Fidel
Soldado de las Ideas
Rompiendo la solemnidad del momento, como una ola que va ganando fuerza, el clamor fue en ascenso y, poco a poco, la Plaza de la Revolución se convirtió en un coro gigante con una sola frase: Yo soy Fidel.
Era el martes 29 de noviembre de 2016 y el pueblo de La Habana, en representación de toda Cuba, se había dado cita allí para rendir tributo al Comandante invicto que partía a la inmortalidad.
Cuba es fuerte, es caimán de brava estirpe, enjuto rostro de Mariana sin lágrimas visibles. Cuna de pueblo enérgico y viril, que solo a veces llora y, cuando lo hace, la injusticia tiembla, bien lo sabemos.
Pero a Cuba le duele cuando se ríen de sus penas; cuando se disfruta de sus carencias y penurias, como si la pobreza fuera el ridículo trofeo para los que la traicionan; cuando se aplaude el error o el retroceso que multiplica el infortunio.
Sobre los sucesos del 26 de Julio, se suelen dominar las esencias de un hecho que forma parte indisoluble de los cubanos, una fecha de júbilo, un festejo que, en la niñez de mi generación, se esperaba cada verano (aún se sigue esperando con idéntico entusiasmo), y que nos situaba frente al televisor, mientras las emotivas palabras de Fidel se mezclaban con la celebración, que nunca dejó de organizarse en las casas del barrio.