Discurso pronunciado por el Presidente del Consejo de Estado de la República de Cuba, Fidel Castro Ruz, en el acto de solidaridad con Cuba efectuado en la Iglesia Riverside. Harlem, Nueva York, 8 de septiembre del 2000
Fecha:
Queridas y queridos hermanos del Comité de Recepción;
Queridas y queridos hermanos aquí presentes;
Queridas y queridos hermanos que están congregados en una sala cercana;
Queridas y queridos hermanos que desde la calle pueden estarnos escuchando, ya que muchos no pudieron pasar a este salón de la iglesia:
Ustedes han sido sumamente generosos y amables conmigo.
Cuando aquí se mencionaban algunas cosas por las cuales ustedes respondían a los que hicieron determinadas preguntas que se relacionaban con nuestro esfuerzo por nuestros niños y por todo nuestro pueblo, y los esfuerzos que hemos hecho también por otros niños y otros pueblos en diversas partes del mundo —cosas que nunca recordamos ni tenemos por qué recordar o mencionar—, por mi mente pasó una idea al escuchar aquello. Digo: Realmente todo eso tiene un nombre, y es "violación de los derechos humanos" (Aplausos y exclamaciones), con lo cual se pretende justificar un bloqueo y una guerra económica que duran ya más de 40 años.
También, cuando ustedes cantaban "Happy Birthday", recordando muchas cosas, se me ocurrió pensar que tal vez habría sido más exacto decir: "Happy Good Luck, Fidel".
He llegado a cumplir estos años milagrosamente (Aplausos y exclamaciones), y no porque hayamos estado un número de años luchando contra la tiranía en nuestro país, o por haber participado en algunas acciones de guerra, sino por todo aquello que vino después del triunfo de la Revolución. A buen entendedor, pocas palabras (Aplausos), y ustedes no son solo buenos entendedores, sino también muy nobles e inteligentes entendedores.
Debo decir que, cuando venía hacia acá, recordaba mis cuatro visitas a las Naciones Unidas. En la primera ocasión me expulsaron del hotel en las inmediaciones de las Naciones Unidas. Yo tenía que escoger entre dos opciones: montar una casa de campaña en el patio de las Naciones Unidas —y como guerrillero recién salido de las montañas no me parecía una cosa muy difícil (Aplausos)—, o marchar hacia Harlem, uno de cuyos hoteles me había invitado (Aplausos). Y yo decidí de inmediato: "Me voy a Harlem, porque allí están mis mejores amigos" (Aplausos y exclamaciones).
(Del público le dicen: "¡Mi casa es tu casa!") (Aplausos.)
Muchas gracias. Así me decían en muchas bellas residencias donde vivían personas muy ricas. Tenían un letrerito que decía eso mismo. Después, cuando hicimos algo por los pobres, quitaron los letreros para siempre (Aplausos). En ti percibo la generosidad de los humildes.
Cuando volví una segunda vez, no recuerdo exactamente ahora lo que hice en 1979, solo sé que hablé allí en nombre de todos los países pobres del mundo; la tercera vez volví a Harlem, y no solo a Harlem, sino también al Bronx (Aplausos), como recordaban aquí esta noche.
Esta vez recibí el honor de que me invitaran a esta zona que creo se llama Riverside. ¿Es así? (Le dicen que sí.) Lo que entiendo es que estoy al lado del río (Risas); pero, además, en medio de un río, el río de la más sana y noble amistad (Aplausos).
Ustedes comprenden que no es para mí fácil visitar Nueva York, sobran las pruebas. Y esta vez sin duda que no era un viaje fácil y había muchos compatriotas preocupados. Estamos viviendo en un período especial, y no me refiero al período especial de Cuba, obligado por el doble bloqueo, sino al período especial de unas elecciones presidenciales (Risas); además, en medio de muchas amenazas de todo tipo, desde matarme hasta enviarme a una prisión norteamericana.
Pero se trataba de una reunión muy importante. La llamaron la Cumbre del Milenio, y realmente estamos iniciando un incierto milenio; aún más: para los que consideramos que el 31 de diciembre concluye el siglo XX, la humanidad está a punto de iniciar el siglo XXI en condiciones sumamente duras y sumamente inquietantes. No podía dejar de venir bajo ningún concepto, y créanme que me sentí muy feliz cuando tomé el avión después de complicadas gestiones a fin de obtener la visa.
Como ustedes saben, aquí con nosotros vino el compañero Alarcón (Aplausos y exclamaciones), quien debía asistir a una conferencia de los Presidentes de las Asambleas o Cámaras Parlamentarias de todos los países del mundo. Él había solicitado la visa hacía casi un mes, le fue negada y finalmente concedida junto a la mía —ya que estaba en la delegación a la cumbre—, unas 24 o 48 horas antes del viaje. Debo añadir que he sido muy bien tratado en todo instante, y que el personal de seguridad norteamericano que nos atendió lo hizo con amabilidad y con gran eficiencia por lo tanto, es justo reconocerlo así (Aplausos).
A nosotros nos daban cinco minutos para hablar en la reunión. Como ustedes comprenden, es bastante poco tiempo para enciclopédicos problemas, o mejor decir: para una lista enciclopédica de problemas pero hice el esfuerzo y logré hablar siete minutos y tres segundos (Aplausos), siendo, a pesar de todo, uno de los que menos tiempo habló.
Con ese entrenamiento vengo aquí esta noche (Exclamaciones), pero yo sé que ustedes me conceden más de siete minutos y tres segundos (Aplausos y exclamaciones).
Puse un pañuelo sobre unos bombillos que indicaban el tiempo, lo hice por dos razones: una, como una especie de protesta de que a los Jefes de Estado y de Gobierno los sometiesen a esa tortura de que les encienden un bombillo amarillo primero y después uno rojo que les advierte que ya han cumplido los cinco minutos —no pasa nada, pero se sufre una humillación—, y otra, porque pienso que la tribuna de las Naciones Unidas no debe convertirse en un semáforo (Risas y aplausos). Claro que, siendo tantos, hay que reducir el espacio para no crear tantos problemas a Nueva York y estar reunidos aquí una semana o 15 días pero se supone que no son niños de prescolar y que, si se les habla y se les explica, pueden ser muy breves.
He participado en muchas reuniones importantes con límite de tiempo muy estrecho. Hay algunos que siempre, con semáforo o sin semáforo, hablan mucho más que la cuota asignada. Yo siempre he tratado de ajustarme a la cuota, pues el peor castigo de aquel que se extiende demasiado es la inquietud de todos los demás que están esperando su turno, y por bueno que sea lo que diga, la gente lo critica. No es político extenderse en ese tipo de acto. Y, aunque ahora no estamos en Naciones Unidas, tengo el propósito de limitarme a cuestiones esenciales.
¿Por qué les decía que, a mi juicio, esta era una reunión muy importante? Porque el mundo está sufriendo realmente una situación catastrófica. No crean en aquellos expertos en aparentar optimismo, o en aquellos que ignoran lo que en realidad ocurre en el mundo. Tengo datos irrebatibles sobre la situación del Tercer Mundo, de los países de donde proceden muchos de ustedes, o países que son conocidos por muchos norteamericanos que los han visitado, donde viven las tres cuartas partes de la humanidad, yo traje algunos papeles y seleccioné varios de esos datos, los voy a leer.
Puedo decir, por ejemplo, que en más de 100 países el ingreso por habitante es inferior al de hace 15 años.
En el Tercer Mundo hay 1 300 millones de pobres. Es decir, uno de cada tres habitantes vive en la pobreza.
Más de 820 millones de personas padecen hambre en el mundo. De ellas, 790 millones viven en el Tercer Mundo.
Más de 840 millones de adultos continúan siendo analfabetos, la inmensa mayoría en el Tercer Mundo.
Un habitante del Tercer Mundo, al nacer, puede esperar vivir 18 años menos que uno del mundo industrializado.
La esperanza de vida en el África subsahariana alcanza apenas los 48 años. Esto es 30 años menos que en los países desarrollados.
Se estima que 654 millones de personas que habitan hoy en países del Sur no sobrevivirán los 40 años de edad —casi la mitad de los que ya yo tengo.
El 99,5% de todas las muertes maternas ocurren en el Tercer Mundo. El riesgo de muerte materna en Europa es de una muerte por cada 1 400 partos. En África ese riesgo es de 1 por cada 6. Hablo de riesgo, el número de las que realmente mueren es menor, desde luego; pero la cifra de las madres que mueren en África por cada 10 000 partos es no menos de cien veces superior a la de Europa.
Más de 11 millones de niños y niñas menores de cinco años mueren cada año en el Tercer Mundo a causa de enfermedades que son en la inmensa mayoría previsibles; una cifra superior a 30 000 cada día; 21 cada minuto; casi mil desde que comenzó este acto, hace alrededor de 45 minutos.
En el Tercer Mundo, 64 niños de cada 1 000 nacidos vivos mueren antes de cumplir el primer año de vida.
Dos de cada cinco niños, en los países del Tercer Mundo, padecen de retraso en el crecimiento, y uno de cada tres presenta bajo peso para su edad.
Yo hablé de 64 cada 1 000 como promedio, sumando a todos los países del Tercer Mundo, incluida Cuba, que tiene un poco menos de siete pero hay numerosos países en África donde mueren anualmente más de 200 niños menores de cinco años por cada 1 000 nacidos vivos.
Hay otros aspectos morales terriblemente duros.
Dos millones de niñas son forzadas a ejercer la prostitución.
Alrededor de 250 millones de niños menores de 15 años se ven obligados a trabajar para sobrevivir.
Diez de las once infecciones con el virus del SIDA que ocurren cada minuto en el mundo se registran en el África subsahariana, donde el número total de infectados rebasa ya la cifra de 25 millones de personas.
Esto ocurre mientras en el mundo se invierten cada año 800 000 millones de dólares en gastos militares 400 000 millones en drogas estupefacientes, y un millón de millones en publicidad comercial.
La deuda externa de ese Tercer Mundo a finales de 1998 ascendía a la cifra de 2,4 millones de millones de dólares —cuatro veces la existente en 1982, hace solo 18 años.
Entre 1982 y 1998, dichos países pagaron más de 3,4 millones de millones de dólares por servicio de la deuda; es decir, casi 1 millón de millones más que el monto total actual de la propia deuda. Lejos de reducirse, creció un 45% en 16 años.
A pesar del discurso neoliberal sobre las oportunidades de la apertura comercial, los países subdesarrollados, con el 85% de la población mundial, concentraban en 1998 solamente el 34,6% de las exportaciones mundiales; menos que en 1953, a pesar de que su población creció más de dos veces.
Si en 1992 los flujos de ayuda oficial al desarrollo equivalían al 0,33% del Producto Nacional Bruto de los países desarrollados, en 1998, seis años después, esta proporción se redujo al 0,23%, muy lejos del 0,7%, meta trazada por las Naciones Unidas. Es decir, cada vez el mundo rico es más rico y el aporte al desarrollo de esa inmensa humanidad pobre decrece cada año; la solidaridad y la responsabilidad se reducen año por año.
Por otro lado, el volumen diario de transacciones de compraventa de divisas a escala mundial asciende actualmente a una suma equivalente a 1,5 millones de millones de dólares aproximadamente. Esta cifra no incluye las operaciones de los llamados derivados financieros, que representan una suma adicional aproximadamente igual. Es decir, cada día tienen lugar operaciones especulativas equivalentes a 3 millones de millones de dólares. Si se cobrara un impuesto del 1% de todas las operaciones especulativas, sería más que suficiente para el desarrollo sostenible, con la indispensable protección de la naturaleza y el ambiente a todos los llamados países en desarrollo, y que, en realidad, marchan por el camino de un creciente y visible subdesarrollo, pues cada día es mayor la diferencia entre los países pobres y los países ricos, y es mayor también la diferencia entre los pobres y los ricos dentro de los países.
Yo podría preguntarles a ustedes, por ejemplo, si todos juntos, con los ahorritos que puedan tener en los bancos, mayores o menores, sumarían la milésima parte de la riqueza del que más dinero tiene en el mundo, que es, por cierto, conciudadano de este país.
He hablado de millones de millones cada día en operaciones especulativas: 3 millones de millones, ¿qué tiene que ver esto con el comercio mundial? Todo el comercio mundial asciende a 6,5 millones de millones de dólares en un año, lo que significa que cada dos días hábiles, en esas bolsas que ustedes tanto han oído mencionar, se realizan operaciones especulativas equivalentes aproximadamente a las operaciones que genera el comercio mundial en un año.
