Discursos e Intervenciones

Comparecencia del doctor Fidel Castro Ruz, Comandante en Jefe del Ejército Rebelde, y Primer Ministro de Gobierno Revolucionario, en el programa "Ante la Prensa", el 9 de enero de 1959, "Año de la Liberación".

Fecha: 

09/01/1959

Nicolás Bravo (Moderador).- Señoras y señores: Después de una larga clausura vuelve hoy al aire el programa Ante la Prensa, y para orgullo de CMQ-TV es nuestro primer entrevistado, en esta nueva etapa libre y gloriosa de la República, el máximo líder de la Revolución Cubana, doctor Fidel Castro, a quien —como se sabe— no le fue posible ayer jueves llegar a tiempo a esta tribuna semanal.
 
Ahora, para iniciar el interrogatorio periodístico cedo la palabra a mi compañero Luis Gómez Wangüemert.
 
Luis Gómez W.- Doctor Fidel Castro: anoche dijo usted en Columbia, en su discurso, ante la inmensa multitud, que una organización había sustraído 500 fusiles, 5 ametralladoras y 80 000 tiros —si no recuerdo mal— de la base de San Antonio. Usted no quiso decir el nombre de esa organización, y yo naturalmente no voy a peguntárselo.
 
Pero voy a hacerle otra pregunta: ¿Cree usted que ese problema ha quedado resuelto, por lo menos en principio, con las declaraciones hechas hoy por el Directorio Revolucionario? ¿Está usted convencido ahora de que podrán ser resueltos todos los problemas del momento sin que sea necesario disparar un tiro más, como usted quiere?
 
Fidel Castro.- Yo no creo que el problema sea de tan fácil solución, porque la cuestión aquí no es de declaraciones más o menos.
 
Al mediodía de hoy, precisamente un estudiante que pertenece a la Federación y al Directorio Revolucionario, me comunicó muy contento que se acababa de informar que el Directorio iba a entregar las armas. Y, por supuesto, yo estaba casualmente visitando el local donde empezó el Movimiento en el año 1953, estaba haciendo algunas visitas a algunos lugares que —por ciertos recuerdos de aquellos tiempos— me sentí movido a visitarlos; y cuando él me dio esa noticia, naturalmente, me alegré muchísimo. Pensé que las preocupaciones que tenía con relación a ese problema iban a desaparecer.
 
También leí en el periódico Prensa Libre el cintillo, cuyo titular decía: “Entrega las armas el Directorio Revolucionario”; sin embargo, no me sentí tan optimista cuando realmente leí el texto de las declaraciones del señor Chomón.
 
Usted dijo muy bien que ayer yo no mencioné nombres, ¿verdad? ¿Por qué lo hice? ¿Es porque acaso tema nadie aquí mencionar un nombre de una organización o de una persona? No. Sencillamente, porque como el propósito que tengo sinceramente es de resolver los problemas, no herir ni agriar a nadie, ni aumentar la tensión, yo omití nombres de personas y de organización, entre otra cosas, porque de la organización a que se refiere todo este problema, que es el Directorio Revolucionario, yo conozco a muchos de sus integrantes, hablé con muchos de sus combatientes en Las Villas, me encontré con muchos de ellos en La Habana, y tengo una opinión muy buena de todos ellos; creo sinceramente que son muchachos magníficos y los vi con un desinterés y un desprendimiento exactamente igual que los combatientes del Movimiento “26 de Julio”. Yo no quería en lo más mínimo rozar los sentimientos de esos compañeros, puesto que son muchachos que han combatido y han luchado, y sobre todo son muchachos bien intencionados. No mencioné nombres.
 
Sin embargo, las declaraciones de hoy son malintencionadas —y lo tengo que decir, porque tengo que hablarle claro a la opinión pública, y voy a explicar por qué—, insinceras, y además ambiguas por completo. Yo no le atribuyo esa actitud al Directorio, yo le atribuyo esa actitud al señor Faure Chomón.
 
Si analizamos todas sus declaraciones con respecto al Movimiento, desde hace mucho tiempo, se le ha visto —tanto en el exilio como aquí— que toda su política, toda su campaña, todos sus escritos, están guiados por un evidente y profundo sentimiento de hostilidad hacia el Movimiento 26 de Julio. ¿Razones? Las ignoro, pero es un hecho cierto.
 
Desgraciadamente si ha sido así, se debe en lo fundamental a algo que todos hemos sentido mucho, y es a la muerte de José Antonio Echeverría. José Antonio Echeverría, todos los que lo conocían podían ver cómo era: un muchacho sano, desinteresado, jovial, simpático, todo el mundo lo quería y se daba a querer de todo el mundo; desprovisto de ambiciones, desprovisto de segundas intenciones, era todo nobleza José Antonio Echeverría. Y lo traté muchas veces, y fue con él con quien suscribimos —suscribí yo en nombre del Movimiento 26 de Julio— el Pacto de Miami. Con José Antonio Echeverría nunca tuve una discrepancia —como creo que no la tuvo nadie—; yo estoy seguro de que si José Antonio Echeverría no hubiese muerto, estos problemas que nos preocupan actualmente no existirían. Y yo culpo enteramente —y lo declaro aquí ante la opinión pública—, culpo al señor Faure Chomón de estos problemas que están surgiendo.
 
Yo no sé si él lo que quiere es polemizar, salir en los periódicos todos los días, buscar un contrincante, en definitiva, que le dé beligerancia; pero yo no ando con esos problemas, yo le doy alternativa desde el más humilde hasta el más encumbrado ciudadano de este país, porque no me considero mi superior a nadie, ni mejor que nadie. Y lo que voy es a decir la verdad sencillamente. Y yo voy a demostrar que esas declaraciones están llenas de pésimas intenciones, y que no es el primer problema que crea el señor Faure Chomón, y que sus declaraciones están todas basadas en argumentos falsos y sobre bases e hipótesis falsas por completo; porque no hay más que leerlas y analizar algunos de sus aspectos. Y si a ustedes les interesa que yo aclare cabalmente esta cuestión, estoy dispuesto a hacerlo.
 
Luis Gómez W.- Yo creo, doctor Castro, que tiene una cierta importancia nacional.
 
Fidel Castro.- ¡Claro que la tiene! Yo ayer no mencioné el nombre de nadie, lo dije; y hoy, sin embargo, voy a mencionarlo y voy a hablar claramente.
Ni siquiera hubiera yo hablado de este problema ayer en el acto que se dio, y que si tuve que hacerlo es porque consideré que era un deber, y creo que en eso coincidía conmigo toda la opinión pública. No era para menos que preocuparse por la noticia que me da, entrando a La Habana, el compañero Camilo Cienfuegos, de que elementos del Directorio Revolucionario se habían apoderado de todas las armas de la base aérea de San Antonio y las habían trasladado a la Universidad de La Habana.
 
Luis Gómez W.- ¿Me permite una pregunta el doctor Castro? ¿Esas armas no han sido devueltas todavía?
 
Fidel Castro.- Bueno, a mí no me consta que hayan sido devueltas; sería cuestión de comprobarlo, de informarme, yo no he podido informarme esta noche. Pero me entregó el Comandante Camilo Cienfuegos este papel (lo muestra), en el cual se le informaba a él de lo ocurrido, y que decía textualmente: “Al llegar a las 9:30 p.m. a la base aérea de San Antonio de los Baños, me notificó el Ayudante que el capitán Moleón, del Directorio Revolucionario, había recogido las armas y transportado a la Universidad por orden de Faure Chomón unos 500 fusiles, 6 ametralladoras calibre 30 y unas 80 000 balas.”
 
Yo tengo entendido que la contienda armada finalizó hace ya varios días. En el país progresivamente se ha ido logrando una completa normalidad; en las provincias de Oriente y Camagüey —por ejemplo— no hubo ni siquiera el menor accidente, a pesar de haber sido provincias —por ejemplo, la de Oriente— de las más sufridas y de las más maltratadas por la tiranía, donde había más motivos de odio y más motivos de venganza, no hubo un solo caso de venganza, no hubo el menos desorden, ni hubo la menor casa saqueada, ni el menor acto que se saliera del más estricto respeto. Y así en La Habana también se ha ido logrando la normalidad.
 
¿Para qué trasladar 500 fusiles, entonces, a la Universidad de La Habana, y 6 ametralladoras calibre 30 y 80 000 balas? Yo tengo entendido que la Universidad de La Habana no es un cuartel, sino un centro de estudios. Y creo que si algún deber tienen en estos momentos los revolucionarios —y sé que ese es el sentimiento de los estudiantes—, no es el de llevar fusiles a la Universidad, sino el de llevar libros, el de llevar reformas, el de llevar planes que permitan a los estudiantes recobrar el tiempo que han perdido en la lucha contra la dictadura; y que el problema de la Universidad es tratar que no se repita ahora lo que pasó en el año 1933, que los revolucionarios quisieron que les regalaran los títulos, y hubo que regalárselos a muchos; y en vez de revolucionarios capacitados, los que salieron fueron profesionales que no eran profesionales y no sabían nada, para después querer vivir de la prebenda y de la violencia. Y lo que hay que procurar es que esta vez —en la misma medida en que todo se está haciendo distinto— en la Universidad de La Habana lleve la Revolución su espíritu de superación y de capacitación y de progreso en todos los órdenes. Por eso no creo que lo que más facilite esa línea sea transportar 500 fusiles a la Universidad cuando la guerra se ha acabado, y 6 ametralladoras calibre 30.
 
Es para preocuparse, y creo que me preocupé con fundamento. Es más, me pareció ayer que el único ciudadano que estaba triste en La Habana era yo, el único ciudadano que estaba preocupado en La Habana era yo, y es que he meditado mucho sobre la historia de Cuba, he meditado mucho sobre la responsabilidad que tenemos con el fututo de nuestro país, y es realmente alarmante que en estos momentos se empiecen a acumular armas en todas partes.
 
Considero que uno de los problemas fundamentales de la Revolución es volver el país hacia la paz; sabemos por experiencia que todas las revoluciones tienen sus alternativas, sabemos por experiencia que todas las revoluciones tienen que afrontar una serie de períodos críticos; sin embargo, es tan grande el grado de madurez de nuestro pueblo, ha sido tan brillante su triunfo, tan extraordinario, tan ejemplar, tanta la admiración que ha causado en América —y hasta se dice que en el mundo entero—, que bien valía que esta Revolución fuese una Revolución sin más crisis, que bien valía que, incluso, fuese una excepción dentro de los procesos por los que suelen atravesar las revoluciones sin dejar de ser Revolución.
 
Y creo que los que nos hemos sacrificado mucho por ella es lógico que tengamos mucho interés por ella. Los hombres, mientras más se sacrifican por algo más lo quiere; se podría aplicar aquí aquella fábula o aquella historia de la Biblia, de que la madre verdadera, cuando se estaba discutiendo delante del Rey Salomón a quién le daban el hijo, la madre falsa estuvo de acuerdo en que lo dividieran en dos partes, pero la madre verdadera dijo que no, que se lo llevara la otra porque no quería que asesinaran a la criatura.
 
Moderador.- Si me permite un pequeño esclarecimiento.
 
Fidel Castro.- Sí, dígame.
 
Moderador.- A eso de las 7:00 de la tarde de hoy informó el comandante Camilo Cienfuegos, en Columbia, que él entendía que posiblemente el problema —por llamarlo así— con el Directorio podría haber nacido de un malentendido, y que él estaba dispuesto a ir sin escoltas a la Universidad para charlar con el señor Faure Chomón. ¿Cuál sería su reacción ante esa iniciativa del Comandante?
 
Fidel Castro.- Yo no tengo inconveniente. Y yo iría también a la Universidad sin escoltas, como ando por las calles de La Habana, a hablar, no con el señor Chomón, sino con los combatientes idealistas del Directorio Revolucionario reunidos en una asamblea, para decirles lo que pienso, y hablar de compañero a compañero, de revolucionario a revolucionario, de combatiente a combatiente; hablo con las masas, no con los lidercillos o con las “piñas” que quieren desorientar a lo mejor de nuestra juventud. Estoy dispuesto a ir a hablar con las masas y a discutir con quien tenga que discutir, porque sé que quien tiene la razón, y tiene la moral y actúa sinceramente no tiene que tenerle absolutamente a nadie.
 
A mí me parece, sin embargo, que yo tengo que aclarar algunas cosas más. ¿Por qué yo afirmé que las declaraciones eran malintencionadas? Por varias razones. Mire, aquí los problemas que se han estado suscitando y que la opinión pública —aunque no se hable de ellos— los percibe, han sido originados en la misma actitud: primero, la toma del Palacio presidencial. Pues nada: un problema: ¿Qué hacer con el Palacio Presidencial? Había una tropa allí, estaba tomado por el Directorio Revolucionario; mediaron una serie de conferencias para que se entregara el Palacio Presidencial para la toma de posesión; entonces los que estaban en el Palacio Presidencial decían: “Bueno, hay que ver a Cubela.” Pero el comandante Cubela —de quien tenemos una magnífica opinión todos—, había sido herido en el combate de Santa Clara, y en aquellos momentos no era fácil verlo. Entonces decían: “Habrá que esperar a Chomón.” Pero Chomón no aparecía por ninguna parte, y no se podía tomar posesión. Y quiero que sepa que eso retardó la toma de posesión, la presencia del Presidente en Palacio. Pues entonces: “Sí, damos Palacio, pero vamos a discutir primero; damos Palacio si discutimos, si hablamos.”
 
La cuestión es que Palacio estaba tomado; sí, un lugar simbólico, muy simbólico, el lugar donde tiene que tomar posesión el Presidente, y que estaba tomado por tropas armadas. Y esa fue la primera preocupación que el público percibió, la primera dificultad.
 
¿No pasó más nada? ¿Ha habido por parte nuestra algún acto de hostilidad? ¡Que me lo prueben! Sin embargo, hubo unas declaraciones de señor Chomón hace varios días, en que decía que él había guardado silencio frente a una serie de cosas, como aquella huelga que se prolongó indefinidamente; la huelga que salvó la Revolución del golpe contrarrevolucionario que estaba planeándose en el país. Esa orden de huelga se dio el día primero, cuando precisamente Cantillo se había hecho Jefe del Ejército, y cuando había nombrado un testaferro, y cuando ya estaban tratando de preparar una maniobra con una “Comisión de Paz” a ver si nosotros aceptábamos aquella componenda; y la huelga se prolongó como una manifestación del pueblo de disciplina. Y sobre todo la ciudad de La Habana intervino decisivamente en esa huelga y fue la página más brillante que escribió la capital de la República, porque puedo asegurarles que fue decisiva esa huelga para que el triunfo fuese completo.
 
Primero estaba Cantillo; después renunció Cantillo. Pero la Revolución no tenía los mandos militares tomados, era cuestión de saber si todos los mandos acataban las disposiciones revolucionarias. Y lo que yo tenía que esperar para dar la orden del cese de le huelga —más que la orden, la solicitud, como les hice a los trabajadores, porque la huelga la convocaron los trabajadores a solicitud nuestra, y la suspendieron los trabajadores a solicitud nuestra. Antes de hacer la solicitud tenía que esperar el informe del Comandante Camilo Cienfuegos, que tan pronto pudo ya asegurar el control de los mandos militares me informó sobre el particular inmediatamente por radio; hasta en un avión especial se envió el escrito para que lo antes posible cesara la huelga; se hizo todo lo posible y fue una huelga revolucionaria. Se hablaba de una prolongación de la huelga, se hablaba de que habían guardado silencio frente al hecho de que se había designado a Santiago, capital de la República. Se designó a Santiago de Cuba capital de la República cuando había aquí dos jefes del Ejército, dos presidentes: el presidente revolucionario y el presidente nombrado por el golpe contrarrevolucionario. Y siendo Santiago, como ha sido, una de las ciudades más sacrificadas, cuyo prestigio se lo reconoce todo el mundo, le daba fuerza moral a la Revolución el declarar en aquel momento que la capital era Santiago. Eso fue, sin embargo, motivo de críticas, de que si se habían tomado decisiones... Todavía el Gobierno, el presidente, no había elegido su Consejo de Ministros, y ya hablaban de que no se contaba con ellos para hacerlo. O sea que eran una serie de críticas injustificadas, pero con el afán de estar haciendo una especie de oposición, de crítica, de ataque a toda costa. Cuando se designó al magistrado Urrutia, presidente de la República, se designó sin condiciones, y es enteramente libre para escoger sus colaboradores, porque, de lo contrario, sería un presidente mandado por una serie de sectores. Y yo creo que en la provisionalidad es necesario que el Presidente tenga autoridad para gobernar. La anarquía es lo que más teme el pueblo, la anarquía es lo que más teme toda persona cuerda, toda persona inteligente, porque sabe que la anarquía ha sido el enemigo de las revoluciones, y que los elementos que combaten las revoluciones de lo primero que la acusan es de anárquica, y de que no tiene control y de que no tiene autoridad. Y es necesario que el Presidente elija. Y el Presidente en Cuba manda, manda sobre todos nosotros, porque bastaría una palabra de él para que yo renunciara inmediatamente a la posición que me ha asignado y que, sinceramente, la cumplo como un deber. Porque creo que es muy triste haber llegado apenas ayer a la capital, haber sido recibido con el cariño que nos recibió el pueblo, y que hoy ya estén haciéndose declaraciones diciendo que desde Columbia, como en épocas anteriores, que dando órdenes de Columbia, como en épocas anteriores, y que hablando desde Columbia como en épocas anteriores, insinuando ya que yo soy una especie de Batista en Columbia. Bueno, yo creo que eso ofende a cualquiera, no pueden ser bienintencionadas esas declaraciones.
 
Moderador.- ¿Usted me permite, doctor Castro? A propósito del recibimiento apoteósico de ayer, numerosos periodistas norteamericanos responsables de la NBC, de la CBS, de Life, Times, me señalaron, me dijeron específicamente, que ni siquiera cuando Mac Arthur regresó a Estados Unidos victorioso, ni Eisenhower después de la Guerra Mundial, vieron nada semejante en su propio país. De modo que creo que es un motivo de halago para usted y de satisfacción para todos nosotros.
 
Fidel Castro.- Sin embargo, yo ayer —les repito— estaba... creo que era el único ciudadano preocupado y triste ayer en la ciudad de La Habana. Porque pienso lo que significa el que todas las organizaciones empiecen a contrabandear armas, porque no solamente ha habido ocupación de armas, hay contrabandos de armas, y que las organizaciones se pongan a acumular armas, 1 000 fusiles, 2 000 fusiles. Todo el mundo sabe aquí que cuando había varias organizaciones que tenían 20 pistolas, aquí había un muerto cada 15 días, señores, y todo el mundo recuerda lo caro que le costó al país el gangsterismo, lo que costó —entre otras cosas— pues ese fue el pretexto más esgrimido para justificar del 10 de marzo que tanta sangre ha costado a la República.
 
Y si aquello era con 20 pistolas, ¿qué sería, señores, cuando todo el mundo aquí tuviera 2 000 fusiles en su casa, escondidos, guardados? Pues que el día que hubiera una elección en un sindicato, se entraban a tiros los contrincantes, porque todo el mundo tendría un fusil; el día que hubiese unas elecciones en la Universidad se entraban a tiros en la Universidad, porque todo el mundo tendría un fusil; el día que hubiera una reorganización en un barrio, por motivos políticos, por pasiones políticas, se entraban a tiros, y creo que es realmente muy grave, porque basta que esa organización que tenga 2 000 fusiles se divida, para que surjan cuatro fracciones y diriman sus cuestiones a tiros.
 
