El dilema de la tercera brecha
Fecha:
11/12/2005
Fuente:
Periódico Granma
Autor:
Quizás la culpa fue de aquellos animales que construyeron una especie de torre con la tierra extraída del subsuelo, en medio de la selva, ideal para ser tomada como referencia por el pelotón de zapadores, sin pensar que aquel punto podría desaparecer y dejarlos a la deriva.
Pero Tomás Baños prefiere asumir la responsabilidad, porque "era mejor que muriera uno, antes que arriesgar la vida de no se sabe cuántos compañeros, si llegaba la hora del combate y la brecha marcada en el croquis del campo recién minado resultaba imposible de identificar".
Ciego y con su pierna izquierda amputada poco más abajo de la rodilla, este mulato claro de 46 años de edad que en su momento tuvo ojos pardos, relata aquel capítulo que cambió para siempre su vida, sin asomo de pesares o arrepentimiento.
Al lado, sobre el televisor, están varias condecoraciones instituidas por el Consejo de Estado que le fueron conferidas; bajo la noble sonrisa se adivina la firmeza de carácter del héroe.
TODO EMPEZÓ EN VACA MUERTA
Nacido y criado en La Ceniza, barrio campesino al sur de la capital pinareña, Tomás cumplió el Servicio Militar en el lugar de la provincia de La Habana que los jóvenes reclutas identifican como Vaca Muerta. Al desmovilizarse, quedó como reservista de las Tropas Especiales y recibió un curso para oficiales donde se capacitó como zapador.
Trabajaba en una brigada dedicada a la restauración de edificaciones con valor patrimonial cuando se le planteó la misión de ir a combatir para preservar la independencia de Angola.
En mayo de 1987 llegaba al país africano con su pelotón de zapadores integrado a un batallón del que formaban parte pinareños y habaneros, y fue destinado a la custodia del aeropuerto militar de Huambo.
BAJO EL ASEDIO DE LOS MORTEROS
"Era un pueblo muy asediado, le decían la ciudad de los morteros porque constantemente caían los obuses disparados por la UNITA. A los seis meses vine de pase y no faltaron personas que me aconsejaron no regresar, pues aquello estaba malo. Mi respuesta fue que prefería morir como un revolucionario antes que ser un `rajado'."
De nuevo en Huambo, Tomás se sorprendió al llegar al campamento y ver que estaban matando a todos los animales que se utilizaban como reserva alimenticia de la tropa.
La respuesta a sus interrogantes no se hizo esperar. Reunido el batallón, su jefe pidió que dieran un paso al frente los que estaban en condiciones de marchar a la primera línea de combate.
"Partimos en un Boeing hasta el aeropuerto de Menongue, el cual estuvimos protegiendo hasta que se construyó otro más cercano a Cuito Cuanavale y nuestra aviación de combate se trasladó hacia ese lugar."
EN LA PRIMERA LÍNEA
"Nos asignaron la defensa de las caravanas que llevaban suministros a nuestros combatientes en Cuito, y que eran constantemente atacadas por la aviación sudafricana y por los morteros de las tropas enemigas, hasta que se logró la victoria, decisiva en el curso de la guerra.
"Entonces se nos dio la misión de trasladarnos a pie por entre el monte hasta un lugar situado al suroeste de Cayundo —a unos 100 kilómetros de distancia— por donde se esperaba una infiltración de tropas sudafricanas.
"De 10 días previstos, culminan el trayecto en 72 horas. La gente no podía creerlo al vernos llegar, pues habíamos atravesado una zona infestada de minas. Nos fortificamos y a los pocos días supimos que a cierta distancia había una base enemiga."
La jefatura del batallón —recuerda— decidió atacarla con la mitad de los efectivos, mientras los restantes se dedicaban a la defensa del campamento propio. "Al pelotón de zapadores se nos ordenó minar 10 kilómetros a la redonda y a la semana ya habíamos completado cinco".
LA BRECHA FATAL
"En eso se me acerca el ingeniero y me advierte que había desaparecido la `torre' de tierra de la tercera brecha, por donde se desplazarían nuestras fuerzas en caso de tener que combatir.
"Comprendí que debía restablecerla, o toda la tropa estaría expuesta al campo minado. Les dije a los hombres que fueran a almorzar y decidí quedarme para intentar encontrar la ruta. Subí a un árbol, pero no divisé ningún indicio. Comencé a caminar, y al consultar el croquis, descubrí que me había adentrado en el área de minas.