Cuando nacieron las bolsas de que hablé, no existían los fenómenos que he mencionado; es algo totalmente nuevo, verdaderamente absurdo. Las operaciones especulativas en las cuales el dinero busca el dinero no tienen absolutamente nada que ver con la creación de bienes materiales o servicios. Un fenómeno que ha crecido desmedidamente en los últimos 30 años y crece cada día más hasta el absurdo. ¿Puede llamarse economía este delirante juego de azar? ¿Puede soportarlo la verdadera economía que debe satisfacer las necesidades vitales del hombre?
Ya el dinero no se emplea fundamentalmente en inversiones para la producción de bienes; se emplea en monedas, acciones, derivados financieros, buscando desesperadamente dinero, directamente, con empleo de software y las más sofisticadas computadoras, y no, como ocurrió históricamente, a través de los procesos productivos. Eso es lo que nos ha traído la cacareada y famosa globalización neoliberal.
Los países desarrollados controlan el 97% de todas las patentes del mundo, porque, naturalmente, monopolizaron las mejores inteligencias que produce el planeta. A América Latina y el Caribe, los países industrializados les llevaron en los últimos 40 años un millón de profesionales, repito, ¡un millón de profesionales!, que en Estados Unidos habría costado prepararlos 200 000 millones de dólares. Los países pobres del mundo suministran así los mejores frutos de sus universidades a los países desarrollados.
Por ahí tenía los datos en un papel; de eso hablé en una mesa redonda de Naciones Unidas: En los últimos 10 años, de 22 Premios Nobel de física, Estados Unidos captó 19; algo parecido ocurre con los Premios Nobel de medicina y de otras ramas científicas. El conocimiento se considera hoy el factor más importante para el desarrollo, y los países del Tercer Mundo se ven privados constantemente de sus mejores talentos.
Un último dato, de algunos que escogí: Apenas el 1% de los 56 000 millones de dólares que se invierten cada año en investigaciones de salud se destina a la investigación de la neumonía, las enfermedades diarreicas, las tuberculosis y el paludismo, cuatro de los principales azotes del mundo subdesarrollado.
Los medicamentos más avanzados para que personas que tuvieran la tragedia de verse infectadas por el virus del SIDA puedan sobrevivir algunos años más, cuestan 10 000 dólares en los países industrializados. Es lo que cobran; aunque su costo real de producción asciende a 1 000 dólares aproximadamente.
Nosotros estamos bien informados de la tragedia que sufre el mundo, porque uno de nuestros principios más sagrados es la solidaridad (Aplausos).
Los que no creen en el hombre, en su potencial de sentimientos nobles, en su capacidad para la bondad y el altruismo, no pueden comprender jamás que a nosotros nos duela no solo el niño cubano que muere o aquel que sufre —no hay que hablar solo de los que mueren— y que nos preocupemos por el niño haitiano, guatemalteco, dominicano, puertorriqueño, africano, o de cualquier otro país del mundo (Aplausos). La especie humana alcanzará su grado más alto de conciencia cuando cada pueblo sea capaz de sufrir como propio el dolor de los demás pueblos del mundo.
Pienso algo más: La humanidad llegará al máximo de su conciencia y de sus cualidades potenciales cuando a una persona, la muerte del hijo de cualquier familia, le duela tanto como la muerte de su propio hijo o de cualquier otro familiar cercano (Aplausos).
Sé que muchos de ustedes —tal vez la inmensa mayoría— son cristianos y aquí estamos en una iglesia. Pues bien, Cristo predicaba precisamente eso, y el amor al prójimo es para nosotros eso (Aplausos). Ello explica los esfuerzos que Cuba ha hecho por otros países en la medida de sus fuerzas. Algunas de las cosas ustedes las mencionaron al comenzar el acto.
Hay un dato que demuestra esos sentimientos de solidaridad: alrededor de medio millón de compatriotas nuestros han cumplido misiones internacionalistas en numerosos países de diversas partes del mundo, especialmente en África (Aplausos), como médicos, como maestros, como técnicos, como trabajadores o como combatientes (Aplausos).
Cuando todo el mundo invertía y comerciaba con la Sudáfrica del racismo y del fascismo, decenas de miles de combatientes voluntarios cubanos se enfrentaban a los soldados del racismo y del fascismo (Aplausos).
Hoy todo el mundo habla feliz de la preservación de la independencia de Angola, aún sometida, sin embargo, a una dura guerra civil por culpa de aquellos que equiparon las bandas armadas durante muchos años, entre ellos, el gobierno del apartheid y otras autoridades que no menciono por respeto al lugar donde me encuentro (Aplausos).
El medio millón de voluntarios, que cumplieron su misión gratuitamente, no iban allí a invertir en el petróleo, en el diamante, en los minerales, ni en riqueza alguna de ese país (Aplausos).
Cuba no posee una sola inversión en los países donde cumplieron su deber nuestros internacionalistas (Aplausos); no posee un dólar de capital, ni un solo metro cuadrado de tierra (Aplausos).
Amílcar Cabral, un gran dirigente africano (Aplausos), dijo un día palabras proféticas que constituyen un honor inolvidable para nosotros: "Cuando los combatientes cubanos regresen, solo se llevarán los restos de sus compañeros muertos" (Aplausos prolongados).
Nadie bloqueó al oprobioso régimen del apartheid, nadie le hizo la guerra económica; no hubo leyes Torricelli ni hubo leyes Helms-Burton para el régimen fascista y racista. Todas esas leyes y medidas se adoptan, en cambio, contra el país solidario que ha sido y será siempre Cuba.
Con solo reducir la mortalidad infantil en nuestra patria, de aproximadamente 60 por cada 1 000 nacidos vivos en el primer año de vida a menos de 7, hemos salvado la vida de cientos de miles de niños; hemos preservado la salud de todos los niños gratuitamente, y les hemos garantizado una esperanza de vida de más de 75 años (Aplausos). Más aún, no solo les hemos preservado la vida, les hemos garantizado la educación gratuita a todos (Aplausos), y no educación egoísta y mediocre, sino una educación solidaria y de alta calidad.
En una investigación realizada por una institución de la Organización de Naciones Unidas, la UNESCO, se comprobó que nuestros niños poseen casi el doble de conocimientos que la media de conocimientos que tienen los niños en América Latina (Aplausos).
Hemos salvado igualmente la vida de cientos y cientos de miles de niños en África y en otras partes del Tercer Mundo a lo largo de los años de la Revolución, y hemos atendido la salud de decenas y decenas de millones de personas. Más de 25 000 trabajadores de la salud han participado en esa actividad internacionalista (Aplausos). Eso se llama "violación de los derechos humanos", y por ello debemos ser destruidos.
Nuestra Revolución tiene su historia. Yo no tendría la más mínima moral para hablar aquí si a lo largo de más de 40 años hubiese sido asesinado por la Revolución un solo ciudadano cubano, si en Cuba hubiese existido un solo escuadrón de la muerte, si en Cuba hubiese existido un solo desaparecido; pero digo más, si un solo ciudadano de nuestro país hubiese sido torturado —vean lo que les digo—, si hubiese sido torturado un solo ciudadano en nuestro país. Y eso lo sabe todo el pueblo cubano (Aplausos y exclamaciones), un pueblo rebelde con un elevadísimo sentido de la justicia. No nos habría perdonado ninguno de esos hechos que he mencionado (Aplausos), y ese pueblo ha seguido a la Revolución a lo largo de más de 40 años y ha soportado con estoicismo ejemplar 41 años de bloqueo por parte de los gobiernos del país más poderoso del mundo en el orden político, económico, tecnológico y militar. Y, además, en los últimos 10 años, el doble bloqueo que se produjo después de la desintegración del campo socialista y de la URSS, que nos dejó sin mercados y sin fuente de suministro para adquirir alimentos, combustible, materias primas y otros muchos productos esenciales que pagábamos con nuestros ingresos, y para pagar, desde luego, hace falta comerciar. Si a un país no le compran nada, ese país no puede tener nada con qué comprar al que le priva de sus ingresos.
Tal vez un día la historia hable de cómo pudo Cuba realizar el milagro de resistir (Aplausos); pero, mientras tanto, les aseguro que ningún otro país de América Latina y el Caribe habría podido soportarlo.
Este, donde nos encontramos, es uno de los pocos países que podría autoabastecerse de casi todos los elementos esenciales para la vida. Pero esa no es la situación de un pequeño país aislado, o un país mediano, o incluso un país grande de América Latina. Ninguno habría podido soportarlo 15 días y nosotros lo hemos soportado 10 años (Aplausos), y hace ya varios años, poco a poco, hemos logrado no solo sobrevivir, sino incrementar paulatinamente nuestra producción económica, aunque todavía no hemos alcanzado los índices que teníamos antes del doble bloqueo que nos obligó a lo que llamamos un período especial.
Baste decirles que de 3 000 calorías de consumo diario, más o menos parejo, se redujo de un día para otro a 1 800 calorías. Ahora estamos ya en alrededor de 2 400 calorías.
Pero ni siquiera eso nos impide hacer lo que hicimos. En estos 10 años, incorporamos a nuestra red de salud 30 000 médicos, porque no se cerró un solo policlínico, ni una sola escuela, ni una sola aula (Aplausos).
Jamás en nuestro país tuvieron lugar esas llamadas economías de choque que barren con los hospitales, las escuelas, la seguridad social y los recursos vitales para las personas de menos ingresos. Nosotros soportamos y no se utilizó ni una sola de aquellas medidas, y las que aplicamos para enfrentar una situación tan difícil fueron discutidas con todo el pueblo, no solo en nuestro Parlamento. Nuestro Parlamento existe, a pesar de que muchas personas lo ignoran, y existe con un espíritu democrático del cual nos enorgullecemos, porque son los vecinos los que, en reuniones públicas, postulan a los candidatos a delegados de circunscripción y por votación general y secreta los eligen. Ninguno de ellos es postulado por el Partido. Son postulados libremente por los vecinos —no más de 8, ni menos de dos candidatos, para escoger uno— y los eligen teniendo en cuenta sus méritos y su capacidad.
Estos delegados de circunscripción constituyen las asambleas municipales, y esas asambleas municipales, procedentes de la base, son las que postulan a los candidatos a delegados a la asamblea provincial y a diputados de la Asamblea Nacional, que deben ser también electos por voto directo y secreto y obtener más del 50% de los votos.
Y casi la mitad de esa Asamblea Nacional, de la cual forman parte Alarcón y algunos compañeros de la delegación que estoy viendo desde aquí, está constituida por esos delegados de circunscripción que fueron, como expliqué, postulados y elegidos por el pueblo, sin ninguna intervención de nuestro Partido, cuya única misión es garantizar el cumplimiento de las normas establecidas por nuestra Constitución y nuestras leyes relacionadas con el proceso electoral.
Nadie tiene que gastarse un solo centavo, ni uno solo (Aplausos). Hacen las campañas en conjunto los candidatos de la circunscripción, y también hacen las campañas de conjunto los candidatos a la Asamblea Nacional, postulados por los municipios, según el tamaño de cada municipio, aunque cualquiera de ellos debe contar con un mínimo de dos diputados en el Parlamento. Ese es el procedimiento, el método que hemos ideado para garantizar el principio democrático.
Pero les decía que cuando adoptábamos las medidas para enfrentar la difícil situación del período especial se discutieron todas, primero, en la base, con trabajadores, campesinos, estudiantes y demás organizaciones de masa, en cientos de miles de asambleas, y, después, en la Asamblea Nacional luego de analizadas por la Asamblea Nacional, volvieron a la base para ser discutidas de nuevo, antes de que fuesen aprobadas definitivamente por aquella.
Esas medidas protegían a todos, garantizaban seguridad a todos, y gravaban, fundamentalmente, las bebidas alcohólicas, los cigarros y todo tipo de cosas suntuarias. Jamás medicamentos, alimentos u otras cosas vitales para nuestra población, y a pesar de todo pudimos garantizarle el litro de leche diario a cada uno de los niños hasta siete años de edad (Aplausos), ¿saben a qué costo?, según el cambio oficial, a 1,5 centavos de dólar, un centavo y medio.
Tenemos todavía racionamiento y lo tendremos con respecto a una serie de alimentos; pero una libra de arroz, que cuesta en el mercado mundial de 12 a 15 centavos, sin contar transportación, desde un lugar distante, porque no podemos adquirirlo donde está más cerca, y sin contar tampoco los gastos de transporte interno, distribución y todo lo demás, se le vende a la población —la libra de frijoles al precio de la leche, 1,5 centavos de dólar—, el arroz, a un poco menos de 1,5 centavos (Aplausos).