Yo sé lo que quiere el pueblo, el pueblo quiere paz, el pueblo quiere garantías, no para ahora ni para dentro de seis meses, quiere garantías por muchos años y para siempre si fuera posible. Y yo creo que si alguna oportunidad tiene de obtenerla es en este momento.
 
Mire: hay otro aspecto de esas declaraciones, aparte de la insinuación malintencionada, insidiosa, innoble, de que yo estaba dando órdenes desde Columbia; si yo hubiera dado órdenes, si mi disposición no hubiera sido todo lo diplomática y todo lo sincera que fue, hubiera empezado por hacer acusaciones directas, ¿verdad? No se ha tenido, sin embargo, en consideración eso para agredirme y directamente atacarme. Yo sé que yo tengo que soportar todos los ataques, ese y peores, y soportarlos a sangre fría; y los soportaré, porque estoy muy consciente de que es mi obligación y para mí será sencillamente siempre un deber, sin alterarme, sí puede ser que me apasione defendiendo un punto de vista, pero siempre sabré soportar todos los ataques, que para eso hemos luchado por conquistar el derecho de los cubanos a hacer cuantas críticas estime convenientes, pero también el de defenderse uno de las imputaciones.
Luis Gómez W.- Yo quisiera precisar, doctor Castro, una pregunta.
 
Fidel Castro.- Sí.
 
Luis Gómez W.- ¿Cree usted que la presión de la opinión pública será suficiente para resolver ese problema, o cree usted que será necesario recurrir a otros métodos?
 
Fidel Castro.- Decisiva, ¡decisiva! Yo le voy a demostrar que este problema se soluciona con la opinión pública solamente. Yo decía que la imputación... porque tengo interés en defenderme de eso; sobre todo me resulta muy amargo que se me venga a comparar con Batista, algún parecido o que se insinúe. Creo que para un hombre que ha luchado lo que he luchado yo tiene que resultarle la más hiriente de las declaraciones, aunque parezcan finas.
 
Pues se ocupan ilegalmente 500 armas, armas que están bajo el mando del Comandante Camilo Cienfuegos y están bajo mi jurisdicción, en un cuartel donde he ratificado al Jefe, que es el Teniente Chinea, que se vinculó con la Revolución desde la Sierra Maestra, teniente del Ejército. Sin embargo, cuando se roban esas armas, porque fueron armas robadas, nosotros no las fuimos a buscar, nosotros no enviamos una fuerza, ni siquiera dijimos “devuelvan esas armas”; lo planteamos ante la opinión pública, porque vale la pena precaver y advertir a la opinión pública y, sobre todo, para que la opinión pública presionara. No dije qué organización era, no; dije hay elementos de una organización que están acumulando armas, están contrabandeando con armas. ¿Armas para qué, si ya no hay dictaduras? ¿Armas para qué si el pueblo tiene todos sus derechos? ¿Armas para qué si el pueblo está loco de alegría y le ha otorgado su confianza a ingobierno de hombres honrados? Las armas se justifican cuando se arrebate un solo derecho al pueblo. Cuando al pueblo se le arrebate el primer derecho, que se tomen las armas, que habrá por lo menos una justificación para tomarlas, ¿verdad? Yo digo, ¿armas para qué, para crearle problemas al país, para ensangrentar de nuevo el país, para llevar otra vez la inquietud a las madres? Bueno, todos esos sacrificios se exigieron al pueblo y se les exigieron a las madres cubanas con razón, pero —como decía Martí— la Patria no debe ensangrentarse sin razón y mucho menos por ambiciones de dos o tres “caudillitos”, hombre resentidos y movidos Dios sabe por qué pasiones y por qué sentimientos. Nosotros no mandamos a recuperar las armas, ni siquiera dijimos “envíen esas armas”. Cuando yo hablé con el teniente Chinea, naturalmente, como militar —que se llevaron las armas en su ausencia, porque estaba en Columbia— yo le dije: “Usted debe tratar de recupera esas armas y plantéelo como si fuera una cuestión de honor para usted.” Porque a mí, un hombre que se me pare y me hable de su honor y me explique su situación, es una cosa que me convence, porque es muy duro ultrajar y pisotear la dignidad de ningún militar. Y a un militar que le llevan las armas del cuartel casi casi lo ponen al borde del suicidio; ese era el caso del teniente Chinea. Yo le dije: “trate de recuperarlas”.
 
Así que la actitud de nosotros fue, no ya no mandar a recoger las armas, ni siquiera decir el nombre de la organización o de la persona que había ordenado la captura; y no ya eso, dije bien claramente que de nosotros no se podía esperar nunca que viniéramos a acudir a la fuerza, porque teníamos fe en la opinión pública, y dije que cuando se nos agotara la paciencia por las provocaciones buscaríamos más paciencia, y cuando se nos volviera a agotar buscaríamos más paciencia. Y yo creo que esas declaraciones más pacíficas, menos amenazantes, más sensatas, si se quiere, no pueden ser. Yo simplemente advertí un mal, y no decíamos que las íbamos a buscar, ni las íbamos a tomar por la fuerza; al contrario, le decía a la opinión pública: “ayúdennos”. Hice lo único que podía decir, decirle al pueblo: pasa esto. Porque yo sé que la opinión pública presiona extraordinariamente y es posible que se resuelva por presión de la opinión pública.
 
Yo pude comprobar en el día de hoy que todo el pueblo había estado de acuerdo con las declaraciones de anoche; que cuantas veces he hablado desde la caída de la dictadura hasta hoy, nunca me había encontrado una opinión tan unánime de acuerdo con un pronunciamiento, el pronunciamiento de anoche. Luego, no podían ser autoritarias mis palabras, porque los pueblos no están con nada que sea autoritario, no respaldan ningún pronunciamiento autoritario.
 
Pero hay una mentira dentro de las declaraciones del señor Chomón, que son las que vienen a demostrar toda su mala intención, y es que dice que ayer se le impidió la entrada en Colombia a una comisión del Directorio. Bueno, voy a demostrar que es sencillamente falso, de que es una afirmación mentirosa, y está en este hecho: A Columbia fueron ayer miles, decenas de miles de personas, y entraron en torrente, no podía haber posta, no podía haber no ya posta, trinchera, no podía haber nada que impidiera el cruce de aquella muchedumbre que entró como un torrente por la avenida de Columbia y atravesó las puertas abiertas de par en par; miles de personas, entraron hombres y mujeres de todas las organizaciones, los periodistas, los aparatos de radio, los automóviles, todo entró ayer en Columbia, porque precisamente lo que nosotros quisimos fue que el pueblo celebrara su victoria allí en el campamento que fue de la tiranía, y entró el pueblo en masa. ¿Qué posta se podía parar allí a decir: “No entre usted, señor, de qué organización es usted? ¿Usted es del Segundo Frente del Escambray?, ¿usted es del Directorio? ¿Usted es de la OA? ¿Podía pararse alguna posta en medio de aquel torrente humano? En Columbia entró ayer todo el que quiso. Luego, tiene que ser falsa y mentirosa por completo la afirmación de que se impidió a una comisión del Directorio pasar allí. Lo que ocurrió fue que ni siquiera este señor tuvo la delicadeza de mandar a nadie allí.
 
Allí fue Prío. Tuve unas palabras de reconocimiento, porque ante un gesto, cualquiera que haya sido mi discrepancia con él, y cualesquiera que hubiesen sido los ataques que yo le haya hecho con anterioridad, me parece que la actitud con que ha llegado Prío a Cuba, merece reconocerse que es una actitud caballerosa y que viene con plan de ayudar y no a estorbar.
 
Lo reconocí allí, y eso fue motivo para que hoy sacaran a relucir que Prío va a tener problemas con el Ministerio de Recuperación de Bienes y que Prío, que a pesar de los ataques que se habían hecho... O sea, que el hecho de discrepar con un señor en momentos normales implique que en un instante como este —en que tanto la República debe apreciar la actitud de cada hombre, porque son momentos en que va a dar un paso por fin hacia delante y un paso grande— no pueda uno siquiera reconocer un gesto, y tenga que sacar a relucir si ataqué. Pues le reconocí a Prío su gesto, y se lo vuelvo a reconocer, cualesquiera que hayan sido mis discrepancias o mis ataques contra su persona.
 
Y allí estaba él y estaban hombres de todas las organizaciones, y había letreros de la organización auténtica; allí estaban los compañeros del Segundo Frente Nacional del Escambray, hombres y mujeres de todas las organizaciones; no mandaron siquiera una representación, para venir ahora a esgrimir que no se les dejó entrar en Columbia, y como no se les dejó entrar en Columbia, este es un ejército político; que no basta con que yo haya dicho que aquí pueden ingresar en el ejército todos los que quieran. Entonces es evidente, señores, que se carece de fundamento, de base, y que hay un señor ahí...
 
Moderador.- ¿Me permite una pregunta, doctor Castro?... ¿Esa afirmación de que pueden ingresar en el ejército todos los que quieran comprende, naturalmente, también a las fuerzas del Directorio? Es decir que si ellos quisieran ir a incorporarse a...
 
Fidel Castro.- Pero, señores, yo quisiera que mandaran 3 000 hombres en el acto, incluso todos los hombres que necesite el Ejército de la República.
 
Moderador.- Muchas gracias por esa aclaración, que es muy interesante.
 
Fidel Castro.- Porque es que lo dije, y por una razón muy sencilla lo repito, por dos razones: no nos interesa el control de la fuerza; es más, si creen o piensan, o si el Presidente considera, o si el pueblo considera que otro puede hacer eso, yo me quito esa tarea de arriba, porque me resulta muy amargo que me estén diciendo que si yo estoy dando órdenes desde Columbia; yo no pienso ni vivir en Columbia. Y anoche me fui a dormir a un hotel, por no dormir en la casa de Batista, porque la sensibilidad revolucionaria me impide dormir allí en aquella casa; me fui a dormir en un hotel de una calle de La Habana, en un hotel modestísimo, me fui a dormir; y me fui a las tres de la mañana de allí, a pesar de lo cansado que estaba, por no dormir en la casa de Batista, ¿comprende? Y me fui sin escolta, y la escolta se perdió durante todo el día, porque se quedó durmiendo por allí. ¡Así que yo debo parecerme mucho a Batista haciendo estas cosas! ¿Comprende? Si me permiten, porque yo estoy dispuesto a estar todo el tiempo que ustedes deseen entrevistar...
 
Moderador.- Y el público a escucharlo.
 
Fidel Castro.- Háganme preguntas sobre este particular, porque es muy interesante, sobre mi disposición, para que la opinión pública juzgue.
 
Quiero decir —antes de que ustedes me hagan alguna nueva pregunta—, lo siguiente: por dos razones no nos interesa el control de la fuerza. Primero, vamos a dejar a un lado una cuestión de principio y de sensibilidad, que quienes repudiamos el despotismo y la tiranía difícilmente queramos incurrir jamás en lo mismo que hemos estado combatiendo; pero, además, por razones que son de una lógica irrebatible: ¿quiénes son los que buscan los ejércitos para tomar el poder? Los que no tienen pueblo, los que no pueden obtener el poder en unas elecciones limpias y democráticas, buscan entonces los grupos militares, y buscan los ejércitos, para apoderarse por la fuerza de poder. ¿Casos? El de Batista. Si Batista hubiera tenido votos para las elecciones del año 1952 no hubiera dado jamás un golpe de Estado, pero como Batista no podía ganar democrática y libremente, tenía que dar un golpe de Estado y arrebatar el poder por la fuerza, con toda la secuela de sangre y dolor que ha dejado en Cuba. Luego buscan el poder por la fuerza y el control de los ejércitos los que no tienen pueblo.
 
Y, además, por otra razón no nos interesa la fuerza: porque quienes nos hemos opuesto, como nosotros, con medios insignificantes a un ejército poderoso como el de Batista, y al fin y al cabo hemos visto nuestro esfuerzo coronado con el triunfo, con este triunfo del pueblo de Cuba, quienes tuvieron fe en el pueblo y saben que ese pueblo será cada día un pueblo mejor, un pueblo más cívico, un pueblo más maduro, no le pueden temer a la fuerza.
 
Yo me atrevería tranquilamente a llamar a mi peor enemigo personal, a mi más encarnizado adversario, y decirle: “Ahí tiene usted todos los fusiles, ahí tiene usted todos los mandos; ahora cumpla con la República, cumpla con la Ley y con la Constitución y con el pueblo. Porque el día que usted se erija en dictador me voy otra vez para la Sierra Maestra, y creo que con posibilidades de triunfo, porque tengo hoy la experiencia que no tuve entonces. Luego, no puedo tener interés en controlar la fuerza.
 
Ahora, sí tengo un interés: el que esta obra, que costó tanto sacrificio y tanta sangre, llegue a ser algo para el país, llegue a su destino. Todos sabemos cuánto han mancillado las revoluciones, y cuánto han hecho fracasar las revoluciones la ambición, la desorientación, porque todos conocemos algo de las revoluciones de Cuba y sabemos cuáles fueron las causas que las frustraron: las divisiones, las ambiciones. Todos aquellos problemas debemos tenerlos muy presentes para no incurrir en ellos. Eso sí me interesa, como le interesa a cualquiera que la obra de su vida no se frustre. Quien hace un libro o ayuda a hacer un libro, quien hace una obra de arte o ayuda a hacerla, quisiera que perdurara, quisiera que resultara algo útil de ella. La satisfacción más grande que tenemos todos nosotros cuando vemos a las viudas y cuando vemos a los huérfanos, la palabra más sana y más consoladora que tenemos, es decirle: “pero no fue en balde”. Y ese es el consuelo de las madres, y ese es el consuelo de todo el que ha perdido a un ser querido, el que ha perdido a un compañero.
 
Y esa palabra: “no fue en balde” no es cuestión de que la digamos hoy, sino de que la podamos repetir dentro de 10 años, y dentro de 20, y dentro de 30. Y recuerdo que una de las cosas que más me entristecía al oír hablar de los mártires de la independencia, de los estudiantes que murieron en la lucha contra Machado, y de Guiteras, y de todos esos compañeros revolucionarios, era pensar que aquellas muertes habían sido virtualmente —salvo el ejemplo que daban de valor— muertes que no habían conducido a un triunfo del pueblo. Y algo más: me entristecía muchas veces ver los nombres de los mártires en bocas de gangster, que eran tomados como banderas, como se tomó el nombre de Guiteras, y se llevó las peores fechorías; cuando oigo invocar mucho el nombre de los mártires —de los mártires que no pertenecen a ninguna organización, porque pertenecen a la nación entera, ¡nadie se puede erigir en dueño de los mártires, de los caídos, porque son valores de la nación y de la generación!—, sospecho cuando veo que quieren monopolizar el nombre de los mártires, y temo por el nombre de los mártires, que se pueda usar con un fin innoble.
 
Porque aquí llegó un momento en que ya el nombre de Guiteras no impresionaba a nadie, porque se asociaba en la mente del pueblo a todos los excesos, y a una serie de crímenes y de abusos, porque los que lo invocaron cayeron poco a poco en aquello.
 
Y por eso esas cosas nos preocupan, nos preocupa que la obra se realice. ¿Qué estamos haciendo? Yo creo que, por encima de todas las rencillas que pueda suscitar contra una persona, por encima de todas las pasiones, a nosotros nadie nos puede negar que hicimos un ejército, y que a ese ejército le inculcamos, desde el principio, principios caballerosos y principios humanos, y que hemos escrito la página honrosa de una guerra donde no hubo un crimen, donde no hubo un golpe, donde no hubo ni siquiera un insulto y, en cambio, donde los prisioneros fueron por millares, mientras el enemigo no hacía más que torturar y asesinar, y se demostraba nuestra ecuanimidad y nuestra paciencia. Que se busque otra guerra igual.
 
Y ese ejército lo hicimos nosotros, y esos principios es lo que les queremos inculcar a todas las fuerzas, esos principios fueron los que fui a plantear esta mañana en la jefatura de policía; y ahí están los reporteros policíacos. Lo que hablé allí, lo que creo que debe ser la Policía, y lo que creo que debe ser el Ejército, y lo que creo que debe ser la Marina. Y en la Policía se va adelantando, porque ahora mismo se han traído 500 hombres que son veteranos de las campañas de Oriente, y 500 más se van a traer; ciudadanos en los que el pueblo de La Habana podrá confiar, que no se le andan escapando tiros, ni se ponen nerviosos, que son hombres sanos y hombres nobles. Ustedes los han visto y el pueblo los ha visto aquí; esos son los hombres que nosotros queremos poner como base a esos institutos.
 
Se habla ahora de que no exista ejército. Bueno: ¿Entonces, van a lanzar a la calle a todos los oficiales?, 30 000, 32 000 hombres se van a lanzar a la calle con los problemas de desempleo que tiene el país. ¿Para qué? ¿Para que surjan 60 conspiraciones? ¿Para que venga Batista y empiece a alquilar hombres aquí para hacer atentados, poner bombas y perturbar el país? ¿Es esa una medida inteligente? No, si yo creo —porque conozco a los militares— que hay muchos militares honorables, que hay muchos militares que fueron víctimas de Batista, quien les destruyó su carrera.
 
Y, claro, cuando había un grupo allá y les decían que el grupo era un grupo de forajidos y de bandoleros, pues yo no voy a decirles ahora que en aquel momento tenían que unirse a nosotros. Y conozco que hay muchos oficiales de carrera que son hombres capacitados, hombres honorables, y que el país los necesita. ¿Lanzarlos a todos a la calle? No. Lo que debe es buscarse los mejores militares.
 
El país sí necesita ejército. Entre otras razones, porque los enemigos del pueblo de Cuba y de la Revolución Cubana se han marchado con millones y millones de pesos, y la Revolución tiene que defenderse, el país tiene que defenderse. Hay dictadores que les han dado albergue a los Masferrer, a los Tabernillas y a Batista y comparsa, con todos los millones de pesos que se robaron, que constituyen un peligro para el país. ¿O es que alguien ignora, por ejemplo, que Trujillo siempre ha estado queriendo meterse en los problemas de Cuba? ¿Es que alguien ignora que Trujillo —porque lo ha denunciado Bohemia, lo han denunciado todas las instituciones prestigiosas del país— ha estado siempre animado de sentimientos hostiles a nuestro país, y ahora más que nunca, porque teme que los dominicanos imiten el ejemplo de los cubanos?
 
¿Y qué vamos a hacer? ¿Dejar al país sin armas, desarmado? Yo creo que eso no es tal problema; el país debe defenderse; además, los institutos armados deben prestar servicios en la paz, servicios al pueblo, servicios de orden técnico. Lo que no hay que tenerlos es ociosos, en cuarteles, ni tenerlos con un plan de machete y un fusil metiéndole miedo a todo el mundo; lo que hay que hacer es verdaderos soldados, que sean ejemplos y que puedan prestarle al país toda clase de servicios. Únicamente un demagogo puede plantear ahora que sencillamente se boten a todos los militares y se quede el país sin ejército; porque esos mismos militares, en un país sin ejército, inconformes, descontentos, alentados por el resentimiento y sostenidos por los que se marcharon con todos los millones, podrían entonces venir y tomar otra vez el poder, porque no habría ejército. Y entonces habría que librar otra guerra. Son cosas absurdas, no aconsejadas por la inteligencia sana y la nobleza, sino sencillamente por la ambición.
 
