La toma de Palma Soriano: recuerdos desde la infancia y fidelidad desde la adultez
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Con 10 años de edad, viví intensamente los combates de finales de diciembre de 1958 que terminó con la toma de Palma Soriano por el Ejército Rebelde. A 59 años de aquella epopeya, sirvan estos recuerdos y consideraciones como homenaje a mi pueblo natal y a quienes ofrendaron sus vidas heroicamente.
Ya he razonado en otras ocasiones sobre la importancia del testimonio en la enseñanza de la historia, así como en la necesidad de tratarlo con el mayor rigor para evitar que falsos recuerdos, con o sin intención se alejen de lo verdaderamente sucedido.
Aclaro que no intento hacer un relato histórico pormenorizado, algo que ya han hecho los historiadores de Palma Soriano y que nuestro Comandante en Jefe abordó en su libro de la Contraofensiva estratégica. Mi intención es que cada cual saque de sus conclusiones sobre lo que significaba vivir sumido en un régimen de oprobio, tal como cantamos en nuestro Himno Nacional.
Vivía en la casa cita en Agramonte # 53, entre José A. Saco y B. Masó, en los bajos del Hotel Palma, con mis padres, mis tres hermanas de sangre y una de crianza.
Mi padre, ingeniero agrónomo era Jefe de Campo de la compañía norteamericana Maibio del Central Palma. Él se podía mover libremente por todas las zonas, incluyendo las que ya estaban en poder del Ejército Rebelde.
Utilizaba un pisicorre marca Willys de color gris, manejado por Rubén, trabajador ejemplar, padre de Rubencito, uno de mis mejores amigo de la infancia. Mi padre hizo construir un falso piso en el pisicorre para esconder medicinas, cigarros, fósforos y alimentos enlatados que entregaba a los rebeldes, arriesgando su vida y la de su chofer por voluntad propia.
En varias ocasiones fui testigo de cortadores de cañas que tarde en la noche tocaban a la puerta de mi casa implorando un anticipo de pago para comprar una medicina indispensable para la salvación de un hijo enfermo. Cuando ya era imposible un nuevo anticipo de pago vi a mi padre sacar de su bolsillo el dinero para evitar una muerte segura. Yo creo que aquello fue una lección que me acompaña toda la vida: lo repudiable de la injusticia social y lo hermoso de la solidaridad humana.
La represión Batistiana se hacía cada vez peor. Gerardo Cabezas el padre de un amigo de la escuela primaria, fue asesinado y apareció varios días después a las afueras del pueblo.
Mi tío Alfredo Estrada era el dueño de la peletería La Principal, ubicada justamente frente al Parque Martí. Al llamado del Movimiento 26 de julio cerró la tienda como otros muchos; pero la persecución se hacía implacable, para obligarlos a que las abrieran. Mi tío estaba escondido en mi casa, en un cuarto de desahogo.
Pues bien, una tarde al parecer por la acción de un chivato (delatores a sueldo), el temido Sargento Domínguez se presentó en mi casa con dos de sus esbirros para registrarla. Mi madre salió a la puerta y le dijo que no había nadie escondido, yo fui a proteger a mi mamá cuando un esbirro trató de empujarla. Se me ocurrió decirles que se lo iba a decir a mi papá, a lo que el Sargento Domínguez respondió; ¿y quién es tu papá? le dije que era el ingeniero Prado, y dijo: ah perdonen y les indicó que se retiraran. Al despedirse me dijo: oye Pradito, tú eres guapo, vi como defendiste a tu mamá. Mi tío tuvo que ir a otro refugio.
Mi padre tenía en la sala de la casa un gran retrato de Eduardo Chibás, y un día llegó un personaje batistiano a convencerlo que lo quitara porque si no vendrían a llevárselo preso. Recuerdo que esa noche fue de debate sobre lo que se haría. En definitiva mi padre lo quitó, pero nos dijo que estaba seguro que pronto lo podría poner nuevamente sin que nadie pudiera evitarlo.
Tres jóvenes palmeros y héroes rebeldes: Dioclesito, Linito y Atón; entraban casi todas las noches al pueblo y eran un azote revolucionario para los esbirros batistianos. Recuerdo que cuando jugábamos a la guerra con tira chapas construidos por nosotros mismos, nos poníamos sus nombres.
Diocles, su esposa Chicha y sus tres hijos vivían muy cerca de mi casa, en los altos de la emisora radial. Los dos varones: Dioclesito y Tomasito, el primero era mucho mayor que yo y formaba parte del M-26/7, el otro me llevaba menos de tres años y éramos amigos del barrio.
Un día a mi papá le llega la confidencia de que en la noche irían a sacar a Dioclesito de su casa para matarlo y que era necesario que le avisara a Diocles para que su hijo no fuese a dormir esa noche a su casa. Como mi papá no acostumbraba a visitar a los vecinos y para evitar levantar sospechas, me dio la tarea de llevarle una nota a Diocles con la información. Yo le dije que si no era mejor que yo me lo aprendería de memoria y así no había riesgo que me capturaran el papel con la información.
