Haití: el infierno de este mundo (XII)
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Ayer estuvimos en la Catedral de Puerto Príncipe. Dicen que su fachada rosada, ahora deshecha, aparecía con frecuencia en las felices postales haitianas. Sin embargo, cuando aquel martes infernal dieron las cinco de la tarde, nadie podía creer en qué se había convertido uno de los símbolos de esta capital. Sus paredes, construidas en 1884, no aguantaron las sacudidas y se sumaron a la montaña de escombros que hoy desluce a Puerto Príncipe.
Cuando pararon los temblores, fueron muchos los que corrieron hasta allí para buscar a sus familiares que en el momento del sismo acudían a misa, o para implorar ante la cruz que sostiene a Jesús, todavía en pie entre tanto desastre, por la salvación de sus almas. Aun ayer, un joven hincaba sus rodillas allí, otros dejaban flores y se iban a recorrer la ciudad en espera de mejor suerte.
A los otrora hermosos vitrales los cubre hoy el polvo, algunos son tristes añicos, el techo y las vistosas cúpulas parecen arrancadas de un tajo. Dentro, todo es ruinas: allí están los bancos deshechos que fueron cómplices de tantos ruegos, también los candelabros que millones de velas encendidas sostuvieron, las valiosas pinturas hechas jirones, algunas todavía penden de las cuarteadas paredes que aún resisten. Mientras, de sus rejas exteriores cuelga la ropa recién lavada de quienes escogieron los alrededores del santuario para vivir, quizás en busca de protección divina.
Allí todo lastima: las mujeres que calientan el agua en un pequeño jarro o leen sus Biblias; la mirada perdida de los hombres; las manos extendidas de quienes esperan recibir piadosas donaciones de los extranjeros que se acercan para mirar el desastre; y duele también el patrimonio que sucumbe bajo los escombros. Pareciera que no bastan la desolación, el hambre, la muerte¼ el infierno de este mundo está hoy condenado, además, a perder sus raíces identitarias.
A rescatar esos valores, que se pierden entre trozos de concreto por todo Puerto Príncipe, convocó Irina Bokova, directora general de la UNESCO, pues, como escribió en una misiva a Ban Ki-moon, secretario general de la ONU, "son una fuente de incalculable valor para la identidad y orgullo del pueblo de la isla, y será esencial para el éxito de su reconstrucción nacional".
Todavía es imposible saber cuántos valores patrimoniales se han perdido en el terremoto. Parece un contradictorio privilegio saber, casi con exactitud, la pérdida de más de 11 000 óleos que forman parte de la más grande colección de arte naif del mundo. Lo demás sigue incontable entre paredes derribadas.
Solo que este tesoro enterrado, no es aquí una prioridad todavía. El hambre de miles, las noches sin techos, la insalubridad extrema, el peligro de epidemias, la ayuda "trabada" e insuficiente¼ resultan premuras mayores. En Puerto Príncipe, a 22 días del terremoto arrasador, sigue siendo prioridad sobrevivir, no importa a costa de qué. La gente continúa en la calle esperando el milagro que no acaba de llegar, mientras el desorden impera.