De Fidel Castro a Nikita Jruschov (31 de octubre de 1962)
La Habana, octubre 31 de 1962
Sr. Nikita Jruschov,
Primer Ministro de la Unión Soviética, U.R.S.S.
Querido compañero Jruschov:
Recibí su carta del 30 de Octubre. Usted entiende que sí fuimos consultados antes de adoptar la decisión de retirar los proyectiles estratégicos. Se basa en las noticias alarmantes que dice llegaban de Cuba y por último mi cable del 27 de Octubre. No sé cuáles noticias recibió usted; sólo respondo del mensaje que le envié la noche del 26 de Octubre, recibido por usted el 27.
Lo que hicimos frente a los acontecimientos, compañero Jruschov, fue prepararnos y disponernos a luchar. En Cuba sólo hubo una clase de alarma: la alarma de combate.
Cuando a nuestro juicio el ataque imperialista se hizo inminente estimé conveniente comunicárselo a usted y alertar tanto al Gobierno como al Mando soviético —ya que había fuerzas soviéticas comprometidas a luchar junto a nosotros en la defensa de la República de Cuba de una agresión exterior— acerca de la posibilidad de un ataque que no estaba en nuestras manos impedir, aunque sí resistir.
Le expresé que la moral de nuestro pueblo era muy alta y que la agresión sería resistida heroicamente. Al final del mensaje le reiteré de nuevo que esperábamos con serenidad los acontecimientos.
El peligro no podía impresionarnos, porque lo hemos sentido gravitar sobre nuestro país durante mucho tiempo y en cierto modo nos hemos acostumbrado a él.
Los hombres soviéticos que han estado junto a nosotros saben cuán admirable ha sido la actitud de nuestro pueblo durante esta crisis y qué honda hermandad se creó entre los hombres de uno y otro pueblo en las horas decisivas. Muchos ojos de hombres, cubanos y soviéticos, que estaban dispuestos a morir con suprema dignidad, vertieron lágrimas al saber la decisión sorpresiva, inesperada y prácticamente incondicional de retirar las armas.
Usted quizás no conozca hasta qué grado el pueblo cubano se dispuso a cumplir su deber con la Patria y con la humanidad.
No ignoraba cuando las escribí que las palabras contenidas en mi carta podían ser mal interpretadas por usted y así ha ocurrido, tal vez porque no las leyó detenidamente, tal vez por la traducción, tal vez porque quise decir mucho en demasiadas pocas líneas. Sin embargo, no vacilé en hacerlo. ¿Cree usted compañero Jruschov que pensábamos egoístamente en nosotros, en nuestro pueblo generoso dispuesto a inmolarse, y no por cierto de modo inconsciente, sino plenamente seguro del riesgo que corría?
No, compañero Jruschov, pocas veces en la historia y hasta podría decirse que ninguna, porque nunca tan tremendo peligro corrió sobre pueblo alguno, se dispuso un pueblo a luchar y a morir con sentido tan universal de su deber.
Nosotros sabíamos, no presuma usted que lo ignorábamos, que habríamos de ser exterminados, como insinúa en su carta, caso de estallar la guerra termonuclear. Sin embargo, no por eso le pedimos que retiraran los proyectiles, no por eso le pedimos que cediera. ¿Cree acaso que deseábamos esa guerra? ¿Pero cómo evitarla si la invasión llegaba a producirse? Se trataba precisamente de que este hecho era posible, de que el imperialismo bloqueaba toda solución y sus exigencias eran desde nuestro punto de vista imposibles de aceptar por la URSS y por Cuba.
Y si el hecho se producía, ¿qué hacer con los dementes que desatasen la guerra? Usted mismo ha afirmado que en las condiciones actuales la guerra inevitablemente se transformaría en guerra termonuclear, rápidamente.
Yo entiendo que una vez desatada la agresión, no debe concederse a los agresores el privilegio de decidir, además, cuándo se ha de usar el arma nuclear. El poder destructivo de esta arma es tan grande y tal la velocidad de los medios de transporte, que el agresor puede contar a su favor con una ventaja inicial considerable.
Y yo no sugerí a usted, compañero Jruschov, que la URSS fuese agresora, porque eso sería algo más que incorrecto, sería inmoral e indigno de mi parte; sino que desde el instante en que el imperialismo atacara a Cuba y en Cuba a fuerzas armadas de la URSS destinadas a ayudar a nuestra defensa en caso de ataque exterior, y se convirtieran los imperialistas por ese hecho en agresores contra Cuba y contra la URSS, se les respondiera con un golpe aniquilador.
Cada cual tiene sus propias opiniones y yo sostengo la mía acerca de la peligrosidad de los círculos agresivos del Pentágono y su tendencia al golpe preventivo. No le sugerí a usted, compañero Jruschov, que en medio de la crisis la URSS atacara, que tal parece desprenderse de lo que me dice en su carta, sino que después del ataque imperialista, la URSS actuara sin vacilaciones y no cometiera jamás el error de permitir las circunstancias de que los enemigos descargasen sobre ella el primer golpe nuclear. Y en ese sentido, compañero Jruschov, mantengo mi punto de vista, porque entiendo que era una apreciación real y justa de una situación determinada. Usted puede convencerme de que estoy equivocado, pero no puede decirme que estoy equivocado sin convencerme.
Sé que éste resulta ser un tema tan delicado que sólo en circunstancias como ésa y en un mensaje muy personal se podía abordar.
Usted se preguntará qué derecho tenía yo a hacerlo. Lo abordé sin importarme cuán espinoso era, siguiendo un dictado de mi conciencia como un deber de revolucionario e inspirado en el más desinteresado sentimiento de admiración y cariño hacia la URSS, a lo que ella representa para el futuro de la humanidad y la preocupación de que nunca más vuelva a ser víctima de la perfidia y la traición de los agresores como lo fue en 1941, lo que tantos millones de vidas y destrucción costó. Además, el que le hablaba no era un azuzador, sino un combatiente desde la trinchera de mayor peligro.
No veo cómo puede afirmarse que fuimos consultados de la decisión tomada por usted.
Nada puedo desear más en estos instantes que estar equivocado. Ojalá sea usted quien tenga toda la razón.
No son unos cuantos como le han informado a usted, sino muchos los cubanos que en este momento viven instantes de indecible amargura y tristeza.
Los imperialistas ya empiezan de nuevo a hablar de invadir al país, como prueba de lo efímeras y poco dignas de confianza que son sus promesas. Nuestro pueblo, sin embargo, mantiene inquebrantable su voluntad de resistir a los agresores y quizás más que nunca necesite confiar en sí mismo y en esa voluntad de lucha.
Lucharemos contra las circunstancias adversas, nos sobrepondremos a las dificultades actuales y saldremos adelante sin que nada pueda destruir los lazos de amistad y gratitud eterna hacia la URSS.
Fraternalmente,
Fidel Castro