Así lo hicimos, cuando llegué a la casa de Diocles, Chicha me dijo que Tomasito no estaba, pero le dije que yo tenía que hablar con Diocles; me dijo que estaba durmiendo y que no lo podía despertar, que volviera más tarde; le dije que de allí no me iría porque era algo muy importante que mi papá me mandaba a decirle. A tanta insistencia mía despertó a Diocles que con mucho genio me increpo que lo hubiera despertado. Al decirle en voz muy baja la información me dio las gracias y un abrazo que hizo extensivo para mi papá.
Al salir yo comprobé que en la tienda de Carola, la madre de mi amigo Ernesto, el hijo de Tin Martínez, el locutor de la emisora, estaba un hombre que jamás había visto por el barrio; evidentemente era un chivato en espera de la entrada del joven rebelde a su casa.
Ya desde septiembre de 1958 se recrudeció la lucha y se decía que en cualquier momento se formaría la guerra en el pueblo. En el cuarto más protegido de mi casa se construyó un refugio, como era de forma rectangular a esas construcciones le pusieron chemís, como los vestidos largos y estrechos que usaban las mujeres de entonces. Cabíamos apretados los 7 habitantes de la casa.
Desde el 22 de diciembre se anunciaba por Radio Rebelde que no debíamos salir de las casas; ya el 23 estaba tomado por los rebeldes el batey del Central Palma; a mi padre lo sorprendió allá, y con la ayuda de los rebeldes pudo entrar en el pueblo y llegar hasta la casa.
Recuerdo que había al menos cuatro objetivos militares: la Estación de la Policía al final de la calle Martí o carretera central en dirección a Santiago; el Cuartel de la Guardia después del puente sobre el río Cauto; el Hotel Palma ya citado y un almacén de café en que se encontraba la Compañía 104 al mando del capitán Sierra.
Desde temprano del día 25 los rebeldes avanzaron desde 4 puntos del pueblo con fuego cerrado de calibre ligero y pesado y solo había algunos intervalos de descanso.
En el Hotel Palma se ubicaron unos treinta casquitos batistianos, que por sus conversaciones habían venido desde La Habana. En mi casa se escuchaba sus conversaciones; en que el teniente al mando de la tropa con palabras obscenas respondía a la apelación de los rebeldes para que se rindieran. Hubo uno que le dijo a su teniente que era mejor rendirse, que él estaba seguro que los rebeldes cumplirían su palabra de respetarles la vida; a lo que el teniente respondió: “Si se rinden tiro estas granadas y morirán todos”.
En mi casa se sentían los impactos de bala sobre la fachada trasera del Hotel, y los estruendos cuando algo caía sobre el techo de zinc. La noche del 25 y madrugada del 26 nadie durmió.
Los rebeldes con sus cantos y sus arengas invitaban a la rendición. Por fin decidieron rendirse y desplegaron algunas sábanas blancas desde algunas habitaciones.
No olvidaré jamás que junto a mi papá me asomé a la puerta de la casa y vimos a varios rebeldes doblando desde la calle Agramonte hacia la del Hotel para subir y tomar las posiciones, entonces sentimos fuertes explosiones que hicieron retroceder a los rebeldes que veíamos avanzar, y solo supimos minutos después que dos jóvenes combatientes: William Cobas y Carlos Montalván murieron por las granadas lanzadas a la calle desde lo alto del Hotel. Luego volvieron a declarar la rendición, pero se reinició el fuego hasta la rendición definitiva de los casquitos.
Quedaba como último reducto, la compañía 104 ubicada en el almacén de café de Casas; recuerdo que la calle en que vivía estaba alineada con dicho Almacén y era peligroso salir a la calle.
Al fin el 27 de diciembre se rindió el Capitán Sierra, creo que fue Universo Sánchez el que negoció la rendición y Palma Soriano fue declarado territorio liberado.
Entonces se desató una especie de emulación para invitar a nuestras casas a los barbudos, para brindarles comida, agua, café. Recuerdo a uno muy popular que sus compañeros le llamaban “el pelú”, era lampiño (sin barbas), mulato jaranero y muy cariñoso con los niños. Cantaba y creo que era el que entonaba el estribillo a los casquitos: “Tú ves yo no lloro, tú ves; tú estás gimoteando”.
Finalizo con otro recuerdo inolvidable. Acompañé a mi padre hasta la calle frente a la casa en que Fidel hizo su histórica alocución el primero de enero de 1959, dirigida a Santiago de Cuba: “Santiago serás libre porque te lo mereces…”. Jorge Enrique Mendoza, uno de los locutores de Radio Rebelde le sostenía el micrófono; y una monjita de la Caridad le llevó una jarra con jugo de naranja.
La memoria histórica no se debe olvidar, tampoco debe convertirse en mimetismo malhechor, ambos errores no nos llevarán por buen camino.
Mis saludos a mis compatriotas de Palma Soriano. Mi eterno agradecimiento a Fidel, a Raúl, a Almeida, a Universo, a Guillermo y tantos héroes de aquella crucial batalla libertaria.