"¿Cómo salgo de aquí ahora? —me pregunté—; la única forma era ponerme en cuclillas e ir palpando la tierra con las manos en busca de un posible artefacto. Pero de pronto me falló la pierna derecha y al caer sobre la izquierda pisé exactamente donde se encontraba la mina, que por suerte era antipersonal, pues si llega a ser antitanque me desaparece.
"Con la parte inferior de la pierna prácticamente arrancada y el rostro lleno de heridas, manando abundante sangre, comencé a pedir auxilio. Una ráfaga de ametralladora me respondió a cierta distancia y al poco rato me sacaban hasta un vehículo que fue dando saltos por aquellos parajes hasta el río Kuando Kubango, donde ya esperaban un médico y varios sanitarios."
¡SI MUERO ES POR LA PATRIA!
"Mientras esperábamos el helicóptero, uno de los sanitarios empezó a llorar al escucharme decir que quería enviarle mis últimas palabras al Comandante en Jefe. ¡No llores, si muero es por la Patria!, lo consolé. En eso uno del grupo encendió un cigarro suave y al darme el olor del humo, protesté: ¡Si no apagan ese cigarro, quienes me van a matar son ustedes! Todos rieron y se alivió la tensión del momento."
En el hospital de Menongue, según Tomás, le amputaron la pierna y ya en Cuba, en el Naval, le sometieron a varias intervenciones quirúrgicas para tratar de salvarle la vista, aunque infructuosamente.
¿Qué reflexión haces de lo ocurrido 30 años atrás?
"No me arrepiento de lo que he perdido. Al llegar a ese país y ver a los niños hambrientos, llenos de parásitos, comprendí que eso lo había dejado el colonialismo, y sentí deseos de fajarme con los culpables."
¿En qué piensas durante tus horas de soledad?
"En muchas cosas, me pongo a pensar en lo que sucedería si mi Patria es agredida por el imperialismo yanki y ya he tomado una resolución. Si ello ocurriera no quiero que me oculten en un refugio, no puedo empuñar un arma, pero sí puedo estar junto a una batería antiaérea alentando a los combatientes; que me dejen morir como un combatiente.
"Recuerdo que cuando estábamos en el sur de Angola, los aviones sudafricanos nos hostigaban constantemente; una vez entraron y nos mataron un compañero, pero dos o tres días después volvieron y nuestros artilleros los recibieron a fuego limpio.
"Si fui capaz de hacerlo a 14 000 kilómetros de aquí, cómo no lo voy a hacer en mi país. Aunque esté ciego y cojo puedo ser útil. Y llegado el momento, desearía estar en San Antonio de los Baños, donde por primera vez me vestí de verde olivo."
Pero Tomás Baños prefiere asumir la responsabilidad, porque "era mejor que muriera uno, antes que arriesgar la vida de no se sabe cuántos compañeros, si llegaba la hora del combate y la brecha marcada en el croquis del campo recién minado resultaba imposible de identificar".
Ciego y con su pierna izquierda amputada poco más abajo de la rodilla, este mulato claro de 46 años de edad que en su momento tuvo ojos pardos, relata aquel capítulo que cambió para siempre su vida, sin asomo de pesares o arrepentimiento.
Al lado, sobre el televisor, están varias condecoraciones instituidas por el Consejo de Estado que le fueron conferidas; bajo la noble sonrisa se adivina la firmeza de carácter del héroe.
TODO EMPEZÓ EN VACA MUERTA
Nacido y criado en La Ceniza, barrio campesino al sur de la capital pinareña, Tomás cumplió el Servicio Militar en el lugar de la provincia de La Habana que los jóvenes reclutas identifican como Vaca Muerta. Al desmovilizarse, quedó como reservista de las Tropas Especiales y recibió un curso para oficiales donde se capacitó como zapador.
Trabajaba en una brigada dedicada a la restauración de edificaciones con valor patrimonial cuando se le planteó la misión de ir a combatir para preservar la independencia de Angola.
En mayo de 1987 llegaba al país africano con su pelotón de zapadores integrado a un batallón del que formaban parte pinareños y habaneros, y fue destinado a la custodia del aeropuerto militar de Huambo.
BAJO EL ASEDIO DE LOS MORTEROS
"Era un pueblo muy asediado, le decían la ciudad de los morteros porque constantemente caían los obuses disparados por la UNITA. A los seis meses vine de pase y no faltaron personas que me aconsejaron no regresar, pues aquello estaba malo. Mi respuesta fue que prefería morir como un revolucionario antes que ser un `rajado'."
De nuevo en Huambo, Tomás se sorprendió al llegar al campamento y ver que estaban matando a todos los animales que se utilizaban como reserva alimenticia de la tropa.