Y me interesa que el pueblo de Cuba los conozca, porque yo le doy importancia a estos problemas. Y por una sola razón le doy importancia, señor Wangüemert, y se la voy a explicar al pueblo; por una sola razón, y es que no queremos acudir jamás al uso de las armas para resolver un problema, no queremos que un problemita pequeño se agrande y se agrande hasta convertirse en un problema tan grave que haya que recurrir a las armas. La preocupación nace no de un deseo de hacer la guerra, de imponerle nada a nadie; nace precisamente de un deseo de no usar más las armas, porque usted comprenderá que las armas que se desaparecieron de San Antonio, si nosotros quisiéramos en media hora las buscábamos. Pero eso es lo que nosotros no queremos, ni ahora, ni luego, ni nunca, tener que acudir a eso, y por eso acudo a la opinión pública, que es nuestra arma. Porque lo que dije anoche lo repito: queremos mandar la columna mejor de la nación, que es la del pueblo, la de la opinión pública. Lo digo ahora y lo demostraré siempre.
 
Creo que hemos demostrado saber ser consecuentes con nuestras promesas y con nuestras palabras; y lo que digo hoy se encargará el tiempo de demostrarlo. Y la suspicacia de ínfulas de dictador o cosas parecidas, creo que los hechos hablan claro; y el pueblo que tiene una sensibilidad para distinguir entre el demagogo, el pícaro y el hombre honrado; el pueblo, que tiene una sensibilidad para distinguir entre el ambicioso y el hombre que está dispuesto a hacer todos los sacrificios por el bien de su país; el pueblo de Cuba, sobre todo, que es inteligente y que no hay quien lo engañe, tiene una confianza sobrada en nosotros. Y la batalla esta de las armas se ha ganado porque el pueblo unánimemente está de acuerdo con mis planteamientos; y ese señor tendrá que devolver las armas, sencillamente porque sus compañeros —que son muchachos idealistas, y muchachos revolucionarios, y que sienten con el pueblo—, si sigue él por ese camino no le harán el menor caso, y sencillamente terminarán destituyéndolo de la organización; porque esos muchachos son sensibles al sentimiento del pueblo. Y ya lo de este señor es un problema personal y una cosa probablemente festinada y probadamente malintencionada.
La opinión pública tiene ya esta batalla de las armas ganada, y ganada con los revolucionarios.
 
Yo estoy dispuesto a reunirme con todos esos compañeros del Directorio, porque los considero muchachos honrados, y lo digo con sinceridad, no lo digo por sembrar la división allí ni mucho menos. Lo digo porque es lo que siento y es lo que sabe todo el mundo, y los que los conocen. Porque, óiganme, conozco muy bien a los revolucionarios, porque he estado mucho tiempo con ellos, y sé que nadie empuña un fusil si no tiene un sentimiento muy profundo dentro, y sé que nadie resiste la campaña si no tiene un sentimiento muy sano dentro; lo conozco muy bien, y sé que nadie empuña fusiles para hacerle el “caldo gordo” a nadie, ni servirle de pedestal a nadie. Y hay mucha pureza en los revolucionarios cubanos, para que estos individuos... Mañana su reacción a lo mejor es de violencia, furibunda, no sé lo que será; pero la verdad la digo aquí bien clara, porque en definitiva ese es mi deber: decirle al pueblo la verdad.
Y creo que con esto quede aclarada esta cuestión.
 
Luis Gómez W.- La pregunta que yo quería hacerle está relacionada justamente con el mismo tema. La pregunta era simplemente esta, doctor Castro, una muy simple...
 
Fidel Castro.- Yo quiero que me hagan todas las preguntas que quieran sobre esto, porque yo estoy dispuesto a someterme al tribunal de la opinión pública.
 
Luis Gómez W.- Precisamente en ese sentido se la quiero hacer, al Comandante Castro, con dos años y meses de experiencia de la guerra de guerrillas y de los campos de Cuba. ¿Cree el comandante Castro que es posible que el mejor ejército del mundo defienda en Cuba a una dictadura condenada por el pueblo, si la voluntad del pueblo está contra ella?
 
Fidel Castro.- No, ¡puede entrar el Ejército Alemán aquí!... (Risas)
 
Luis Gómez W.- Basta la respuesta, doctor Castro.
 
Eduardo H. Alonso.- Bueno, al doctor Castro, que por lo visto ha curtido en la Sierra el cuerpo y que ya acorazará el espíritu también contra esos otros embates, quiero hacerle una pregunta. ¿Estas diferencias no obedecerán ciertamente a ninguna interpretación de algunos de los pactos, o a algunos de los acuerdos entre los grupos revolucionarios? Esta es una cuestión que conviene que el doctor Castro dilucide aquí suficientemente para desvirtuar el menor pretexto.
 
Fidel Castro.- Yo le voy a decir claramente, como hablo siempre, todo este problema de los pactos y todas estas cosas.
 
Todo el mundo sabe que nosotros éramos renuentes a los pactos. ¿Y sabe por qué? Para evitarse estos problemas. Siempre tuve el instinto de que la Revolución debía hacerla un Movimiento. Yo estaba seguro de que esa Revolución la podía hacer el Movimiento 26 de Julio sin compromisos absolutamente de ninguna clase con nadie; estoy convencido, porque nuestra tesis revolucionaria era no que un grupo hiciera una revolución, sino que el pueblo hiciera la Revolución. Y lo mismo que a veces un motor grande necesita un motor pequeño para arrancarlo, pues el pueblo de Cuba, que era un motor grande, necesitaba de un motor pequeño para ponerlo en marcha; pero que cuando ese motor grande se pusiera en marcha, la tiranía se caía.
 
Nosotros estuvimos luchando durante un año completamente solos; sin embargo, lejos de disminuir nuestras fuerzas, iban en aumento, iban en aumento. Usted hace una comparación entre las fuerzas en combate del Movimiento 26 de Julio y las demás fuerzas que estaban operando, y que empezaron un tiempo después, pero mucho tiempo después, usted se encuentra que la proporción era de diez a uno, de diez a uno. Yo le aseguro a usted que pudiera haber durado 15 días más, 20 días más, un mes más, dos meses más, pero el Movimiento 26 de Julio, con su tesis de que la Revolución la hace el pueblo, hubiera derrotado a la tiranía por completo. Eso no quiere decir que los demás no tengan derecho a luchar, no; creo que es un derecho y hasta un deber de cada cubano luchar. Ahora, ¿luchar cómo? Nosotros iniciamos la lucha allá en Oriente hace ya dos años y un mes; es lucha, que se sostuvo durante un año y que resistió todas las pruebas y que demostró que era posible resistir y aún progresar, creo que debió de haberse respaldado y no empezar a luchar en plan de rivalidad con aquella organización. Se hubiera dicho: ustedes han demostrado que es posible, ustedes han demostrado que tienen experiencia, vamos a luchar junto a ustedes y vamos a acatar la dirección revolucionaria de ustedes. No venir con la tesis de dos ejércitos.
 
Miren, yo tengo una mentalidad jurídica, porque soy abogado, y las cosas que se salen de lo más elemental del derecho chocan con mi imaginación. Yo no concibo que se pueda plantear en una República la tesis de dos ejércitos; eso es absurdo, únicamente que se divida la República en dos partes: un ejército en un lado y otro ejército en otro; pero surgir en un proceso revolucionario con la tesis de dos ejércitos, esa es una cosa absurda.
 
Cuando nosotros desembarcamos, no desembarcamos en el Municipio de Niquero, ni en la provincia de Oriente, nosotros desembarcamos en el territorio de Cuba, señores. Y si llevábamos un año luchando, era lógico que se hubiera acatado la jurisdicción de aquel ejército que había resistido la prueba del año, y no surgir con la tesis de dos ejércitos, porque la tesis de dos ejércitos no es patriótica, ni es jurídica, ni es revolucionaria; es divisionista y es absurda. Además, si yo acepto la tesis de este señor de los dos ejércitos...
 
Eduardo H. Alonso.- Yo quiero interrumpir un momento al doctor Castro. ¿Me permite que lo interrumpa?
 
Fidel Castro.- Sí.
 
Eduardo H. Alonso.- La verdad es que me cuesta mucho trabajo, yo estoy aquí fuera de género...
 
Fidel Castro.- ¿Cómo fuera de género?
 
Eduardo H. Alonso.- Sí, fuera de género, le voy a explicar.
 
Fidel Castro.- ¿Qué quiere decir? Vamos a ver.
 
Eduardo H. Alonso.- Porque yo estoy acostumbrado a discutir, y yo no puedo discutir con el doctor Fidel Castro...
 
Fidel Castro.- ¿Usted quiere discutir conmigo?
 
Eduardo H. Alonso.- No puedo, no puedo, porque estoy de acuerdo con él desde que disparó el primer tiro en el Moncada. De modo que estoy fuera de género; yo he estado aquí hasta ahora para otras cosas.
 
Fidel Castro.- Bueno, pero podemos conversar.
 
Eduardo H. Alonso.- Exactamente, vamos a dialogar.
 
Lo que quiero saber es si, efectivamente, había un pacto, o un acuerdo, o algo que pudiera ser interpretado de modo que ahora suscitara alguna suspicacia.
Fidel Castro.- Voy a la explicación, y termino con esto: si se aceptaba la tesis de los dos ejércitos, había que aceptar la tesis de los tres ejércitos, de los cuatro ejércitos, de los cinco ejércitos, y de todos los ejércitos. Porque también el Segundo Frente Nacional del Escambray tenía tropas numerosas en Las Villas, más numerosas que las del señor Chomón, quien con su política errónea había conducido a la división dentro de las fuerzas que estaban combatiendo en Las Villas; bueno, pues hubo división. Pero ya había otro ejército. También estaba la Organización Auténtica, que tenía hombres combatiendo también. Entonces ya era la tesis de los cuatro ejércitos...
 
Eduardo H. Alonso.- Es decir que si hay una división...
 
Fidel Castro.- ¿Se puede aceptar en derecho público una Revolución con cuatro ejércitos, cada uno haciendo lo que estimara conveniente y cada uno con su Estado Mayor? ¿Es revolucionario el que plantea esas cosas, señores?
 
Un revolucionario empieza por reconocer que es absurdo desde el punto de vista del derecho público la tesis de dos ejércitos. Porque desde el momento que diga: “yo tengo otro ejército”, ya está diciendo: bueno, como tengo otro ejército, y este ejército puede actuar libremente bajo su mando, está admitiendo la tesis ya de que se va a chocar, porque hay otros, y porque no caben en una misma república dos ejércitos; eso es absurdo.
 
Y nosotros no hemos planteado esa tesis. Si nosotros empezamos y estuvimos luchando durante más de un año, y estimamos que lo lógico es que hubieran venido a unir esas fuerzas, a decir: “somos revolucionarios, estamos luchando por los mismos ideales”, lo que se dice hoy. Hoy se habla de unir, de partido único, ¿por qué no se habló antes de ejército único? ¡Ah!, ¿hablar de dos ejércitos entonces, para venir ahora a exigir condiciones?
 
Porque si se habla de partido único en la normalidad, era más lógico que se hablara de ejército único en la guerra, porque en la guerra se necesita más la unidad que en la paz. Y no se habló de eso, sino: “mi ejército, y Comandante en Jefe de mi ejército, y el ejército de tal y más cual”; esa es toda la tesis que ha habido en esto. La gente tiene que estar clara en estos problemas.
 
Ahora, yo decía lo siguiente: Pacto: cuando el pacto de Miami todo el mundo sabe que lo rompimos nosotros. Incluso, asumimos la responsabilidad de que el pueblo creyera que por culpa de ese divisionismo no se triunfaba contra la dictadura, y yo sabía que esa no era la causa, yo sabía que la causa era que no se había desarrollado todavía la Revolución, y que era cuestión de tiempo.
 
Porque si la Revolución hubiera triunfado a los tres días de haber desembarcado nosotros, no habría sido revolución, nadie sabría nada, no habría un solo hombre competente capaz de mandar 1 000 o 2 000 hombres; porque los que estábamos allí no sabíamos nada de lo que estamos haciendo hoy.
 
Sin embargo, es necesario el tiempo. Las revoluciones necesitan tiempo, y hay algunas teorías que dicen que el poder se conserva en la misma medida en que cuesta conquistarlo. Y la cuestión fue que aquellos dos años fueron la escuela de la Revolución; era cuestión de tiempo. El pueblo, naturalmente, en su desesperación lo que quería era que se cayera Batista; pocos pensaban en lo que iba a venir después de Batista. “¡Que se caiga Batista!”, era lo que pensaba primeramente la gente.
 
Eduardo H. Alonso.- Era todo un programa.
 
Fidel Castro.- Ahora, no se caía Batista, porque estuvieran divididos; el pueblo no estaba dividido, el pueblo estaba unido y todo el mundo lo sabe. Todo el que podía mandar una medicina, un peso, una lata de sardinas, la mandaba; el pueblo en su base no estaba dividido.
 
Nosotros sufrimos entonces el revés —por aquellos tiempos, poco tiempo después de que fracasó la unidad—, un gran revés que fue el revés del 9 de abril. Entonces la gente creyó más todavía que aquel revés se debía a la falta de unidad. Yo creo que de ninguna manera triunfaba la revolución en aquella época aunque hubiera estado todo el mundo unido, por la sencilla razón de que nosotros teníamos 200 fusiles nada más en total cuando la huelga. Esa es la única verdad. Y se hizo un extraordinario esfuerzo por nuestra parte pero con 200 fusiles; la verdad es que no podía triunfar.
 
Entonces creíamos que existía más madurez y más fuerza en cuanto al movimiento obrero, aparte de que el error en aquella ocasión fue un error de técnica sobre la forma de desarrollar la huelga que no fue una forma correcta.
 
Pero la cuestión es que para nosotros el resultado fue un gran revés, y que el pueblo creyera más todavía que era una cuestión de unidad.
 
Entonces, la unidad se fue haciendo más necesaria, como una cuestión psicológica, porque era una creencia del pueblo, y entonces el hecho de que dijeran: están unidos, nada más que decirlo ya levantaba el ánimo y despertaba el entusiasmo; y el entusiasmo forma parte de los elementos necesarios para obtener una victoria, la fe forma parte de los elementos con que se gana una guerra. Y si hay que determinar un paso para levantar la fe, se da.
 
Pero —fíjense bien—: después del fracaso de la huelga se preparó una ofensiva contra los rebeldes, una gran ofensiva. Todo el mundo sabe que esa ofensiva se dirigió contra la Sierra Maestra, algunos intentos en el Segundo Frente, algunos intentos en Las Villas, pero el grueso —14 batallones con todas las armas y todos los recursos—, lo dirigió el régimen con una táctica correcta. Porque cuando en la guerra se concentran todas las fuerzas hacia puntos determinados para destruirlos unos detrás de otros, es la táctica correcta, era la táctica napoleónica: concentrar el grueso de sus tropas contra un punto determinado; se concentró el grueso de las fuerzas contra nosotros con el objeto de destruirnos. Si ganaban aquella batalla, pensaban con lógica que podían destruir los demás frentes. Entonces nosotros tuvimos que resistir aquella ofensiva con 300 fusiles. Entonces se estaba planteando la cosa de la unidad, y por una cuestión de pudor nosotros dijimos: no, si nosotros hemos rechazado la unidad antes, hasta que no rechacemos esta ofensiva no aceptamos la unidad, para que no se diga que hemos venido a aceptar la unidad cuando estamos apretados, cuando estamos en situaciones difíciles. Y como la unidad no era lo que resolvía el que nosotros resistiéramos, porque aunque en aquel momento aceptáramos la unidad y la unidad implicara envío de armas, esas armas iban a llegar mucho después del ataque enemigo, pues no perdíamos nada. En aquel momento a la Revolución —después del 9 de abril—, se le planteó el problema de resistir; si no resistía se perdía la Revolución, si resistían los 300 hombres armados que teníamos, se ganaba la Revolución.
 
Y el resultado fue que la ofensiva aquella terminó en que se le ocasionó al enemigo más de 1 00 bajas y terminamos con 806 armas, entre ellas morteros, bazucas, ametralladoras de todas clases. En aquel momento se inició la contraofensiva nuestra con el envío de las columnas a Las Villas, a Camagüey y a todas partes de la provincia, que produjo el colapso en un plazo de cinco meses. Y por ahí anda un discurso en que yo decía a los militares: les va a pasar esto si no hacen esto, y en tanto tiempo van a sufrir esto, y en tanto tiempo esto, con fecha exacta. Y ahí está el discurso en que se decía lo que les iba a pasar, con la fecha exacta. Decía: “si la guerra se prolonga cinco meses más, el ejército se desintegra”. Se prolongó la guerra cinco meses más y el ejército se desintegró, y ahí están los documentos.
 
Porque toda esta lucha se llevó a cabo no por casualidad, se llevó a cabo de acuerdo con un plan.
 
Entonces, ya cuando nosotros habíamos obtenido las primeras victorias en la ofensiva y ya estábamos contraatacando, entonces dijimos: bueno, ahora la unidad la vamos a aceptar porque se presionó a favor de la unidad. A favor de la unidad presionó no solo el pueblo, la opinión pública, que creía que era necesaria; presionaron, por ejemplo, simpatizantes en el extranjero, como los simpatizantes nuestros en Venezuela, que nos decían que teníamos que unirnos para ayudarnos; entonces, a la unidad presionaron una serie de factores. Entonces nosotros, ya cuando habíamos rechazado la dictadura y no podía pensarse que la aceptábamos en aquel momento porque estábamos presionados, sino que ya habíamos rechazado la ofensiva de la dictadura, aceptamos la unidad y se efectuó una declaración de principios en la cual se indicaba que todos estábamos de acuerdo con la unidad y que las bases de la unidad las discutiríamos en una reunión en la Sierra Maestra delegados de todas las organizaciones.
 
Esa reunión de delegados de todas las organizaciones no llegó a reunirse nunca allí a discutir las bases. Y el doctor Miró Cardona, que era el Secretario del Frente Cívico, sabe de mis telegramas, y ahí están mis telegramas, en que yo decía que no aceptábamos ningún compromiso que no emanara de la reunión de los delegados de todos los sectores de la Sierra Maestra.
 
Y esa reunión no llegó a efectuarse nunca; luego, las bases de la unidad no se discutieron. Hubo un acuerdo en principio. El Frente Cívico se organizó sobre la base de la declaración de principios, se organizó en el extranjero, hicieron una tarea, trabajaron activamente porque el deseo de los exilados y de los representantes de distintas organizaciones era tan grande, que hicieron todo basado simplemente en la declaración de principios, se organizó el Frente Cívico; pero no se discutieron nunca las bases de unidad, porque la reunión de delegados no pudo efectuarse, y lo único que se acordó fue respaldar la presidencia, respaldar al doctor Urrutia para presidente de la República, que lo respaldaron todas las organizaciones, menos el señor Faure Chomón, que dijo que él no respaldaba para Presidente a Urrutia.
 