En nuestro país, por las viviendas en las que residen la mayoría de los ciudadanos se paga 0 centavo de dólar (Aplausos), porque hoy, en virtud de las leyes revolucionarias, más del 85% de las viviendas son propiedad de la familia que las habita (Aplausos), y no pagan siquiera impuestos. El número de viviendas restante, situadas en lugares apartados que resultan indispensables para la industria o los servicios, pagan un modestísimo alquiler o la reciben en usufructo. Por eso cuando algunos dicen que en Cuba tal ciudadano gana 15 o 20 dólares al mes, yo digo: Hay que añadirle equis cantidad que costaría en Nueva York pagar la vivienda, equis cientos de dólares por gastos en educación, otros cientos por gastos en salud, y añado otros crecientes gastos. No es que no seamos pobres o no tengamos necesidades; pero hemos distribuido la pobreza o los recursos con la mayor justeza posible (Aplausos).
Dos o tres ejemplos más. Para ver un partido de pelota importante, por ejemplo, en Baltimore, de acuerdo con nuestra experiencia, cuesta como promedio 19 dólares; a un ciudadano cubano, de acuerdo con el cambio, le cuesta 5 centavos de dólar. Ir a un cine o un teatro, que ustedes en Nueva York saben que cuesta entre 6 y 8 dólares, al ciudadano cubano le cuesta 5 centavos de dólar. Visitar un museo —los que pagan, porque los niños no pagan— cuesta a nuestros ciudadanos 5 centavos de dólar. Por ello ha sido posible soportar las condiciones más duras, a pesar de la crisis, aunque nos faltan todavía muchas cosas.
Los precios de los medicamentos básicos son los mismos que existían en 1959, hace 40 años (Aplausos), reducidos a la mitad, porque una de las primeras cosas que hizo la Revolución fue rebajarlos, y los que reciben esos medicamentos en el hospital no tienen que pagar un centavo (Aplausos); y si necesitan un trasplante de corazón, un trasplante de hígado u otros tipos de trasplante, o costosas operaciones o tratamientos, no tienen que pagar un solo centavo.
Fue lo que la Revolución hizo por el pueblo, lo que generó el heroísmo con que resistió tan colosal prueba no soportada por algún otro país a lo largo de más de 40 años de bloqueo, cuyos 10 últimos fueron con las características que les expliqué. No debe ser por ello extraño que los propios norteamericanos reconozcan que los jóvenes más saludables que emigran a Estados Unidos, de una forma o de otra, son los cubanos; y, además, con mayores niveles de conocimientos que los inmigrantes de cualquier otro país latinoamericano o del Caribe (Aplausos).
A ustedes que con tanta firmeza, frente a tanta calumnia y tanta mentira, han sido solidarios con nuestra patria, me siento en el deber de explicarles estas cosas, sin apartarme un átomo de la verdad.
Ahora bien, nuestro espíritu internacionalista no decayó en el período especial. Es cierto que tuvimos que reducir el número de becas a estudiantes extranjeros, que ascendía en los años ochenta a 24 000 estudiantes. Eramos el país con más elevada cifra de estudiantes extranjeros per cápita, entre todos los países del mundo (Aplausos), sin cobrarles un solo centavo.
Son decenas de miles los profesionales y técnicos de África que estudiaron y se graduaron en Cuba; digo África, aunque también hay de otros muchos países, pero procedían fundamentalmente del continente más pobre. Durante esta década se redujo la cifra.
También, inevitablemente, se redujeron los programas de apoyo a la salud durante algunos años; pero puedo decirles, con satisfacción, que hoy tenemos más médicos y trabajadores de la salud prestando servicios gratuitos en el Tercer Mundo que en ninguna época anterior (Aplausos).
Unas breves palabras sobre esta cuestión. Después del huracán Georges —no me explico por qué le pusieron el nombre del que fuera el principal forjador de la independencia de Estados Unidos y su primer Presidente—, que destruyó mucho y mató a muchas personas, le ofrecimos a Haití, el país más pobre de nuestro hemisferio, los médicos que necesitara (Aplausos). Y cuando pocas semanas después ocurrió lo mismo en Centroamérica con el huracán Mitch, portador de terribles lluvias como consecuencia de los cambios de clima, con efectos muy dañinos, principalmente, porque los bosques han sido talados para exportar madera a los países más ricos, le ofrecimos lo mismo, e incluso enviamos de inmediato cientos de médicos y le propusimos desarrollar planes integrales de salud.
A nuestro juicio, no era solo cuestión de enviar un número de médicos, ayudar durante 15 o 20 días después del huracán y luego marcharse, porque ese huracán mató, según las cifras más elevadas que se mencionaron entonces, más de 30 000 personas. Tal vez las cifras reales, porque muchos de los desaparecidos aparecieron después en algún punto, fueron alrededor de 15 000 víctimas mortales. Nosotros sabíamos que en Centroamérica mueren anualmente, por enfermedades previsibles, más de 40 000 niños —no menciono los adultos—; luego tiene lugar un huracán permanente y silencioso, mucho más terrible que el Mitch, y que mata cada año tres veces más niños que los que mató el Mitch, sin que nadie hable de eso.
Los países los aceptaron, principalmente aquellos que actuaron con un criterio independiente; a algunos se lo prohibieron. Esos programas de salud surgidos entonces continuaron.
Actualmente, en uno de esos países y en los lugares más apartados, donde hay víboras, mosquitos, no existe electricidad, hay alrededor de 450 médicos y trabajadores de la salud, al incluirse algunos técnicos para equipos, algunas enfermeras especializadas, pero casi todos son médicos.
Continúan y se amplían esos programas. No aportamos los medicamentos porque no los tenemos. Los medicamentos son suministrados por los gobiernos de cada país y determinadas organizaciones no gubernamentales; pero los servicios de nuestros médicos son absolutamente gratuitos (Aplausos).
En Haití nuestros médicos atienden hoy —y son varios cientos, aproximadamente igual que los del otro país mencionado— a más de cuatro millones de habitantes; y un grupo de especialistas, en el principal hospital del país y en otros hospitales donde faltaban, atienden a aquellos que lo requieran de cualquier parte del país. Han salvado muchas vidas.
Baste decir que salvar vidas no es tan difícil, si se acude al sencillo procedimiento de las vacunas que cuestan centavos, y, desde luego, si se aplican concepciones de políticas de salud que permiten salvar muchas vidas y curar muchas personas con un gasto ínfimo. Hay millones de vidas de niños que se pierden en el Tercer Mundo por centavos.
Nosotros le ofrecimos solamente a Centroamérica alrededor de 2 000 médicos, a Haití los que necesitara. Pero no solo hicimos eso. En una importante instalación militar de las escuelas de la defensa, y a partir de las reducciones que hicimos en nuestros gastos militares, creamos en Cuba una escuela donde ingresaron alrededor de 1 000 jóvenes centroamericanos, procedentes de lugares apartados y de origen humilde, para estudiar medicina (Aplausos). Seis meses de premédica para nivelarlos; dos años de ciencias básicas en esa escuela, y después cuatro años en algunas de las 20 facultades de medicina que tiene el país, cuyas capacidades, junto a las de ciencias básicas, se elevan actualmente a casi 40 000 alumnos.
Hubo años en que ingresamos en esas facultades 6 000 estudiantes; después, lógicamente, fuimos reduciendo esa cifra. Ahora estudian en ellas no solo estudiantes de medicina, sino también de licenciatura en enfermería, y técnicos para servicios hospitalarios de nivel universitario, además de los estomatólogos. Disponíamos de una buena capacidad.
Ya esa escuela que les mencioné cuenta con más de 3 000 estudiantes, dentro de unos meses, cuando empiece el nuevo curso —unos países terminan el curso de enseñanza media a fines de año y otros a principios de verano—, empezamos a recibir para el curso de nivelación nuevos estudiantes. En marzo ingresarán a esa escuela 1 700 estudiantes, y se alcanzará una cifra de aproximadamente 5 000 alumnos (Aplausos).
Dentro de tres años habrá más de 8 000 estudiantes latinoamericanos de medicina, sin pagar un solo centavo, y tienen, incluso, una alimentación mejor que la de los 40 000 becarios universitarios cubanos que tenemos en nuestras universidades.
En esa escuela también hay en este momento 80 estudiantes de Guinea Ecuatorial, un país de habla española.
Esto es un programa, se llama Escuela Latinoamericana de Ciencias Médicas, pero no cuenta solo con aquella edificación de ciencias básicas y premédica; el programa incluye todas las facultades de medicina de todo el país.
No cuento que en Santiago de Cuba tenemos más de 200 alumnos haitianos, excelentes estudiantes, que allí hicieron su curso de nivelación e iniciaron sus estudios de medicina. Cada año recibiremos alrededor de 80. Tampoco incluyo los jóvenes estudiantes caribeños de medicina en la facultad de Cienfuegos. En total debe haber en este momento —voy a ser conservador— algo más de 4 000 estudiantes de América Latina y el Caribe estudiando medicina. En breve tiempo habrá 10 000 (Aplausos). Eso puede hacerlo nuestro país a pesar del bloqueo, de forma absolutamente gratuita y con adecuadas condiciones de alimentación y de vida, con sus equipos de laboratorio, textos, ropa, por supuesto, y otros gastos, incluido el transporte de la propia escuela.
La matrícula se extendió a estudiantes de toda América Latina como una forma de unión, de hermandad, de intercambios culturales.
Esa escuela tiene sus grupos culturales por países. Saldrán con conocimientos amplios sobre el resto de las naciones, y se trata, principalmente, de crear una nueva concepción, una nueva doctrina de cuál debe ser el papel del médico en la sociedad, porque en las capitales y en las ciudades grandes de América Latina existen médicos de sobra, pero no han sido educados todos en la idea de cuál debe ser el deber de un médico (Aplausos). El número de estudiantes no importa tanto como las ideas que presiden este programa.
Pues bien, no se imaginan ustedes con qué ansiedad estudian esos jóvenes, qué aplicación, más incluso que nuestros propios alumnos, que están acostumbrados a recibir todas esas oportunidades de la misma forma que ven aparecer el Sol cada día. Aquellos jóvenes proceden de lugares muy pobres y estudiar medicina era un sueño para ellos. Los resultados son excelentes, ¡qué magníficos médicos se van a formar en esas escuelas! Realmente nos sentimos compensados por el esfuerzo que ellos realizan.
¿En África qué hacemos? Imposible traer decenas de miles de africanos. Miren, África, para tener un médico cada 4 000 habitantes, necesitaría alrededor de 160 000 médicos. Cuba tiene 1 cada 168 habitantes y gradúa 2 000 por año.
África subsahariana, para tener 1 por cada 1 000, necesitaría 596 000 médicos aproximadamente. ¿Cómo los va a formar? ¿Cuál es la solución que estamos aplicando con los Programas Integrales de Salud para el África? Tenemos una disponibilidad de 3 000 médicos para el África subsahariana. Su primera tarea, dondequiera que no exista una facultad de medicina, es crearla de inmediato (Aplausos), recogiendo bachilleres e iniciando un curso de nivelación de seis meses. Así lo acabamos de hacer en Gambia, donde hay 158 médicos cubanos (Aplausos). Nos pidieron 90 más y se los ofrecimos. Fue el primer país de África donde se iniciaron los planes integrales de salud. Tenían 30 médicos gambianos para 1 200 000 habitantes.
El segundo lugar fue Guinea Ecuatorial: ya han creado allí también la facultad de medicina. Hay igualmente en ese país más de 100 médicos cubanos.
Una escuela de medicina que habíamos creado hace muchos años en Guinea-Bissau y que fue destruida por una reciente guerra civil con intervención extranjera, no han podido todavía reconstruirla, pero nos pidieron que los estudiantes de quinto y sexto año continuaran los estudios en Cuba. De inmediato fueron admitidos (Aplausos), pero como se ha retrasado la reconstrucción de la escuela, hace algunas semanas nos pidieron que trajéramos los de primero, segundo, tercero y cuarto. Les dijimos: "Envíenlos de inmediato." Así que en ninguno de esos casos esos muchachos se quedarán sin sus estudios.
Esa es la línea que estamos siguiendo. Hay que formar cientos de miles de médicos africanos. Nadie se ocupa de eso. Hay una parte del mundo muy rica a la que solo interesa el petróleo, los diamantes, los minerales, los bosques, el gas, la mano de obra barata, y más nada. De donde la situación de ese hemisferio es hoy peor que la que existía en la época de la colonia, ¡mucho peor! La población se ha multiplicado. La situación es terrible.