La respuesta a sus interrogantes no se hizo esperar. Reunido el batallón, su jefe pidió que dieran un paso al frente los que estaban en condiciones de marchar a la primera línea de combate.
"Partimos en un Boeing hasta el aeropuerto de Menongue, el cual estuvimos protegiendo hasta que se construyó otro más cercano a Cuito Cuanavale y nuestra aviación de combate se trasladó hacia ese lugar."
EN LA PRIMERA LÍNEA
"Nos asignaron la defensa de las caravanas que llevaban suministros a nuestros combatientes en Cuito, y que eran constantemente atacadas por la aviación sudafricana y por los morteros de las tropas enemigas, hasta que se logró la victoria, decisiva en el curso de la guerra.
"Entonces se nos dio la misión de trasladarnos a pie por entre el monte hasta un lugar situado al suroeste de Cayundo —a unos 100 kilómetros de distancia— por donde se esperaba una infiltración de tropas sudafricanas.
"De 10 días previstos, culminan el trayecto en 72 horas. La gente no podía creerlo al vernos llegar, pues habíamos atravesado una zona infestada de minas. Nos fortificamos y a los pocos días supimos que a cierta distancia había una base enemiga."
La jefatura del batallón —recuerda— decidió atacarla con la mitad de los efectivos, mientras los restantes se dedicaban a la defensa del campamento propio. "Al pelotón de zapadores se nos ordenó minar 10 kilómetros a la redonda y a la semana ya habíamos completado cinco".
LA BRECHA FATAL
"En eso se me acerca el ingeniero y me advierte que había desaparecido la `torre' de tierra de la tercera brecha, por donde se desplazarían nuestras fuerzas en caso de tener que combatir.
"Comprendí que debía restablecerla, o toda la tropa estaría expuesta al campo minado. Les dije a los hombres que fueran a almorzar y decidí quedarme para intentar encontrar la ruta. Subí a un árbol, pero no divisé ningún indicio. Comencé a caminar, y al consultar el croquis, descubrí que me había adentrado en el área de minas.
"¿Cómo salgo de aquí ahora? —me pregunté—; la única forma era ponerme en cuclillas e ir palpando la tierra con las manos en busca de un posible artefacto. Pero de pronto me falló la pierna derecha y al caer sobre la izquierda pisé exactamente donde se encontraba la mina, que por suerte era antipersonal, pues si llega a ser antitanque me desaparece.
"Con la parte inferior de la pierna prácticamente arrancada y el rostro lleno de heridas, manando abundante sangre, comencé a pedir auxilio. Una ráfaga de ametralladora me respondió a cierta distancia y al poco rato me sacaban hasta un vehículo que fue dando saltos por aquellos parajes hasta el río Kuando Kubango, donde ya esperaban un médico y varios sanitarios."
¡SI MUERO ES POR LA PATRIA!
"Mientras esperábamos el helicóptero, uno de los sanitarios empezó a llorar al escucharme decir que quería enviarle mis últimas palabras al Comandante en Jefe. ¡No llores, si muero es por la Patria!, lo consolé. En eso uno del grupo encendió un cigarro suave y al darme el olor del humo, protesté: ¡Si no apagan ese cigarro, quienes me van a matar son ustedes! Todos rieron y se alivió la tensión del momento."
En el hospital de Menongue, según Tomás, le amputaron la pierna y ya en Cuba, en el Naval, le sometieron a varias intervenciones quirúrgicas para tratar de salvarle la vista, aunque infructuosamente.
¿Qué reflexión haces de lo ocurrido 30 años atrás?
"No me arrepiento de lo que he perdido. Al llegar a ese país y ver a los niños hambrientos, llenos de parásitos, comprendí que eso lo había dejado el colonialismo, y sentí deseos de fajarme con los culpables."
¿En qué piensas durante tus horas de soledad?
"En muchas cosas, me pongo a pensar en lo que sucedería si mi Patria es agredida por el imperialismo yanki y ya he tomado una resolución. Si ello ocurriera no quiero que me oculten en un refugio, no puedo empuñar un arma, pero sí puedo estar junto a una batería antiaérea alentando a los combatientes; que me dejen morir como un combatiente.
"Recuerdo que cuando estábamos en el sur de Angola, los aviones sudafricanos nos hostigaban constantemente; una vez entraron y nos mataron un compañero, pero dos o tres días después volvieron y nuestros artilleros los recibieron a fuego limpio.
"Si fui capaz de hacerlo a 14 000 kilómetros de aquí, cómo no lo voy a hacer en mi país. Aunque esté ciego y cojo puedo ser útil. Y llegado el momento, desearía estar en San Antonio de los Baños, donde por primera vez me vestí de verde olivo."