Discursos e Intervenciones

Declaración política del Presidente del Consejo de Estado de la República de Cuba, 22 de abril de 2002

Fecha: 

22/04/2002

Mi renuencia a presentar las pruebas de lo ocurrido en Monterrey, que me obligó a retirarme el mismo día de mi discurso en la Cumbre, se debía a que el señor Castañeda había arrastrado en su descocada aventura al presidente Vicente Fox. No podía revelarlas sin implicar al propio Jefe de Estado mexicano.

La actual conspiración contra Cuba en Ginebra había sido urdida por el señor Castañeda en Washington. El gobierno checo estaba ya hastiado de su costoso y desacreditante papel mercenario. El gobierno de Estados Unidos el pasado año, después de la resolución impuesta por la fuerza contra Cuba en Ginebra, había sido privado de su condición de miembro de la Comisión de Derechos Humanos en humillante y merecido castigo, mediante voto secreto del Consejo Económico y Social, (ECOSOC). Fue la más vergonzosa derrota que jamás había sufrido desde que fuera creado ese órgano en 1945.

El canciller mexicano Jorge Castañeda se ofrece para latinoamericanizar la nueva y artera maniobra. Una proposición cínica, amañada y engañosa debía ser promovida por delegaciones latinoamericanas en la Comisión de Derechos Humanos. A eso se consagró el resto del año 2001, dando lugar a reiterados incidentes con Cuba, que fueron objeto de numerosas críticas por parte de personalidades políticas y miembros de la Cámara de Diputados y el Senado de México.

Ya desde el 20 de abril del 2001, un día después de la votación de la resolución contra Cuba en la que México se abstuvo, el compañero Felipe Pérez Roque, Ministro de Relaciones Exteriores de nuestro país, declaró que el canciller de México, Jorge Castañeda, había hecho todo lo posible para tratar de que México cambiara su posición y Cuba fuese condenada. A lo largo de todo ese año, el señor Castañeda se dedicó a intrigar y conspirar en esa dirección.

A principios del presente año, por iniciativa de México se fragua el viaje a Cuba de una delegación de alto nivel, presidida por Fox, con el pretexto de mejorar las relaciones entre nuestros dos países. La Conferencia de Monterrey se acercaba. Bush, como ya había hecho Reagan en 1981, a raíz de una Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno Norte-Sur que tendría lugar en México en el mes de octubre de ese mismo año, amenaza con no asistir si Cuba participaba. El honor y los deberes del gobierno de México entraban de nuevo en contradicción con sus intereses. Entiéndase bien, del gobierno de México; no hablo, ni mucho menos, del hermano pueblo de México. El viaje de Fox y Castañeda a Cuba, adonde llegaron el 3 de febrero a las 10:30 a.m. estuvo minuciosamente diseñado. En todo había doblez y cálculo. Conocíamos perfectamente que uno de los objetivos era solicitarnos que renunciáramos a nuestra participación. No se atrevieron. Bastó la primera hora de reunión, iniciada a las 11:14 a.m. Los primeros minutos fueron casi suficientes. Me adelanté a recordarles la invitación transmitida a nuestro país por las Naciones Unidas para participar en esa Cumbre. Después analicé a fondo toda la hipocresía y perfidia de las maniobras contra Cuba en Ginebra.

El intercambio con Fox y otros miembros de la delegación esa mañana se tornó serio y productivo sobre variados temas. Castañeda se revolvía nervioso e inquieto —no vayan a creer que tengo nada contra él. Almuerzo ligero con Fox y su delegación, al concluir la primera reunión. Ofrenda floral a Martí. Un amplio recorrido programado, en el que lo acompañé todo el tiempo. Conversamos durante los trayectos con bastante seriedad y familiaridad sobre varios temas. Visitamos la Habana Vieja; una planta generadora de electricidad al este de la capital, que funciona con gas acompañante del petróleo mediante la tecnología del ciclo combinado; a sugerencia mía, un encuentro en la casa del Historiador de la ciudad, Eusebio Leal, al que Fox acababa de condecorar, para visitar a su señora madre, que se encontraba convaleciente.

Finalmente, el recorrido concluyó en el Centro Internacional de Restauración Neurológica donde numerosos mexicanos reciben exitosos tratamientos.

Por otro lado, a las cuatro de esa tarde tenía lugar una reunión de nuestro Ministro de Relaciones Exteriores y el señor Castañeda. Éste no se atrevió siquiera a discutir con Felipe la historia del proyecto contra Cuba en Ginebra. No menciona la Cumbre de Monterrey, y le promete que México no auspiciará, promoverá o apoyará moción alguna contra Cuba en Ginebra.

A las ocho de la noche recepción oficial en el Palacio de la Revolución; 8 y 53, reunión privada con el Presidente Fox en mi despacho. Cuando abordamos el tema de Ginebra, después de varias disquisiciones, me aseguró textualmente que México nunca haría algo que afectara a Cuba, pues eran muchos los años de relaciones que no querían afectar de ninguna manera. Más tarde, la cena prevista, que tiene lugar en un ambiente amistoso. La visita nos deja una impresión positiva. Fueron muchas las horas de intercambio respetuoso y aparentemente sincero.

Poco tiempo duró, sin embargo, la agradable impresión. A Castañeda le dio por hacer declaraciones enigmáticas y extrañas: "Dejaron de existir las relaciones de México con la Revolución cubana y han comenzado con la República de Cuba..." , "la postura mexicana de hoy no es la postura del pasado", etcétera. Viaja a Miami poco después para inaugurar el 26 de febrero un instituto cultural de México. Allí son invitados una curiosa fauna de terroristas y contrarrevolucionarios de origen cubano que nada han tenido que ver jamás con la cultura. Aborda de nuevo las elucubraciones teóricas sobre las relaciones de México con la Revolución o con la República, y les dirige palabras edulcoradas a sus "selectos" oyentes. Declara: "Las puertas de la Embajada de México en La Habana están abiertas a todos los ciudadanos cubanos, del mismo modo que lo está México". Redactores de la subversiva y mal llamada Radio Martí manipulan sus palabras, y durante todo el día siguiente repiten que las relaciones entre México y Cuba se han roto y las puertas de la Embajada de ese país en La Habana están abiertas para todos.

Un grave incidente tiene lugar ese mismo día en horas de la noche, resuelto sólo por la cooperación seria y eficaz de Cuba la madrugada del 1º de marzo, solicitada por el gobierno mexicano, sin el menor rasguño para los asaltantes de la sede. Ruedan infundios y groseras calumnias. Hasta se afirma que todo se debió a una provocación de Cuba. Comenzaba marzo. La Cumbre de Monterrey estaba muy cerca.

