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No se trata de molinos

Fecha: 

07/10/2024

Fuente: 

Periódico Granma

Autor: 

Es muy difícil escribir del Che. Es difícil escribir de un hombre que en estos días lo que más nos pediría es hacer, trabajar, producir, y no andar recordándolo solo en repasos de su propia historia. Hechos, más que palabras –nos diría–; ejemplo y movilización –nos reafirmaría–;  él, a quien no le gustaban los homenajes, que no procedía de otro linaje que no fuera el del obrero, el ciudadano común, el luchador cotidiano.
 
 ¿Qué se puede escribir del Che que no parezca mero tributo y que realmente sirva a la  lucha diaria de esta Revolución que él también construyó?
 
Existen muchas anécdotas y lecciones del Che; cada una con la mirada de la persona que lo vivió, y en todas hay una misma esencia: que la revolución se hace a través del hombre, pero –tal como lo afirma él en esa guía para los comunistas cubanos que es El socialismo y el hombre en Cuba– el hombre tiene que forjar, día a día, su espíritu revolucionario.
 
GUERRILLERO, INTERNACIONALISTA
 
El 21 de julio de 1957 Fidel asciende al Che con su conocida frase: «Ponle Comandante», al firmar la carta de condolencias a Frank País, por la caída de su hermano Josué. Es el primero, después de Fidel, en llevar el más alto grado.
 
En su diario, el joven de 29 años anotó: «La dosis de vanidad que todos llevamos dentro hizo que me sintiera el hombre más orgulloso de la Tierra ese día».
 
En lo adelante, su figura se convirtió en una de las principales de la guerra y de la Revolución triunfante, con una ética y una conducta ejemplares para todos sus compañeros, que no admitía el mínimo desliz si en ello estaba en juego el bienestar del pueblo.
 
Diez años más tarde, en julio de 1967, aquel que seguía siendo joven haría sus anotaciones en otro diario, de otra guerrilla, la de Bolivia…
 
Dos momentos diferentes, dos contextos diferentes en la pupila de un mismo hombre que volvía a las armas, porque sabía que había que sentir como propias las injusticias, fueran de donde fueran en este mundo, y luchar por la felicidad de la gente... Ese internacionalismo, que no solo es un deber sino una necesidad revolucionaria, que mantiene activas las fibras solidarias y que, ante el asedio del imperialismo, ha sido el que ha posibilitado a nuestros pueblos romper muchos cercos.
 
Por eso, cuando el 9 de octubre fue ultimado, el enemigo trató de esconderlo con el temor de la fuerza de su ejemplo, pero falló. Ya el Che había trascendido, desde su ejemplo y sus ideas, hacía varios años.
 
CUBA, FIDEL Y RAÚL
 
La amistad del Che y Raúl se remonta al año 1955, cuando el cubano tuvo que salir al exilio en México. Allí se conocieron y luego formarían parte de la expedición del Granma organizada por Fidel, para ser libres o mártires en el año 1956.
 
En los días de la guerra, la amistad se fortaleció, al punto de que, cuando Raúl fue ascendido a Comandante, y partió a fundar el Segundo Frente en la zona norte de Oriente, dejó una nota que ratificaba la identificación de pensamiento de ambos: «(…) Estando plenamente identificado ideológicamente con el compañero Guevara, delego en él y ratifico cuantas opiniones o declaraciones emita en este sentido y en lo que respecta a lo manifestado inicialmente en este documento».
 
Y es justamente del Che la frase que cita Raúl en la Asamblea Nacional de Poder Popular en 1994, cuando dice:
 
«Y si nosotros estamos hoy aquí y la Revolución Cubana está aquí es, sencillamente, porque Fidel entró primero en el Moncada, porque bajó primero del Granma, porque estuvo primero en la Sierra, porque fue a Playa Girón en un tanque, porque cuando había una inundación fue allá y hubo hasta pelea porque no lo dejaban entrar. Por eso nuestro pueblo tiene esa confianza tan inmensa en su Comandante en Jefe, porque tiene, como nadie en Cuba, la cualidad de tener todas las autoridades morales posibles para pedir cualquier sacrificio en nombre de la Revolución».
 
Y a todo ello se suma, en la carta de despedida que escribiera a Fidel cuando sale de Cuba hacia otras tierras del mundo, para ofrecer el concurso de sus modestos esfuerzos: «Que si me llega la hora definitiva bajo otros cielos, mi último pensamiento será para este pueblo y especialmente para ti».
 
