La “enigmática” invitación de Fidel
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“Me maravillo al ver estas esculturas. ¿Puedo tocarlas? ¿De dónde tú saliste, Quintanilla?”, le dijo admirado el cineasta Alfredo Guevara al joven escultor Juan Narciso Quintanilla Álvarez el día en que asistió a la Lonja del Comercio, en La Habana Vieja, para disfrutar la exposición del creador bautense.
Aquel encuentro con el fundador del ICAIC le permitiría a Quintanilla fraguar una amistad con este reconocido personaje de la cultura cubana, y le abriría las puertas para estrenar, posteriormente, el Centro Cultural Fresa y Chocolate, en el Vedado, con una exposición compuesta por 25 piezas de mármol en pequeño formato.
En ese instante se desarrollaba la XX edición del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano (1999), y Alfredo Guevara tuvo la gentileza de invitar a la sede del Consejo de Estado a un grupo de cineastas latinoamericanos y cubanos, a fin de compartir con el líder de la Revolución. Uno de los invitados fue Juan Quintanilla.
“Fidel recibió a todo el mundo —cuenta el escultor bautense— y les fue dando la mano a uno por uno. Casi fui el último en saludarlo. Por eso tal vez me dedicó más tiempo. Roberto Chile estaba filmando el encuentro.
“Alfredo me presentó a Fidel, le dijo quién yo era y el Comandante comenzó a hacerme preguntas, con una voz muy amable, pausada, distinta por completo de la voz emocionada y potente que empleaba en los discursos.”
Quintanilla recuerda la emotiva pregunta de Fidel acerca del mejor modo de desarrollar el arte escultórico en Cuba, y cómo le detalló cuántos recursos era necesario emplear si se pretendía elevar el desarrollo de este.
Además de estudios sostenidos durante cinco años, un escultor debe ser capaz de especializarse en alguna de las vertientes de esta expresión artística, destinada a animar la vida de ciudades, plazas, parques, bibliotecas… Es preciso disponer de talleres adecuados para la fundición, o para trabajar la madera, el mármol, la cerámica…
“Por estas razones el arte escultórico debe contar con el apoyo del Estado, pues resulta muy difícil y muy caro; lleva muchos recursos. Si usted no tiene espacios y buenas herramientas, no puede llevar a la práctica su obra”, le reveló el autor (junto a Karoll William Pérez Zambrano) de la escultura más alta al Che Guevara en el planeta, levantada en Oleiros, España.
Fidel lo escuchó con detenimiento antes de expresarle: “¡Qué interesante esto que me cuentas! ¿Puedo llamarte después para seguir conversando contigo sobre la escultura ambiental?” La respuesta de Quintanilla no se hizo esperar: “cuando usted quiera, Comandante”.
Quintanilla le dijo que podía localizarlo mediante Silvino Álvarez, escolta y barbero del líder: “Silvino es un gran amigo mío”, le confesó Quintanilla, un segundo antes de que Fidel le respondiera: “¡Y un gran amigo mío también!”
Ya en la recepción, mientras bebía una copa de vino, el escultor vio entrar a Fidel y, con el índice en alto, dirigirse directamente hacia él y ponerle una mano en el hombro:
“¡Quintanilla, no se me olvida que debo seguir hablando contigo sobre ese tema que me gustó mucho!”
Fidel partió en breve, y el “misterio” sobre lo que deseaba conversar con Quintanilla quedó flotando entre los presentes. Pero, de modo risueño, el escultor se encargó de aclararles a los interesados en qué consistía la “enigmática” invitación.
UN TALENTO PARA RESPETAR
La obra de este talento bautense, Profesor de Mérito del ISA, ha sido reconocida en el mundo entero. Hoy se encuentra esparcida por más de 20 países, como México, Estados Unidos, República Dominicana, España, Eslovaquia, República Checa, Italia, Dinamarca y China.
Se le reconoce por creaciones tan relevantes como la escultura al doctor Carlos Juan Finlay, el monumento a José Martí en Montecristi, el busto dedicado al Che Guevara en el Museo de Hombres Célebres, en Texas, y el dedicado a la memoria de la princesa Diana de Gales en la Lonja del Comercio (con réplica en la Fundación del mismo nombre en Inglaterra), por solo citar una breve síntesis de sus amplios y certeros andares.
En Artemisa, donde lamentablemente escasean sus obras, lo recordamos, en especial, por la escultura en bronce al Lugarteniente General Antonio Maceo, que se levanta impetuosa ante la puerta de la Escuela Interarmas de las FAR en Ceiba del Agua, pieza inaugurada en 1983, la cual ya anunciaba el calibre que habría de alcanzar el artista.
Hoy, mientras se recupera de un lamentable accidente en su casa de Playa Baracoa, el maestro Juan Narciso Quintanilla Álvarez ha querido recordar aquel encuentro inolvidable, que pudo ser el preludio de otros encuentros, pero, seguramente, la carga de trabajo del líder revolucionario impidió concretar, según el atinado parecer de Quintanilla.
“Cuando yo estudiaba escultura en Praga, tuve la oportunidad de estrecharle la mano en el aeropuerto, tras regresar de una visita a un país africano. Éramos casi 40 cubanos y el intercambio no pasó de un rápido apretón de manos.
“Después de aquel encuentro en el Palacio de la Revolución, de aquella deferencia que tuvo conmigo, me hubiera gustado conversar otras veces con él sobre el arte de la escultura. Estoy seguro que hubieran sido otros encuentros inolvidables”, concluye el artista, quien no olvida su tono de voz apacible y familiar, ni los ojos curiosos de quienes no entendieron la “enigmática” invitación de Fidel.