Como suele ocurrir, nunca anuncio la decisión de asistir o no a tales eventos. Son obvias las razones. Y cuando lo decido, sólo a última hora lo comunico a quien corresponda. Hay quienes llegan a estos eventos incluso sin haberlo informado previamente, y jamás han tenido dificultad alguna con los anfitriones. En esta ocasión, tomada la decisión aproximadamente tres días antes, anuncié mi llegada con 24 horas de anticipación, el 19 de marzo. Tenía dos razones: ni Bush quería mi presencia ni el propio Fox. Tampoco deseaba enfrascarme en una larga discusión con Fox y Castañeda, tratando de persuadirme e implorándome que no fuera. Cuando el presidente Reagan amenazó con boicotear la reunión en 1981, me vi obligado a complacer al presidente José López Portillo. Pero éste, en medio de su vergüenza y su pena, se comportó como un caballero. Fue elegante, me invitó a Cozumel, y con toda franqueza me explicó su tragedia. Accedí.

Esta vez habían cambiado los hombres y los tiempos. La situación internacional es hoy extraordinariamente grave y compleja. Se abordaba en esa conferencia un tema de vital importancia para todos los países del mundo pobre y explotado. Era mi derecho asistir y decidí asistir. Sabía bien que tan pronto comunicara la noticia de mi participación, el Presidente de Estados Unidos no tardaría un minuto en conocerlo, con las inevitables presiones sobre México. No deseaba darles demasiado tiempo para ello. Redacté una carta breve y cursé instrucciones a nuestro Embajador de entregarla a la Presidencia de México a las 7:00 p.m. hora de Cuba, 6:00 de la tarde hora de México.

Aunque Monterrey estaba saturada de delegados, nuestra delegación había alquilado con tiempo 20 de las 40 habitaciones de un pequeño hotel recién inaugurado. Debido a la incertidumbre sobre el viaje, no habían sido alquiladas todas. Deseábamos, además, desinformar a los sempiternos y omnipresentes terroristas, entrenados, consentidos y amparados por Estados Unidos. A última hora me bastaba con la mitad de aquel hotelito.

El contenido de mi carta, ya publicada por el señor Castañeda para manipular una frase que le serviría para elaborar un argumento con el que intentaría explicar mi rápido regreso, decía textualmente:

"La Habana, 19 de marzo del 2002

"Estimado Presidente:

"He vuelto a leer con atención su amable carta de 28 de enero del presente año, en la que me invita a participar en la Conferencia Internacional sobre Financiamiento para el Desarrollo, de las Naciones Unidas, que se celebrará en Monterrey. Ya antes, el 21 de diciembre del 2001, había recibido la invitación de los embajadores Shamshad Ahmad y Ruth Jacoby, co-Presidentes del Comité Preparatorio de las Naciones Unidas.

"La enorme cantidad de trabajo que he tenido en las últimas semanas no me permitía tener la seguridad de participar en dicha Conferencia, lo cual realmente me apenaba mucho con México, sede de ese importante evento, y con las Naciones Unidas, que tanto interés ha puesto en el mismo.

"Es por ello que he tomado la decisión de realizar un esfuerzo extra y participar en esa reunión, aunque sea por el mínimo de tiempo posible, lo que tengo la satisfacción de comunicarle, en primer lugar, a Usted.

"Espero poder contribuir con espíritu constructivo al éxito de esta Conferencia, a la que México ha dedicado grandes esfuerzos.

"Al desearle éxitos, estimado Presidente Fox, le reitero el testimonio de mi amistad y consideración personal.

"Fidel Castro Ruz."

Anunciar que mi estancia sería breve, significaba claramente que me limitaría sólo a los dos días de conferencia —esa era, realmente, mi intención—, y no incluiría ningún otro programa adicional en México.

A nuestro Embajador, cuando entregó la carta al Secretario personal del Presidente, le informaron que Fox saldría casi de inmediato para Monterrey. Cumplida esa tarea, nuestro representante se dirigió a las oficinas del Secretario de Gobernación, a quien comunicó la noticia para realizar las coordinaciones pertinentes. Nuestro arribo a Monterrey iba a producirse 24 horas después.

Alrededor de las once de la noche, hora de Cuba, se recibe en mi oficina una llamada de México, comunicando que el presidente Fox quería hablar conmigo lo más urgentemente posible. Como no me encontraba en mi despacho, se les ruega repetir la llamada un poco más tarde. A las 11:28 entra de nuevo llamada de México. En ese instante estaba reunido con varios compañeros en una pequeña sala no lejana a mi despacho. La llamada a esa hora me dio mala espina. ¡Qué raro, si el Presidente se acuesta temprano! El tono era de urgencia. Ya no tuve dudas. Me levanté de la mesa, fui para mi despacho, y pedí que me comunicaran con el Presidente Fox. Se produce entonces un insólito diálogo, que transcribo tal como quedó registrado.

 

Fidel.- Dígame, señor Presidente, ¿cómo está usted?

Fox.- Fidel, ¿cómo estás?

Fidel.- Muy bien, muy bien, muchas gracias. ¿Y usted qué tal?

Fox.- ¡Qué gusto! Oye, Fidel, pues llamándote por esta sorpresa que me llevé hace apenas un par de horas, cuando me entero de tu pretendida visita acá a México.

Primero, antes que nada, quisiera decirte que esta conversación sea privada, entre tú y yo, ¿estás de acuerdo?

Fidel.- Sí, de acuerdo. Usted recibió mi carta, ¿verdad? Se la envié...

Fox.- Sí, recibí tu carta hace apenas un par de horas y por eso te llamo ahora.

Fidel.- Ah, muy bien, a mí me habían dicho que usted se acostaba temprano y le enviamos la carta temprano.

Fox.- Sí, me acuesto temprano, pero esto me mantuvo despierto.

Fidel.- ¡No me diga!

Fox.- No, es que me llegó... Aquí son las 10:00 de la noche ahorita, me llegó a las 8:00, y estábamos aquí precisamente cenando con Kofi Annan.

Fidel.- ¡Ah!

Fox.- Pero, mira, Fidel, yo te hablo primero como amigo.

Fidel.- Sí, me habla primero como amigo, espero que no me diga que no vaya.

Fox.- (Se ríe) Bueno, vamos a ver, déjame platicarte, a ver tú que opinas.

Fidel.- Yo lo escucho, pero se lo advierto de antemano. Muy bien.

Fox.- ¿Mande?

Fidel.- Que yo lo escucho, pero lo digo de antemano.

Fox.- A ver, escúchame primero. Escúchame primero.

Fidel.- Sí.

Fox.- Sí, como amigo, la verdad es que así de última hora y esta sorpresa sí me pones en una buena cantidad de problemas.

Fidel.- ¿Por qué?

Fox.- Problemas de seguridad, problemas de atención.

Fidel.- Bueno, no me importa, yo no tengo ninguna preocupación, señor Presidente; parece que usted no me conoce.

