La dimensión de pueblo en La historia me absolverá
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La historia de Cuba ha demostrado con suficiente elocuencia que el pueblo es el verdadero sujeto de la historia, y en nuestra propia tradición de pensamiento y de lucha, contamos con todo un caudal de determinaciones teóricas y de praxis revolucionaria que, en armónica articulación con los principales postulados del marxismo-leninismo, constituyen el patrimonio fundamental de la ideología y la práctica de nuestra Revolución.
En el legado político del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, máximo exponente de la Ideología de la Revolución Cubana, encontramos la confirmación teórica, a su vez comprobada en la práctica revolucionaria, de la veracidad de la concepción marxista-leninista acerca del papel de las masas populares en los procesos sociales.
Múltiples son las referencias o definiciones que, acerca del pueblo y su papel en la historia, fueron expuestas por Fidel a lo largo de toda su obra, en disímiles contextos y desde diferentes planos de análisis.
Un referente esencial -y obligado-, en tal sentido, lo constituye la letra de su alegato de defensa por los hechos del Moncada, conocido como La historia me absolverá.
Este histórico documento destaca, entre otros importantes aspectos, por la definición que Fidel Castro expone acerca del pueblo en condiciones de lucha, en un escenario nacional marcado por el reforzamiento de la política neocolonial y la agudización extrema de las ya precarias condiciones en que vivía el país, a partir del golpe de Estado de Fulgencio Batista, el 10 de marzo de 1952, con el cual se desvanecían las aspiraciones populares de obtener importantes conquistas democráticas, no dejando a los cubanos otra alternativa que apelar a la lucha armada como vía impostergable para el logro de la verdadera y definitiva independencia nacional.
En este alegato, devenido posteriormente en Programa de la Revolución, encontramos una consecuente y firme defensa del derecho de las masas a ser independientes y soberanas, así como la delimitación estructural del concepto «pueblo», a partir de aquellas clases, grupos y sectores sociales que en el contexto de la lucha revolucionaria, y por su condición y situación, fueran capaces objetivamente de integrarse a la misma como múltiple y potente sujeto del cambio. De ahí que dicho concepto adquiera una gran significación pues, además de su contenido estructural, deja establecido que es el pueblo el sujeto de la transformación y beneficiario directo de la misma.
«Cuando hablamos de pueblo –afirma Fidel en el alegato– no entendemos por tal a los sectores acomodados y conservadores de la nación, a los que viene bien cualquier régimen de opresión... Entendemos por pueblo, cuando hablamos de lucha, la gran masa irredenta, a la que todos ofrecen y a la que todos engañan y traicionan, la que anhela una patria mejor y más digna y más justa; la que está movida por ansias ancestrales de justicia por haber padecido la injusticia y la burla generación tras generación, la que ansía grandes y sabias transformaciones en todos los órdenes y está dispuesta a dar para lograrlo, cuando crea en algo o en alguien, sobre todo cuando crea suficientemente en sí misma, hasta la última gota de sangre».
El pueblo no es concebido en el pensamiento político de Fidel como un concepto abstracto para designar a una masa heterogénea de hombres y mujeres, con multiplicidad ideológica y conductual, o de diferentes clases sociales con intereses coincidentes o contradictorios, sino como un concepto concreto y su correspondiente expresión real en la sociedad, con una acotación bien definida desde una visión e interpretación marxista de la misma basada en los objetivos del nuevo proyecto social a construir y desarrollar desde el poder.
Esta determinación, que excluía a la burguesía y a los terratenientes, no puede ser interpretada como una visión política estrecha o sectaria de Fidel, pues es preciso notar que se especifica el fenómeno de «lucha» como indicador clave en esa distinción. Tal precisión dejaba establecido que, en las condiciones concretas de nuestro país y en particular la correlación efectiva de las diferentes clases sociales, la burguesía, a pesar de sufrir también las consecuencias del estancamiento y deterioro económico producto a la penetración norteamericana, no estaba apta para encauzar y menos liderar una revolución democrática que debía tener un carácter eminentemente popular a partir de los intereses más genuinos de los sectores humildes y explotados de la sociedad cubana.
Esta definición adquirió un gran significado por su impacto en la conformación de la sustancia subjetiva necesaria como parte del proceso formativo de las masas populares, como sujeto social del cambio que se promovía, pues la misma, toda vez que refleja el panorama socio – económico del país como padecimientos a resolver, constituye un fundamento ideológico – cognitivo y axiológico para la comprensión por parte de dichas masas del contenido real del proyecto social a desarrollar a partir de la toma del poder, y en cuyo empeño se debía contar –y se contaba- con el apoyo decisivo y consciente del pueblo.
Sin embargo, una lectura detallada del Programa nos devela la dimensión eminentemente popular de la concepción revolucionaria de Fidel Castro y sus raíces martianas y marxistas, que complementan el contenido mismo del concepto al identificar al pueblo como el que está sufriendo la opresión más cruel e inhumana de toda su historia.
Así mismo, quedaba implícito el papel del pueblo como sujeto de cambio, tanto en el proceso de la lucha por la toma del poder como en las posteriores transformaciones revolucionarias una vez lograda la independencia política: «Ningún arma, ninguna fuerza es capaz de vencer a un pueblo que se decide a luchar por sus derechos», para más adelante sentenciar que «los pueblos cuando alcanzan las conquistas que han estado anhelando durante varias generaciones, no hay fuerza en el mundo capaz de arrebatárselas”, pues los pueblos se cansan».
De ahí que revelara que a ese pueblo sufriente, pero apto y capaz de luchar y conquistar su verdadera emancipación, le iba a decir: «¡Aquí tienes, lucha ahora con todas tus fuerzas para que sea tuya la libertad y la felicidad».
Es preciso, como parte del análisis de este importante documento en cuanto, resaltar una cualidad en extremo importante del líder histórico de la Revolución que se manifestaría a lo largo de toda su vida como guía fundamental del proceso revolucionario cubano, y que le permitió trazar metas, tácticas y estrategias con una plena confianza en el apoyo y la participación de las masas populares. Se trata del conocimiento preciso de las particularidades y singularidades de nuestro pueblo, identificándose con su manera de pensar, sentir y actuar.
En La historia me absolverá, afirma: «Los pueblos poseen una lógica sencilla pero implacable, reñida con todo lo absurdo y contradictorio, y si alguno, además, aborrece con toda su alma el privilegio y la desigualdad, ese es el pueblo cubano».
Hoy, a 70 años de aquel histórico alegato, su esencia y su contenido adquieren más vigencia que nunca, en medio de un contexto nacional marcado por una ofensiva ideológica sin precedentes por parte de los enemigos históricos de la Revolución Cubana, unido a una compleja situación económica interna, que ha provocado que ciertos sectores de la sociedad cubana se hayan hecho eco de la avalancha contrarrevolucionaria que llega desde los sectores más reaccionarios radicados en Estados Unidos.
Pero el pueblo, el verdadero pueblo, ese que es heredero real de aquellos que un día, hace 70 años, se lanzaron a tomar el cielo por asalto; que hace gala día a día del empeño de no ceder ante las presiones y no dejar caer la obra que aquellos iniciaron y que hoy nos toca defender y desarrollar; ese pueblo está, como aquel, en pie de lucha, mucho más numeroso, más unido, más compacto, en una verdadera trinchera de ideas, como decía Martí.
Es imprescindible como tarea ideológica de máxima prioridad leer, escuchar e interpretar a Fidel, divulgar su obra; verla como guía imperecedera para estos y para los tiempos por venir. Que su presencia eterna nos siga diciendo: «Mi lógica, es la lógica sencilla del pueblo».