Ayer en Naciones Unidas se estaba hablando del SIDA. Eso es capítulo aparte. Si ustedes me lo permiten, les hablo luego de eso (Aplausos).
¿Por qué me he extendido un poco en este tema de la medicina? Se lo explico. Nosotros, a todos los países del Caribe, les hemos concedido gratuitamente las becas que soliciten para cualquier carrera universitaria. Son muchos los países del Caribe, pero la población total no es numerosa. Ellos hablan inglés. Descubrí hace poco algo que me dejó admirado: nos visitaron varios representantes del Caucus Negro —hablo de esto porque ellos hablaron del tema a la prensa es la primera vez que yo menciono esto públicamente—, y un legislador de Mississippi —por un distrito de ese estado— al que yo le hablaba de estos programas me dijo: "Óigame, yo tengo muchos lugares en mi distrito que no tienen un solo médico." Le digo: "¡Cómo! Ah, ahora me doy cuenta de que ustedes son el Tercer Mundo de Estados Unidos" (Aplausos y exclamaciones). Y le dije: "Estamos dispuestos a enviarles algunos médicos gratuitamente, igual que lo hacemos con otros países del Tercer Mundo."
Yo me di cuenta así como de repente. Uno siempre oye hablar de la riqueza de Estados Unidos, del Producto Interno Bruto que supera los 8 millones de millones de dólares, etcétera, etcétera, etcétera, y de repente me encuentro con un miembro respetado de la Cámara que dice que a su distrito le faltan médicos. Por eso le respondí: "Podemos enviarlos." E inmediatamente le añadí: "Algo más: mire —me acordé de las escuelas—, estamos dispuestos a conceder un número de becas para jóvenes pobres de su distrito que no puedan pagar los 200 000 dólares que cuesta una carrera universitaria (Aplausos y exclamaciones). Cuando regresaron hablaron de este problema, y nos han dicho que están estudiando la cuestión de las becas, pues siempre existe un problema de compatibilidades relacionadas con el sistema de formación profesional de cada país.
Yo les aseguro que nuestros médicos tienen una excelente preparación. Comienzan desde el primer año a tener contacto con los médicos de la familia y los policlínicos durante seis años realizan no solo estudios teóricos con excelentes profesores y los medios técnicos necesarios, sino también prácticos, en constante contacto con los centros hospitalarios. Nuestras 20 facultades —en realidad son 22, pero 2 son solo de ciencias básicas— fueron construidas en las inmediaciones de los más importantes hospitales del país en todas las provincias. Allí mismo realizan sus prácticas docentes y allí mismo estudian sus especialidades, sin salir de la provincia para estudiar en la capital.
El representante me comenta que esa es la situación de otras minorías, y me habló de chicanos, de las reservaciones indígenas y de otras zonas del país, y no solo de latinos o inmigrantes, sino de ciudadanos nacidos en Estados Unidos. Yo le dije: "Ese es un país muy grande, enorme, nosotros no podríamos hacer allí lo que hacemos con otros países. No sé a cuántos habitantes asciende el Tercer Mundo de ustedes, pero imagino que pueden ser unos 30 o 40 millones" (Aplausos).
¿Quieren que les diga una cosa? Disponemos de médicos para unos cuantos millones, pero no me atreví a ofrecerle más, pues tenemos muchos compromisos. Le dije: "Esto no va a resolver el gran problema de ustedes, pero estoy seguro de que si ustedes necesitan médicos y solicitan visa para que esos médicos viajen, será imposible que las autoridades les nieguen la visa a esos médicos. Si no, cómo van a justificar los miles de médicos que nos han robado, los 3 000 que se llevaron en los primeros años —la mitad de los 6 000 que teníamos, ¡la mitad!—, y más de la mitad de los profesores universitarios. Se quedaron realmente 3 000 médicos patriotas (Aplausos) y con ellos organizamos nuestros planes, aceptamos el reto. Hoy tenemos 67 500 (Aplausos), más de 20 por cada uno de los que se llevaron en los primeros años. Eso es fruto del tesón y de la voluntad de hacer las cosas (Aplausos).
¿Y qué ocurre en la actualidad? Hay una política para promover la deserción de nuestros médicos que cumplen misiones internacionalistas. Hace unas cuantas semanas dos de los 108 médicos que tenemos en Zimbabwe atendiendo hospitales provinciales, porque no tienen médicos suficientes, ya que el apartheid en Rhodesia no preparó médicos negros y aquella Rhodesia, hoy Zimbabwe independiente, después de más de 20 años, tiene muchos hospitales sin médicos. Nosotros repartimos en casi todas las provincias un equipo de por lo menos 8 o 10 médicos: especialistas en medicina general integral, cirujanos, ortopédicos, anestesistas, radiólogos y algunos técnicos para reparar equipos (Aplausos).
Dos de esos médicos, evidentemente atraídos por el millón de millones de dólares que se gasta cada año en propaganda para exaltar el consumo y que dan lugar siempre a que algún porcentaje deserte y se vaya, desertaron. Para honor de nuestro país debemos decirles que, de todos los que están cumpliendo estos Programas Integrales de Salud, ha desertado solo el 1,6% de los médicos —aunque duele (Aplausos).
Aquellos se fueron nada menos que a la oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados. De inmediato, los mismos personajes que tanto lucharon en el Congreso por la retención del niño Elián en Estados Unidos acudieron al gobierno a pedir visa para aquellos dos médicos. Nadie se acordó de los niños, los enfermos abandonados, los ciudadanos que aquellos médicos atendían y las vidas que salvaban. Lo importante era la publicidad: ¡hemos pescado dos médicos cubanos! Y lo mismo ha hecho la mafia cubano-americana, como llamamos nosotros a eso que nunca debió llamarse Fundación, puesto que derivó en una organización terrorista (Aplausos y exclamaciones). De eso se ocupa la misma en Guatemala, en Honduras, en Belice, en Haití, en Guyana, en Paraguay, en los 13 países donde hoy se llevan a cabo estos programas, que se extenderán —calculo— a 30 o 40 países principalmente de África: ¡cómo logran robar cerebros!
Yo le decía al representante norteamericano: "¿Cómo podrían negarte la visa, con qué argumentos, con qué moral, si están haciendo estas cosas?" (Aplausos.)
¿Acaso para enviar a esos médicos tendríamos que acudir a la Ley de Ajuste Cubano, que nosotros llamamos ley asesina por los miles de vidas que cuesta, a partir de un privilegio que no se les concede a ningún otro latinoamericano y a ningún otro ciudadano del mundo, sino solamente a los cubanos, para promover desestabilización, desorden y materia prima para la publicidad contra Cuba?
Desde luego, no lo haríamos, se trata de un tema serio. Yo tengo esperanza de que, si ciertamente los legisladores del Caucus Negro o de las minorías hispanas —como les llaman—, o representantes de la población indígena, solicitaran un grupo de médicos, que no les costarían nada al contribuyente ni al Tesoro norteamericano, creo, pienso, que el gobierno de Estados Unidos no les negaría la visa. Es lo que pienso. No le veo lógica a otra actitud.
Van a discutir, como es lógico, el nivel de preparación. Estoy absolutamente seguro de que los médicos que enviemos, en ese caso pueden ser objeto de examen riguroso por parte de cualquier tribunal justo, y pasarían todas las pruebas necesarias para cumplir con honor esa misión.
Es más fácil todavía enviar a los estudiantes de medicina. Ellos están en esa tarea, y desde aquí puedo afirmar que estamos dispuestos a recibir a 250 estudiantes por año procedentes del Tercer Mundo norteamericano (Aplausos). Aprenderán, además, español, y se relacionarán con jóvenes de todo el hemisferio, a los que trasmitirán lo que conocen sobre Estados Unidos y la cultura norteamericana. Ellos les mostrarán la cultura de todos sus países.
Y ya que mencioné una cifra, se trata de 250 becas por año pero en el primer curso de premédica, que comienza en marzo, podemos ofrecerles 500 para incluir otras minorías. La selección no correría por parte nuestra; correría por parte de los representantes que deseen ayudar a jóvenes humildes de sus distritos a estudiar medicina, con el compromiso de regresar a sus lugares de origen cuando se gradúen como médicos (Aplausos).
Ahora les quiero añadir algunas cosas, y, para que no se impacienten, al final les hablaré algo del niño Elián, y concluiré después. Debo ver la hora (Mira su reloj), ya llevamos un rato aquí, espero que no se prolongue demasiado.
Decía que la situación sanitaria de África es desastrosa, pero lo más terrible es que una nueva plaga amenaza —vean lo que les digo— con exterminar naciones enteras de ese continente. Algo más: amenaza con exterminar la población del África subsahariana, que tiene 596 millones de habitantes.
Hablo con toda seriedad y con toda reflexión. No quiero ser alarmista, pero de memoria les voy a decir: De los 35 millones de personas infectadas de SIDA en el mundo, 25 millones son africanos. En la actualidad —yo tengo datos por distintas fuentes y sobre todo por mis conversaciones con el responsable del programa ONUSIDA de Naciones Unidas, quien está consagrado al problema— están muriendo algo más de 2 millones de ciudadanos africanos cada año a causa del SIDA, y son, como es de suponer, gente joven y madres en la edad de reproducción, y por cada 2 que mueren, se infectan 5. Han muerto ya 19 millones, hay 12 millones de huérfanos y se calcula que en los próximos 10 años la cifra alcanzará 42 millones.
Está distante de encontrarse una vacuna.
Y yo me pregunto: ¿Cómo un país pobre del Tercer Mundo puede desarrollarse en situaciones como algunas donde el 30% de la población está infectada de SIDA y carece de médicos, de medicamentos, de infraestructura? ¿Cómo atender a 42 millones de niños huérfanos? Y lo terrible: entre los 19 millones que han fallecido, una cifra elevada son niños que se contagiaron del virus al nacer, y también por supuesto muchas madres. ¿Cómo pueden alimentarlos, con la cantidad de personas desnutridas, con el hambre que existe en muchos de esos países?
Hace unas cuantas semanas se produjo una reunión en Durban, Sudáfrica, y allí hablaron representantes africanos y representantes de países industrializados. Estos dijeron que había que hacer un esfuerzo por enfrentar el problema, que era terrible. Entonces me dije: Acaban de descubrir el SIDA en África, o parece que lo acaban de descubrir. Hablan de medidas a tomar, qué hacer con las empresas productoras de medicamentos para reducir el costo y qué dineritos dar para ayudar. Se habló de mil millones, o mil y tantos millones. Muy bien. Pero baste señalarles que si reducen a 1 000 dólares el precio de los 10 000 que cuesta cada tratamiento para cortar la enfermedad, o empezar a cortarla, necesitarían 25 000 millones de dólares anuales; si el precio fuera de 5 000 dólares necesitarían 125 000 millones de dólares, y con el actual precio harían falta 250 000 millones de dólares.
Ahora hay que ver cuánto se acuerda, cuánto tiempo se van a tardar en poner en práctica un programa, cuántos millones se van a infectar, cuántos millones se van a morir y cuántos millones va a aumentar el número de huérfanos.
Les aseguro que con la cooperación de los países industrializados se podría resolver un problema fundamental, que es al que me iba a referir cuando hablara sobre lo que plantearon varios representantes africanos: "¿Para qué? ¿Para qué, si no tenemos infraestructura para aplicar esos medicamentos?" Estos están constituidos por un número de pastillas a tal hora, en tales circunstancias. Eso no es una aspirina, que uno la toma cuando tiene un dolor de cabeza. Pensé mucho en eso.
En la mesa redonda de ayer muchos representantes africanos hablaron del SIDA, y yo, recordándome de lo planteado en Durban, dije: "Si los países industrializados aportan el dinero para los medicamentos, nuestro país por la experiencia adquirida con el trabajo de decenas de miles de médicos en el Tercer Mundo, puede organizar en un año esa infraestructura para combatir el SIDA y otras enfermedades (Aplausos). Y no se preocupen por cuestiones políticas, porque nuestros médicos tienen la instrucción rigurosa de atenerse, por encima de todo, a una regla: No hablar jamás de política, ni de religión, ni de filosofía." A esa regla se atienen. Si hay un pastor de cualquier iglesia evangélica, trabajan con el pastor. El pastor no quiere que se le mueran sus niños ni su gente y coopera, él puede ayudar mucho en los programas de salud, persuadir a la gente de adoptar determinadas medidas. Si están con un pastor de otra iglesia, si es un representante musulmán o jefe espiritual de una religión africana, ocurre lo mismo. Ellos no quieren que se les mueran los niños. Si se trata de un sacerdote católico, exactamente igual, él no quiere que se le mueran los niños ni las familias de la parroquia. ¿Quién se va a oponer a eso?