Fox.- ¿Tú no tienes preocupaciones por eso?

Fidel.- No, se lo aseguro que ninguna; no llevo 800 hombres como lleva el señor Bush.

Fox.- Pero no es muy de amigos avisar a última hora que te apareces aquí.

Fidel.- Sí, pero también yo corro muchos riesgos que nadie corre, usted lo sabe perfectamente bien.

Fox.- Bueno, pero tú puedes confiar en un amigo y me podías haber hecho saber un poco antes que pretendías venir, eso yo creo que hubiera resultado mucho mejor para ambos.

Pero, mira, de plano yo sé que no solo tienes el derecho, sino, si no te es posible ayudarme como amigo en ese sentido y te es indispensable...

Fidel.- Sí. Dígame en qué puedo ayudarlo, menos en eso.

Fox.- Bueno. ¿En qué puedes ayudarme menos en eso?

Fidel.- Dígame, ¿cómo? ¿Qué debo hacer? Yo los riesgos los corro tranquilamente (Ya la cosa se iba poniendo más seria: ni el vecino del Norte ni el país sede tenían muchos deseos de que yo fuera).

Fox.- A ver, déjame...

Fidel.- Pero usted comprenderá que esto daría lugar a un escándalo mundial, si realmente ahora me dicen a mí que no vaya.

Fox.- ¿Pero qué necesidad tienes de armar escándalo mundial, si te estoy hablando como amigo?

Fidel.- Óigame, es que usted es el Presidente del país, y si usted es el anfitrión y me lo prohíbe, no me quedaría más remedio hasta que publicar el discurso mañana.

Fox.- Así es, así es. No, tú tienes todo el derecho.

A ver, déjame hacerte una propuesta.

Fidel.- Sí.

Fox.- ¿Sí?

Fidel.- Dígame.

Fox.- No sé cuándo pretendes venir, porque eso no me lo dices, pero mi propuesta sería que vengas el jueves.

Fidel.- A ver, dígame, dígame exactamente, estoy dispuesto a escuchar una transacción en esto. Bien, ¿qué día es hoy?, martes. ¿A qué hora usted quiere que yo llegue el jueves?

Fox.- Porque tú tienes... o sea, Cuba tiene apartada su presentación ante el pleno para el jueves.

Fidel.- Sí, sí, la hora exacta ahí, ahí estaban... El jueves debe ser...

Fox.- Hacia la 1:00 de la tarde.

Fidel.- No, el jueves tengo que participar en una mesa redonda y tengo que hacer el discurso por la mañana.

Fox.- Porque tú tienes discurso por la mañana hacia la 1:00 de la tarde.

Fidel.- Más o menos. Yo le ayudo en todo, no le molesto en nada, ni voy a las comidas, ni siquiera a la reunión... Bueno, esa reunión ya la tendríamos que discutir...

Fox.- Ahí te va, ahí te va, déjame terminar.

Fidel.- Sí.

Fox.- Que puedas venir el jueves y que participes en la sesión y hagas tu presentación, como está reservado el espacio para Cuba a la 1:00. Después tenemos un almuerzo, un almuerzo que ofrece el gobernador del estado a los Jefes de Estado; inclusive te ofrezco y te invito a que estuvieras en ese almuerzo, inclusive que te sientes a mi lado, y que terminado el evento y la participación, digamos, ya te regresaras, y así...

Fidel.- ¿A la isla de Cuba?

Fox.- No, bueno, pues a lo mejor te buscaras...

Fidel.- ¿A dónde? ¿O al Hotel? Dígame.

Fox.- A la isla de Cuba, o a donde tú gustaras ir.

Fidel.- Correcto.

Fox.- Y que me dejaras libre - y es la petición que te hago- el viernes, para que no me compliques el viernes.

Fidel.- Usted no quiere que yo le complique el viernes. Muy bien, es que usted parece que no leyó una línea en que yo le digo que voy con espíritu constructivo, a cooperar en el éxito de la conferencia.

Fox.- Sí, sí leí esas líneas.

Fidel.- Si mi palabra no le dio el efecto... Yo comprendo las demás cosas, de las cuales no vamos a hablar, y lo que puede pasar. Casi adiviné que usted me iba a llamar para decirme algo parecido a eso. Pero, muy bien, yo con toda franqueza se lo digo: Estoy dispuesto a cooperar con usted. Estoy dispuesto a cooperar con usted y a hacer lo que usted está solicitando.

Fox.- Podemos hacerlo de esta manera.

Fidel.- Sí, repítamelo, por favor.

Fox.- A ver, llegar el jueves por la mañana, a la hora que tú gustes.

Fidel.- Sí, jueves por la mañana, pronunciar el discurso.

Fox.- Sí, pronunciar el discurso en el pleno; participar en la comida de Jefes de Estado y donde yo te invito, inclusive, a estar sentado al lado.

Fidel.- Muy bien, muchas gracias.

Fox.- Y por la tarde, pues salir a la hora que a ti te convenga.

Fidel.- Sí, muy bien. Déjeme ver el horario, allí hay una hora de diferencia, la hora en que yo tengo que moverme.

Fox.- Tenemos una hora de diferencia.

Fidel.- Si acaso tuviera que llegar un poquito más temprano, digamos, porque ya yo sé dónde ocasiono el mayor daño (Se ríe), pero tal vez pudiera estar allí al amanecer.

Fox.- ¿Del día jueves?

Fidel.- Porque la hora es la 1:00 y allí estaban negociando la hora del turno, tal vez yo hable antes; tal vez, pero estoy preparado para esa hora más o menos, ya que hay 30 oradores. Yo salí perjudicado, porque fue a última hora, y se lo confieso, que he tomado la decisión a última hora. Usted me reprochaba que un amigo debe decirlo o no.

En primer lugar tengo dos cosas: tengo los riesgos y, además, no había tomado la decisión. Esa es la verdad.

Fox.- Sí, sí, lo entiendo, lo entiendo.

Fidel.- Pero decidí, en un momento dado, que era conveniente, como se lo expliqué en mi carta. Yo le ruego que usted, cuando pueda, la vuelva a leer.

Fox.- Aquí la tengo enfrente mío.

Fidel.- ¿Y usted tiene por ahí al Secretario General cerca, está cenando con él?

Fox.- Se acaba de ir hace 15 minutos. Se fue al hotel y mañana él va a allá a Monterrey.

Fidel.- ¡Qué lástima que yo no pueda escucharlo a él cuando hable!, porque creo que habla al principio.

Fox.- A ver, Fidel, tú... tú... Sí, yo sé que...

Fidel.- Bueno, si usted me consiguiera que, por ejemplo, yo usara el turno 10, si me consigue un turno...

Fox.- A ver, espérame.

Fidel.- Sí.

