocó a la prensa a su despacho en la mansión de la calle Refugio para expresar que los planes conspirativos de la oposición “no afectarán la normalidad de la república […] ni el orden público se alterará con motivo de esos intentos perturbadores, ni habrá lo que ellos mismos han dado en llamar invasión. Ni la organización que ellos tienen, y que conocemos, ni los planes ofensivos de carácter seudo militar que se proponen utilizar, podrán ofrecer ni las más ligeras escaramuzas”.
Para no ser menos, el pomposo jefe de las Fuerzas Armadas del régimen, general Francisco Tabernilla, afirmó: “Es imposible toda posibilidad de desembarco como ha anunciado Fidel Castro. Desde el punto de vista técnico, toda perspectiva de desembarco por parte de grupos de exaltados, sin disciplina, sin conocimientos militares y sin elementos de combate para ese fin, será un fracaso”.
Precisamente ese viernes, a cientos de millas al oeste de La Habana, el apoderado de la Schuykill Products Company Inc., Agustín Santamarina, enviaba una comunicación a la capitanía del puerto de Tuxpan, de la secretaría de Marina de México, en la que informaba de la venta del yate Granma, hasta entonces propiedad de esa empresa, al señor Antonio del Conde Pontones.
Del Conde, en su condición de ciudadano mexicano, había adquirido la nave por orientación de Fidel, tras comprobar que era un barco muy marinero, capaz de soportar la mar gruesa y llegar a su destino.
La única fórmula salvadora
Aunque Ramón Vasconcelos era un asalariado de la tiranía e incluso detentaba en ella una cartera ministerial, el director propietario del diario Alerta no confiaba en las declaraciones de su amo ni en el optimismo del general Tabernilla. De ahí que enviara a México a uno de sus mejores reporteros con la misión de entrevistar a Fidel.
El jefe de los moncadistas conocía muy bien a Vasconcelos, personalidad contradictoria donde se entremezclaban el político corrupto y el sagaz periodista (reconocido por muchos como uno de los mejores titulistas de la historia de la prensa en Cuba), inexplicablemente objetivo y respetuoso, hasta cierto punto, con la oposición revolucionaria, lo que algunos achacaban a una vieja táctica marrullera de “nadar y guardar la ropa” que ya en tiempos del machadato, tiranía a la cual también apoyó, le había reportado dividendos. Sin desdeñar que, de lograrse la entrevista, resultaba “un palo periodístico” e implicaba, con la venta extraordinaria de ejemplares, un buen fajo de billetes.
El 19 de noviembre de 1956, Alerta sorprendió a todos con su titular de primera plana Declaraciones de Fidel Castro. Presto a deponer su actitud. Fiel a lo pactado, el diario no reveló que el diálogo se había desarrollado en suelo mexicano, sino en la playa de un país cercano, a varias horas de viaje por mar en un velero.
El cintillo se justificaba con las palabras del propio líder revolucionario: “El Movimiento 26 de Julio ha demostrado durante casi cinco años de que en Cuba no hay otra salida que la Revolución. Si se lograra un acuerdo de unidad nacional, sobre la base de una solución decorosa de la crisis interna, […] nuestro Movimiento estaría dispuesto a deponer su actitud insurreccional”.
Fidel subrayó que esta organización “no está pidiendo el poder para sí, no aceptaría siquiera la menor participación en ese Gobierno de Unidad Nacional, pide solo que se devuelvan los derechos que perdió el pueblo el 10 de marzo, porque la gran verdad es que desde aquel instante, el país está profundamente dividido y no ha habido paz un solo minuto”.
Al insistir sobre el Gobierno de Unidad Nacional aclaraba que “nuestros hombres se comprometen formalmente a no aceptar ningún cargo electoral. Permaneceríamos como fuerza organizada vigilando el curso de los acontecimientos. Y si el país arriba felizmente a una nueva etapa democrática y constitucional, nos sentiríamos más que satisfechos de haber contribuido a redimir a la patria sin sangre”.
Conocedor de que Batista y su camarilla jamás abandonarían el poder si no se utilizaba contra ellos la opción armada, el autor de La historia me absolverá advertía: “Si en un plazo de dos semanas, a partir de la publicación de esta entrevista, no hay solución nacional, el Movimiento 26 de Julio quedará en libertad de iniciar en cualquier instante la lucha revolucionaria como única fórmula salvadora”.
Así ratificaba el compromiso contraído con el pueblo, un año antes: “En 1956, seremos libres o seremos mártires”.