Eduardo H. Alonso..- ¿A quién propuso?
 
Fidel Castro.- No propuso a nadie, pero emitieron un voto particular. La cuestión es que como el 26 era el que proponía al Presidente, él estimó que era su deber de patriota y de revolucionario rechazar de Presidente de Urrutia, e hizo un voto particular diciendo que no estaban de acuerdo con él por una serie de razones.
 
Eduardo H. Alonso.- El doctor Fidel Castro declaró, en uno de los muchos discursos o entrevistas, que se había enterado del golpe militar por la Estación Radio Progreso. Seguramente el doctor Castro ignora que esto fue otra maniobra táctica, porque cuando fueron citados los radioemisores a Columbia, estaba ahí Abel Mestre, Manolo Fernández, Roberto García Serra —la flor y nata de esta industria—, trataron de retenerlos allí —esta es la verdad— y cuando ya llevaban como hora y media, hicieron un pequeño consejo y hablaron conmigo: “¿Qué te parece que debemos hacer? ¿Debemos lanzar la noticia?” Digo: “Sí.” Y entonces se fueron a dar la noticia. Por cierto que en Radio Progreso pusieron un disco para el censor, pero la noticia salió al aire por otra parte. ¿A qué se debe que el doctor Fidel Castro, o el Comandante Fidel Castro...?
 
Fidel Castro.- Usted dice doctor, ciudadano, lo que quiera, no tengo prejuicios.
 
Eduardo H. Alonso.- Bueno, ciudadano Fidel Castro —para remontarnos a la Revolución Francesa—, el ciudadano Fidel Castro dice que se enteró del golpe militar por esa transmisión de Radio Progreso. ¿No había conocimiento previo de ese golpe militar?
 
Fidel Castro.- No, sí, yo le voy a explicar si usted quiere. El señor Cantillo había tenido una entrevista conmigo el 28 de diciembre, la había solicitado el 24, y como en esos momentos nosotros teníamos rodeado un montón de pueblos que estaban al caer, yo le pospuse lo más posible la entrevista para el 28; si va a discutir, que discuta cuando esté tomado Palma, Maffo, Contramaestre, y, efectivamente, cuando fue a discutir estaba tomado todo el mundo. En Contramaestre había como 750 fusiles más ocupados. Entonces se efectuó la entrevista, que ya yo suponía que era una entrevista con fines de apoyar la Revolución, de sublevar al ejército. Era además lo lógico, lo lógico era que el ejército, como cualquier ejército en cualquier parte del mundo, trate de salvarse quitando la dictadura. Eso debieron haberlo hecho en mucho tiempo si hubieran actuado con espíritu de cuerpo, con instinto de conservación, cosa que no hicieron y sí fueron a hacerla demasiado tarde. Aunque yo sabía que con 25 días más que durara la guerra, en el estado ya de quebrantamiento de la resistencia que había en la dictadura, y teniendo en cuenta que en Oriente solo teníamos unos 12 000 soldados copados, que no podían auxiliarse unos a otros, que en Las Villas estaba luchándose, ya se había cerrado la Carretera Central, porque cuando nosotros nos dirigíamos después de Guisa hacia Santiago de Cuba, le dije a Camilo... —Camilo había salido de la Sierra Maestra, el Comandante Camilo Cienfuegos había salido de la Sierra Maestra para llegar hasta Pinar del Río, por eso se le puso a la columna invasora “Antonio Maceo”, porque tenía la ruta de Maceo. Pero al llegar a Las Villas se le ordenó que no prosiguiera el avance, porque ellos habían realizado una odisea, una proeza para llegar a Las Villas; por unas llanuras completamente claras donde era muy difícil resistir la persecución tremenda que lanzaron a las dos columnas las fuerzas de la tiranía. Las dos columnas era una de 82 armas y la otra de 110 armas. Cualquiera diría que aquellas columnas invasoras tenían 500, 1 000 hombres, porque el pueblo siempre se creía diez veces más de lo que teníamos nosotros.
 
Eduardo H. Alonso.- Sí, por miles siempre. A mí me daba vergüenza, porque yo decía, ¿pero cómo puede pensar el pueblo que tengamos 10 000 hombres y todavía no hayamos derrocado a Batista? Porque el pueblo creía que teníamos 10 000 y teníamos 200. Entonces, las armas que nosotros teníamos, teníamos que quitárselas a los soldados; y no era tan fácil arrancarle un fusil de las manos, ¡hombre!, hay que pelear con ellos y uno a uno, porque vienen con hombres que los defienden.
 
Moderador.- ¿Doctor, me permite que lo interrumpa para dar lectura a un mensaje que me acaban de enviar del Noticiero CMQ? Dice lo siguiente: “Madres cubanas vienen llamando por teléfono con el ruego de que se le diga a Fidel Castro que si es necesario ir a la universidad a buscar las armas robadas, que no mande a los muchachos, que ya los hijos hicieron bastante, que ellas, las madres cubanas, serán las que irán a arrebatarles los fusiles donde quiera que los tengan” (Risas).
 
Fidel Castro.- Eso demuestra una vez más la tesis nuestra de que la opinión pública es una fuerza invencible, a la que estoy seguro de que no hay quien pueda resistir, y menos en un momento, porque en la época de la dictadura la opinión pública no vale nada, está aherrojada por completo, amordazada, pero cuando hay libertad, la opinión pública es la que manda, es una cosa clarísima.
 
Y felicito a las madres cubanas y les prometo, les prometo con la seriedad con que siempre hemos prometido y cumplido todas nuestras cosas, de que yo seré el último en usar aquí un arma para resolver un problema, y que seré el más firme y el más decidido y el más constante defensor de la paz, porque precisamente lo que más me dolía era pensar que una sola madre tuviera que pasar de nuevo por el dolor de ver a un hijo caído, y caído innecesariamente, porque esa sí es una muerte dolorosa; todavía las madres que han perdido sus hijos combatiendo, tienen el consuelo de saber que murieron combatiendo y de que no ha sido en vano esa muerte, pero una muerte innecesaria, las muertes innecesarias son las más dolorosas. Y las madres cubanas merecen todo nuestro reconocimiento, nuestra felicitación y, sobre todo, nuestra ayuda, para que estén tranquilas, para que vivan tranquilas y felices de ahora en adelante, que para eso se lo han ganado, porque yo creo que nadie ha sufrido más que las madres. Los que mueren, mueren, pero las madres se quedan vivas y con su dolor que les dura toda la vida.
 
Moderador.- Señor Navarro...
 
Luis Navarro.- Con mucho gusto. Comandante Castro, a propósito de la universidad...
 
Fidel Castro.- ¿Habremos terminado?
 
Luis Navarro.- No, era para una interrupción sobre este mismo tema.
 
Fidel Castro.- Bueno, pueden preguntar y si les parece pueden volver sobre lo mismo. Porque miren: el señor director del programa y los directores de CMQ saben el interés que yo tenía en venir al programa, en cumplir con la invitación que me hicieron; incluso yo les dije ayer que si querían yo venía a las 2:00 de la mañana, cuando terminara allá. Así que se ha cambiado el día, y por ser la inauguración del programa, si ellos no tienen inconveniente —yo estoy encantado—, me pueden hacer todas las preguntas, porque vine a eso, a que me interrogaran y me examinaran, y preguntaran todo lo que estimaran conveniente.
 
Moderador.- Doctor Castro, todo el pueblo de Cuba está interesado, además los temas de actualidad apasionantes que estamos discutiendo aquí, en conocer sus proyecciones en cuanto a asuntos económicos, sociales, etcétera. Usted ayer mismo dijo que en dos años, con el nuevo Gobierno Revolucionario, la Cuba que se habría de conocer no se parecería en nada a la Cuba que hemos tenido hasta ahora. De modo que eso lo vamos a dejar para futuras intervenciones de los compañeros periodistas.
 
Luis Navarro.- Comandante, por favor. Era para referirme a ese tema de la universidad, que los dirigentes de la FEU, encabezados por la abnegada luchadora Elvirita Díaz, nos acaban de enviar un mensaje donde le piden a usted intervenga para que les sea entregada lo antes posible la universidad a fin de poder reanudar las clases, y dice textualmente: “Esperamos que el comandante Fidel Castro Ruz, con la justicia que le ha caracterizado a través de toda su lucha revolucionaria, una vez más se constituya simbólicamente en estudiante universitario, y resuelva favorablemente la reintegración del Alma Mater al Consejo Universitario y a la FEU, organismo responsable de este máximo centro docente, a fin de poder cumplir con su destino histórico y revolucionario.” Es decir que esperan que se les devuelva rápidamente la universidad para reiniciar sus tareas docentes.
 
Eduardo H. Alonso.- Sí, pero ese no es el mismo tema; ese es otro tema.
 
Fidel Castro.- Bueno, yo quisiera añadir algo, decir algo sobre eso, y es lo siguiente: yo he hablado con muchos estudiantes del Directorio Revolucionario, de los que están, estudiantes, incluso los que no militan en ningún sector determinado, y el espíritu que hay en los estudiantes, en todos los dirigentes estudiantiles, todos, y los estudiantes todos, incluso, ya les digo, los estudiantes del Directorio Revolucionario que son magníficos muchachos, es de facilitar y viabilizar todo lo que tienda a la normalización y a la superación de los problemas universitarios.
 
En estos problemas, yo conversando con ellos les pedía precisamente —porque hay algunas discrepancias dentro de la Federación, distintos puntos de vista, consecuencia de los dos años o tres que lleva la universidad cerrada y las elecciones que no se efectúan hace mucho tiempo, y entonces en la interpretación de tipo legal sobre a quién le corresponde la literatura de la Federación hay discrepancias—, y les estaba aconsejando que se reunieran, que resolvieran eso razonablemente, que discutieran todos el problema, y acordaran lo que fuera más conveniente a la universidad. Y sé que en los estudiantes, en los estudiantes, hay la mejor disposición y están llenos de interés en resolver esos problemas; porque hay que distinguir los de la FEU y los estudiantes del Directorio. Hay muchos miembros, hay muchos estudiantes que son miembros del Directorio. Y ya les digo, los miembros del Directorio son los muchachos que yo conozco, los que he tratado y según la opinión de todo el mundo, magníficos muchachos.
 
El problema ahí es de dos o tres —hay que distinguir—; los que tienen tomada a la universidad con cañones, y un tanque allí, y fusiles dentro, es el Directorio.
Luis Navarro.- Sí, que es un organismo ajeno a la FEU.
 
Fidel Castro.- Es ajeno a la FEU, ajeno a la universidad.
 
Y yo les digo que no es el Directorio. Sé que los miembros, los combatientes revolucionarios, en cuanto les digan que la universidad los necesita se van de allí con los fusiles, sin que nadie —cuando se le pida— ponga inconveniente. Ya le digo a usted que los que se opongan a las cosas que hay que hacer aquí correctamente, desaparecen; desparecen porque los abandona la masa. La masa no sigue caprichos, ni sigue resentimientos, ni sigue cosas absurdas, por mucha palabrería y por muchos sofismas, y por mucha habilidad que tengan los individuos para tratar de confundirla.
 
Es decir, ese es el problema; y yo quiero a la opinión pública aclararle eso: de que no, que en la forma en que yo he intervenido es aconsejando. Y yo sé, estoy seguro, que esos problemas se resuelven sin dificultad de ninguna clase, como se van a resolver absolutamente todos. Estoy completamente convencido.
Luis Gómez W.- Usted hablaba de su entrevista con Cantillo...
 
Eduardo H. Alonso.- Yo pido al compañero Moderador que se acabe, porque el doctor Castro ha sido interrumpido con varios mensajes...
 
Fidel Castro.- No, no, yo no tengo inconveniente; si la opinión pública nos lo perdona, pues...
 
Eduardo H. Alonso.- Doctor Castro, ¿sabe por qué insisto? Porque el público sabe ya lo que ha ocurrido, pero quiere saber cómo ha ocurrido.
 
Fidel Castro.- Exactamente. Usted insiste, ¿en qué?
 
Luis Gómez W.- En su entrevista con Cantillo.
 
Eduardo H. Alonso.- No, no, él hablaba de la entrevista con Cantillo como un punto de partida para relatar. Yo quería saber por qué él se enteró por Radio Progreso de una cosa que, lógicamente tenía que haber sabido antes.
 
Fidel Castro.- No, le voy a explicar. Siento no tener los papeles por aquí... ¿tengo los papeles? ¡Menos mal! Yo lo único que temo es que vaya a perder la paciencia el Moderador y...
 
Moderador.- Absolutamente. Además, estamos tan pacientes por lo menos como el doctor Castro.
 
Fidel Castro.- Yo quería informar bien. Por ejemplo, en algunos lugares lo conocen perfectamente. En La Habana no se oyó el mitin de Santiago de Cuba, ¿verdad?, ni los documentos que yo leí y todo aquello. Bueno, entonces les voy a ahorrar el problema de los documentos.
 
La cuestión es que se efectuó la entrevista. El día 28 a las 8:00 de la mañana llegó en el helicóptero al central Oriente, que es un viejo central que era del padre de Eduardo Chibás, y que desde hace como 20 o 25 años no es más que un almacén de hierros abandonados allí. Y allí a las 8:00 de la mañana tiene lugar la entrevista. Llega el señor Cantillo, en los términos más amables, más naturales, porque es una persona que realmente disimula bastante bien lo que es. Nos sentamos, comenzamos a tratar todos los problemas y, naturalmente, en aquella situación en que él de hecho venía a reconocer que había sido derrotado el ejército, yo pasé a explicarle todas las causas y a expresarle nuestros puntos de vista con toda la caballerosidad, con toda la amabilidad posible, puesto que era nuestro visitante allí.
 
Y entonces le hablé bien claro y le dije cuáles eran los problemas de Cuba y cuáles eran las causas —porque yo lo veía interesado en que fuera lo menos drástica, lo menos violenta la solución. Lo vi, en dos palabras, un poco interesado por ver si se le brindaba una retirada a Batista y a los generales.
Yo le dije terminantemente que esa gente se escaparan si podían escaparse, o si querían escaparse, mientras nosotros no pudiéramos impedirlo. Pero con la autorización de nosotros no podrían jamás escapar; que nosotros nos oponíamos terminantemente a la fuga de esa gente.
 
Y entonces yo le hablé a él, le dije: “Mire, ¿qué consideración usted tiene que guardarle a esa gente? Le han hecho esto al ejército, esto, esto, esto, ha costado tantas vidas, le han robado el dinero hasta de las armas.” Y le hice un análisis completo de lo que habían significado Batista. Y le dije: “Si Batista quisiera al ejército —como él tantas veces ha dicho— hace un año, hace dos años, en vez de permitir que esta situación empeorara, hubiera reunido a toda la opinión pública, a todos los partidos de la oposición, a las instituciones cívicas y a todo el mundo y les hubiera dicho. ¿Qué quieren?, ¿Qué restablezca la libertad de prensa?, ¡restablecida la libertad de prensa! ¿Qué quieren además?, ¿elecciones libres?, ¡elecciones libres! ¿Cuándo?, ¿dentro de tres meses? ¡dentro de tres meses! ¿Voto directo?, ¡voto directo! ¿Supresión de la minoría?, ¡supresión de la minoría! ¿Paridad en los colegios?, ¡paridad en los colegios! ¿Reorganización nueva en todos los partidos?, ¡reorganización nueva!”
 
No es lo que estaba pidiendo todo el mundo, ¿verdad? Y, además, le hubiera podido preguntar a todos aquellos partidos: “¿Y qué más quiere?, ¿Qué yo renuncie? Bueno, pues yo renuncio. ¿Y a quién quieren que ponga?, ¿a Don Cosme —que ya no estaba Don Cosme vivo—, a cualquier otra persona? Pues la pongo.” Y hubiera puesto una condición: “No me toque el ejército, porque esos hombres yo tengo que defenderlos.”
 
Y yo estoy seguro de que ante aquella solución —como realmente eran pocos los que creían en el triunfo de la Revolución— nos hubieran puesto a nosotros en una situación muy difícil. Y los partidos políticos habrían aceptado aquello; estoy seguro de que casi todo el mundo aceptaba, menos nosotros, porque sabíamos que aquello no era un triunfo, y que dejar el ejército era dejarlo todo; pero nosotros nos hubiéramos visto acorralados completamente frente a una solución falsa.
 
Batista hubiera hecho aquello y habría salvado al ejército, a su ejército, hubiera conservado, incluso, su influencia en el ejército. No lo hizo, llevó el ejército al abismo, a la destrucción, a la desintegración. Lo ha llevado a esta situación —le dije yo—, ¿qué motivo de consideración puede tener el ejército para con Batista, ni con los Tabernilla, ni con los Pilar García y los Chaviano que han llenado de infamia el uniforme militar, que con todos los crímenes que han cometido han revirado al pueblo de tal forma que son las causas de la derrota que usted ha sufrido aquí?
 
Y entonces le planteé que no, que no se podía, que aquella gente... Yo le dije: “¿Usted sabe de quién tiene usted que preocuparse? De los militares que han sido víctimas de esta situación y de los hombres que ven su carrera expuesta, su profesión en peligro; ocúpese de los militares honorables, de los miles de soldados que hay que no son ladrones, ni son asesinos; esos son los que usted debe salvar, no intente salvar a aquella gente. Y aceptó plenamente.
 
Además, dije que el golpe no podía ser en la capital, que el pueblo recelaría de cualquier movimiento en la capital; si se quería hacer un movimiento revolucionario de militares, de civiles y de rebeldes, había que iniciar la sublevación con Santiago de Cuba, que él tenía el control completo de los 5 000 soldados de Santiago de Cuba, los tanques; se podía contar con la guarnición de Bayamo, se podía contar con los jefes de los tanques en La Habana. En definitiva, Batista no podía escapar. No había más que poner un tanque en cada aeropuerto, y un tanque frente a Palacio, un tanque en el campo de aviación, y no escapaba nadie aquí. Y eso fue lo que se le planteó. Aceptó. Además, reconoció que nosotros le habíamos ganado la guerra. Dijo, incluso, que esta había sido la guerra más civilizada que se había librado en el mundo, y que además por eso la habíamos ganado; y que el movimiento iba a ser en apoyo incondicional a la Revolución.
 