Fox.- Yo tengo una participación el jueves, arranca la ceremonia de inauguración a las 9:00 de la mañana.

Fidel.- A las 9:00, muy bien.

Fox.- A esa hora me supongo que va a hablar el Secretario General y voy a hablar yo.

Fidel.- Sí, yo quisiera escucharlo a él, porque él fue el que me invitó.

Fox.- No hay problema en que vengas a eso.

Fidel.- Usted es el presidente del país anfitrión; no era Estados Unidos, era México.

Fox.- No hay problema en que vengas a eso, que llegues temprano y que participes desde la inauguración; desde las 9:00 de la mañana que empezamos, ahí va a hablar él, hablo yo y, efectivamente, tu lugar es como el lugar número 10.

Fidel.- No, el lugar mío es el número 30; pero si usted me consigue el 10, es decir, después que hablen los principales allí —creo que encabeza Chávez como presidente de los 77—, algunos más, si usted me consigue el turno 10 ó 12...

Fox.- ¿Pero tú quieres que te cambie ahí, digamos, de la 1:00 de la tarde hacia un poco antes?

Fidel.- Hable con Kofi, hable con Kofi y plantéele su problema, él va a entender que el mundo tiene dueños y que eso es muy serio.

Fox.- Puedo hablar con Kofi Annan (Se ríe).

Fidel.- Hable con Kofi (Risas), ¿comprende?

Fox.- Sí, sí, puedo hablar con él, cómo no.

Fidel.- Entonces yo lo complazco mucho más a usted, me aparezco allí y hablo. Casi sería mejor que llegara un poco a media noche o a una hora de esas, y durmiera un poco y fuera para allá.

Fox.- Tú no más me avisas a qué hora vas... Tú me avisas a qué hora, si yo te tengo una residencia, un lugar donde llegar, si llegas muy temprano.

Fidel.- Bueno, yo tenía un hotelito ahí, unos cuartos, porque es que no estaba decidido si iba.

Fox.- Sí, es que no hay cuartos, ese es el problema, que no hay habitaciones.

Fidel.- No, pero la delegación nuestra tiene 20 cuartos allí y algunos de ellos los podemos mandar para otros puntos, una casa de huéspedes.

Fox.- Sí, incluso nos acomodamos, tú tienes amigos ahí en Monterrey que a la mera hora te pueden instalar. Eso no es problema. Tú tienes que llegar de madrugada...

Fidel.- Mire, yo lo puedo complacer más completo. ¿Tengo que llegar de madrugada?

Fox.- Sí. ¿A qué le llamas madrugada, 5:00 o 6:00 de la mañana?

Fidel.- No, yo prefería sobre las 10:00 de la noche o algo así, una hora determinada.

Fox.- ¡Ah!, llegar por la noche del miércoles.

Fidel.- Sí, sí, sin que nadie me vea. Nos vemos por la mañana allí, que me vean por allí por la mañana.

Fox.- Ponlo más cargado hacia la noche y vemos cómo nos acomodamos, o sea, más hacia la media noche o la madrugada.

Fidel.- Bien.

Fox.- Y llegas, te instalas y participas desde las 9:00 de la mañana.

Fidel.- Me instalo y estoy allí a las 8:30. Fíjese.

Fox.- Sí. Correcto, correcto.

Fidel.- Entonces usted me garantiza con Kofi Annan y le explica los problemas; si no, tendría que hablar y explicarle, porque es que a mí me invitan las Naciones Unidas.

Fox.- No, no hay problema en eso. Yo...

Fidel.- Usted como anfitrión fue muy amable al enviarme la invitación, pero son las Naciones Unidas las que me invitan. Y se lo dije a usted aquí, fue lo primero que le dije tan pronto empezamos las conversaciones, que tenía la invitación.

Fox.- Bien, por eso.

Entonces, vamos a seguir pensando así, de esa manera. Después terminamos...

Fidel.- Correcto. Entonces yo lo complazco a usted, yo me voy más temprano. Si yo tengo unas ganas de estar aquí tremendas, tengo mucho trabajo y muchas cosas con las que estoy entusiasmado.

Fox.- Fidel, ¿te puedo pedir otro favor?

Fidel.- Dígame.

Fox.- Que estando en casa a mí me serviría muchísimo que no hubiera declaraciones sobre el tema de la Embajada o de las relaciones México-Cuba o de ese evento que vivimos en estos días pasados.

Fidel.- No tengo ninguna necesidad de hacer declaraciones allí.

Fox.- ¡Qué bueno!

Fidel.- Dígame, ¿en qué más puedo servirlo?

Fox.- Pues básicamente no agredir a Estados Unidos o al presidente Bush, sino circunscribirnos...

Fidel.- Óigame, señor Presidente, yo soy un individuo que llevo como 43 años en política y sé las cosas que hago y las que debo hacer. No le quepa la menor duda de eso, que yo sé decir la verdad con decencia y con la elegancia necesaria. No albergue el menor temor, que no voy a soltar ninguna bomba allí. Aunque la verdad es que estoy en desacuerdo con el consenso ese que han propuesto ahí. No, yo me voy a limitar a exponer mis ideas básicas y fundamentales, y lo haré con todo el respeto del mundo. Yo no voy a tomar aquello como una tribuna para agitar ni mucho menos: voy a decir mi verdad. Y puedo no ir, y la digo desde aquí, la digo mañana por la mañana, así que para mí no es...

Fox.- Es que tú me ofreces en tu carta, precisamente eso: participación constructiva, para que sea una verdadera aportación a la discusión, al debate y a la solución de los problemas que todos tenemos en el mundo.

Fidel.- Sí, señor Presidente, usted debe tomar en cuenta, incluso, que cuando yo hago un viaje de estos lo hago con bastante riesgo.

Fox.- Sí, eso lo entiendo.

Fidel.- Debe saberlo. Y no lo hago —ausentarme de ahí— porque sentiría vergüenza, cuando he tomado la decisión de ir. Y a muchos lugares no he ido, no fui a la Cumbre allá en Perú, pero yo tengo un concepto mucho más elevado de la importancia de esta conferencia y un concepto mucho más elevado de México; me parecía, incluso, que lo estaría lastimando, en realidad, a usted o a los mexicanos.

Yo no voy allí ni a agitar ni a organizar manifestaciones, nada. Tengo en cuenta que usted es el Presidente de ese país y que un deseo suyo, por muchos que sean los derechos, debo tomarlo en cuenta.

Y me alegro que usted haya pensado en una fórmula decorosa, en que yo esté allí a la hora, escuche al Secretario General de las Naciones Unidas. Y si usted pudiera, con la ayuda del Secretario General de las Naciones Unidas, garantizarme que yo tome un turno —no esperemos tanto tiempo allí, mientras más tiempo entonces más...— y hablo en el turno entre el 10 y el 15, después que empiece la lista de oradores, aparte de su discurso, entonces nosotros hablamos con un compañero que estaba allí, le daremos instrucciones —que ya le habían dado hoy instrucciones de que gestionara un más temprano turno—, entonces yo quedo libre para ocasionarle a usted las menores molestias.