Cuando tan terrible epidemia avance, no podrán trabajar, no podrán siquiera producir alimentos, no alcanzarán jamás las pocas camas hospitalarias que tienen, porque el SIDA induce a otras enfermedades terribles.
A tal calamidad sanitaria se añaden cientos de millones de casos de infección o reinfección de paludismo, que mata anualmente a un millón de personas, y 3 millones que fallecen a causa de tuberculosis, enfermedad que se relaciona incuestionablemente con la desnutrición y el VIH. Ya dije que solo el 1% de lo que se gasta en el mundo en programas de investigación de salud se utiliza en investigar enfermedades del trópico.
La infraestructura podría prestar otros servicios médicos, no solo la aplicación de los medicamentos del SIDA. Si hay medicamentos y vacunas para atender o prevenir otras enfermedades que causan muchas víctimas se pueden también enfrentar, se dan los servicios y esos sí que son bastante económicos. Nosotros podríamos enviar un mínimo de 100 médicos a cada uno de los países del África subsahariana, donde las necesidades sean mayores.
Esos médicos organizan la infraestructura, dirigen, preparan jóvenes. Si les asignan jóvenes ayudantes de 15 años de edad, con sexto grado, con los textos correspondientes, los pueden convertir en enfermeros en la mitad del tiempo que necesita una escuela de enfermería; si quieren preparar especialistas en ortopedia, cirugía y otras ramas, los pueden preparar en la mitad del tiempo que se emplea en una residencia hospitalaria. De modo que esos médicos podrían hacer muchas más cosas que crear la infraestructura: preparar decenas de miles de personas calificadas. Y en adición a ello, la creación de facultades universitarias de medicina en los países donde no existan. Cuba no cobraría un solo centavo por esos servicios, ni esperaría años para ponerlos en práctica (Aplausos).
Dirán que no hay dinero. Se podría sacar un poco del que se gasta en publicidad, que incita al consumo no solo en las sociedades desarrolladas, sino también a miles de millones de ciudadanos que viven en países subdesarrollados donde no pueden disfrutar prácticamente de ningún consumo, y un poco de los gastos militares, que son 800 000 millones (Aplausos).
Pueden hacer una edición mundial de bonos para que mucha gente buena y que no conozca esto pueda adquirir bonos como parte de la contribución, y algo más: un pequeño impuesto a las operaciones especulativas, y sobraría el dinero no solo para eso, sino prácticamente para desarrollar a ese Tercer Mundo. Es necesario, es absolutamente elemental.
¿Por qué no se hace eso? ¿Por qué se habla tanto de derechos humanos cuando están ocurriendo todas estas calamidades en el mundo? ¿Quiénes son los responsables de que mueran decenas de millones de personas que pudieran salvarse cada año, entre ellos niños —de los que perecen más de 11 millones—, adolescentes, jóvenes y adultos, que mueren también por falta de la adecuada asistencia, o que mueren por una enfermedad que no se atiende a tiempo, o por alguna malformación que puede resolverse, o por una operación quirúrgica u ortopédica en caso de accidentes? No se sabe cuántos mueren que pueden salvarse, o a cuántas personas de edad avanzada se les podría prolongar la vida.
A una persona que vive 50 años —ustedes conocen a muchas y tienen muchos familiares— le gustaría vivir 10 años más, 20 años más, 30 años más; y las personas de 70 años desean vivir 5, 8 o 10 años más; o personas de mi edad, de 74, de esa que ustedes recordaron hoy, desearían vivir 4 o 5 años más y hasta 10, para ver cómo evoluciona el mundo y si algunas de las predicciones se cumplen.
En mi caso, realmente, me gustaría, por aprovechar un poco más la experiencia adquirida durante mucho tiempo luchando por servir al pueblo (Aplausos). Los adversarios hablan de "Castro en el gobierno hace equis años", "la dictadura de Castro", "la tiranía de Castro", "que está en el poder y no quiere dejar el poder" ; no se sabe cuántas cosas más. El poder si no es para hacer algo, para hacer el bien, no sirve para nada en absoluto, y sería loco desearlo (Aplausos).
Además —como les he explicado a muchos visitantes—, tengo muy pocos poderes constitucionales y legales, mínimos. Yo no nombro embajadores. En todas partes del mundo el Presidente del país nombra a los embajadores, nombra a los ministros. Yo no nombro a los ministros, yo no nombro a ningún cargo del Estado. Los embajadores que se proponen los propone una comisión que analiza todos los cuadros y los propone, los someten al Consejo de Estado, que tiene que aprobarlo —son 31 miembros—, y a mí me corresponde, al final, firmarlo.
Lo mismo que los indultos, o conmutación de pena en caso de la sanción más severa, tienen que ser discutidos por los 31 miembros del Consejo de Estado.
Pero a mí no me importa, ni necesito eso. Pienso que un gobernante o alguien que dirija no necesita cargos, lo que necesita es autoridad moral, lo que necesita es poder moral (Aplausos).
A lo largo de 41 años, solo una vez se produjeron en la Ciudad de La Habana, cerca del puerto, determinados desórdenes públicos. Estaban asociados al aviso que enviaron por radio de que un grupo de naves procedentes de Estados Unidos se acercarían para recoger inmigrantes. Conocían que nosotros no disparábamos ni intentábamos interceptar naves con personas a bordo. Cuando comenzaron a venir lanchas rápidas procedentes de Estados Unidos en operaciones de contrabando, una de ellas se situó junto a la costa, al este de La Habana; el personal de vigilancia, sorprendido por aquel hecho inusitado, le da el alto y dispara. Hubo algunos heridos, no sé si algún muerto.
Otra vez un tractor —llevaba una carreta con gente hacia la costa— trató de aplastar a un policía que se le puso delante y otros que le acompañaban dispararon: hubo algunos heridos y algunas bajas. Eran ya dos veces.
En otra ocasión, una arenera secuestrada se la llevaban con personal a bordo —todo esto estimulado por la Ley de Ajuste—, una lancha de vigilancia hizo algunos disparos; por suerte, no le dieron a nadie.
De inmediato una instrucción directa a todas las fuerzas de guardafronteras y a todas las autoridades: "No disparar contra ni tratar de interceptar ninguna embarcación con personas a bordo que intenten salir, aunque estén en el medio de la bahía."
Entonces, hasta la lancha de Regla, que muchos de ustedes saben que es un medio de transporte entre La Habana Vieja y el municipio de Regla, era objeto de secuestros. Venía alguien con un revólver y varios cómplices a bordo, reducían al conductor y por el mismo puerto salían. Nadie las tocaba.
El famoso incidente de que hablan con el remolcador 13 de Marzo tiene su historia detallada y completa. Nosotros ordenamos una investigación meticulosa en todos los aspectos. Lo que ocurrió fue que había un lugar donde estaban los remolcadores que prestan servicios al puerto. Lo asaltaron, neutralizaron a los que lo custodiaban, destruyeron las comunicaciones y partieron con él. Tres de los propios trabajadores del centro se montaron en otro remolcador, otros tres o cuatro —no tengo ahora la cifra exacta— se montaron en otro, de noche, sin decirle nada a nadie, y se fueron con los dos remolcadores para tratar de interceptar al que se llevaban. Nadie sabía nada, ya habían pasado horas incluso desde el momento en que se produjo el robo del remolcador.
Tan pronto se conoció el hecho por las autoridades pertinentes, se dieron instrucciones inmediatas a los guardacostas de acercarse a la ruta que llevaban para evitar un accidente y ordenar el regreso de los remolcadores que habían salido para tratar de interceptarlo.
Era de madrugada, mar agitado y olas fuertes. Antes de que llegara un guardacostas, que por suerte salvó a casi la mitad de los que iban en la embarcación secuestrada, ya que el mismo poseía salvavidas, cuerdas y otros medios para socorrer y rescatar náufragos, se había producido un choque entre uno de los dos remolcadores que trataban de interceptarlo con la popa del remolcador robado que se fue a pique. Los pocos tripulantes de aquellos rescataron a varios de los náufragos, a pesar de carecer de medios adecuados y con temor de ser ellos mismos secuestrados. No tardó en llegar el guardacostas que, aun en aquellas condiciones difíciles y en medio de la oscuridad de la noche, pudo salvar a 25 personas. Esa es la historia real de lo sucedido. Ah, pero había que inventar mentiras y crear una cínica leyenda sobre el caso.
Les aseguro que no estoy exagerando ni alterando un átomo los hechos; sentiría infinita vergüenza si tratara de justificar algo que constituyese un acto infame. Jamás ha sido esa nuestra línea de conducta.
En Estados Unidos deben quedar muchos de los 1 200 prisioneros que capturamos en Girón. Ninguno de ellos puede decir que le dieron un culatazo, a pesar de que habían muerto más de 100 compañeros y cientos habían resultado heridos. Yo estaba allí, no fue algo que me contaron, yo mismo participé, realmente, en la recogida de prisioneros. Hasta pasé ante una escuadra de los invasores que estaba armada detrás de unos manglares —iba por un camino cerca de la orilla—, me vieron a pocos metros, nadie disparó.
Hay momentos de una batalla en que la moral de un adversario se pierde totalmente y ninguno vuelve a disparar un tiro. Ellos después en el juicio lo alegaron como un mérito, para que se les tuviera en cuenta que le pasé por delante a la escuadra con armas automáticas y no me dispararon. Muchas gracias, se lo agradezco muchísimo. No habría cumplido estos 74 años, así que les estoy agradecido (Aplausos); pero ninguno puede decir que fueron maltratados, y habían invadido a nuestra patria armados y enviados por una potencia extranjera.
Si hubiese ocurrido al revés, ustedes saben que, cuando menos, los habrían sancionado a cadena perpetua. Y aquí no es muy fácil que liberen a nadie con cadena perpetua, porque aquellos puertorriqueños que llevaban muchos años en prisión y fueron puestos en libertad recientemente (Aplausos), debieron sufrir mucho antes de ver el fruto de una larga lucha solidaria. Yo no sé el número exacto de años que estuvieron en prisión, tal vez algunos de ustedes me lo puedan decir (Le dicen que 20 años).
Hermanas y hermanos, yo les aseguro que en Cuba, cuando algunos de los mercenarios que son pagados desde el exterior por realizar actividades subversivas apenas llevan tres meses presos, llueven las presiones y las cartas de todas partes, en virtud de planes y mecanismos programados de antemano, para que los pongan en libertad. ¡No se sabe a cuántos contrarrevolucionarios justamente sancionados hemos puesto en libertad!, porque la lucha ha sido larga.
Al principio de la Revolución había 300 organizaciones contrarrevolucionarias que hacían terrorismo, y cuando en esa sola acción capturamos 1 200 prisioneros, no estuvieron ni dos años en prisión. Les planteamos a los que los enviaron: "Miren, si pagan una indemnización en medicinas y alimentos para niños, los ponemos a todos en libertad." Unos cuantos de ellos cometieron después crímenes, mataron a compañeros nuestros con bombas y atentados. Si hubiesen estado presos 30 años se habrían salvado las vidas de muchos compañeros; pero ese riesgo no influyó, y un día un barco cargado de "héroes" arribó a Estados Unidos sin problemas. Les entregaron una bandera, creo que se la entregó el Presidente de entonces o a la inversa, para que la desplegaran un día en una Cuba libre. Ellos en realidad no pudieron salvar ni bandera, ni gallardete, ni armas, ni nada. De eso hace muchos años.
Después de aquellos episodios he hablado con unos cuantos de los que estuvieron en aquella expedición, habían cambiado de criterio, de pensamiento y son otras personas. El hombre puede cambiar.
Les mencioné el ejemplo de lo ocurrido en Girón, porque demuestra la continuidad de la política que seguimos desde la guerra en la Sierra Maestra. En los primeros combates, los soldados adversarios luchaban hasta el último cartucho, creían que los íbamos a matar. Después no fue así. En el transcurso de la guerra, hicimos miles de prisioneros. A los heridos los atendíamos con prioridad sobre nuestros propios heridos. Jamás se fusiló a un prisionero, jamás se golpeó a uno solo de ellos. La Cruz Roja Internacional es testigo. Ellos tienen las listas y los expedientes de los cientos de prisioneros que les capturamos en la última ofensiva contra el frente número 1, en el verano de 1958; en ellas se puede investigar si hubo un soldado golpeado, si hubo un soldado fusilado.