Deserciones y traiciones
Primeramente, del campamento de Abasolo, en el estado de Tamaulipas, donde se entrenaban futuros expedicionarios del Granma, desertó un sujeto y el 17 de noviembre, agentes de la Dirección Federal de Seguridad, en Ciudad de México, allanaron las casas marcadas con el 712 y 714 de la calle Sierra Nevada, en Lomas de Chapultepec, y requisaron un grupo de armas guardadas allí, además de detener a Pedro Miret, Enio Leyva y a la periodista cubana Teté Casuso. Uno de los pocos que tenía conocimiento de ese alijo era el desertor. Un mexicano solidario, oficial de ese órgano policiaco, alertó a los cubanos que entre ellos existía un traidor, que había vendido esa información al embajador batistiano por cinco mil dólares e iba a obtener de este otros 20 mil más por delatar donde se encontraba el barco de la expedición.
El 21 de noviembre de 1956, se produjeron dos deserciones más en Abasolo y el máximo dirigente del Movimiento 26 de Julio decidió entonces desactivar el campamento y diseminar los combatientes en pequeños grupos por diversos hospedajes. Junto con Raúl y Juan Manuel Márquez estableció su cuartel general en el motel Mi Ranchito, a mitad de camino entre el Distrito Federal y el puerto de Tuxpan, lugar donde se hallaba el Granma.
Hacia este punto comenzaron a trasladarse, el 24 de noviembre, todos los hombres que debían integrar la expedición.
Despedida
Como narra el propio Juan Almeida, en vísperas de la partida hacia Cuba sintió, aunque desconocía la fecha exacta, que el momento se acercaba. Por ello, según narra el propio Almeida, le pidió a otro combatiente que lo acompañara a encontrarse con Guadalupe, una linda mexicanita con la que había mantenido relaciones desde su llegada a estas tierras. Por orientaciones de Fidel, nadie podía andar solo bajo ninguna circunstancia y también estaba prohibido hablar por teléfono.
Ella presintió algo, porque en vez del acostumbrado paseo, le pidió ir a la Ermita, a ver a la Virgen de la Guadalupe, la patrona de ese pueblo hermano. “Le he pedido por ti, porque todo te salga bien”, le dijo a Almeida delante de la imagen de la santa. Sin mirarle a los ojos, inquirió: “Juan, ¿te vas?”. Entre los dos se interpuso el silencio. “Sí, nos estamos preparando”. “¿Escribirás?”.
“Tan pronto pueda”. Se miraron. “Eso me consuela, sabré de ti. Como ya le pedí a la Virgen, todo te saldrá bien”. Abandonaron la ermita. Afuera estaba lloviznando.
La temperatura había descendido. En el tranvía, él, amorosamente, le abrochó el cuello del sobretodo. Ella se quitó la bufanda y la anudó al cuello del cubano. Se abrazaron por última vez. Ya era de noche.
De regreso a la casa que le servía de refugio. Almeida buscó lápiz, papel, y comenzó a escribir: Ya me voy de tu tierra, mexicana bonita…
La partida
El Granma se puso en marcha despacio, “lo hace forzado, parece que las hélices, por el peso, están enterradas en el fango o que el barco estuviera sentado, se negara a andar, como si previera el peligro que va a enfrentar”, rememoraría Almeida tiempo después.
El yate navegó tranquilamente por el río Tuxpan durante aproximadamente media hora. A ambos lados titilaban las luces del poblado, cada vez más escasas. Nadie hablaba, solo se oía el ruido del motor y de la proa al surcar la corriente.
Los destellos del faro anunciaron la llegada a la desembocadura. Ya se percibía un fuerte olor a mar. Arreciaban el viento, la lluvia.
Suficientemente alejados de tierra firme, aceleraron los motores, encendieron las luces. Alguien comenzó a cantar: Al combate, corred, bayameses,/ que la patria os contempla orgullosa…. Todos lo secundaron, “los rostros iluminados por la emoción y el corazón a tambor batiente”, describiría Almeida. Una ola gigante bañó la cubierta y el techo. El maderamen se estremecía, chirriaba. […] A las armas, valientes, corred. El Granma se balanceaba de un lado para otro. Faustino Pérez y Ernesto Guevara, los médicos de la expedición, no podían encontrar los antihistamínicos contra el mareo. De pronto, otro coro de voces: Marchando, vamos hacia un ideal,/ sabiendo que hemos de triunfar…