Fox.- Sí.

Oye, Fidel, de cualquier manera está la invitación a que me acompañes a la comida, que eso sería como a la 1:00 de la tarde ó 1:30 y acabando de comer, entonces puedes salir.

Fidel.- Siempre y cuando usted no me ponga mole con guajolote y mucha comida ahí, porque en el avión viajar hacia acá muy lleno...

Fox.- No, hay cabrito que es muy rico.

Fidel.- ¿Hay un cabrito?

Fox.- Sí, señor, excelente.

Fidel.- Bueno, muy bien.

Fox.- Entonces, ¿podemos quedar con ese acuerdo, Fidel?

Fidel.- Podemos quedar con ese acuerdo y quedamos amigos, como amigos y caballeros.

Fox.- Sí, te lo agradezco muchísimo y nada más me vas a dar la hora de tu llegada, para poder recibirte y llevarte a acomodar.

Fidel.- Le daré la hora de mi llegada.

Bueno, si quiere llego hasta más temprano y con eso salvamos mucho. ¿A qué hora te vas a acostar mañana?

Fox.- ¿Mañana?

Fidel.- Sí.

Fox.- ¿Mañana qué es, miércoles? Mañana me voy acostar temprano, como buen ranchero.

Fidel.- Como buen ranchero. Yo soy al revés, yo suelo como buen trasnochador.

Dígame, ¿cuál es la hora que más le conviene?

Fox.- Mira, como tú estás señalando, 10:00, 11:00, 12:00 de la noche, para que te instales y puedas descansar y estar al otro día en la mañana.

Fidel.- Muy bien, de acuerdo.

Fox.- Entonces, ya no más que la Embajada me da la hora exacta para recibirte allí como se debe.

Fidel.- Sí, mañana le dará la hora exacta.

Fox.- Con la Embajada hablamos sobre eso.

Fidel.- Sí, como siempre, te agradezco mucho esa deferencia, ese honor, si vas allí, creo que ayudaría mucho a...

Fox.- Me acompañas a la comida y de ahí te regresas.

Fidel.- Y de ahí cumplo sus órdenes: me regreso.

Fox.- Fidel, te agradezco muchísimo.

Fidel.- Muy bien, Presidente.

Fox.- Nos van a salir bien las cosas así.

Fidel.- Yo pienso que sí, y le doy las gracias...

Fox.- Bueno, igualmente y que pases buena noche.

Fidel.- ...Por su deferencia y por buscar una fórmula que sea honorable y aceptable.

Fox.- Sí, yo creo que lo es y te lo agradezco.

Fidel.- Muy bien, muy bien, le deseo mucho éxito.

Fox.- Buenas noches.

Fidel.- Buenas noches.

 

El señor Presidente de México había dicho la última palabra. Era mi derecho incuestionable participar en esa conferencia convocada por Naciones Unidas y no por el señor Bush. Pero yo no podía viajar a Monterrey contra la voluntad expresa del Presidente del país sede; tenía que resignarme a usar los seis minutos que me correspondían, y marcharme después de almuerzo, o antes, si lograba adelantar el turno número 30 que me correspondía según sorteo, entre otras razones porque no había podido asegurar mi presencia con anterioridad, a fin de evitar la inmediata movilización de la jauría de terroristas y matones ya mencionados, que desde territorio norteamericano son organizados y pagados para eliminarme físicamente cada vez que viajo a un evento internacional.

Debo añadir que a mi llegada a Monterrey el señor Fox no se apareció por el aeropuerto, como había prometido, sin que yo se lo solicitara en lo absoluto. Ni siquiera realizó una llamada telefónica para un saludo de cortesía. En nada me preocupó el asunto. No siento apego alguno por protocolos y cortesías.

Disfrutaba, en cambio, de un singular consuelo. A la vez que se me ordenaba partir de inmediato después de almuerzo, en dos ocasiones me anunció que recibiría el inmenso honor de sentarme a su lado, para el mundanal disfrute de un delicioso cabrito.

No podía, sin embargo, retirarme de la Cumbre sin la menor explicación. Nunca hice tal cosa en ninguna de ellas. El señor Presidente de Estados Unidos podría suponer que Cuba temía sentarse, con la frente en alto, ante su poderosa y augusta presencia. En la Cumbre de Río de Janeiro en 1992, su propio padre tuvo el gesto encomiable, por lo inusual, de entrar deliberadamente en la sala minutos antes de mi turno, escuchar ecuánime mis palabras, e incluso aplaudir tanto él como su delegación al concluir las mismas. Un viejo refrán popular afirma que lo cortés no quita lo valiente. Nadie, en nuestro país, en México o en cualquier otra parte, habría comprendido tan extraña retirada. Para explicarla, dije sólo tres líneas:

"Les ruego a todos me excusen que no pueda continuar acompañándolos debido a una situación especial creada por mi participación en esta Cumbre, y me vea obligado a regresar de inmediato a mi país."

No podía decir menos, ni decirlo con más cuidado. Olvidé totalmente el cabrito. Salí de la sala y me reuní con el Presidente de Colombia breves minutos para intercambiar sobre las gestiones de paz en ese país. Me dirigí luego a despedirme del Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas que, como es lógico, había sido informado de lo ocurrido desde el día anterior por nuestro Embajador en esa institución. Con él me esperaban, en evidente actitud solidaria, Olusegun Obasanjo, Presidente de Nigeria, y Thabo Mbeki, Presidente de Sudáfrica. Salgo. Bajo por una escalera automática. Frente a la misma, en los balcones interiores y áreas laterales, numerosos empleados mexicanos, de Naciones Unidas y participantes de otros países en el evento aplaudían en gesto de solidaridad. Un tumulto de periodistas se movían agitadamente tomando fotos, filmando, esperando alguna declaración. No dije una palabra. Así abandoné el edificio.

No había dejado atrás ninguna complicación insoluble. Mis últimas palabras al concluir la intervención, fueron:

"Al frente de la Delegación de Cuba queda el compañero Ricardo Alarcón de Quesada, Presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, incansable batallador en la defensa de los derechos del Tercer Mundo. Delego en él las prerrogativas que me correspondían en esta reunión como Jefe de Estado.

"Espero que no se le prohíba participar en ninguna actividad oficial a las que tiene derecho como Jefe de la Delegación cubana y como Presidente del órgano supremo del poder del Estado en Cuba."