Ellos eran nuestros suministradores de armas. Se los llevaban de ahí para otra provincia, y cuando llegaban las columnas y se veían perdidos en algún combate, entonces no luchaban, como al principio, hasta el final. Con más exactitud hay que decir que como regla lucharon siempre, no dejaban de hacer fuerte resistencia; pero cuando veían perdida la batalla, se rendían. Así hubo soldados que se rindieron tres veces. ¿Por qué? Porque había una política con el enemigo igual que había una política con la población. Ellos llegaban matando civiles, quemando casas, robando todo, no pagaban nada. Nosotros llegábamos pagando cada cosa que comprábamos. Si no había nadie, le dejábamos el dinero con un vecino o en otro lugar, y en todo el tiempo que duró la guerra, en el frente número uno de la Sierra Maestra, que fue de donde salieron todas las columnas con la misma doctrina de guerra, la misma doctrina política, no recuerdo un solo caso de algún combatiente nuestro que le haya faltado el respeto a la esposa o a la hija de una familia campesina.
Después que fuimos dispersados, a partir de siete hombres armados, se ganó la guerra en menos de 24 meses luchando contra fuerzas que tenían 80 000 hombres entre soldados, marineros y policías, con el apoyo de todo el pueblo. ¿Por qué? Porque defendíamos una causa justa, en primer lugar (Aplausos); y, en segundo lugar, porque teníamos una política para los campesinos y el pueblo en general, y una política para el adversario. Sin esa política, no habría sido posible la victoria, ni en 2 ni en 30 años, suponiendo que las demás cosas se hicieran más o menos bien.
Esas tradiciones se conservan hasta hoy. Pueden interrogar a sudafricanos que estuvieron prisioneros de nuestras tropas si alguien los golpeó, si uno solo de ellos fue fusilado, porque nuestra política de guerra nosotros la propagábamos y la trasmitíamos a todos aquellos con los cuales cooperábamos, y no digo más sobre esto, porque hay muchos lugares donde los combatientes se matan unos a otros. Es así.
En nuestro caso, ni en nuestra guerra, ni en las misiones internacionalistas, jamás fue golpeado ni fusilado un prisionero. De todas estas cosas que les digo hay testigos vivos. Eso, desde luego, es lo que da moral y autoridad.
Cuando se produjeron aquellos desórdenes en la capital el 5 de agosto de 1994, hasta la policía estaba sorprendida. Nunca había ocurrido. Grupos de civiles que sumaban varios cientos de personas comenzaron a lanzar piedras a vidrieras, a las casas; la gente estaba medio desconcertada. Conocí la noticia, iba para mis oficinas y me dicen: "Está pasando esto." Digo: "Que no se mueva una sola unidad." Alerto a la escolta —nueve hombres que iban conmigo—, había solicitado tres yipis —quería ir en yipi, no en un carro de seguridad, ni carro blindado, ni nada parecido—, llegaron los yipis. Con los nueve de la escolta, un compañero que está por aquí que trabajaba entonces conmigo y ustedes lo conocen, Felipe Pérez Roque, en la actualidad nuestro brillante ministro de Relaciones Exteriores (Aplausos), y el compañero Lage, que se nos unió en el camino, sumábamos en total 12 personas.
Marchamos hacia el lugar de los tumultos. La escolta tenía órdenes terminantes de no usar las armas. Al llegar bajé, caminé a pie e inmediatamente reaccionó la población, en cuestión de minutos cesaron los disturbios y hasta los mismos que lanzaban piedras se contagiaron y marcharon con una enorme masa, llegamos hasta el Malecón y regresamos a pie por esa vía. Ese es y será siempre el estilo de la Revolución (Aplausos).
¡Jamás se ha visto en nuestro país un carro de bomberos lanzando chorros contra el pueblo, jamás se ha visto hombres con una escafandra que los hace parecer ciudadanos venidos de otro planeta, con no se sabe cuántas cosas arriba, reprimiendo manifestaciones y utilizando métodos brutales! En nuestro país jamás ha ocurrido eso. Le pagaríamos un gran premio al que pudiera mostrar una sola imagen.
Recuerdo que en los primeros años de la Revolución había 300 organizaciones contrarrevolucionarias, bandas armadas en todo el país, miles de personas en prisión y cuando iba de visita a la Isla de Pinos, actual Isla de la Juventud, me reunía con aquellos presos, que estaban trabajando en los campos con machetes, hachas, de todo, y hablaba con ellos. ¡Jamás intentaron agredirme!
Con los que invadieron por Girón varias veces me reuní, hasta a la prisión llegué cuando fueron sancionados. ¡Ninguno cometió siquiera una falta de respeto!
No se sabe lo que vale tener una ética y una línea de conducta digna. Esa es la fuerza más poderosa de la que se pueda disponer (Aplausos).
Ya les hablé de los viajes: todo tipo de amenazas. Les dije incluso que me gustaría vivir algunos años más; pero también les puedo asegurar con toda honestidad que no cambiaría un solo principio, no aceptaría un solo deshonor, no aceptaría una sola amenaza a cambio de la vida (Aplausos).
Por eso les conté que era feliz cuando inicié el viaje hacia este país, más bien hacia Nueva York —yo no tengo visa para visitar el país—, solo Nueva York, y dentro de las 25 millas, ni un milímetro más. La satisfacción nacía del desprecio a la lluvia de amenazas y el deseo de encontrarme con ustedes.
Tal vez estos elementos de juicio que les he ofrecido sean útiles para quienes han sido tan valientes y solidarios como ustedes.
Les hablé de los graves problemas sociales del Tercer Mundo. Pero hay también problemas sociales serios incluso en un país tan rico como este, el más rico del mundo. Quiero mencionar algunos.
Treinta y seis millones de personas, el 14% de la población, viven por debajo del nivel de la pobreza, para una tasa dos veces superior a la de otros países desarrollados. El doble que en Europa o Japón.
Cuarenta y tres millones de personas no tienen acceso a seguros de salud, y otros 30 millones tienen una cobertura médica tan débil que resulta prácticamente inexistente.
Hay 30 millones de analfabetos y otros 30 millones de analfabetos funcionales. No son inventos de Cuba, son datos oficiales de los organismos internacionales.
Entre la población negra, la tasa de pobreza alcanza más del 29%; la de toda la población es del 14%. La tasa de pobreza de la población negra es, por tanto, más del doble que la de la población general de Estados Unidos. Entre los niños negros ese índice alcanza el 40%. En algunas ciudades y áreas rurales de Estados Unidos supera el 50%.
A pesar de la expansión económica, las tasas de pobreza de la sociedad norteamericana son de dos a tres veces superior a las de Europa Occidental. El 22% de los niños norteamericanos viven en la pobreza. Son cifras oficiales.
Solamente el 45% de todos los trabajadores del sector privado disfrutan de una cobertura de seguridad social.
Se estima que un 13% de la población total norteamericana no sobrevivirá o sobrepasará los 60 años.
Las mujeres ganan aún solamente un 73% de lo que ganan los hombres en trabajos comparables y constituyen el 70% de los trabajadores empleados a tiempo parcial, los cuales no tienen derecho a ningún tipo de beneficio social.
El 85% de los nuevos trabajadores dedicados a más de un trabajo, entre 1981 y 1995, fueron mujeres.
El 1% más rico de la población, que en 1975 era propietario del 20% de los bienes, ahora posee el 36%. Crece la diferencia.
Entre los 3 600 condenados a la pena de muerte que pueblan en este momento los corredores de la muerte de las prisiones norteamericanas, no hay un solo millonario, no hay una sola persona que pertenezca a la clase media alta. Uno podría preguntarse por qué. Ustedes tal vez puedan responder mejor que yo. No estoy acusando a nadie, digo lo que pasa.
Al parecer, hay que alcanzar la categoría de millonario para adquirir la decencia y la disciplina necesarias para no ser jamás sancionado a una pena de esta índole.
Hay otros datos que son un poquito duros, pero debo decirlos.
En toda la historia de Estados Unidos no ha habido un solo hombre blanco que haya sido ejecutado por haber violado a una mujer negra (Aplausos).
Sin embargo —esto es histórico—, mientras la violación fue considerada un crimen capital, de las 455 personas ejecutadas por violación, 405 eran negros; es decir, 9 de cada 10.
En el estado de Pennsylvania, por ejemplo, allí donde se proclamó en 1776 la Declaración de Independencia, solo el 9% de la población total es afronorteamericana; el 62% de los condenados a muerte, es decir, una proporción siete veces mayor, es de la raza negra.
Otro puntico. Más del 90% de los 3 600 condenados a muerte fueron víctimas, en su infancia, de la violencia física o la violencia sexual.
Un estudio reciente de una organización no gubernamental indica que los hombres negros tienen 13 veces más posibilidades de ser sentenciados a condenas más largas que los blancos cuando se trata de problemas relacionados con la droga, aunque los hombres blancos superan en cinco veces el número de traficantes en Estados Unidos.
Más del 60% de las mujeres encarceladas en Estados Unidos son afronorteamericanas o hispanas.
Tal vez somos lombrosianos todos los hispanos, todos los afronorteamericanos y de otras etnias, que cometemos prácticamente todos los delitos.
No estoy ni mucho menos cohonestando el delito. Tampoco estoy en condiciones de saber con todo detalle y rigor cómo son los procedimientos y qué suele ocurrir. Simplemente me pregunto por qué; simplemente me pregunto si somos genéticamente delincuentes, en cuyo caso qué importa que desaparezcan toda el África subsahariana, todos los indios, mestizos y blancos de América Latina, y todos los habitantes de los países del Caribe, incluidos, desde luego, nosotros, los cubanos. Es una pregunta que uno, por lo menos, tiene el derecho a hacerse. Yo, por supuesto, he vivido esos años 74 que ustedes recordaron. He tratado con muchas personas en mi vida.
Nací en el campo como hijo de un latifundista. Mi padre era un campesino pobre de origen español. Había estado primero en Cuba reclutado como soldado en la última guerra de independencia sin haber ido nunca a una escuela. Finalizada la contienda en 1898, fue repatriado a su país de origen. Después volvió motu proprio; trabajó en aquel sistema, con el tiempo logró reunir y dirigir a más de un centenar de jornaleros inmigrantes como él o cubanos. Era la época en que la United Fruit, para desarrollar las plantaciones cañeras en la neocolonia instaurada en Cuba, cortaba y quemaba los bosques de maderas preciosas, aquellas con las que se construyó el famoso Palacio del Escorial, e incluso el barco de guerra mayor de la época del almirante Nelson, hundido en la batalla de Trafalgar. Esas maderas tenían especial prestigio, y mi padre participó con aquellos hombres que había reclutado en el corte de bosques y maderas preciosas. ¿Quién los podía culpar?
Pero, bien, reunió dinero y poco a poco compró tierras, muchas tierras. Llegó a poseer alrededor de 900 hectáreas de tierras propias y más de10 000 hectáreas de tierras arrendadas. Nací y viví en aquella gran finca. Tuve la suerte de ser hijo y no nieto de terrateniente; no pude adquirir mentalidad y cultura de clase rica. Ser revolucionario no tiene ningún mérito, eso depende de muchos factores, y todos mis amigos eran niños y adolescentes pobres de mi propia edad. Conocí los barracones por todos los alrededores, tanto en las tierras de mi familia como en las enormes plantaciones de grandes empresas norteamericanas donde vivían muchos inmigrantes haitianos. Sus condiciones de trabajo y de vida eran peores que las de los esclavos, y se decía que había desaparecido la esclavitud en Cuba desde 1886. Eso no me hizo revolucionario, pero me ayudó a comprender más tarde las realidades y las injusticias sociales en el país donde nací.
Voy a añadir unas palabras a las reflexiones que venía haciendo. Ustedes mencionaron hace breves minutos el nombre de un ciudadano afronorteamericano recientemente ejecutado. Ustedes conocen que nuestro pueblo condenó con toda energía el asesinato judicial de Shaka Sankofa por un crimen que no cometió (Aplausos), a pesar de la unánime repulsa de la opinión pública mundial, e incluso de muchos gobiernos del mundo.