Así llevó el Che siempre a Cuba, al pueblo que también reconoce como suyo, donde crecieron sus hijos, donde conoció el amor y donde pudo hacer realidad esos sueños más grandes de constructor. Sobre él, entre muchas ideas, dijo Fidel en la velada solemne tras la noticia de octubre de 1967: «Las horas que le arrebataba al sueño las dedicaba al estudio; y los días reglamentarios de descanso los dedicaba al trabajo voluntario.
 
Ese era el Che, el mismo del que hoy escribir resulta complicado cuando sabemos que puertas afuera de nuestras casas, nuestro centro de trabajo, hay una realidad que pide más osadía, más firmeza, más alegría y más resolución de defender las ideas que hasta hoy nos han permitido ser una nación guía para la izquierda del mundo.
 
Hay muchas tareas para las cuales la vanguardia ideológica debe movilizar a los hombres y mujeres honrados de este pueblo de Fidel, el Che y Raúl; hay almas perezosas que despertar; y también decantar las oportunistas que hagan mella en tantos años de sacrificios de generaciones enteras de cubanos. El propio Che decía, en El socialismo y el hombre en Cuba: «Claro que hay peligros presentes en las actuales circunstancias. No solo el dogmatismo, no solo el de congelar las relaciones con las masas en medio de la gran carrera; también existe el peligro de las debilidades en que se puede caer».
 
Y ahí está el Che. En ese llamado constante a revisarnos cada día, ser más revolucionarios en cada una de las tareas, en ser exigentes con lo mal hecho pensando que nuestras acciones van a beneficiar o a perjudicar al pueblo del que somos parte; el que no se cansa de decirnos, de frente, que no debemos ceder ni tantico así, nada… porque la espada de Damocles pende sobre nuestras cabezas desde que en 1959 decidimos librarnos del imperialismo, y mientras ese sea el sino de la isla rebelde, no habrá descanso. No importa que el enemigo se presente hoy con rostros diversos y «alternativos» mediáticos, ingenuos o delicados.  No hay descanso.
 
¡SALUD, GUEVARA!
 
Octubre de 1997: 30  años pasaron del asesinato del Che en Bolivia, de la caída de sus compañeros. Aún están latentes los recuerdos del hallazgo de sus restos, del desfile de pueblo en la Plaza de la Revolución para recibirlo de vuelta, junto a sus compañeros que han sido un destacamento de refuerzo, como diría Fidel, en estos años difíciles.
 
Desde entonces está en Santa Clara, uno de los espacios más entrañales de su historia guerrillera; allí cuida de Cuba, desde su propio centro. Diez años más tarde, en 2007, justo cuando se conmemoraba el aniversario 50 de su ascenso a Comandante, un grupo de 50 jóvenes guiados por el espíritu del maestro de periodistas Guillermo Cabrera Álvarez y su Tecla Ocurrente, fuimos a la Sierra a rendirle tributo, en unión de sueños y seguidores de su ejemplo.
 
Allí se colocó una tarja con la frase que anotara en su diario el joven guerrillero y así, en el corazón de la Sierra Maestra, quedó para el futuro el homenaje a quien desde su incorporación a la lucha revolucionaria de Cuba, fue una de sus principales figuras. Porque ni el dolor, ni lo difícil de las circunstancias, ni la más dura de las batallas pueden matar la utopía y la convicción de un verdadero revolucionario que ama; ni pueden quitarnos la victoria.
 
Los revolucionarios cubanos, en esta hora tajante, nos seguiremos forjando en la acción cotidiana, sin renunciar un ápice al hombre nuevo, y conscientes de que quien abre el camino es el grupo de vanguardia, los mejores entre los buenos: el Partido.
 
Una bala no puede terminar el infinito, escribiría Haydee Santamaría, desgarrada con la noticia de su muerte. Y justamente porque nos son las circunstancias más complejas, es que nos es más necesario. Mientras más lejos parezca la utopía, o los sueños de justicia social que merecen los seres humanos, más presente está.
 
El Che tiene mucho por hacer aún. No se trata de molinos, sino de vivir y morir –si es preciso– por un ideal, por otras personas y para el futuro. Él demostró que es humanamente posible.
 
Por eso aquí seguiremos, luchando palmo a palmo cada victoria, siempre Patria o muerte, Che querido.