Allí estaba, al alcance de los anfitriones, una solución bien sencilla. Aceptar la presencia de Ricardo Alarcón, Jefe de la Delegación en las reuniones oficiales de la Cumbre, y no se habría vuelto a hablar del incidente. Faltaba sólo un mínimo de visión y sentido común. No sé si la soberbia, la arrogancia y el espíritu aventurero del consejero áulico del presidente Fox, o la prepotencia de Bush, impidieron esa salida decorosa.

Yo estaba todavía en ayunas a esa hora. Marché hacia el hotelito donde me albergaba. Allí había invitado para almorzar a Hugo Chávez, amigo entrañable, que se vio envuelto también en una intervención azarosa e interrumpida por el ilustre anfitrión mexicano al hablar en nombre del Grupo de los 77 y de su propio país. El fraternal y relajado encuentro se prolongó durante horas con intercambios sobre variados temas, tres semanas antes del abortado golpe fascista contra la revolución bolivariana. Fue un almuerzo no suculento pero agradable, con tortillas mexicanas, frijoles refritos y otros platillos tradicionales del país hermano, que a mí me parecieron más deliciosos que cualquier cabrito.

Me había olvidado por completo de la hora y de la orden perentoria de marcharme precipitadamente después de almuerzo. Mientras tanto, Bush esperaba impaciente desde hacía horas en El Paso —ubicado en la actual frontera de Estados Unidos con México desde la invasión de 1846, cuando al país le arrebataron más de la mitad de su territorio— la noticia de que tan inoportuno participante se había marchado de México. Nadie del protocolo se acordó o quiso molestar al disciplinado y obediente, aunque olvidadizo huésped, que al fin y al cabo, se marchó a las 5:00 p.m. de Monterrey. Al parecer, Bush, cansado de esperar, recibió permiso o decidió por su cuenta despegar o corría riesgo de llegar tarde a la cena.

Alguien parqueó su aeronave junto al viejo IL-62 de Cubana. Al pasar en su carro, con gesto amistoso, saludó a la tripulación cubana que me esperaba ya en lo alto de la escalerilla. Por mi parte, ajeno a tales peripecias, me despido de Chávez, tomo el carro, y con mi pequeña caravana me dirijo al aeropuerto. Pasamos bajo la avenida que conduce al mismo, y accedimos a esa vía por donde acababa de cruzar la cola de la enorme caravana de Bush. Después de todo, ambos estuvimos a unos metros de distancia en Monterrey. Al despegar nuestra nave, la tarde era radiante y bella.

En la ciudad sede quedaba nuestra delegación, encabezada por el presidente de nuestra Asamblea Nacional, acompañado por nuestro Ministro de Relaciones Exteriores. La lógica indicaba que no habría más problemas. ¿Se excluiría a Ricardo Alarcón de los eventos de la Cumbre? ¿Se le admitiría o no en el convivio que tendría lugar al día siguiente, después del discurso en que el ilustre Presidente de Estados Unidos "muy democráticamente" duplicaría sin interrupción alguna el tiempo asignado a los demás mortales que asistían a la conferencia como Jefes de delegación? Aunque nos parecía absurda, torpe e improbable tal exclusión, les encomendé la tarea, en ese caso, de explicar la verdad pero sin hacer uso ni mencionar siquiera el contenido y la existencia de la conversación sostenida entre Fox y yo, cuyo carácter personal deseaba mantener a toda costa, y destinarla a los archivos de la Revolución.

Constituyó un mal síntoma que el señor Castañeda se precipitara en afirmar esa tarde que el protocolo era el protocolo y que no sería violado, urdiendo como siempre pretextos para cumplir los compromisos contraídos con el gobierno de Estados Unidos y ocultar la verdad. Minutos antes de la reunión se le comunicó al compañero Alarcón que no tendría acceso alguno a la misma. Tal como se había decidido, el jefe de nuestra delegación explicó en numerosas conferencias de prensa la verdadera causa de mi ausencia. Entre otras cosas, expresó:

"Ayer el canciller Castañeda, en varias oportunidades en su reunión con la prensa, manifestó que no había habido ninguna gestión de ningún funcionario autorizado en el sentido de poner cortapisas a la participación de Cuba y sugirió varias veces que fuera Cuba la que explicara lo que había sucedido, porque él no tenía elementos. Tengo que decir que las declaraciones que él formuló son fundamentalmente falsas."

Y agregó:

"No solamente funcionarios autorizados, sino yo diría que personas muy autorizadas del gobierno de México nos comunicaron, antes de la conferencia, las presiones de que eran objeto de parte del gobierno de Estados Unidos para que Cuba no participase en la conferencia y para que específicamente no estuviese encabezada por el Presidente del Consejo de Estado, el compañero Fidel Castro."

"Castañeda sabe que nosotros lo sabemos y que nos era muy fácil explicarlo; pero que si no lo hemos hecho hasta ahora es porque tratamos de ser constructivos y de persuadir a las autoridades mexicanas de que era lo más conveniente para todos encontrar una solución honorable, adecuada, que ya es imposible, puesto que tuvo lugar una reunión de la cual ha sido excluida arbitraria e ilegalmente una delegación, que no ha sido invitada, que es la de Cuba.

"Dicen que las reglas de Naciones Unidas y las reglas del país anfitrión son diferentes. No, ciertamente, yo no soy Jefe de Estado; pero soy la única persona que está en Monterrey en quien el Jefe de Estado delegó su representación y es el único Jefe de Estado que en Monterrey fue arbitrariamente excluido de participar en el retiro.

"No es cierto que Cuba podía estar representada por su Jefe de Estado, porque se le pidió, de modo muy claro, muy categórico, que, por favor, se marchase lo antes posible de México."

Por su parte, nuestro Canciller, por vía telefónica, en su alocución a la Mesa Redonda de la televisión cubana en la tarde del día 22, expresó lo siguiente:

"Cuba sabía de las presiones que, previo a la conferencia, había estado haciendo sobre el gobierno mexicano el presidente Bush. El presidente Bush amenazó con que no vendría a la cumbre si en ella participaba el compañero Fidel."

"Se había producido la invitación del Comité Preparatorio creado por la Asamblea General de Naciones Unidas en una resolución, la carta que se acaba de dar a conocer de los dos embajadores, y después se produjo la invitación oficial del presidente Fox."

"Después se le solicitó al compañero Fidel que no viniera a la Cumbre, como era su derecho como Jefe de Estado de un país miembro de Naciones Unidas que tenía ya la invitación del Comité Preparatorio de Naciones Unidas para participar en una conferencia en la que Cuba había desempeñado un papel importante en su convocatoria."

"Esa es la realidad histórica, se le pidió que no participara, y se lo pidió —como ya dijimos— una persona muy autorizada en el gobierno de México para hacer una solicitud de esa magnitud. Se le pidió que no viniera, y ante la posición firme de Fidel, que defendió el derecho de Cuba a estar soberanamente presente en esta reunión, entonces le pidieron que fuera sólo en la mañana del jueves, y que, inmediatamente después del almuerzo que ofrecería el gobernador del Estado, se retirara."