Entonces yo le pregunto: “Bueno, ¿usted acepta entonces el Presidente que se ponga, verdad?” “Sí.” “¿Usted acepta el cargo que le dé a usted, cualquiera que sea?” “Sí.” Y entonces presentes: el doctor Raúl Chibás —cuyo testimonio lo podemos invocar, y cuya palabra, por ser un hombre tan honrado como es, un hombre que acaba de renunciar a un Ministerio, porque dice que no le interesan los Ministerios— y un sacerdote católico que era el que había servido de intermediario, porque era el que había traído la solicitud de entrevista de Cantillo, y varios militares más que estaban presentes allí, aparte de los compañeros —pero yo no voy a invocar el testimonio de los compañeros—, yo busco el testimonio de personas, como el sacerdote que estaba allí, que puede hablar de cuáles fueron los acuerdos que se tomaron. Entonces se acordó que él el día 31 a las 3:00 de la tarde lanzaría una proclama sublevando la guarnición de Santiago de Cuba y de Bayamo; al mismo tiempo, yo haría otras proclamas, y entonces los tanques... porque a él lo que le preocupaba era el orden en la capital... decía que iba a haber mucho desorden si él no estaba allá. Y como a mí lo que me preocupaba era que no se fuera a dar un golpe en Columbia, y se fuera a escapar aquella gente, entonces yo le dijo que no. Entonces yo le dije: “Bueno, si usted me promete —porque él insistía en ir a Columbia... Digo: “Si usted va a Columbia lo pueden detener.” “No, yo no tengo problemas; ya cuando yo llegue allí me está esperando gente que está conmigo.” Y a mí me lució sospechoso aquello. Le dije: “si usted va a Columbia lo van a detener”; pero él insistía. Le dije: “Bueno, y si lo detienen a usted, ¿quién puede encargarse de la ejecución de los planes?” Entonces me dice: “el coronel Rego, yo le voy a dar instrucciones.” Entones yo le dije: “¿Usted me promete que usted no se va a dejar seducir?”, porque digo: “Mire, ¿qué necesidad tiene usted de ir a La Habana?” “Porque tengo que hablar con tantos oficiales todavía allá, explicarles todo.” “¿Usted me promete que no se va a dejar seducir por ciertos intereses y por los argumentos de que debe dar el golpe en la capital?” Me dijo: “lo prometo.” Le dije: “¿Usted me jura que usted no va a dar un golpe en la capital?” Dice: “Lo juro.” Entonces queda el acuerdo de que a las 3:00 de la tarde del día 31 se llevaría a cabo el movimiento en esa forma.
 
Cuando yo acepté ese acuerdo yo estaba muy consciente de que si la guerra duraba 25 días más se tenían que rendir todas las guarniciones tal como estaba la situación. Pero como el apoyo que él ofrecía era un apoyo incondicional, de todas manera situaba a la Revolución en condiciones ventajosas para seguir actuando y, además, porque siempre se tiene una responsabilidad muy grande cuando... Porque yo pensaba en las bajas que íbamos a tener en el ataque de Santiago de Cuba, de Bayamo y de todas aquellas posiciones.
 
Cuando uno tiene la responsabilidad de mandar hombres, tiene que disponer de las vidas de compañeros, quizás de algunos de los que habían estado dos años luchando allí, pues uno dice: ¿Se pueden obtener los mismos fines que se persiguen por este medio, aunque haya que trabajar más, aunque sea un poco más difícil, usar más la diplomacia?, ¿se pueden obtener, sin necesidad de derramar más sangre, esos mismos fines? Y esa pregunta cuando uno se la hace es cuando tiene un grave problema de conciencia.
 
Yo sabía que si duraba 25 días más se derrumbaba todo aquello. Pero dije: en esos 25 días pueden morir 100 o 200 compañeros, o más. Entonces la Revolución yo consideraba que en aquellas condiciones podía aceptar el respaldo de un movimiento militar. Sin embargo, era también lo que le convenía al ejército.
 
Fue inconcebible que aquel hombre se cegara de tal manera y llevara a cabo una traición como la que llevó a cabo, con tal falta de sentido político que cometió hasta la locura, la estupidez, de poner a Pedraza en la Junta Militar. ¡Pedraza a estas alturas, con el odio que le tiene el pueblo! Lo incluye en la Junta Militar, que cuando lo fueron a llamar para la Junta ya estaba en Santo Domingo (Risas). Incluso designaron oficiales para Jefaturas de Distritos que ya se habían ido. ¡Calculen cómo tendría la conciencia aquella gente!
 
Entonces, ya nosotros estamos preparando la operación sobre Santiago de Cuba, todo listo el día 28. En vista de eso se cambian los planes, entonces las fuerzas que iban a operar sobre Santiago de Cuba se envían alrededor de Holguín para cercar la guarnición de Holguín, porque en Holguín estaban Salas Cañizares, Ugalde Carrillo, Sosa Blanco y, ¿cuál era el otro? Lavastida, Salas Cañizares, Ugalde Carrillo, Sosa Blanco, bueno, media docena de criminales de la peor especie estaban allí, y entonces no se podía contar con Holguín, porque con toda seguridad aquella gente no iba a secundar ningún movimiento, ni nadie quería que lo secundaran.
 
Entonces se mandó rodear a Holguín, rodear otros pueblos, se rodearon todos los pueblos, más fuerzas hacia allá, se rodeó la guarnición de Mayarí, de San Germán, se rodearon todas las guarniciones con parte de las fuerzas que se iban a destinar a la operación de Santiago de Cuba. Entonces preparamos la columna que iba a marchar hacia La Habana con los tanques, es decir, los carros blindados, rápidamente, precisamente por dos razones: por si el movimiento no triunfaba en la capital bloquear Columbia; si triunfaba estar lo más rápidamente posiblemente en La Habana, porque yo le decía a él que no se fuera a pensar que los policías de Ventura y de Pilar García eran capaces de mantener el orden cuando se derrumbara el Gobierno de Batista, que tenía que haber hombres allí que los respetara el pueblo, que tenía que haber revolucionarios allí. Entonces, todo de acuerdo, absolutamente de acuerdo pero sin la menor discrepancia.
 
Cuando ya está todo listo, el día 30, llega entonces un mensaje para Fidel: “Han variado mucho las circunstancias en sentido favorable a una solución nacional, en el sentido que él quiere para Cuba. Le recomiendo no hacer nada en estos momentos y esperar los acontecimientos en la próxima semana antes del día 6.” Ya todo listo, las operaciones cambiadas, incluso, las fuerzas que habíamos puesto alrededor de Holguín eran 200 hombres, una fuerza endeble para un Regimiento, pero como se estaba contando con el movimiento del día 31, nos vemos en esa situación.
 
Yo le respondo inmediatamente: “El contenido de la nota se aparta por completo de los acuerdos tomados. Es ambiguo e incomprensible, me ha hecho perder la confianza en la seguridad de los acuerdos. Quedan rotas las hostilidades a partir de mañana a las 3:00 p.m. que fue la fecha y hora acordadas.”
 
Se le envía ese ultimátum. Entonces se recibe otro. Además, le mando a decir con el mensajero que desde el momento en que se rompieran las hostilidades y atacáramos Santiago, entonces no aceptaríamos otra condición que la rendición de la Plaza de Santiago de Cuba con todas sus fuerzas, desde el momento que se disparara el primer tiro. Pero el mensajero le explica mal y le dice al Coronel Rego, que era el que había quedado allí, que la condición que nosotros poníamos para aceptar el movimiento ese era que se rindiera la Plaza de Santiago. No le explica lo que yo le dije, una sutileza, de que si se rompían las hostilidades por no cumplir los acuerdos y se iniciaba el combate, entonces no podría haber otra solución que la rendición. Y lo que le dijo el mensajero fue que nosotros poníamos como condición para aquel movimiento que se rindiera la Plaza.
 
Entonces el Coronel Rego manda una nota muy bonita, que dice: “La solución encontrada no es golpe de Estado ni Junta Militar y, sin embargo, creemos que es la que mejor conviene al doctor Fidel Castro de acuerdo con sus ideas, y que pondría en 48 horas el destino del país en sus manos. No es solución local sino nacional, y cualquier indiscreción adelantada podría comprometerla o destruirla creando el caos. En cuanto a Santiago de Cuba, debido a la nota y a las palabras del mensajero, hay que cambiar el plan y no entrar. Dichas palabras han causado malestar entre el personal llave y nunca se entregarían las armas sin pelear: las armas no se rinden a un aliado y no se entregan sin honor. Si no se tiene confianza en nosotros, si se ataca a Santiago, se considerarán rotos los acuerdos y se paralizarán las gestiones para la solución ofrecida, desligándonos formalmente de todo compromiso.
 
“Esperamos, debido al tiempo necesario para actuar en una u otra forma, que la respuesta llegue a tiempo para ser enviada a La Habana, en el Viscount de la tarde.”
 
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Periodista.- Cómo no, es muy interesante...
 
Fidel Castro.- Entonces yo respondo: ...
 
Eduardo H. Alonso.- Eso es lo que quería precisamente que el doctor Castro...
 
Fidel Castro.- Estas son las pruebas documentales. Estas pruebas deben aportarse al juicio, al Consejo de Guerra que hay que hacerle al general Cantillo, culpable de la fuga de Batista y de todos aquellos señores, y de traición además.
 
Luis Gómez W.- Es que la opinión, doctor Castro, no comprendía muy bien por qué se habían tomado las medidas enérgicas contra Cantillo, y ahora lo está comprendiendo con toda claridad.
 
Eduardo H. Alonso.- Ya no voy a preguntarle por qué lo puso en la cárcel.
 
Eduardo H. Alonso.- Yo lo único que señalo a la Revolución, doctor Castro...
 
Fidel Castro.- Usted no ha hecho ninguna pregunta ahí, mire...
 
Luis Navarro.- A propósito de eso, acaba de llegar un cable de la AP, Comandante Castro, donde dice que el Departamento de Estado de Washington, un vocero del Departamento de Estado informó que el gobierno norteamericano está dispuesto a retirar la misión militar norteamericana que se encuentra en Cuba hace mucho tiempo, si el Gobierno Revolucionario lo solicita. ¿Ha pedido el gobierno esa medida o proyecta pedirla?
 
Fidel Castro.- “Está dispuesto a retirarla si el gobierno lo pide”, eso no hay que declararlo: tiene que retirarla. El Gobierno de Estados Unidos no tiene derecho a tener una Misión aquí permanente, eso en primer lugar. O sea que eso es una prerrogativa no del Departamento de Estado, sino del Gobierno Revolucionario de Cuba.
 
Ahora bien, yo creo que lo menos que debe hacer es retirarla —esto es una parte en que yo puedo dar la opinión, porque se refiere a la parte de los Institutos Armados— y lo digo sinceramente: esa Misión ha estado entrenando a los soldados que han estado combatiendo contra nosotros durante dos años. ¿Cree usted que nosotros podemos ir a recibir instrucciones de esa Misión Militar?
 
Luis Navarro.- Desde luego que no.
 
Fidel Castro.- Además, ¿para qué ha servido la Misión Militar? Para que los soldados pierdan la guerra (Aplausos).
 
Luis Navarro.- De manera que fueron muy malos instructores.
 
Fidel Castro.- ¡Y para que nos enseñen eso a nosotros, lo mejor es que no nos enseñen nada!, y que sigamos nosotros entrenando el ejército en el futuro. Porque las guerras se ganan no con armas, sino con moral y con razón, defendiendo una causa justa.
 
Eduardo H. Alonso.- La política comercial con Inglaterra, doctor Castro, ¿se revisará?
 
Fidel Castro.- Bueno, mire, que decida sobre esos problemas quien debe decidir, a mi juicio, yo no debo dar opinión sobre eso. Depende de la actitud de Inglaterra. Hay como cinco millones de pesos comprados, vamos a ver qué hace Inglaterra: si devuelve el dinero, si manda las armas, en qué disposición está; porque de acuerdo con la forma en que ellos actúen, a mi entender, deberá actuar el pueblo de Cuba, ¿no?
 
Luis Gómez W.- ¿Va usted a ir a Pinar del Río, doctor? Tengo un telegrama aquí donde me lo preguntan.
 
Fidel Castro.- Aquí hay una pugna tremenda.
 
Moderador.- Oiga, estoy perdiendo toda la autoridad aquí.
 
Fidel Castro.- Si aquí hubiera una democracia, seguía la entrevista. Hay como cuatro que quieren que siga.
 
Eduardo H. Alonso.- ¡No hay democracia! Usted ha perdido su tiempo en la Sierra Maestra. ¡Aquí no hay democracia! Hay cuatro que quieren seguir y uno que se opone.
 
Moderador.- Pero doctor, es la dictadura del tiempo.
 
Fidel Castro.- ¡Ah!, bueno.
 
Luis Gómez W.- Pinar del Río pide saber si el doctor Castro va allá o no.
 
Fidel Castro.- Yo le prometo a Pinar del Río que voy, pero no le puedo decir el día exacto en este momento, porque tengo obligaciones inmediata, pero que hoy es seguro, pueden contar con que vamos a Pinar del Río.
 
Luis Gómez W.- He terminado por completo.
 
Moderador.- Bueno, pues antes de dar por terminado este programa, quisiera leer aquí unos mensajes que nos llegan de la redacción del Noticiero CMQ; entre otras cosas, dicen: “Continuamente recibimos telefonemas de todos los pueblos de la isla, de madres cubanas que están dispuestas a marchar junto a las de La Habana para rescatar las armas que le fueron robadas a la Revolución, si las mismas no son devueltas.” El Gran Maestro de la Masonería, en nombre de todos los masones de Cuba, ofrece su apoyo moral y material al doctor Fidel Castro, a quien doy las más expresivas gracias a nombre de CMQ Televisión por el honor que nos hizo esta noche.
 
Fidel Castro.- Yo solo le pido que me perdone la majadería de haberme empeñado en discutir y hablar más de lo que el tiempo me permitía, y que le estoy muy agradecido (Aplausos).
 
Fidel Castro.- Ejército Rebelde, Comandancia General, Territorio Libre de Cuba, 31 de diciembre de 1958. Señor coronel: Un lamentable error se ha producido en la trasmisión a usted de mis palabras. Tal vez se debió a la premura con que respondí a su nota y a lo apurado de la conversación que sostuve con el portador. Yo no le dije que la condición planteada por nosotros en los acuerdos que se tomaron era la rendición de la Plaza de Santiago de Cuba a nuestras fuerzas. Hubiese sido una descortesía con nuestro visitante, y una proposición indigna y ofensiva a los militares que tan fraternalmente se han acercado a nosotros.
 
“La cuestión es otra. Se había llegado a un acuerdo y se adoptó un plan entre el líder del movimiento militar y nosotros; debía comenzar a realizarse el día 31 a las 3:00 p.m. Hasta los detalles se acordaron después de analizar cuidadosamente los problemas que debían afrontarse. Se iniciaría con el levantamiento de la guarnición de Santiago de Cuba.
 
“Persuadí al General C. de las ventajas de comenzar por Oriente y no en Columbia, por recelar el pueblo grandemente de cualquier golpe en los cuarteles de la capital de la República, y lo difícil que iba a ser en ese caso vincular la ciudadanía al movimiento.
 
“Él coincidía plenamente con mis puntos de vista. Se preocupaba solo por el orden en la capital y acordamos medidas para conjurar el peligro.
 
“Se trataba de una acción unida de los militares, el pueblo y nosotros, un tipo de movimiento revolucionario que, desde el primer instante, contaría con la confianza de la nación entera.
 
“De inmediato, y de acuerdo con lo que se convino, suspendimos las operaciones que se estaban llevando a cabo sobre Santiago de Cuba y nos dimos a la tarea de realizar nuevos movimientos de fuerzas hacia otros puntos como Holguín, donde la presencia de conocidos esbirros hacían casi segura la resistencia al Movimiento Militar Revolucionario.
 
“Cuando ya todos los preparativos estaban listos por nuestra parte, recibo la nota de ayer donde se me daba a entender que no se llevaría a cabo la acción acordada. Al parecer había otros planes, pero no se me informaba cuáles ni por qué. De hecho, ya no era cosa nuestra la cuestión, teníamos simplemente que esperar; unilateralmente se cambiaba todo, se ponía en riesgo a las fuerzas nuestras que, de acuerdo con lo que se contaba, habían sido enviadas a operaciones difíciles. Quedábamos sujetos, además, a todos los imponderables.
 
“Cualquier riesgo del General C. en sus frecuentes viajes a La Habana se convertiría militarmente para nosotros en un desastre.
 
“Reconozca usted que todo está muy confuso en este instante, y que Batista es un individuo hábil y taimado que sabe maniobrar— porque Batista estaba tratando de ganar tiempo, llamaba a Pedraza, y estaba planeando ver qué hacía, él aceptaba aquella conspiración pero él quería ver cómo podía a última hora... Esa era la disposición de Batista, que él estaba aceptando la conspiración de Cantillo a lo que yo pude comprender, pero al mismo tiempo llamaba a Pedraza para meterlo en el Estado Mayor Conjunto.
 
“Entonces, ¿cómo puede pedírsenos que renunciemos a todas las ventajas obtenidas en las operaciones de las últimas semanas para ponernos a esperar pacientemente que los hechos se produzcan?
 
“Bien aclaré que no podía ser una acción de los militares solos; pera eso, realmente, no había que esperar los horrores de dos años de guerra... les quise decir que podían haber hecho ese golpe antes, antes de la guerra...
 
“Cruzarnos de brazos en los momentos decisivos es lo único que no se nos puede pedir a los hombres que no hemos descansado en la lucha contra la opresión desde hace siete años. Aunque ustedes tengan la intención de entregar el poder a los revolucionarios, no es el poder en sí lo que a nosotros nos interesa, sino que la revolución cumpla su destino. Me preocupa, incluso, que los militares, por un exceso injustificado de escrúpulos, faciliten la fuga de los grandes culpables que marcharán al extranjero con sus grandes fortunas para hacer desde allí todo el daño posible a nuestra causa.
 
“Personalmente puedo añadirles que el poder no me interesa ni pienso ocuparlo. Velaré solo porque no se frustre el sacrificio de tantos compatriotas, sea cual fuere mi destino posterior.
 
“Espero que estas honradas razones, que con todo respeto a su dignidad de militares les expongo, las comprendan. Tengan la seguridad de que no están tratando con un ambicioso ni con un insolente; siempre he actuado con lealtad y franqueza en todas mis cosas; nunca se podrá llamar triunfo a lo que se obtenga con doblez y engaño. El lenguaje del honor que ustedes entienden es el único que yo sé hablar.
 
“Nunca se mencionó en la reunión con el General C. la palabra rendición. Lo que ayer dije y reitero hoy, es que a partir de las 3:00 de la tarde del día 31, fecha y hora acordadas, no podíamos prorrogar la tregua con relación a Santiago de Cuba, porque eso podría perjudicar extraordinariamente nuestra causa.
 
“Nunca una conspiración es segura. Anoche legó aquí el rumor de que el General C. había sido detenido en La Habana, que varios jóvenes habían aparecido asesinados en el cementerio de Santiago de Cuba. Tuve la sensación de que habíamos perdido el tiempo miserablemente, aunque afortunadamente hoy parece comprobarse que el General C. se encuentra en su puesto. ¿Qué necesidad tenemos de correr esos riesgos?
 
“Lo que dije al mensajero en cuanto a rendición, que no fue transmitido literalmente, y pareció motivar las palabras de su nota de hoy, fue lo siguiente: ‘que si se rompían las hostilidades por no cumplirse lo acordado, nos veríamos obligados a atacar la Plaza de Santiago de Cuba —lo que es inevitable, dado que en ese sentido hemos encaminado nuestro esfuerzo en los últimos meses—, en cuyo caso, una vez iniciada la operación, exigiríamos la rendición de las fuerzas que la defiendan’.
 
“Esto no quiere decir que pensemos que se rindan sin combatir, porque yo sé que aun sin razón para combatir —porque lo han hecho en defensa de una causa infame—, los militares cubanos defienden las posiciones con tozudez, y nos ha costado muchas vidas. Quise decir solo que después que se haya derramado la sangre de nuestros hombres por la conquista de un objetivo, no podría aceptarse otra solución, ya que aunque nos cueste muy caro —dadas las condiciones actuales de las fuerzas que defienden al régimen, las cuales no podrán prestar apoyo a esa ciudad— esta caerá inexorablemente en nuestras manos. Ese ha sido el objetivo básico de todas nuestras operaciones en los últimos meses, y un plan de esa envergadura no puede suspenderse por una semana sin graves consecuencias caso de que el movimiento militar se frustre, perdiéndose además el momento oportuno, que es este, cuando la dictadura está sufriendo grandes reveses en la provincia de Las Villas, desde Oriente y Las Villas.
 