Pedí bastante información, datos, detalles. Llegué hasta ver mapitas, croquis del lugar donde se produjeron los hechos que le imputaban. La única persona que dijo haberlo visto, de noche, a determinada distancia, en un vistazo que ni la más sensible de las cámaras habría podido registrar, y otros elementos de juicio, me llevaron a la convicción de su inocencia. No lo estoy diciendo porque alguien lo haya afirmado, sino porque analicé todos los datos y llegué a esa convicción (Aplausos). Analicé incluso su origen social, las condiciones de marginación en que nació, los primeros problemas legales que tuvo; lo he citado a nuestro propio pueblo como ejemplo de los verdaderos factores que contribuyen a que un joven, negro, o blanco o de cualquier etnia, cometa un delito. Soy también abogado. Conozco un poquito de leyes. Me defendí yo mismo cuando me juzgaron por el ataque a la fortaleza del Moncada. Más de una vez tuve que hacerlo desde que me hice abogado. Casi casi no tenía otro cliente (Risas).
Y si no hubiese llegado a esa convicción, actuaría como un vulgar demagogo al afirmar lo que acabo de decir (Aplausos).
En nuestro país tuvo lugar una mesa redonda con la participación de personalidades internacionales; aquí estoy viendo a una persona que participó en esa mesa redonda.
Sé igualmente que ustedes están enfrascados desde hace rato en una lucha muy justa, una lucha que nuestro pueblo respalda también plenamente: la lucha por la libertad del periodista Mumia Abu-Jamal (Exclamaciones y aplausos prolongados), condenado a muerte, cuya injusta pena ha levantado un gigantesco movimiento de opinión en todo el mundo.
Si nos vamos más lejos y analizamos los datos históricos, para indagar quiénes fueron ese ciudadano blanco por cada 9 afronorteamericanos ejecutados por violación, que fueron alrededor de 50 blancos en total, veremos que, independientemente de otros factores, estaba presente la marginación social, y cuando, como ocurre con los afronorteamericanos, se unen la marginación social y la discriminación racial, decenas y decenas de millones de personas sufren horriblemente la injusticia, aun aquellos que no han sido nunca condenados a la pena capital ni a la prisión, porque nacen condenados a la humillación todos los días de su vida.
Yo soy más o menos blanco, digo más o menos blanco porque no existe ninguna etnia pura. Recuerdo que visité Estados Unidos en 1948, era noviembre, lo recuerdo porque coincidió con aquellos días en que Truman, pese a todos los pronósticos, ganó las elecciones. Había viajado a Harvard; quería realizar estudios de economía. Ya tenía ideas revolucionarias, pero quería armarme con mayores conocimientos. Al viajar de regreso desde Nueva York, lo hice en un carro barato, comprado por unos 200 o 300 dólares, de esos que se venden por ahí un poco más caro que la chatarra, y fui por aquellas carreteras de entonces hasta la Florida para seguir después a Cuba por mar en un ferry. Varias veces paré en algún lugar para un almuerzo, una comida, o adquirir cualquier cosa. Observé desprecio en más de una ocasión, una forma despectiva de trato simplemente porque hablaba otro idioma o por ser hispano. Tuve la percepción de que se discriminaba no solo a determinadas etnias, sino también a personas de otra nacionalidad, a los que hablaban un idioma distinto.
Desde entonces solo volví unos días a Estados Unidos, creo que a finales de 1955. Residía ya en México, preparando el regreso a Cuba. Estuve aquí en Nueva York y en otros puntos visitando a los pocos emigrantes cubanos que había en Estados Unidos, porque en aquel tiempo no existía la Ley de Ajuste —nadie podía ir en un barco o en un bote—, prácticamente no existían ilegales. En definitiva, fue la Revolución la que abrió las puertas a cientos de miles de personas que desde hacía mucho tiempo querían emigrar y no tenían ninguna esperanza.
Por eso, a aquellos que tanto odian a Cuba, a la Revolución y a mí en particular, podríamos recordarles que de vez en cuando le den las gracias a la Revolución, porque sin la Revolución no habría muchos cubanos millonarios (Aplausos), sin la Revolución no habría una llamada Fundación Nacional Cubano Americana (Abucheos), sin la Revolución no habría un número de cubanos que son miembros del Congreso de Estados Unidos, no podrían promover leyes a favor de nada, no serían codiciados en las campañas electorales, no serían complacidos en todo lo que piden, aun cuando la mayor parte no vota porque, en virtud de los privilegios que les concedían, les convenía más ser ciudadanos cubanos que norteamericanos.
Lo que afirmo puede demostrarse de forma irrebatible. Existen estadísticas, las pedí un día: cuántas visas residenciales habían dado, por ejemplo, en los últimos 30 años antes del triunfo de la Revolución; eran cifras insignificantes en las décadas del 30 y el 40, y apenas 2 000 o 3 000 entre 1950 y 1959.
En definitiva fue la Revolución la que abrió las puertas a cientos de miles de personas que desde hacía mucho tiempo querían emigrar y no tenían ninguna esperanza.
Como es conocido, en los primeros días de enero de 1959 se refugiaron en Estados Unidos gran número de criminales de guerra, malversadores y cómplices de Batista que habían asesinado a miles de cubanos y saqueado el país. Las primeras leyes revolucionarias, relacionadas con la recuperación de bienes malversados, rebaja de tarifas de servicios básicos, reintegración a sus puestos de obreros injustamente despedidos durante la tiranía, reformas urbana y agraria, y otras medidas de elemental justicia social, atemorizaron a los sectores más ricos de nuestra sociedad, que comenzaron a emigrar a Estados Unidos.
Desde el primer día de la Revolución, las visas para viajar a Estados Unidos se abrieron inusitadamente, en especial para personas de clase alta y media, médicos y otros profesionales universitarios, profesores y maestros, técnicos y trabajadores calificados, muchos de los cuales habían ansiado siempre emigrar a ese país. La hostilidad a la Revolución y el propósito de privarnos de personal calificado se había hecho patente casi de inmediato. Necesitaban además antiguos oficiales de Batista y personal joven para nutrir la brigada mercenaria de asalto, un plan que nadie conocía entonces. Sin embargo, las salidas legales hacia Estados Unidos se autorizaron siempre. El robo de cerebros estimuló los colosales esfuerzos educacionales que la Revolución triunfante había iniciado de inmediato. Aun en los días de Playa Girón se mantuvieron los vuelos. Con posterioridad a la Crisis de Octubre, las autoridades norteamericanas suspendieron abruptamente los vuelos y las visas. Decenas de miles de familias quedaron separadas. En cambio se recibía en territorio norteamericano, aun antes de la Ley de Ajuste, a cuantas personas arribaran a sus costas por medios propios o secuestrando aviones o embarcaciones.
Después de Camarioca salieron del país, con autorización, de manera legal, absolutamente segura y sin una sola víctima, 360 000 cubanos. Entre ellos, además de familiares de residentes en Estados Unidos, gran número de profesionales y maestros que podían ganar en Estados Unidos un sueldo diez veces mayor que en Cuba, obreros calificados y técnicos de industrias importantes. Se trataba realmente de emigrantes económicos. No obstante, todo el que llegaba recibía el calificativo de "refugiado político" o "exiliado". Si les aplicaran ese concepto a los mexicanos o a otros latinoamericanos que emigran hacia Estados Unidos, habría de 12 a 15 millones de refugiados políticos mexicanos (Aplausos); un millón de refugiados políticos haitianos; un millón de refugiados políticos dominicanos; cientos de miles de centroamericanos serían refugiados políticos, y quién sabe cuántos puertorriqueños (Aplausos). Porque los puertorriqueños son patriotas, aman a su país. ¿Y por qué viajaron a Estados Unidos? Por razones económicas. De modo que hay casi tantos aquí como allá en su isla.
Se reúnen un millón en Nueva York, este año los vimos defendiendo la justa causa de Vieques (Aplausos). Sobre eso realizamos una mesa redonda con personalidades internacionales de mucho prestigio.
Esas mesas redondas se trasmiten por televisión vía satélite, en idioma inglés, por supuesto, que es el que más se habla, a todo el mundo. También nuestra televisión las trasmite por Internet. Claro, desgraciadamente, tal vez solo el 1% de los africanos tengan Internet, a ellos hay que hablarles por radio. Pasa lo mismo con América Latina.
Sobre este tema de la comunicación y la colaboración con los países del Tercer Mundo deseo informarles que hemos desarrollado un programa para enseñar a leer y escribir por radio. Esa idea surge un día cuando al preguntarle al Presidente de Níger, de visita en Cuba, cuál era el índice de analfabetismo en su país, nos dice: 87% de analfabetismo y solo 17% de cobertura escolar. Se está celebrando la entrada al próximo siglo y al próximo milenio, ¿en cuál siglo del tercer milenio ese país, que tiene la población de Cuba, habrá erradicado el analfabetismo?
Meditaba que nuestro país, con 11 millones de habitantes igual que Níger, disponía de 250 000 profesores y maestros; igual que ocurre con los médicos, posee el índice más alto de maestros per cápita en el mundo. Cuando uno piensa en aquel índice de analfabetismo y además conoce que el índice de mortalidad infantil de 0 a 5 años es en Níger más de 200 por cada 1 000 nacidos vivos, es decir, más de veinticinco veces la mortalidad infantil de Cuba, es imposible dejar de preguntarse: ¿cuándo, cuándo, cuándo? Le pregunto: "¿Tienen radio?" Responde: "Sí, casi todas las familias tienen radio." Digo: "¿Cómo, si no tienen electricidad?" Me explica: "Sí, porque tienen un equipo japonés, que cuesta equis dólares, con el cual ellos pueden disponer de electricidad para escuchar la radio."
Sugerí que un grupo de pedagogos cubanos estudiara la posibilidad de enseñar a leer y escribir por radio, partiendo de la idea de elaborar un pequeño manual que, usando imágenes de animales, plantas y objetos de conocimiento habitual, identificara las letras del alfabeto y permitiera elaborar sílabas, palabras, frases, e introducir conceptos en el idioma escogido, a través de trasmisiones radiales bajo la dirección de maestros especializados En tres meses nuestros pedagogos elaboraron un método que, sometido a prueba en el idioma creole, en Haití, con 300 personas analfabetas, arroja resultados verdaderamente prometedores. Pronto se iniciará la prueba con 3 000 personas. Un curso de alfabetización por televisión sería muy sencillo, pero el acceso a tal medio es imposible para la mayoría de los analfabetos del mundo. Nuestros especialistas en pedagogía, que han hecho, han seguido y han dirigido el experimento, están asombrados. Está elaborado ya en francés, portugués y creole.
Luego, se puede prestar otra cooperación al Tercer Mundo para enseñar a leer y escribir a cientos de millones de personas con un costo verdaderamente ínfimo (Aplausos). Basta ya de seguir hablando de que hay 800 millones de adultos analfabetos, si con el uso de la radio, que no es Internet, ni televisión, ni mucho menos, se puede llegar a enseñar a leer y a escribir a cientos de millones de personas.
Nadie se imagina lo humillado que se siente un hombre que no sepa leer y escribir. Recuerdo mucho a mi madre y a mi padre que apenas sabían leer y escribir, soy testigo de cuánto sufrían. Lo sé. Eso explica la sed de saber que veo en nuestro pueblo. Aun cuando hayan alcanzado 10 grados, 12 grados, tienen una insaciable sed de saber otras cosas; lo hemos descubierto, y en virtud de ello hemos preparado determinados programas —tengo esperanzas de que un día ustedes los conozcan— que son sencillamente asombrosos, en busca de una cultura general e integral masiva. Hasta idiomas vamos a enseñar.
Les voy a adelantar algo: Ya comenzó el nuevo curso escolar en Cuba. Nuestras escuelas tienen en este momento, a partir de la batalla por el regreso de Elián y del asombro que nos produjo el talento de nuestros niños, un televisor a color de 20 pulgadas por cada 100 alumnos de nuestros 2 400 000 estudiantes de primaria, secundaria y nivel medio, a un costo de 4,6 millones de dólares (Aplausos); 15 000 videocasetes a un costo de 1,5 millones de dólares. Ya entran, por tanto, plenamente en nuestro sistema escolar los medios masivos en apoyo de nuestros más de 250 000 maestros y profesores.
Baste decir que en octubre se impartirá de 7:00 a 9:00 a.m. un curso de técnicas narrativas elaborado por uno de los más capaces intelectuales de nuestro país, y a partir del 1º de noviembre, de 7:00 a 8:00 de la mañana, habrá un curso de lenguaje con tres frecuencias semanales. Sencillamente, mucha de nuestra población no se acuerda de las reglas de la gramática que estudió hace mucho tiempo. Yo digo en broma que no hablamos español, sino un dialecto.
Bien, tres frecuencias en español y, asómbrense, ¡dos frecuencias en inglés! Nosotros consideramos el inglés un idioma universal: siglos de colonialismo británico y alrededor de 100 años de —vamos a llamarlo con elegancia— enorme influencia norteamericana, lo han convertido en idioma universal; está divulgado, pero no patentado, lo usaremos.
