La disyuntiva sigue en pie
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Una explosión estremeció la capital cubana, acompañada de una oscura columna de humo, a semejanza de un hongo atómico que emergió del puerto de La Habana. La serena y cuidadosa descarga del buque procedente de Amberes, Bélgica, que había traído a la Mayor de las Antillas las armas requeridas para la defensa de la Revolución, se transformó de repente en un caos de hierros retorcidos: parte de la popa del buque, el muelle y los almacenes aledaños quedaron totalmente destrozados, y fueron literalmente barridos los obreros y soldados involucrados en aquella operación.
Una avalancha solidaria de trabajadores, soldados, policías, marinos, bomberos, milicianos y de personas que se encontraban en las cercanías irrumpió sin miedo en aquel escenario dantesco para prestar la ayuda que fuese necesaria y muchos se convirtieron en víctimas de una segunda explosión que hizo crecer el saldo de la tragedia a más de 100 muertos, centenares de heridos, mientras que otros no aparecieron jamás.
Por una diferencia de minutos el nuevo estallido no alcanzó a los dirigentes de la Revolución que, encabezados por Fidel, acudieron de inmediato a la zona de peligro para enfrentar, junto al pueblo, aquella catástrofe.
Ocurrió en la tarde del 4 de marzo de 1960, hace ya seis décadas, y se demostró que no fue un accidente. Y no era de extrañar la posibilidad de que se tratara de un acto criminal premeditado, porque hacía apenas un mes un avión estadounidense, manejado por un piloto de esa nacionalidad, había intentado dejar caer una bomba en una fábrica en funcionamiento donde había más de 200 obreros.
Aún sigue sin respuesta la interrogante hecha por Fidel en una de sus reflexiones de julio del 2007: “¿Por qué en nombre de la libertad de información, no se desclasifica un solo documento que nos diga cómo la CIA hace casi ya medio siglo hizo estallar el vapor La Coubre y cortar el suministro de armas belgas, que la propia agencia admitiera el 14 de junio de 1960 era una preocupación muy importante de Estados Unidos?”.
¿Y cómo entender, como denunció el colega ya fallecido Jean-Guy Allard, que entre los miles de archivos de la fundación French Lines and Compagnies encargada de conservar el patrimonio marítimo francés del que formaba parte el buque siniestrado, 79 de ellos contienen referencias a los distintos momentos de la existencia de La Coubre, y haya una advertencia de que se deben esperar 150 años después de transcurrido el sabotaje para acceder al dossier referido específicamente a la explosión en La Habana?
No es de extrañar que el imperio recurra a semejantes métodos para esconder sus crímenes y hoy acuse de poner en peligro la seguridad nacional de Estados Unidos a quien saca a la luz informaciones “clasificadas” que revelan al mundo sus acciones agresivas encaminadas a decidir sobre los destinos de otro país.
En las honras fúnebres de los mártires de La Coubre, el Comandante en Jefe aseguró que los cubanos no solo sabríamos vencer cualquier agresión, sino que nuevamente no tendríamos otra disyuntiva que aquella con que se había iniciado la lucha revolucionaria: la de la libertad o la muerte. “Solo que ahora libertad quiere decir algo más todavía —dijo—, libertad quiere decir patria. Y la disyuntiva nuestra sería patria o muerte”.
Así nació la consigna que nos acompañaría en todas las grandes batallas y los momentos más difíciles, y no ha perdido vigencia porque el prepotente vecino del norte persiste en su empeño de doblegar a los cubanos.
Seguiremos teniendo libertad si sabemos defender nuestras conquistas con el trabajo constante y creador, seguiremos teniendo patria si además de resistir logramos avanzar en la materialización de nuestro proyecto de país y paralelamente nos preparamos para empuñar el fusil si es preciso.
Pero si dejamos que nos arrebaten los más de 60 años de construcción de una sociedad que ha tenido al ser humano siempre en el centro de su atención, perderíamos la condición de nación independiente y soberana para retornar a los tiempos neocoloniales, que es la vieja aspiración de nuestro enemigo histórico y equivale a la muerte de los sueños de justicia por los que entregaron sus vidas tantas generaciones de cubanos.
La disyuntiva, por tanto, sigue en pie, mas de lo que puede estar seguro el actual inquilino de la Casa Blanca es que cumpliremos la promesa que el Comandante en Jefe hizo aquel 5 de marzo ante los caídos: “¡Cuba no se acobardará, Cuba no retrocederá; la Revolución no se detendrá, la Revolución no retrocederá, la Revolución seguirá adelante victoriosamente, la Revolución continuará inquebrantable su marcha!”.