“Se nos pone en el dilema de renunciar a las ventajas de nuestras victorias o atacar; un triunfo seguro a cambio de un triunfo probable. ¿Cree usted que con la nota de ayer, ambigua y lacónica, contentiva de una decisión unilateral, pueda yo incurrir en la responsabilidad de mantener en suspenso los planes? Como militar que es, reconozca que se nos pide un imposible.
 
“Ustedes no han dejado un minuto de hacer trincheras; esas trincheras las pueden utilizar contra nosotros un Pedraza, un Pilar García o un Cañizares si el General C. es relevado del mando, y con él sus hombres de confianza. No se nos puede pedir que permanezcamos ociosos; vea usted que se nos coloca en una situación absurda. Aunque defiendan con valor sus armas, no nos queda más remedio que atacar, porque nosotros también tenemos obligaciones muy sagradas que cumplir.
 
“Más que aliados, deseo que los militares honorables y nosotros seamos compañeros de una sola causa, que es la de Cuba. Pero ahí, señor Coronel, hay millares de soldados que defienden todavía el pabellón de la tiranía.
 
“Deseo, por encima de todo, que usted y sus compañeros no se hagan una idea errónea de mi actitud y de mis sentimientos; he sido extenso para evitar que se confundan o tergiversen los conceptos.
 
“Respecto a la tácita suspensión del fuego en la zona de Santiago de Cuba, para evitar toda duda, ratifico que aunque en cualquier instante antes de que se inicien los combates podemos reanudar las operaciones, a partir de hoy debe quedar advertido que el ataque se va a producir de un momento a otro y que por ninguna razón volveré a suspender los planes, ya que todo esto, como son cuestiones que se tramitan en secreto, puede sembrar la confusión en el pueblo y perjudicar la moral de nuestros combatientes.
 
“Atentamente, Libertad o Muerte.”
 
Esa fue la respuesta que yo le mandé a él cuando me manda esta nota de que las armas no se rinden a los aliados y no se entregan sin honor. Porque se le había informado y mal, y le aclaré bien todos los problemas.
 
Entonces viene el último documento, una carta de él, con la cual le está respondiendo a esa; esa carta tiene fecha 31 de diciembre, un ultimátum. A mi entender eso precipitó que este señor se apurara, porque pedía seis días, seis días para que escapara todo el mundo sin problema.
 
Esta es la carta del Coronel Rego, respuesta a esta:
 
“Señor: Recibí su atenta carta, fechada en el día de hoy, y créame que le agradezco profundamente la aclaración relativa a la nota anterior, aunque debe confesarle que siempre supuse se trataba de una mala interpretación, pues a través del tiempo he observado su línea de conducta y estoy convencido que es usted un hombre de principios.
 
“Yo desconocía los detalles del plan original, pues solamente fui informado de la parte a mí concerniente; como también desconozco algunos pequeños detalles del plan actual. Yo estimo que, en parte, usted tiene razón cuando hace el análisis del plan original, pero creo que demoraría unos días más en llegar a su consumación y nunca podría evitarse que muchos de los culpables, grandes, medianos y chicos, se escaparan.
 
“Soy de los que pienso —fíjense bien en lo que dice el Coronel Rego— que es absolutamente necesario dar un buen ejemplo en Cuba para aquellos que, aprovechando las posiciones del poder, cometen toda clase de hechos puebles, pero desgraciadamente la historia está plagada de casos semejantes y rara vez los culpables pueden ser puestos a disposición de las autoridades competentes. Comprendo perfectamente sus preocupaciones en el presente caso. Yo, menos responsabilizado con la historia, también las tengo.
 
“En cuanto a la actuación unilateral de que me habla, le reitero que no he participado en ello; en ambos casos solo fui informado de la parte que me concernía, estimando que lo que ha ocurrido ha sido que el General C. tornó la idea de lo que usted deseaba de acuerdo con sus normas y principios, actuando en consecuencia.
 
“No tengo motivo para suponer que persona alguna esté tratando de propiciar la fuga de culpables, y personalmente soy opuesto a tal cosa; pero caso de producirse, la responsabilidad histórica por tales hechos recaería sobre quien lo hiciese posible, y nunca sobre los demás —él decía: “si es verdad eso, y si van a irse, la responsabilidad no tiene que ver con nosotros; soy opuesto a eso; y la responsabilidad, si eso pasa, debe caer sobre quien lo hiciese posible.
 
“Creo, sinceramente, que todo habrá de producirse en armonía con sus ideas, y que el General está procediendo inspirado en los mejores deseos para bien de Cuba y de la Revolución que usted manda.
 
“Supe de un joven estudiante muerto que se encontraba en el cementerio, y hoy mismo dispuse que se agotaran los medios investigativos a fin de determinar quién fuera el autor y las circunstancias en que ocurriera el hecho, tal como lo realicé en días pasados, hasta poner a disposición de la autoridad judicial correspondiente a los presuntos responsables.
 
“Finalmente debo informarle que cursé un despacho al General, interesando un avión para hacerle llegar su conceptuosa carta. Cuando el General se marchó, le pedí que me dijera el helicóptero con el piloto por si a usted se le ocurría pasear el domingo por la tarde sobre Santiago.
 
“Bueno, doctor, reciba usted el testimonio mío.”
 
Esa es la respuesta a la carta, que son pruebas irrebatibles, de puño y letra del Coronel Rego, escrita antes de producirse el golpe, y las notas, y las copias, todos los documentos de lo que acuerda con nosotros y de lo que hace. Viene a La Habana, deja escapar, le avisa a todo el mundo, porque Salas Cañizares, Ugalde Carrillo y toda aquella gente que estaban cercados ya, porque esa misma noche se les cercó, se escaparon antes en un avión; estaban avisados todos de lo que iba a pasar, completamente avisados. Los principales se fueron 24 horas antes y, además, dieron el golpe, se instala él en la Jefatura del Ejército y designa a un Carlos Manuel. Exactamente igual que en la época de Machado, que para no dejar de parecerse y de ser exactamente igual aquella vez pusieron a Carlos Manuel de Céspedes y esta vez pusieron a Carlos Manuel Piedra. Dos Carlos Manuel, lo único que las cosas ahora eran completamente distinta.
 
Entonces yo me entero, a las 8:00 de la mañana llega la noticia, porque ese día se iba a atacar ya Santiago, de acuerdo con los planes.
 
Eduardo H. Alonso.- ¿Ya estaban desentendidos del golpe?
 
Fidel Castro.- No, nosotros íbamos a atacar rápidamente, porque ya veíamos la traición. Yo no había recibido la respuesta a mi carta, pero ya le había dicho que esperara el ataque de un momento a otro. Y entonces llega la noticia. Se iban a transportar esa mañana las últimas armas para la operación, cuando llega la noticia de que Batista se fue para Santo Domingo, que lo había dicho una estación de Miami, y después que era Radio Progreso.
 
Pero como siempre llegaban tantas bolas... A veces ocurría, por ejemplo, en la Sierra Maestra que se hablaba de la noticia de un combate de guerrilla de tantos muertos y llegaban y nos decían: “Óyeme, hubo un combate entre rebeldes y el Gobierno, que le causaron al Gobierno tantos muertos.” Entonces resultaba que cuando usted iba a comprobar la noticia era en Indonesia, que había habido un combate. Entonces la gente oye el combate de Indonesia entre rebeldes y el Gobierno y daba la noticia allí.
 
Yo al principio mandé a comprobar, pero sí ya yo tenía la sospecha, porque ese mismo día en que se produce la traición de Cantillo, el golpe, yo estaba ya redactando desde por la mañana unas declaraciones denunciando el plan de Cantillo, que tenían planeado un golpe para dejar escapar a Batista. Todo lo iba a denunciar, para ver cómo se atajaba eso.
 
Cuando llega la noticia yo estoy haciendo aquellas declaraciones y lo que hago es que cambio el papel y hago otras, que fueron aquellas en que se decía: “Golpe de Estado, ¿para qué?, ¿para que Batista escape? ¡No!, porque sigue la guerra, y todas aquellas declaraciones que ustedes creo que las conocieron, ¿verdad?
 
Moderador.- Cómo no, doctor.
 
Fidel Castro.- Entonces se lanzó la consigna de huelga general y se mandó a atacar inmediatamente todos los cuarteles que estaban rodeados en aquel momento, por la mañana, y ese movimiento rápido que se hizo el día primero es lo que da al traste con aquel plan, porque aquel plan si se le deja tiempo se consolida, si se le deja 24 horas. Porque inmediatamente la prensa internacional, la prensa cubana, la alegría del pueblo de que se cayó Batista y han nombrado un presidente, mandan una Comisión de Paz, ganan tiempo y se consolidan. Y para nosotros era un problema realmente duro.
 
Eduardo H. Alonso.- Perdóneme la interrupción. Ya en esa oportunidad usted había dado órdenes a Camilo Cienfuegos de que avanzara sobre La Habana.
 
Fidel Castro.- Yo me comuniqué inmediatamente con Camilo y con Guevara. Le dije a Camilo —acababa de tomar Yaguajay—, que llevara 500 hombres con armas automáticas y avanzara sobre Columbia, pero que antes de dos horas tenía que estar en marcha.
 
Entonces el Che se comunica conmigo y me dice que todavía le quedaban unos 300 soldados cercados en Santa Clara, y le dije que dejara un mínimo de hombres allí y avanzara inmediatamente sobre La Habana también.
 
Esos fueron los planes. Entonces se manda las tropas que están por el camino de el Cobre a avanzar sobre Santiago y que se presentaran en la primera línea allí y les dijeran a los soldados que iban a pasar, que abrieran paso, que les dieran cinco minutos para responder y que si a los cinco minutos no respondían o respondían negativamente les abrieran fuego.
 
Entonces, mientras avanzaban esas tropas por ahí, nosotros nos vamos trasladando con todas las demás tropas que iban a atacar hacia la zona del Escandel, Puerto Boniato, El Caney y el Morro, en la zona del aeropuerto, y cuando estábamos allá entonces ya se empieza a hacer el plan. A la 1:00 de la tarde ya una fragata se suma. Como ya lanzamos la consigna de huelga en Santiago para las 3:00 de la tarde y que estuvieran preparados y que si a las 6:00 de la tarde no se habían rendido se iba a atacar, ya una fragata se suma. Al poco rato se suma la otra fragata, al poco rato se suma la guarnición, después la policía. Entonces, quedaba el ejército.
 
Las compañías que estaban en la zona del Caney y en la zona de Boniato se negaban, decían que no entregaban las armas sin combatir. Entonces se estaba preparando el ataque. Sin embargo, al mismo tiempo las tropas nuestras que avanzaban por el camino del Cobre hacia Santiago, cuando conminan a los soldados que están en la línea aquella y les dan 10 minutos —no cinco, les dan 10 minutos— a los 10 minutos les entregaron las armas a las tropas que iban pasando por allí.
 
Pero esas noticias yo no las tenía todavía; sí de las tropas que estaban en Boniato, de las compañías que estaban en Boniato y en Siboney, que se negaban a entregar las armas y había que atacarlas cuando entonces llega una comunicación, llega allí el Jefe de la Policía, también se suma la Policía. Entonces hablo con el Capitán que estaba al frente de una de las guarniciones de allí del Caney, entonces veo que es un individuo recto y se le veía un individuo honorable, pero que, naturalmente, no podía hacer otra cosa, no podía entregar las armas, estaba en disposición de combatir.
 
Entonces, me comunico por una microonda con el Jefe, con el Coronel Rego. Entonces le pido que reúna a todos los oficiales de la Guarnición de Santiago para hablar con ellos. Efectivamente, a las 7:00 de la noche había reunido a todos los oficiales de la guarnición, eran como 5 000 soldados y más de 100 oficiales. Entonces yo les planteo lo que ha pasado con Cantillo, y que nos ha traicionado.
 
Naturalmente, plantearles a aquellos militares que Cantillo, el jefe de aquella guarnición y un hombre que era considerado entre ellos, era un traidor y que no debían aceptar aquel golpe y que debían aceptar la tesis nuestra, no parecía tener grandes posibilidades de éxito. Y se los planteé resueltamente y aceptaron todos entonces rechazar el golpe de Cantillo, unirse a los rebeldes —la fragata, fueron los oficiales de la policía, la Marina y del Ejército—, unirse a los rebeldes y declarar Presidente de la República al doctor Manuel Urrutia Lleó y aceptar el mando de los rebeldes.
 
Entonces en aquel momento, en aquel momento la situación se hizo mucho más firme para la Revolución, porque desde aquel momento, independientemente de que otros sectores secundaran o no este movimiento de Santiago, ya estaba en manos nuestras toda la guarnición, las dos fragatas y los tanques que estaban en Santiago y, naturalmente, los de Bayamo también. Si había resistencia en La Habana, entonces las columnas que salen —en la que yo vengo— tenían como objeto el de apoyar el movimiento esencial sobre La Habana. Lo que pasa es que La Habana y todo cayeron sin resistir, y entonces el viaje de la columna se convirtió en un recorrido. Ese es el origen del recorrido de Oriente hasta aquí.
 
La actitud del Coronel Rego fue realmente una actitud revolucionaria en aquel momento, pues ellos podían resistir, y la resistencia de Santiago nos hubiera puesto en esta situación, en la situación de estar combatiendo allí, y hubiera podido permitir consolidarse a Cantillo.
 
Realmente, estaba tan resquebrajado todo que aunque hubieran resistido allí las consecuencias hubieran sido las mismas, pero él tuvo esa actitud y fue el gesto que nosotros le hemos reconocido y, además, por sus cartas, por sus documentos, se ve que es un tipo de hombre honorable; y por su actitud, la actitud que tuvo allí con nosotros fue una actitud revolucionaria. Entonces en aquel mismo momento se le nombró jefe de los militares sublevados, que entonces después se le ratificó ese cargo.
 
Eduardo H. Alonso.- Además de eso, Comandante, su llamada a la huelga general y el rechazo a la Junta, eso determinó ya el desplome final.
 
Fidel Castro.- Bueno, Cantillo cuando vio aquello parece que se replegó completamente. Entonces por la tarde, cuando ya yo estoy en el Escandel, como a las 3:00 de la tarde o las 4:00, me llega una comunicación de él que había mandado a través del Regimiento de Santiago de Cuba que decía: “La República está acéfala. Lo esperamos a usted en La Habana para que designe al Presidente Provisional.”
 
Entonces yo le contesto: “El caos existente es consecuencia del incumplimiento de la palabra dada. Sobre usted recae toda la responsabilidad. Entre usted y nosotros es imposible ya todo acuerdo.” Esa fue la respuesta a las 4:00 de la tarde. Por la noche ya no estaba de jefe él. Entonces, quedaba el problema planteado de los mandos, quién los tenía en Columbia y en La Cabaña, y entonces la huelga se mantiene hasta que toda esa situación se aclare porque, incluso, yo he podido saber hoy que el Coronel Barquín y el Comandante Borbonet no fueron designados por Cantillo; ellos llegaron y asumieron el mando.
Pero la noticia que se había recibido es que habían aparecido por televisión Cantillo sonriente al lado de Barquín. Y yo tenía entendido en ese momento que Cantillo, ya en retirada, había llamado al Coronel Barquín para entregarle el mando. Entonces, hasta que esas cosas se aclararon, en aquel momento parecía que les había entregado el mando, y realmente Cantillo no les entregó el mando a ellos, sino que ellos asumieron el mando.
 
De todas maneras esa era una situación confusa, no se sabía nada hasta que ellos entregaron los mandos a los comandantes que se habían designado, porque en el momento ya en que La Cabaña y Columbia están bajo el mando de Camilo y bajo el mando del Che se ha consolidado el triunfo pleno de la Revolución, las guarniciones desarmadas en toda la isla.
 
Moderador.- Entonces, doctor, ¿el coronel Barquín actuó correctamente?
 
Fidel Castro.- Yo considero que actuó con buenas intenciones.
 
Yo no diría del todo correctamente, porque lo que a nosotros no nos parecía, lo que a mí no me parecía correcto era que tomaron los mandos y empezaron a designar jefes en todos los Departamentos. Yo dije: Bueno, ¿pero en virtud de qué atribución se van a empezar a designar todos los jefes de todos los regimientos: de la Policía, de la Marina, del Ejército?” Aquellos momentos eran confusos; usted no sabía si lo estaban haciendo a título de un movimiento, si era un golpe de Estado el que estaban dando aquí, si los habían designado los otros.
 
Pero hay una cosa: yo creo que no debió asumirse los mandos; debía, en todo caso, arrestarse a toda esa gente y decir: un Comité revolucionario, pero no designar Jefe de la Policía, Jefe de la Marina y Jefe de todo aquello. Eso es lo que yo opino; yo creo que actuaron con buenas intenciones, pero, ¿en virtud de qué autoridad designaban los jefes de los cuerpos armados? Porque, ¿qué hicimos nosotros? Hicimos el Movimiento; después que hicimos el Movimiento en Santiago reunimos al pueblo en mayoría y le preguntamos: ¿Ustedes quieren a ese señor que se llama Carlos Manuel Piedra? “No, no.” ¿Ustedes a quién quieren de Presidente, ustedes quieren de Presidente a Urrutia? “Sí, sí.” Todo el mundo, toda la multitud. Bueno, allí estaba la multitud que representa al pueblo, una asamblea multitudinaria. Entonces, ¿lo quieren? Pues lo proclamamos. Entonces, después de proclamado, el Presidente ya es la autoridad legítima; entonces él designa. ¿Comprenden?
 
Yo tengo una mentalidad jurídica. El pueblo es la máxima autoridad, el pueblo es el soberano, el pueblo designa, el pueblo designa a un presidente. En aquel momento ya el Presidente no podía ser Carlos Manuel Piedra, elegido en Columbia a las 2:00 de la madrugada; el Presidente legal —porque el soberano, que es el pueblo, lo designaba— era el doctor Manuel Urrutia. Ya ese presidente podía dar órdenes, designar jefes del Ejército; existía una autoridad.
 
¿Pero en virtud de qué autoridad los que llegaron a Columbia y asumieron los mandos designaban Jefe de la Policía, Jefes de los demás cuerpos? No existía una autoridad. Y si era en nombre de una autoridad revolucionaria, la autoridad revolucionaria era de los que estaban haciendo la Revolución y habían conducido a esa situación. No podían designarse jefes sin consultar esa Jefatura Revolucionaria; y ese fue el problema que se planteó y por el cual no cesó la huelga hasta que no habían sido tomados esos mandos por elementos del Ejército Rebelde, que eran los que habían estado sosteniendo la guerra, cualesquiera que hubiesen sido los méritos del Coronel Barquín y Borbonet, que yo tengo muy buena opinión de esos militares, y creo que los necesita el país y, además, actuaron muy bien.
 
