Volver a Palabras a los intelectuales (Parte II)
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Al contexto en el que se produce el encuentro de Fidel con los intelectuales el 16, 23 y 30 de junio de 1961, se añadía el hecho del arrastre de viejas y nuevas contradicciones personales, como las que habían existido entre los integrantes del grupo Orígenes y Ciclón, y las viejas querellas entre los asiduos de la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo, los de los Cine Clubs existentes en la capital y los de la Cinemateca fundada durante la tiranía, divididos a partir de criterios sobre la creación y difusión cinematográfica.
En medio de este contexto minado por las desavenencias estéticas, ideológicas y personales en el campo cultural, urgía definir cuál iba a ser el camino que iba a adoptar el proceso cubano, pues, aunque desde enero de 1959 había señales claras que indicaban que se abría una etapa de amplitud y libertades para la creación artística y literaria, existía un temor real en determinados círculos intelectuales a que el fantasma del «realismo socialista» se impusiera en el panorama cultural cubano.
El líder de la Revolución estaba enfocado en la búsqueda de las vías más idóneas para hacer de la cultura patrimonio vivo del pueblo. En momentos en que ocurría la Campaña de Alfabetización, el hecho cultural más trascendente de la Revolución, era imprescindible sumar la vanguardia intelectual del país a la misión fundamental de lograr un cambio cultural, no solo en las estructuras de poder, instituciones, organizaciones y relaciones sociales, sino incluso a nivel de individualidades, única manera de alcanzar una real hegemonía cultural desde una perspectiva emancipadora.
«EL PUEBLO ES LA META PRINCIPAL»
Fue en medio de un intenso fuego cruzado y frente a un auditorio de profundo acervo cultural, que Fidel, acompañado por otros compañeros de la dirección del país, pronunció sus célebres palabras, cuando aún no había cumplido 35 años. Aunque sus palabras respondieron a un contexto, no quedaron atrapadas en él, de lo contrario no se hubieran convertido en un referente al cual aún tenemos que seguir regresando como brújula para nuestra política cultural presente.
En medio de circunstancias caracterizadas por una fuerte confrontación con poderosos enemigos externos e internos, que comprometían el destino de Cuba como nación, Fidel le concedió la más alta prioridad a estas reuniones. Fue en medio de ese escenario de guerra abierta y encubierta contra Cuba por parte del gobierno de Estados Unidos, que Fidel dedicó largas horas de su tiempo a dialogar con los artistas e intelectuales.
Este discurso no fue solo un punto de partida, sino también un punto de llegada, pues desde mucho antes Fidel venía madurando sus ideas sobre lo que debía ser la política cultural de la Revolución.
No obstante, Fidel dedica una buena parte de sus Palabras… a despejar la duda sobre una posible variante tropical en Cuba del «realismo socialista»: «La Revolución no puede pretender asfixiar el arte o la cultura cuando una de las metas y uno de los propósitos fundamentales de la Revolución es desarrollar el arte y la cultura, precisamente, para que el arte y la cultura lleguen a ser un patrimonio real del pueblo».
Lamentablemente Palabras a los intelectuales han sido, en no pocas oportunidades, manipuladas o leídas de forma fragmentada. La frase que más se descontextualiza es cuando Fidel exclama: «dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada», tratando de darle a esta expresión un viso excluyente, cuando se trata de todo lo contrario. Está claro que, sin una lectura completa del discurso, puede surgir la incógnita de cómo definir y hasta dónde, el «dentro» y el «contra». Mas Fidel responde de manera magistral a esa interrogante –y me parece la frase más importante y a la vez menos citada de ese discurso–: «La Revolución solo debe renunciar a aquellos que sean incorregiblemente reaccionarios, que sean incorregiblemente contrarrevolucionarios». Con esta expresión estaba diciendo que podían existir, incluso, contrarrevolucionarios corregibles y que la Revolución debía aspirar a sumarlos al proceso. Además, que todos aquellos escritores y artistas honestos, que sin tener una actitud revolucionaria ante la vida tampoco eran contrarrevolucionarios, debían tener derecho y las oportunidades de hacer su obra dentro de la Revolución. Asimismo, Fidel esboza toda una serie de ideas para beneficiar a los artistas y escritores cubanos y estimular que su espíritu creador encontrara las mejores condiciones para desarrollarse, pero también puso énfasis en la necesidad de elevar la capacidad de apreciar el arte, así como el acceso democrático de todo el pueblo –al que llamó «el gran creador»– a la cultura: «Vamos a llevar la oportunidad a todas esas inteligencias, vamos a crear las condiciones que permitan que todo talento artístico o literario o científico o de cualquier otro orden pueda desarrollarse.
»(…) Vamos a echar una guerra contra la incultura; vamos a librar una batalla contra la incultura; vamos a despertar una irreconciliable querella contra la incultura, y vamos a batirnos contra ella y vamos a ensayar nuestras armas».
Esta intervención de Fidel marcó de alguna manera lo que podemos considerar los principios cardinales de la política cultural de la Revolución, no para ser interpretados de manera estrecha, sino en su más alto vuelo libertario. Que en los años 70 hubo distorsiones y serios errores, eso nadie lo puede negar, pero luego se rectificaron muchas de aquellas prácticas y se recuperó el camino trazado por Palabras a los intelectuales.
Con Palabras… Fidel inauguró, a su vez, un método, una concepción totalmente revolucionaria en la manera de relacionarse con los artistas e intelectuales cubanos, que ya había ejercido con otros sectores. Su presencia sería habitual en los congresos y consejos nacionales de la Uneac, organización con la que mantuvo, además, diálogos muy profundos en los momentos más difíciles del Período Especial. También sostendría importantes encuentros con los jóvenes artistas e intelectuales de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) en 1988 y 2001. Habría muchas otras Palabras a los intelectuales de Fidel, textos que enriquecieron y contextualizaron las ideas expresadas por él en junio de 1961. Aunque a Fidel más que intelectual, le gustaba el calificativo de guerrillero, aquel 30 de junio de 1961, se confirmó, una vez más, en la historia de Cuba, que vanguardia política y vanguardia intelectual volvían a ser la misma cosa.
Mas no debe verse solo la trascendencia de Palabras a los intelectuales como un discurso dirigido solo a los intelectuales, pues Fidel allí plantea ideas que trascienden al sector artístico-literario y tienen que ver con toda la nación y el proceso revolucionario en su conjunto, desde una visión sistémica. Y es que Fidel vio siempre la cultura en su concepción antropológica más amplia.
Palabras a los intelectuales sigue siendo un texto vivo, pero que continúe siéndolo dependerá de la savia creadora de nuestros artistas, intelectuales e instituciones, a la hora de traer al presente y proyectar hacia el futuro aquellas ideas de Fidel en medio de los nuevos desafíos culturales. A eso llamaba el presidente de los Consejos de Estado y Ministros –hoy presidente de la República– Miguel Díaz-Canel Bermúdez, en la clausura del IX congreso de la Uneac, el 30 de junio de 2019, cuando expresó: «No concibo a un artista, a un intelectual, a un creador cubano que no conozca aquel discurso que marcó la política cultural en Revolución. No me imagino a ningún dirigente político, a ningún funcionario o dirigente de la Cultura, que prescinda de sus definiciones de principio para llevar adelante sus responsabilidades.
»Hay que hacer lecturas nuevas y enriquecedoras de aquellas palabras. Hacer crecer y fortalecer la política cultural, que no se ha escrito más allá de Palabras… y darle el contenido que los tiempos actuales nos están exigiendo».