Casi todos los libros científicos y literarios, primero aparecen en inglés. A mí me regalan muchos y están en inglés.
Vamos a masificar el conocimiento del idioma inglés, ya están preparándose los cursos por televisión. Muchos de esos miles de maestros lo verán, o lo grabarán y lo verán allí en la misma escuela, no tienen que moverse.
Inmediatamente después vamos a ofrecer cursos similares en idioma francés. Aspiramos a que todos nuestros ciudadanos o la inmensa mayoría, de acuerdo con sus edades, conozcan tres idiomas: español, inglés y francés (Aplausos), con un costo mínimo: el gasto en corriente para las trasmisiones y los materiales que les enviemos por escrito, a todos aquellos que van a recibir directamente el curso, o a los ciudadanos que lo soliciten . En este último caso se los enviaríamos, cobrándoles el costo de producción y distribución. Estos son cursos para todos los que deseen utilizarlos y los vamos a promover.
Pienso que el hecho de contarles a ustedes esta idea servirá de satisfacción a muchos compatriotas, prácticamente a todos.
Un día le pregunto al Ministro: "¿Cuántos profesores de inglés te faltan en la enseñanza media?" Y me dijo: "Dos mil." Le respondí: "Te sobran." Y no es que vayamos a reducir profesores de enseñanza media o licenciados en educación primaria; al contrario, no se rebajará una plaza de maestro, se aumentarán para ir reduciendo el número de alumnos por maestro. Ya estamos en esa batalla, para elevar la calidad de la educación. Pero pondremos los medios masivos, nuestra televisión, que no tiene anuncios comerciales, al servicio de la educación y de una cultura general integral masiva (Aplausos).
Pienso que nuestro país ha entrado en una nueva etapa, absolutamente nueva. No digo más (Aplausos).
Me he extendido. No he cumplido mi palabra (Aplausos). Solo utilizaré breves minutos adicionales.
Les prometí que antes de finalizar les hablaría de dos cosas: primero, sobre el niño. Elián está maravillosamente bien (Aplausos), no pueden ustedes imaginarse qué niño tan feliz, qué niño tan inteligente, qué niño tan serio, es realmente extraordinario. No fue recibido por multitudes —como dijimos—, solo fue su escuela y los familiares más cercanos. Ninguno de nosotros, ningún dirigente del Partido o del Estado estuvo allí. Seis minutos permaneció la familia saludando a los que la recibieron y de inmediato salió con Elián del aeropuerto. No perdió las clases ni siquiera el día que partió de Estados Unidos. En dos meses, con su familia, su maestra y sus compañeritos de clase, había avanzado extraordinariamente, y después en Cuba, desde el 29 de junio hasta el 28 de julio, recibió —junto con los compañeritos que estaban aquí— clases intensivas, le faltaban varios sonidos. Se graduó con el nivel de todos los demás niños y pasó a segundo grado.
El padre me insistía en que lo conociera. Yo le dije: "Esperaré hasta que termine el curso." Y cuando terminó el curso, con toda discreción lo vi y lo saludé.
Nuestro problema ahora es qué hacer para que ese niño siga una vida normal, sus cursos normales, porque a ese niño lo conoce todo el mundo. Nosotros contamos con el apoyo de toda la población, la conspiración de todo un pueblo: cuando va a la escuela, no acercarse, no gritar consignas; tratarlo como a todos los demás niños. Solo muy pocas veces ha salido por televisión porque lo solicita la población. Jamás una pregunta directa al niño, se retrata con la familia, escenas de ese tipo, y materiales muy cortos. Se ha tenido un cuidado total.
Ya empezó el día 1º su nuevo curso, está viviendo en la misma casa modesta donde vivía; estudia en la misma escuela; tiene las mismas maestras, porque estas rotan hasta cuarto grado, la que estuvo en Wye Plantation y la otra maestra que no dejaron venir; siguen con él los mismos compañeros del primer grado. Y su padre, a mediados de este mes, comienza a trabajar en el mismo modesto centro de trabajo, es lo que él quiere. Todo el mundo reclama que los visite. Porque no es solo el niño, el padre adquirió en el país un extraordinario prestigio. Resistió todo, cuando lo trataron de comprar hasta con su propio hijo, promesas de entregárselo si se quedaba a vivir en Estados Unidos, cifras millonarias, y ni siquiera un solo segundo vaciló (Aplausos). Me parece que es un ejemplo. Sobre esto debo decir que no me voy a detener en detalles, les enviaremos materiales, con eso ahorro tiempo; pero ustedes estarán informados del niño.
Se utilizó el criterio adecuado de que ese niño debe recibir una óptima educación; no se habría ganado nada si ese niño regresa y no es realmente un buen estudiante y un buen ciudadano. Ellos constituyen un ejemplo para nuestro pueblo y, de cierta forma, un ejemplo para muchos millones de personas en el mundo.
Jamás nuestro pueblo dejará de agradecerles a ustedes, que tanto se preocuparon, a los legisladores que aquí hablaron y a otros que tanto lucharon; al Consejo de Iglesias, a las diversas iglesias que con toda honestidad defendieron una causa tan justa.
Debo decir que, del mismo modo, nuestro pueblo jamás olvidará ni dejará de agradecer al pueblo norteamericano, que de modo masivo apoyó los derechos legítimos del padre y del niño (Aplausos). Una vez más me dije: El pueblo norteamericano es muy idealista. Para que apoye una causa injusta tienen primero que engañarlo; hacerle creer, como en Viet Nam y en otros lugares, que aquello es lo justo. En este caso, conoció la verdad por un conjunto de factores, y en especial por la actividad de los medios masivos que divulgaron las imágenes de 400 000 madres marchando, cientos de miles de niños marchando, un millón de personas marchando, en una lucha que se libró durante siete meses y se continúa librando hoy contra la Ley de Ajuste, por las víctimas que produce; contra la Ley Torricelli, la Ley Helms-Burton, el bloqueo y la guerra económica; en definitiva, por el respeto y la paz para nuestro país. Eso lo juramos allí en Baraguá, donde tuvo lugar la histórica protesta de Antonio Maceo, y por esos objetivos luchamos hoy.
Cuando el pueblo norteamericano conoció la verdad, apoyó al niño y a su familia, en cifras que se elevaron a más del 80% y que en la población afronorteamericana alcanzó, en un momento cúspide y decisivo, el 92% (Aplausos). Eso no lo puede olvidar nuestro pueblo jamás.
No pretendo presentar a nuestra patria como modelo perfecto de igualdad y justicia. Creíamos al principio que al establecer la más absoluta igualdad ante la ley y la absoluta intolerancia contra toda manifestación de discriminación sexual, como es el caso de la mujer, o racial, como es el caso de las minorías étnicas, desaparecerían de nuestra sociedad. Tiempo tardamos en descubrir, se lo digo así, que la marginalidad, y con ella la discriminación racial, de hecho es algo que no se suprime con una ley ni con diez leyes, y aún en 40 años nosotros no hemos logrado suprimirla totalmente.
No se dará jamás un caso de aplicación de justicia con criterios étnicos; pero fuimos descubriendo que los descendientes de los esclavos, aquellos que vivían en los barracones, eran los más pobres y siguieron viviendo, después de la supuesta abolición de la esclavitud en los lugares más pobres.
Hay zonas marginales, hay cientos de miles de personas que viven en zonas marginales, pero no solo negros y mestizos, sino también blancos. Hay marginación blanca que procede de la sociedad anterior. Y yo les decía que en nuestro país se ha iniciado una nueva época. Espero algún día poder hablarles de las cosas que hoy estamos haciendo y cómo las vamos a seguir haciendo.
Dinero para construir las viviendas donde viven todas las personas que podemos llamar en condiciones de marginalidad no lo tenemos; pero tenemos otras muchas ideas que no esperarán para las calendas griegas, con las cuales nuestro pueblo, unido e íntegramente justo, hará desaparecer hasta el más mínimo residuo de marginalización y discriminación de cualquier tipo. Y tengo confianza absoluta de que lo alcanzaremos, porque a ello está dedicada hoy la dirección de nuestra juventud, de nuestros estudiantes y de nuestro pueblo.
No añado más, simplemente les digo que estamos conscientes de que en nuestro país existe todavía marginalidad; pero hay una voluntad decidida y total de ponerle fin, a través de los métodos con los que debe llevarse a cabo esa tarea, y para que haya cada vez más unión e igualdad en nuestro pueblo (Aplausos).
En nombre de mi patria, se lo prometo y les informaremos sobre la marcha de nuestros esfuerzos.
Cuando estuvieron allá los norteamericanos y nos hablaron del problema, de los dos casos que mencioné, Sankofa y Mumia, ellos me ofrecieron información amplia sobre sus vidas y la injusticia cometida con ellos. Las mesas redondas ayudaron mucho a tomar conciencia sobre la gravedad de lo que estaba ocurriendo. No es una vergüenza ser pobre, no es una vergüenza la falta que pueda cometer algún joven de niño o de adolescente, la vergüenza es que en este siglo que se inicia, con todos los avances técnicos, cuando el hombre pretende hasta poblar el planeta Marte, haya niños, adolescentes y ciudadanos en nuestro planeta viviendo en la marginalidad (Aplausos), y en muchos países, además de marginados, discriminados.
Es lo último que les digo, y falta solo esta hoja para explicarles una noticia que salió hoy, de la cual habló el pastor de esta iglesia y habló de un signo. A mí me pareció increíble que lo más sencillo del mundo se hubiera convertido en gran noticia. Yo pensaba que la gran noticia tendría que ser lo que está pasando en el mundo, los temas que se discutieron en la reunión Cumbre de las Naciones Unidas, lo que tenemos que hacer para salvar a la especie humana, no ya solo al África. Al paso que vamos desaparecen no solo los africanos, desaparecemos todos. Al paso que vamos, con esos modelos de consumo que conducen a la destrucción de los medios naturales de la vida, de la atmósfera, a la escasez y contaminación del agua potable y de los mares, los cambios de clima, los desastres naturales, a la pobreza, a diferencias abismales y crecientes entre los países y dentro de los países, puede afirmarse con precisión matemática que el orden económico y social que hoy existe en el mundo es insostenible. Uno tiende a pensar que estos temas son verdaderamente importantes. Me sorprendí al ver que la gran noticia, casi un escándalo, fue un hecho que ocurrió ayer de forma absolutamente fortuita en las Naciones Unidas. Antes de venir para acá me vi obligado a escribir una breve nota aclaratoria. La titulé "El saludo a Clinton", y dice así:
"Terminado el almuerzo que ofreció el Secretario General de Naciones Unidas, una vez que concluyó la sesión inaugural de la Cumbre del Milenio, se nos indicó a todos marchar hacia un local para la foto oficial. Marchábamos hacia dicho punto, casi de uno en uno, por un estrecho espacio que se abrió entre numerosas mesas. Apenas cuatro metros delante percibo a Clinton saludando a varios Jefes de Estado que por allí cruzaban. Por cortesía el Presidente iba dándole la mano a cada uno de ellos. No podía yo salir corriendo para evitar pasar por aquel punto" —es más, no tenía hacia dónde correr (Risas)—; "él tampoco podía hacerlo. Habría sido vergonzosa cobardía de ambos. Proseguí detrás de los demás. En cuestión de dos minutos llegué al punto por donde debía pasar delante de él. Igual que los demás me detuve unos segundos, y con toda dignidad y cortesía lo saludé (Aplausos); él hizo exactamente lo mismo, y seguí adelante. Habría sido extravagante y grosero hacer otra cosa. Todo duró menos de 20 segundos.
"El sencillo detalle se conoció pronto. Muchos órganos de prensa dieron cuenta del hecho en tono amable. Decenas de rumores corrieron de inmediato. Voceros oficiales de prensa no bien informados dieron versiones variadas.
"La mafia de Miami" —no me refiero ni mucho menos a los muchos buenos cubanos que hay en Miami— "se puso histérica. Según ellos, el Presidente había cometido un gran crimen. A tales extremos llega su fundamentalismo.
"Por mi parte, me siento satisfecho de mi comportamiento respetuoso y civilizado con el Presidente del país que ha sido anfitrión de la cumbre" (Aplausos).
Hoy, más rumores, noticias oficiales afirmando que yo me dirigí hacia donde estaba el Presidente. Nada de eso hace falta. Todo el mundo conoce que jamás un cubano digno implora un saludo o un honor.
He concluido. Pido perdón por la extensión de mis palabras.
Gracias (Aplausos).