Cualquier resistencia era imposible, déjenme advertir, porque no había soldado allí que peleara para sostener a nadie, eso desde luego; y con la huelga andando y la movilización general no había resistencia posible. Pero aparte de que no había resistencia posible, ellos facilitaron la entrega de los mandos; resistir no podían, desde luego, pero facilitaron la entrega de los mandos, han tenido una actitud muy discreta y, además, se tiene una buena opinión de ellos; yo tengo una buena opinión de ellos, mientras los hechos no demuestren otra cosa, porque aquí en todo hay que atenerse a los hechos y al tiempo, no meto la mano en la candela por nadie hasta que no me lo demuestre el tiempo.
 
Esto no quiere decir nada, ni quiero hacer comparaciones, pero es lógico que, después de lo que pasó el 31, estuviéramos realmente desconfiados de los militares; yo estaba desconfiado de los militares, porque todo el mundo decía que Cantillo era un hombre decente. Y, efectivamente, él durante la guerra cambió la política de asesinar, dio instrucciones humanas, más humanas, una guerra más civilizada; eso es cierto. Nosotros lo teníamos por un hombre que no era capaz de hacer lo que hizo; desde luego, no quiero hacer comparaciones, porque para mí Borbonet, Barquín y los demás militares son diez mil veces mejores que Cantillo. Pero en ese estado de ánimo, teníamos desconfianza absoluta contra los militares. ¿Comprenden?
 
Moderador.- Perfectamente comprensible.
 
Luis Navarro.- Bien, Comandante, habiendo usted explicado ampliamente todos los últimos hechos que determinaron el desplome final de los restos de la dictadura, vamos a referirnos, como decía el señor Moderador, a las proyecciones sociales y económicas del Gobierno Revolucionario. En tal sentido yo quiero referirme a una medida que usted ha venido anunciando con muchísimo interés, a la cual usted le ha prestado preferente atención, que es la Reforma Agraria. Tengo entendido que en los territorios donde ustedes iban liberando, iban aplicando allí ya esta medida de reparto de tierras. ¿Querría explicarnos cómo se va a realizar en el futuro esa medida?
 
Fidel Castro.- Déjeme explicarle lo que hay: usted recordará que en el Manifiesto de la Sierra Maestra, suscrito por el doctor Raúl Chibás, el doctor Felipe Pazos y por mí, en aquella ocasión en que se trasladó Raúl Chibás a la Sierra Maestra, ¿ustedes recuerdan aquel Manifiesto?, ¿se acuerdan de los 10 puntos de un programa mínimo?
 
Luis Navarro.- Que hablaba de la Reforma Agraria...
 
Fidel Castro.- Que el Gobierno Provisional adoptaría todas las medidas pertinentes para convertir en propietarios de la tierra a todos los pequeños aparceros, arrendatarios y precaristas. No era eso la Reforma Agraria en toda su extensión, lo que pudiera llamarse cabalmente una Reforma Agraria, pero era un paso de avance. Porque hay un desajuste en el país entre la propiedad legal y la propiedad real, o sea, entre los que tienen la propiedad legal y los que tienen la posesión de la tierra.
 
Hay, aproximadamente, 150 000 familias que están en posesión de la tierra sin ser dueñas de ella. El precarista está allí, está el colono, el pequeño colono, el aparcero, o sea, el arrendatario; entonces, las leyes de permanencia garantizan al posesionario que no puede ser desalojado, el propietario no puede disponer de aquellas tierras. Y, en cambio, el posesionario, que no es el dueño legal de ella, pero está en posesión, está garantizado nada más en la permanencia, pero tampoco puede disponer de aquella tierra y, en general, no se preocupa por ella, no la mejora, no hace casas, no se cuida de sembrar árboles frutales, árboles maderables; o sea, que no mejora en absoluto aquella tierra porque no es de él, porque está allí en precario, está allí en calidad de posesionario, de arrendatario, no es de él la tierra. El resultado es el abandono en que están tantas fincas, que se tratan de explotar, no se tratan de mejorar.
 
Nosotros estimamos que convirtiendo en propietarios a los pequeños arrendatarios de menos de cinco caballerías, arrendatarios, aparceros, precaristas, o sea, todos los posesionarios, se beneficiaría a más de 150 000 familias, que desde ese momento empezarían a constituir una clase campesina sólida, cuyas condiciones económicas mejorarían extraordinariamente, si eso se hace adoptando al mismo tiempo una serie de medidas que hay que adoptar con respecto al campo, que está completamente abandonado. Hay una verdadera anarquía en cuanto a la producción en el campo, en cuanto a la situación legal en todos esos aspectos.
 
Entonces, la medida comprendía a todos los pequeños arrendatarios, precaristas y aparceros de menos de cinco caballerías de tierra. Lo que la Ley concede es la propiedad a todas esas familias, en estas condiciones.
 
Luis Navarro.- Doctor, usted hablaba también de la proscripción de los grandes latifundios...
 
Fidel Castro.- Bueno, en esa Ley no. Nosotros no queríamos terminar la Revolución sin adoptar algunas medidas de tipo revolucionario que fuesen una garantía de los campesinos. Ustedes comprenderán lo que nosotros nos sentíamos moralmente obligados con todos aquellos campesinos de la Sierra Maestra y, en general, con los campesinos de Cuba después de los sacrificios que hicieron.
 
Y desde que nosotros desembarcamos descubrimos allí —lo sabíamos— que el sueño más grande de todos aquellos precaristas, de aquellos pequeños posesionarios de tierras, era tener la propiedad de la tierra; eran víctimas constantes de los geófagos, o sea, había una serie de señores que se dedicaban a robar tierras del Estado, que tenían una finquita de 30 caballerías y se apoderaban de 1 000 o 2 000 caballerías en los alrededores. Entonces, todos los campesinos que habían desmontado aquello y habían sembrado con mil sacrificios... Aquí hay que escribir sobre el campesino; aquí nunca se hace una novela siquiera para saber la historia, para saber los sufrimientos, el heroísmo de los campesinos cubanos. Cuando usted mira aquellas montañas de la Sierra Maestra, en lugares que hay que subir casi a rastro, y usted ve que allí los campesinos han desmontado, han sembrado, han puesto a producir aquellas tierras, usted se da cuenta de la laboriosidad, del espíritu de trabajo, del mérito que tienen los campesinos. ¿Sabe cómo? Pues trabajaban desmontando un tiempo, se iban entonces a trabajar por un peso a una finca a muchos kilómetros de allí, porque tenían que comprar la sal, la manteca y la vianda; volvían y trabajaban cuatro o cinco días en aquel pedazo de tierra, y entonces después iban a trabajar otra vez otro día por un peso para comprar las sales, porque no tenían refacción ni nada para trabajar allí.
 
Así, al cabo de tres años, ya tenían desmontado, ya tenían su finquita, sembraban la vianda, los animalitos los estaban criando y ya, incluso, el café le había empezado a producir algo, a los tres años ya les producía algo el café, y ya tenían algunos ingresos y empezaban a mejorar; ya, por lo pronto, podían permanecer allí y obtener algunos ingresos, que mientras la tierra no les daba ingresos ellos tenían que trabajar parte del tiempo en esa finca y parte del tiempo como jornaleros fuera. ¿Y qué ocurría cuando ya tenían la finquita hecha? Venían los geófagos, que trazaban los límites allí a capricho en tierras del Estado, buscaban la pareja de la guardia rural —que estaban al servicio siempre del mayoral, porque para eso le pagaban sueldo, estaban siempre al servicio del mayoral— e iban con el mayoral y el dueño de la finca y los botaban, les quemaban la casa, y si hacían resistencia los mataban, sencillamente. Y existía una desesperación, una inseguridad en toda aquella gente, fantástica.
 
Cuando nosotros llegamos a la Sierra Maestra lo primero que hicimos fue fusilar un mayoral —lo digo aquí—; era el peor esbirro que había por aquella zona; mayoral de la finca El Macho, una finca que era de 40 caballerías, que tiene sus propietarios, uno de ellos un senador batistiano; la finca, de 40 caballerías, la habían convertido en 2 000. ¡Hasta el Pico Turquino estaba dentro de la finca aquella! (Risas.) Un mayoral que le decían Chicho Osorio, era el verdugo de allí, con unos cuantos campesinos asesinados. Y estaba en la Plata, y en la Plata había una guarnición; cuando andábamos un grupo muy pequeño, y andábamos buscando el lugar donde asestar el primer golpe, nos acercamos hacia la Plata donde había un cuartelito con una guarnición. O sea, aquella gente nos hacían a nosotros tan destruidos y tan desaparecidos ya, que nada más tenían patrullas de 12 hombres, cuando el ejército siempre acostumbró a superar en número diez veces a los rebeldes.
 
Sin embargo, aquellas patrullas estaban con Chicho Osorio, y entonces habían acusado a todo el mundo de rebelde y de contacto con los rebeldes; aprovecharon aquella coyuntura para tratar de botar a todos los campesinos de la zona. Y nosotros cuando nos acercamos a la Plata lo primero que hicimos —porque no teníamos prácticos, no teníamos información— fue atravesarnos en el camino, y capturamos al mayoral. Era de noche, y le hice creer que yo era un coronel del ejército en investigaciones —y le hice creer que era efectivamente un coronel—, y empezó a hablar hasta por los codos. Empezó, incluso, a delatar a los propios guardias, los que eran flojos, los que actuaban con más entusiasmo, quiénes eran los que le daban confidencias; y delató a todo el mundo allí, engañado, y fue el que nos condujo hasta el mismo cuartel, porque yo le dije que iba a hacer una prueba de que allí no se tomaban las medidas adecuadas para proteger el cuartel, y nos llevó hasta el mismo cuartel, nos señaló las postas y todo. Ese fue el primer cuartel que tomamos y las primeras armas que se ocuparon en la Sierra Maestra con apoyo de ese señor. Todo el mundo le tenía un odio bárbaro, y lo que hicimos fue que los juzgamos por los crímenes, por confidente, por guía, por aprovechado, por todas aquellas cosas, y lo fusilamos. Aquello produjo una medida inmediata, una reacción en los campesinos a favor de nosotros muy grande en aquella zona.
 
¿Por qué? Porque vivían bajo el terror los campesinos de la Sierra Maestra, siempre, y así han vivido los campesinos de Cuba; cuando tienen ya las tierras sembradas, los quita, bien en tierras particulares o en tierras del Estado; eso se repite. Siempre han estado las parejas al servicio del geófago, del terrateniente; eso es una verdad. Y se han cometido no una sino miles y miles de injusticias. Nosotros siempre les decíamos a aquellos campesinos: “esta tierra será de ustedes, ¡esta tierra será de ustedes!”
 
Comoquiera que siempre nosotros estuvimos en disposición de luchar por el derrocamiento de la tiranía, por el restablecimiento del sistema constitucional, por entregarle la Presidencia de la República a una persona determinada, y ya habíamos decidido que fuera el magistrado Manuel Urrutia Lleó; sin embargo, yo no quería irme de la Sierra Maestra, presintiendo que iba a terminar la lucha, sin cumplir aquella promesa con los campesinos.
 
Mientras no existía otro poder constituido, la Comandancia de un ejército en operaciones es el que tiene el poder legal y de hecho sobre el territorio; por lo tanto, yo tenía la jurisdicción legal sobre el territorio mientras no existiese constituido otro poder. Las órdenes militares eran leyes, y la Ley Penal Rebelde, que es la Ley en virtud de la cual hoy se juzga a los confidentes y a los asesinos; y se hicieron distintas leyes de carácter penal en la Sierra, y entonces se hizo la Ley de Tacha Electoral, la Ley contra la agresión inglesa al pueblo de Cuba, una Ley de impuestos, y se hizo la otra Ley que fue sobre la reforma agraria, fue una ley muy estudiada, muy estudiada aquella ley; una serie de medidas, que cuando se conozcan plenamente verán todo el cuidado que se puso en que fuese una cosa positiva; no era una ley radical.
 
Entonces, la cuestión del precepto Constitucional que dice... porque hay un precepto constitucional que dice: “se proscribe el latifundio, y a los efectos de su desaparición la ley señalará el máximo de extensión que debe tener toda propiedad agrícola o industrial”. Dice la Constitución, todo el mundo conoce la Constitución y todo el mundo ha defendido la Constitución, y todo el mundo está contento de que la Constitución vuelva, ¿verdad? Bueno, ¡debe cumplirse la constitución!
 
Pero nosotros no planteamos en esa ley una ley radical, una ley que ni siquiera fuese discutida, una ley en que todo el mundo estaría de acuerdo en que era una ley útil, con indemnización de los propietarios; si es del Estado no, porque está dividida en tierras de particulares y tierras del Estado. O sea, el colono o arrendatario en tierras del Estado y tierras particulares; en tierras del Estado no hay que indemnizar al Estado, que es el dueño de esas tierras; en tierras de particulares se indemniza, y hasta que no se indemnice no pasa la tierra a propiedad del colono, del aparcero, del arrendatario. Incluso, se conceden beneficios en la indemnización, el dinero con que se indemnizan esas propiedades, se le conceden al dueño determinadas exenciones de impuestos si lo invierte en industrias.
 
Además, beneficia extraordinariamente al campesino porque lo convierte en dueño. Todo el mundo sabe que el sueño de los pequeños colonos es ser el dueño de la tierra; todo el mundo sabe que el sueño de los pequeños arrendatarios, de los agricultores, es ser dueño de la tierra. Ahora no es dueño ni el propietario ni el que la tiene, ni el posesionario; el posesionario no la puede vender, en muchos casos le pagan hasta una renta escasísima y no la puede vender. Ahora, la ley no comprende los casos de quien tenga una sola finca. Usted tiene una sola finca, de tres o cuatro caballerías de tierra y la tiene arrendada, y no la pierde, sino en los casos en que tenga más extensión de tierra. Está muy estudiada la ley, y esa ley tiene vigencia...
 
Luis Navarro.- Para una aclaración. ¿Esas tierras se entregan con título de propiedad, o como si fuera una compra?
 
Fidel Castro.- Ahora voy. Como se hizo de acuerdo con el espíritu de la Constitución, el Estado no puede regalar más de dos caballerías —de acuerdo con la Constitución de la República—; entonces, si el arrendatario o el colono tienen, por ejemplo, cuatro caballerías, el Estado le regala dos, le paga al particular esas dos, y se la regala; entonces le da un derecho a comprar las otras dos. Puede demandar la venta, por precios justos, de las otras dos. Si tiene una y media, pues no tiene que comprar ninguna, si tiene dos no tiene que comprar ninguna, y si tiene cinco, pues le da dos y compra tres. Si tiene más de cinco no está incluido en los beneficios de la ley.
 
Ese es el caso; eso es en esencia la ley.
 
Si es tierra del Estado, el Estado como puede regalar dos nada más, si tiene por ejemplo cuatro caballerías ocupadas, se le regalan dos y se le dan facilidades para que compren las otras dos.
 
Entonces, es una medida que beneficia de manera positiva a aproximadamente 150 000 familias campesinas.
 
Luis Navarro.- Y además es una medida perfectamente constitucional.
 
Fidel Castro.- Claro, por supuesto; como la ley contra el latifundio es constitucional, pero nosotros no hicimos la ley contra el latifundio. Nosotros declaramos por cuanto será tarea del Gobierno Provisional de la República cumplir el artículo tal de la Constitución que dice que se proscriba el latifundio... La Ley sobre el latifundio hay que estudiarla muy bien, y en su día habrá que aplicar el precepto constitucional, y habrá que hacer la Ley contra el latifundio. Esa es una cosa que la comprende cualquiera, cualquiera comprende que es una necesidad. Aquí hay que buscar la producción intensiva y no la producción extensiva, que a la tierra hay que sacarle más provecho y que es necesario brindarle la oportunidad de ganarse la vida a una clase campesina, que vive como paria en nuestro país, y que a la industria del país le conviene una clase campesina con poder adquisitivo, porque cuando hay poder adquisitivo en el pueblo prospera la industria, se puede industrializar el país y se puede resolver el gran problema del desempleo que, a mi entender, es el problema básico que tiene que resolver de inmediato el gobierno; y no lo podrá resolver enseguida, que es lo que yo digo a todo el mundo: no crean que los problemas de la Revolución los va a resolver en 24 horas; van a llevar tiempo. Pero el problema del desempleo es el primero. Aparte de las condiciones de vida que debe tratar siempre de mejorarse, las condiciones de vida del obrero y del campesino.
 
El problema aquí no es los que están empleados, sino los que no tienen trabajo. Porque yo preguntaría teóricamente esta situación; preguntaría qué solución tiene esta situación: un hombre joven, de 20 o 25 años, que quiere trabajar porque tiene necesidades elementales de comer, de vestir, quiere trabajar y no encuentra empleo. Si roba va para la cárcel; hasta ahora ese es el único que va para la cárcel, el que roba poca cosa... (Risas).
 
La cuestión es esta: se supone que ese hombre pertenece a una sociedad, se supone que es miembro de un Estado, sin embargo, tiene fuerzas para trabajar y tiene necesidades elementales y no tiene trabajo. Si roba, si delinque, la sociedad lo envía a la cárcel; luego, ¿se puede considerar que el Estado no tenga ninguna obligación con ese ciudadano? ¿Por qué le va a aplicar sus leyes y en cambio no lo ayuda a resolver sus problemas? El hombre nace un ser orgánico con necesidades que lo impelen a actuar, quiere trabajar y no tiene trabajo, tiene que comer, porque si no se muere de hambre; tiene que vestir, porque si no se muere de frío, no puede vivir sin la ropa, sin los zapatos; el Estado se arroga el derecho de castigarlo, de dictarle leyes y de hacer con él lo que le da la gana lo mete a soldado en un Servicio Militar Obligatorio, lo inyecta de cualquier cosa si cree que puede ser un medio de contagiar una epidemia, hace con ese sujeto todo lo que estime pertinente; sin embargo, no tiene comida porque no tiene trabajo. ¿El Estado no tiene obligación de resolver la situación de aquel ciudadano, de aquel hombre? Yo creo que es elemental, y si no le busca trabajo tiene que darle comida.
 
Moderador.- ¿Me permite una interrupción, doctor Castro?
 
Fidel Castro.- Sí, dígame.
 
Moderador.- En vista de que el crecimiento demográfico cubano es bastante rápido, hemos llegado a los 6 300 000 habitantes, mucho más rápido, desde luego, que el crecimiento de las riquezas y los centros de trabajo. ¿Cómo enfoca o visualiza el gobierno actual las posibilidades?
 
Fidel Castro.- Yo ante todo le quiero hacer una pregunta a ustedes, también, si usted me lo permite.
 
Moderador.- Sí, cómo no.
 
Fidel Castro.- ¿Qué hacemos con ese sujeto de 25 años que no tiene trabajo y tiene que comer? ¿El Estado tiene o no tiene obligaciones con él?
 
Moderador.- Las tiene, sin duda, porque...
 
Fidel Castro.- Y si no le consigue trabajo, ¿qué hace con ese ciudadano?
 
Luis Gómez W.- Es el principio del derecho al trabajo que se está imponiendo hoy en las naciones más adelantadas del mundo.
 
Fidel Castro.- Yo creo que si no le consigue trabajo tiene que darle comida, porque mientras el problema se resuelve, el hombre se muere de hambre. ¿Cómo se resuelve teóricamente ese problema?
 
Moderador.- Con el subsidio de desempleo que hay en casi todos los países del mundo.
 