"El compañero Fidel estaba en la necesidad y el deber de explicarles a los delegados, y lo explicó cuidadosamente y dijo realmente la razón que le impedía estar allí, pero con discreción y con cuidado. Y planteó una solicitud que podía haber sido atendida y que tenía realmente una lógica, y era que el compañero Alarcón, presidente de nuestra Asamblea Nacional, participara en las demás actividades de la conferencia."

"Ha habido, realmente, una incapacidad de comprender este razonamiento, y una incapacidad para aceptar una solicitud razonable."

Castañeda, por su parte, desmentía frenéticamente las palabras de Alarcón y de Felipe.

En conferencia de prensa el 21 de marzo, a la pregunta de un periodista si el gobierno de México pidió o sugirió al de Cuba que el Presidente cubano ajustara su agenda para no encontrarse con el presidente Bush, Castañeda respondió:

"De ninguna manera, en ningún momento ningún funcionario autorizado del gobierno de México le hizo un planteamiento de esa índole, o de cualquier otra índole que pudiera semejársele, al gobierno de Cuba, a las autoridades cubanas".

Ante la insistencia de la prensa, Castañeda respondió:

"No hubo ninguna presión, influencia, gestión, solicitud, sugerencia, insinuación. Si tuviera mi diccionario de sinónimos, seguiría, pero pues de memoria quizá no se me ocurran muchas más; pero si a usted, Blanche, se le ocurre una, plantéemela y le doy la misma respuesta.

Ante el programa de televisión "Zona abierta", Castañeda reiteró:

"No hubo en ningún momento presión por parte de ningún funcionario mexicano a Fidel Castro, para que se fuera antes de lo previsto."

El señor Fox, el 22 de marzo en conferencia de prensa conjunta con Bush, al preguntársele por las presiones para excluir a Castro, dijo: "No hay tal. El señor Fidel Castro hizo su visita a México, a la conferencia de la ONU, estuvo aquí, participó y se regresó a Cuba. ¡No hay más! Así de sencillo."

En entrevista concedida a Joaquín López Dóriga, y publicada en el diario La Jornada, al preguntarle si era cierto que Fidel Castro se fue, primero, porque su gobierno dijo que no viniera; y, segundo, porque cuando estuvo aquí usted le dijo que se fuera, Fox respondió: "No, que yo sepa, para nada. Sería interesante, oportuno, que nos señalaran de dónde salió este asunto; creo que Fidel Castro tiene la suficiente madurez, lleva tantos años gobernando, no creo que a él cualquier cosa como ésta le impidiera su libertad y su voluntad. Castro estuvo aquí en Monterrey, participó en el congreso, en la reunión de la conferencia de las Naciones Unidas, y después decidió irse. Nadie lo obligó a irse."

En declaraciones a la televisión azteca el 24 de marzo, al preguntársele qué había ocurrido conmigo, respondió: "Así como fue de repentino su aviso de llegada y su llegada, que llegó por la noche del día anterior, así fue su salida. Simple y sencillamente, vino, dio su discurso y presentación, se le recibió con todas las cortesías en el aeropuerto, lo saludé a su llegada, igual que a todos los demás, me despedí de él y se fue. Así de sencillo. ¿Qué pasa, qué hay detrás? No entiendo."

Bush, por su parte, afirmaba beatíficamente que Estados Unidos no había ejercido presión alguna sobre México.

Todos mentían a diestra y siniestra.

Si Castañeda hubiese abierto el diccionario de sinónimos donde debía, se habría encontrado con que mentir equivale a: engañar, embustir, trapalear, embrollar, tramar, faltar a la verdad, novelar, falsificar, fingir, simular, fantasear, adulterar, trapalear, dar gato por liebre, ocultar, burlar, timar, embaucar, cascabelear, etc., etc., etc.

La credibilidad de nuestro país fue puesta en duda. De acuerdo con una encuesta, casi la mitad de los mexicanos habían sido inducidos a desconfiar de la veracidad de Cuba.

En el editorial de Granma del pasado 26 de marzo se advirtió: "Cuba posee pruebas irrebatibles de todo lo ocurrido que barrerían cualquier duda. Ha preferido abstenerse de usarlas, porque no desea perjudicar a México, no desea lesionar su prestigio, no desea en lo más mínimo crear desestabilización política en ese hermano país.

[...]

"De alguna forma, por el honor de México, debe ponerse fin a tales ofensas y agresiones al pueblo cubano. Que no se obligue a Cuba a presentar las pruebas que poseemos."

Dicho editorial concluye afirmando:

"No pedimos otra cosa que el cese de las provocaciones, insultos, mentiras y macabros planes del señor Castañeda contra Cuba. De lo contrario, no quedará otra alternativa que divulgar lo que no hemos querido divulgar y hacer polvo sus falsos y cínicos pronunciamientos, cueste lo que cueste. ¡No lo dude nadie!"

La palabra desestabilización se empleó porque el aventurero canciller mexicano arrastró en su perfidia nada menos que al Presidente de México. No podían usarse nuestras pruebas sin implicarlo. Tal vez esto los condujo al error de creer que nos resignaríamos al golpe sin que se destapara la caja de Pandora. Un país bloqueado por el gigante que hoy inspira tanto miedo y amenaza al mundo con sus mísiles y bombarderos, cuyos gobiernos arbitrarios además incluyen de forma cínica y calumniosa a nuestra Patria entre los países que apoyan el terrorismo, no podía atreverse a tanto.

Mas, ni aun así deseábamos sacar a la luz nuestras pruebas. Guardamos silencio hasta casi más allá de lo que permitían la ética y la verdad. Faltaba, sin embargo, la gota que colmó la copa.

El miércoles 10 de abril, el trasnochado y abyecto Judas que preside el Uruguay, asumiendo el inglorioso papel de lacayo que venía desempeñando la República Checa, presentó ante la Comisión de Derechos Humanos el engendro contra Cuba, concebido y fraguado con Washington por el canciller Castañeda.

Hay algo más —aquí entre paréntesis—, hasta se nos amenazó con romper relaciones, un gobierno en el cual, un ministro de salud asesino permitió que murieran niños sencillamente para no adquirir las vacunas de Cuba, único país que las producía con las características adecuadas, según les informó el instituto francés "Pasteur", al responder a una consulta de Uruguay. Realmente estamos ante esas amenazas, solo nos queda responder qué esperan para hacerlo.