Fidel Castro.- Bueno, aquí no hay nada de eso, aquí lo que hay es cárcel para el que tiene hambre, palo para el que reclame un derecho, y eso es todo lo que ha habido hasta ahora; eso es la verdad, vamos a partir de la verdad. ¿Comprende? Luego, el problema fundamental que tiene el Estado cubano hoy es buscarle trabajo por lo pronto, y si no le busca trabajo tiene que buscarle comida, y si no hay, bueno hay que ver cómo se las arregla. Porque también hay una ley constitucional que dice que el gobierno agotará todos los medios a su alcance —todos los medios a su alcance— para proporcionar a cada trabajador manual o intelectual una existencia decorosa.
 
Moderador.- Efectivamente, en la Constitución de 1940.
 
Fidel Castro.- Es una Constitución Revolucionaria, por eso nosotros la defendemos.
 
Luis Gómez W.- Quiero hacerle una pregunta a usted, doctor Castro, de tipo económico, porque me parece que está...
 
Fidel Castro.- Yo no soy economista, ni soy sabio, quiero advertírselo a ustedes.
 
Luis Gómez W.- Lo sé, pero es un problema que se relaciona con la estrategia y con la campaña que ustedes acaban de librar, y creo que no hay nadie en Cuba hoy...
 
Fidel Castro.- Si a mí me ponen a resolver un problema de esos, yo trataré de resolverlo como todos los otros que se nos han puesto delante; pero les advierto que ni presumo de economista ni de sabio.
 
Luis Gómez W.- No es de ese tipo la pregunta, doctor Castro.
 
Fidel Castro.- Bueno.
 
Luis Gómez W.- Yo creo que nadie conoce en Cuba hoy mejor que usted la situación de las comunicaciones. Nadie sabe qué puentes están volados, qué carreteras están obstruidas, etcétera. ¿En qué medida cree usted que esos daños pueden entorpecer la zafra, o cree usted, por el contrario, que vamos a poder tener una zafra cabal y vamos a poder embarcar los azúcares normalmente?
 
Fidel Castro.- Les puedo hablar optimistamente en ese sentido, por lo siguiente: hay un número determinado, no se puede decir considerable, de puentes volados, pero sí son puentes básicos, que incomunicaron algunas ciudades con otras. Nosotros, por ejemplo, no volamos completamente los puentes sino, como medida previsora, a medida que íbamos avanzando por la carretera, por si venía algún contraataque, volábamos la mitad, una parte del puente y dejábamos la otra parte minada, cosa de que si venía el avance se volaba la otra parte y si no, quedaba una parte. Por lo tanto en las carreteras entre Cautillo y Santiago de Cuba, no hay ningún puente volado. Entonces estaba el puente de Cautillo volado, y en las carreteras se ha hecho un desvío inmediatamente, que ahí fue donde voló un carro de la Cruz Roja, ¿usted sabe, no? ¿Usted se acuerda? Estábamos esperando los tanques que estaban del otro lado del Cautillo; se pusieron minas de contacto. Y lo que pasó es que parece que le dieron autorización a un jeep de la Cruz Roja para que fuera a las 3:00 de la mañana, de noche, y sin avisar a nadie, por aquel camino del desvío, donde estaban los tanques, donde se esperaban los tanques al otro día; pasó sobre una mina de contacto y voló. Ese fue el motivo de la renuncia a explosivos, porque yo protesté y dije que estaban usando los carros de la Cruz Roja de conejillo de india y de vanguardia de los tanques. Consecuencia: no fueron los tanques, pero quedó volado el carro de la Cruz Roja en ese desvío. Entonces ese es el único puente volado entre Bayamo y Santiago. De ahí no ha ningún puente volado entre Manzanillo y Bayamo, ni entre Bayamo y Holguín; entonces hay dos volados entre Holguín y Camagüey. Entonces son dos nada más, puentes que en total son tres en toda esa zona, que ya tienen sus desvíos.
 
De ahí, en todo Camagüey no hay más puentes volados hasta Las Villas; aquí hay varios puentes, tres o cuatro. Y de ahí de Las Villas hasta La Habana no hay más puentes volados. Esos puentes se pueden reparar rápidamente. Y nosotros, incluso, que veníamos con la columna y los tanques, íbamos abriendo algunos desvíos y preparando. ¡Y ya hay comunicación! No se interrumpirán las comunicaciones por carretera por los puentes volados, y eso dentro de un mes estará completamente resuelto.
 
Eduardo H. Alonso.- Una pregunta, Comandante.
 
Fidel Castro.- Dígame.
 
Eduardo H. Alonso.- ¿Se acordaron de quitar esas conexiones que dejaron ahí...?
 
Fidel Castro.- No, nosotros lo que dejamos fueron las baterías puestas para poner la dinamita. No hay dinamita, ni nadie va a volar ahí, tenga la seguridad.
 
Eduardo H. Alonso.- ¡Ah!, no hay dinamita. Es bueno informar, es bueno informar.
 
Fidel Castro.- Le aseguro que no vuela nadie.
 
Luis Gómez W.- ¿Usted cree, doctor Castro, entonces, que no será necesaria la ayuda que nos ha ofrecido Estados Unidos para la reparación de las comunicaciones? Porque hay una ayuda oficial.
 
Fidel Castro.- Bueno, toda ayuda que venga aquí será bien recibida, estimo yo, ¿verdad?, si no para hacer esos puentes, para hacer otros puentes, otros caminos. Yo creo que toda ayuda que venga debe ser bien recibida.
 
Ahora, que eso no va a ser obstáculo para la zafra y que los ferrocarriles ya los estaba arreglando todo el mundo, y que aún antes de terminarse la guerra, y a medida que nosotros avanzábamos por la Carretera Central en los finales de diciembre, detrás de nosotros iban los empleados de la compañía de electricidad, de teléfonos, arreglando; ya estaban seguros de que a nosotros no nos quitaban más aquello, e iban poniendo el teléfono, la corriente eléctrica. Es una cosa maravillosa cómo las actividades económicas se movilizan, solos los trabajadores, el interés que se toman por restablecer las vías, y se ponen a trabajar solos. Nos pedían gasolina para los carros y se ponían a restablecer las vías de comunicación por ferrocarril, los teléfonos, los teléfonos normales, la corriente eléctrica, todo; de tal manera que eso cuando nosotros nos fuimos de allí ya estaba puesto. Y posiblemente ya debe haber comunicación telefónica entre Santiago y La Habana. A una velocidad espantosa se dedicaba todo el mundo a trabajar y a normalizarlo todo otra vez.
 
Yo estoy seguro de que en cosa de 15 días estarán todos los problemas resueltos y la zafra se podrá efectuar plenamente; las reparaciones estaban adelantadas en algunos lugares, no esperan más que algunos motores que estaban en camino y los iban a traer por máquina. Y nosotros estuvimos dando facilidades en Oriente, puesto que nosotros habíamos establecido un impuesto, que casi todos los centrales de Oriente lo habían pagado, o inmediatamente les dimos facilidades para la industria. ¿Les interesa la zafra? Bueno, yo estoy seguro de que va a haber zafra pronto. El Presidente dictará el decreto sobre la zafra tan pronto lo estime pertinente, pero para principios de febrero a más tardar habrá empezado la zafra.
 
Moderador.- Quería hacerle otras preguntas, con la venia de mis compañeros. La pregunta es la siguiente: muchas personas andan preguntándose, bastante inquietas, lo siguiente: las finanzas del Estado han quedado, desde luego, muy mal paradas con los créditos continuados, diarios, que el anterior régimen del dictador Batista venía haciendo, que según las notas de prensa, iban destinados a armamentos, equipos militares, etcétera. Pues bien, la pregunta, concretándola del todo es la siguiente: ¿No peligra la estabilidad del Fisco en cuanto se refiere a los pagos habituales, mensuales, de los empleados públicos?
 
Fidel Castro.- Bueno, yo le voy a dar mi opinión: no he tenido oportunidad de informarme sobre eso concretamente, pero la impresión que tengo es la siguiente. Primero: afortunadamente se produjo la caída de la dictadura antes de que sobreviniera una catástrofe económica; si se prolonga tres meses más, la zafra queda paralizada, el arroz no se puede sacar, el café se queda en la Sierra Maestra, y el ganado se queda cebado sin vender. Porque usted sabe que viene la época de ceba y que hay que venderlo, porque si no viene la seca y empieza a rebajar, se arruina el ganadero cuando se pasa la época de vender el ganado. Incluso todos esos productos tenían el momento en que había que transportarlo, más o menos a finales de año o a principios del otro año, en diciembre, en enero, en febrero, la zafra, casi todo se juntaba; estaban haciendo unos negocios sucísimos, que ya en vista de que el café no se podía sacar de la Sierra Maestra, el café que tenían para la exportación —que saben que tiene un precio más bajo— lo iban a poner para el consumo nacional, iban a dejar a los campesinos sin café y, además, iban a hacer un negocio fabuloso porque esta gente no perdieron el menor chance de hacer negocios hasta última hora.
 
Eduardo H. Alonso.- ¿Bajo el fuego?
 
Fidel Castro.- Sí, bajo el fuego ya, estaban haciendo negocios. Entonces, afortunadamente, ese peligro tremendo para la economía del país que se hubiera derivado de tres meses más de guerra no se produce. Yo estoy seguro de que ahora los campesinos ya tienen todo el café fuera, los arroceros han recogido su cosecha y nosotros les brindamos facilidades, porque a pesar de que estaba todo paralizado, si el arroz no se recogía oportunamente se perdía la cosecha y a nosotros no nos convenía, que en el territorio libre se arruinaran no nos convenía. Entonces le dimos facilidades al arroz para que saliera.
Y así fuimos tomando medidas, y a estas horas todos esos productos se han salvado.
 
Segundo: Al producirse la caída de la tiranía, y si tenemos la suerte de brindarle optimismo al país, si por ejemplo estos problemitas de que si las armas tales y más cuales se resuelven y le brindamos la seguridad al país de que no va a haber aquí el menor problema, ese optimismo va a producir un efecto extraordinariamente saludable sobre la economía; optimismo que se va a derivar sencillamente de que todo el mundo va a empezar a comprar ahora. La cantidad de artículos que tienen que vender los almacenes en este momento es enorme, para abastecer las provincias de Las Villas, de Camagüey y de Oriente que estaban ya sin artículos; la cantidad de artículos que tienen que importarse, incluso, es grande, para satisfacer las necesidades inmediatas.
 
Todo eso implicará un aumento en las recaudaciones por todos los conceptos. Y hay otra cosa, lo siguiente: los impuestos. Estoy seguro de que las recaudaciones por concepto de impuestos aumentarán enormemente, porque cuando se acaben los inspectores saqueando a los comerciantes y a los industriales, que lo que pasa aquí es que aunque paguen lo que la Ley señala de todas maneras los saquean, y la costumbre establecida es pagar lo menos posible y sobornar al inspector, aparte de que lo que pagan, lo pagan con el dolor de pensar que va a ir a parar a los bolsillos de la gente que se enriquece.
 
Es lo que yo dije: yo digo que cuando cualquiera de aquí... Hoy me ofrecieron —les voy a contar una cosa— me ofrecieron 25 000 pesos por las barbas, un señor industrial (Risas), entonces me dijo que estaba dispuesto a darlos para una obra de beneficencia y yo le dije: Mire, la verdad es que tengo muchos compromisos con las barbas y no se las voy a poder dar; pero ya que usted está dispuesto a ayudar, de todas maneras usted puede ayudar aún sin las barbas; porque hay una disposición de mucha generosidad en la gente, el optimismo en general y llega a todas las capas sociales.
 
Entonces a ese señor yo conversando con él se lo dije: “Yo estoy seguro de que usted 10 000 pesos por las buenas o para algo útil los da gustoso, pero en cambio si le quitan cinco pesos a la fuerza o se lo roban lo amargan a usted.” Y aquí el problema es que todo hombre de negocio, todo hombre industrial, todo contribuyente vivía amargado porque el dinero se lo robaban, lo tenía que dar por la fuerza y para perderse.
 
Ahora, cuando el dinero todo contribuyente sepa que se va a invertir honestamente, que se acabaron los inspectores sinvergüenzas, porque yo soy de los que creo que al primer inspector aquí que se agarre dejándose sobornar o picándole un peso a un contribuyente hay que aplicarle una sanción ejemplar. Eso va a aumentar mucho las recaudaciones y va a eliminar esta tendencia de los contribuyentes cubanos a evadir y a burlar el fisco, de donde las recaudaciones van a mejorar.
 
Y cuando las recaudaciones empiecen a mejorar por todos los conceptos, el peligro derivado de los créditos de guerra y de los excesos cometidos, los excesos económicos de la dictadura, pues ese peligro va a disminuir extraordinariamente y creo que la Revolución ha llegado afortunadamente a tiempo para impedirlo.
 
Luis Gómez W.- Al Moderador yo le pido permiso para hacer la única pregunta política de la noche al doctor Castro, ahora que está cansado.
 
Fidel Castro.- Bueno, pero yo no estoy cansado. Si el público está cansado (Risas), yo ante el público me inclino...
 
Moderador.- Doctor Castro: el caso es que usted va a ser entrevistado por la prensa extranjera cuando...
 
Fidel Castro.- Bueno, pero el inglés mío no lo va a entender nadie.
 
Moderador.- Lo entenderán.
 
Fidel Castro.- En cambio el español tengo esperanzas de que lo entienda alguna gente en Cuba.
Moderador.- Bueno, prosigamos un rato entonces, doctor.
 
Luis Gómez W.- ¿Me permite usted la última pregunta, doctor Castro? Ahora que está usted cansado —aunque diga que no—, ¿verdad?
Fidel Castro.- No, yo no estoy cansado, yo sinceramente se lo digo que no estoy cansado.
 
Luis Gómez W.- Usted ha dicho, según se ha publicado en los periódicos, que va a organizar un partido político. ¿Cuándo cree usted que tendremos elecciones generales?
 
Cmdte.- Mire, yo estoy seguro de que tendremos elecciones generales a más tardar en un plazo de 18 meses, porque creo que el gobierno provisional no durará más de dos años, creo. Además, sobre ese espíritu fue que se pensó en la provisionalidad.
 
¿Cuándo se empezarán a organizar los partidos políticos? Pues yo creo que dentro de 6, 8 o 10 meses. Las corrientes políticas se irán formando desde ahora, al amparo de todos los derechos y todas las garantías que tiene la ciudadanía en este momento.
 
Creo que en estos momentos, primero dos, tres, cuatro o cinco meses, realmente sería un crimen introducir la política en un momento de normalización, en un momento de trabajo creador, de impulso; meter a la gente en política ahora sería negativo. Lo mejor es que todo el mundo se dedique a trabajar febrilmente y demos los primeros pasos de avance, porque para discutir, acusarnos mutuamente, polemizar, para todo eso hay tiempo.
 
Yo sé que una cosa quiere el pueblo ahora —estoy seguro—: que se adelante algo y rápido. Usted va a cualquier mitin y le pregunta al pueblo qué quiere y le plantea inmediatamente su problema, nadie le está hablando de política todavía. Y, naturalmente, vendrá la política porque hace falta, porque hay que normalizar el país. Y por eso, porque nosotros tenemos que tener mucho cuidado de que en el extranjero, donde tenemos que velar por el prestigio de la Revolución mucho, se vayan a hacer la idea de que los que han tomado el poder quieren quedarse ahí.
 
Porque ustedes se fijan que pocas veces se han producido realmente revoluciones en América Latina, se producen golpes de Estado, en que los que lleguen al poder empiezan a ganar tiempo para ver cómo controlan de alguna manera una mayoría y después van a unas elecciones.
 
Aquí ha resultado que los que han tomado el poder tienen la mayoría del pueblo también. ¿Por qué prorrogar la provisionalidad? ¿Quién puede tener más interés que nosotros en normalizar y legalizar el país si tenemos el pueblo? Convoquemos unas elecciones y ganamos, y ganamos más pronto si es mañana que si es dentro de 18 meses, porque mañana votaría todo el mundo, por ejemplo, por el Partido 26 de Julio, y quizás dentro de 18 meses haya muchos disgustados, porque siempre en el poder usted no puede conformar a todo el mundo, es imposible conformar a todo el mundo, hay intereses encontrados dentro de la sociedad.
 
Hay una cosa que sí beneficia a todos el mundo, que es el derrocamiento de Batista, eso alegra a todo el mundo. Pero las demás medidas del gobierno no podrán encontrar respaldo unánime.
 
Eduardo H. Alonso.- Yo le quería hacer una pregunta al doctor Castro. En una entrevista que le hice al doctor Urrutia, Presidente de la República, para el periódico Revolución, habló de que se restablecería la Constitución con algunos ajustes. ¿Pudiera decirnos algo el doctor Fidel Castro?
 
Fidel Castro.- Ahora, por ejemplo, el Congreso no puede funcionar porque no hay Congreso, ¿usted se da cuenta? Eso es un ajuste de la Constitución. No pueden funcionar aquellos organismos que no existen. Las relaciones entre el Poder Ejecutivo y Legislativo no existen.
 
Eduardo H. Alonso.- ¿Y no se ajustará la Constitución para que funcione el tiempo que sea necesario el Ministerio de Recuperación de Bienes?
 
Fidel Castro.- Mire, yo le voy a decir, yo tengo poca información sobre ese particular. Usted comprenderá que yo no he tenido tiempo de informarme sobre ese particular, yo no he tenido tiempo de nada, yo llegué a La Habana ayer; por el camino usted sabe el trabajo que he traído y el poco tiempo de que he dispuesto para informarme. Yo espero, dentro de dos o tres días, informarme. Tengo interés en conocer igual que usted sobre esos planes, sobre esas ideas.
Eduardo H. Alonso.- No puede haber contradicciones entre ese propósito revolucionario y la Constitución, casi seguro.
 
Fidel Castro.- ¿Cuál?
 
Eduardo H. Alonso.- Entre el propósito revolucionario de rescatar los bienes malversados.
 
Fidel Castro.- Yo creo que lo más importante de la Constitución a restablecer ahora, lo más importante a restablecer de manera definitiva son los derechos individuales y los derechos políticos, ¿verdad? Por ejemplo, la libertad de prensa, la libertad de prensa no es un derecho constitucional, ¿no? ¿No tiene interés la prensa en que se restablezca ese derecho? Pues ese derecho está restablecido automáticamente desde que cayó la tiranía, porque más que un derecho constitucional es un derecho inalienable de un país democrático, un derecho inalienable del pueblo. Puede no haber Constitución y, sin embargo, la libertad de prensa, la libertad de opinión, la libertad de vivir, todos los derechos individuales que la Constitución establece, esos existen. Porque cuando no hay tiranía, ¿qué hay? Democracia. Y dentro del régimen de libertad tienen que existir todos esos derechos.
 
La Constitución se puede implantar en todo lo que se refiere a los derechos individuales y a los derechos humanos. Es lo primero. Ahora, en cuanto a la parte orgánica no podrá funcionar hasta que no se creen los organismos que señala la Constitución.
 
Y, por lo pronto, el Gobierno Provisional gobernará dentro del espíritu y dentro de las normas de la Constitución.

VERSIÓN TAQUIGRÁFICA DE LAS OFICINAS DEL PRIMER MINISTRO