Eso no impedirá que nuestras vacunas lleguen, porque estando próxima ya la necesidad de un nuevo lote, el mismo día en que aquel infame proyecto fue presentado contra Cuba en Ginebra por el gobierno uruguayo, a las 3:00 de la tarde salía de La Habana un avión cubano hacia Uruguay con 200 000 dosis donadas por Cuba. Nosotros estábamos realmente tan indignados cuando apareció el primer brote y se supo la historia de lo que había ocurrido, cuando pudo prevenirse. Le dijimos al pueblo uruguayo que estábamos dispuestos a donarle las vacunas. Necesitaban en ese momento, a finales de diciembre pasado, 71 000 dosis. Algo más, de nuestra reserva de vacunas, el total de ellas las sacamos y las enviamos allí. De esto hace apenas 15 semanas, cuando surgió un brote por un pueblo del interior. Hace poco se desató el brote en la capital. Enviamos de inmediato 200 000 dosis el 7 de abril, ya producidas con anterioridad. Asumimos incluso los gastos de transporte. Después han surgido discusiones, porque quieren negar que se trate de una donación y se empeñan de todas formas en descontarlo de una vieja deuda.

Sí, tenemos una vieja deuda, no es muy grande, ni algo que en la actualidad nosotros no podamos enfrentar, en más o menos tiempo. Ese impago se produce cuando surge el período especial, después que se derrumba el campo socialista y la URSS y cuando el gobierno de Estados Unidos, aliado, o más bien amo del gobierno uruguayo, acentúa y recrudece su bloqueo. Once millones de cubanos son testigos de lo que significó eso.

Hemos dicho que estamos dispuestos a discutir dicha deuda cuando quieran; pero que no deseamos, y nadie nos puede imponer que tal donación no es una donación, sino un pago de deuda. Jamás pagaríamos ninguna deuda con nuestra reserva de vacunas, mientras reponíamos las mismas.

No es un invento. Hay una tradición que el mundo conoce de nuestro país y de nuestra política. No andamos con mentiras ni demagogias de ninguna clase, y nos negamos con todo derecho a que se ultraje nuestra donación. Realmente, una miseria humana. Y digo que si rompen las relaciones, llegarán puntualmente las vacunas restantes, tal vez 800 000 dosis, excepto que no quieran que el avión aterrice allí, porque a las 12:00 de la noche del 21 al 22 de abril, horas después de la puñalada de Ginebra, llegaron a Montevideo las 200 000 dosis del tercer lote de vacunas y estarán listas todas las demás.

Dos mil seiscientos médicos cubanos prestan servicio gratuitamente en países del Tercer Mundo a través del Programa Integral de Salud, como ayuda de Cuba a países del Tercer Mundo. No los voy a enumerar; pero no es en pago de deuda alguna, ni toma venganza nuestro pueblo por las cosas que se le hicieron a Cuba en los primeros años de la Revolución cuando todos los gobiernos latinoamericanos se entregaron a Estados Unidos, con la excepción de México, que tan terriblemente doloroso papel desempeña ahora, a la cabeza de otra gran traición a Cuba, como la que ya habían hecho aquellos tristes y vergonzosos años de cobardía y entreguismo. Estados Unidos les repartió nuestra cuota azucarera, de 4 millones de toneladas aproximadamente, que tenía un precio diferencial. Esta vez, afortunadamente, unos cuántos no se sumaron a la pérfida conjura. Toda esa historia hay que recordarla, y que nosotros no pagamos deuda con nuestra sangre. ¡Con nuestra sangre pagamos únicamente las deudas que tenemos con la humanidad! Nuestros elementales deberes de solidaridad con otros pueblos.

Es ruin y miserable esa política del gobierno uruguayo. Y a Cuba no se le puede amenazar, ¡nadie la puede amenazar! Ha vivido 43 años amenazada por el gigante, que es hoy tres veces más fuerte de lo que fuera entonces. Hemos resistido y continuaremos resistiendo con nuestro honor, nuestra vergüenza y nuestra conciencia, que es lo único capaz de explicar la supervivencia de nuestro país y su revolución.

Excúsenme por este paréntesis.

El 15 de abril, la Presidencia de México emite un comunicado oficial donde informa que México votará a favor del proyecto presentado por Uruguay.

Era una decisión conocida por nosotros varios días antes. Respondía a un acuerdo concertado con Estados Unidos.

Lo más grotesco es que hasta se nos quiso sobornar y comprar nuestro silencio sobre lo ocurrido en Monterrey. En medio de los dramáticos acontecimientos que tenían lugar en Venezuela, cuando la vida de Hugo Chávez corría mortal peligro y todo parecía liquidado, el Embajador de México en Cuba, al que no culpo, transmitía, la tarde del 13 de abril, aproximadamente 38 horas antes del comunicado oficial del 15, un mensaje del gobierno mexicano prometiendo que Petróleos Mexicanos podría asumir los suministros venezolanos que dejaría de entregar PDVSA.

Nos repugnaba la cínica maniobra de engaño con la que pretendían neutralizar nuestra protesta contra la fechoría que iban a cometer en Ginebra. El gobierno de México siempre se opuso sistemáticamente a que Cuba recibiera beneficio alguno de acuerdos como los de San José y otros. Le dimos fríamente las gracias y no mostramos el menor interés por la hipócrita oferta.

La promesa de no auspiciar, promover, ni apoyar una resolución contra Cuba, tanto de Castañeda como del presidente Fox durante su visita a Cuba, había sido vilmente traicionada.

Puede ocurrir todavía que algunos de los que me escuchan digan: muy bien, todo está explicado de forma aparentemente lógica y articulada, pero ¿quién garantiza que Castro, considerándose un émulo de Shakespeare, no haya inventado este drama? Para los que así piensan, les ruego escuchen durante unos minutos la grabación donde constan las palabras precisas, con el tono y énfasis exactos de las voces de Fox y mía.

Los presentes en esta conferencia, si lo desean, pueden llamar de inmediato a Fox y Castañeda. Preguntarles si existió o no esta conversación el 19 de marzo entre las 11:30 y las 11:50 de la noche aproximadamente, si lo reconocen y si son o no exactas estas palabras. Si se probara que tal conversación no tuvo nunca lugar, y que éstas no son las palabras del Presidente Fox, me comprometo a renunciar de inmediato a todos mis cargos y responsabilidades como dirigente del Estado y de la Revolución cubana. No tendría cara para seguir dirigiendo este país con honor.

Me gustaría, en cambio, que los autores de tantas mentiras y del colosal embuste con el que quisieron manipular y embaucar al pueblo mexicano y a la opinión pública mundial, fuesen capaces de reaccionar con el mismo sentido de la dignidad y el honor.

Los pueblos no son masas despreciables a las que se puede engañar y gobernar sin ética, pudor ni respeto alguno.

Por decir estas verdades, las relaciones diplomáticas se podrán romper, pero los vínculos fraternales e históricos entre los pueblos de México y Cuba serán eternos.

Abril 22 del 2002

(OVACION)

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